Heart
Rate
Kim JongIn era de los pocos
adolescentes de la ciudad que todavía no había experimentado el amor. No sabía
lo que era, no sabía lo que se sentía, ni tampoco por qué todo el mundo quería
sentirlo. Él estaba muy bien sin estar enamorado. No tenía que preocuparse por
nada más que él y sus estudios, las chicas no le eran mínimamente interesantes,
como sí que parecían serlo para su mejor amigo, SeHun, al que le había visto más
novias en una semana de lo que creía posible.
Kim JongIn pensaba que el amor era
una patraña y por eso, cuando notó cómo su corazón se aceleraba sin motivo
aparente cuando SeHun le presentó a un chico chino que había conocido en un
club, creyó que estaba enfermo y se excusó tras entender algo así como que el
chico se llamaba ZiTao.
―¿Qué te pasó ayer? ―preguntó SeHun
a la mañana siguiente cuando llegó al instituto y vio a JongIn ya sentado en su
pupitre―. Saliste corriendo después de que te presentara a ZiTao.
―No fue nada… ―murmuró.
―¿Te cayó mal? ¿Te dio miedo? ―SeHun
se fue acercando más y más a él cada vez que preguntaba―. Porque si es por eso
no te preocupes, debajo de esa fachada de pandillero matón es un chico
adorable.
―No fue por eso… ―contestó
finalmente. Le estaba crispando los nervios tanta palabrería de su amigo―.
Comencé a sentirme mal y por eso me fui
a casa.
―Oh… ¿Y estás mejor?
―Sí.
―¿Entonces no te importará que esta
tarde te lleve conmigo de compras? ZiTao también va a venir y me dijo que le
gustaría poder charlar un poco contigo ―dijo.
―No, supongo que no.
―Yehet.
JongIn fue arrastrado después de
terminar las clases hacia el centro comercial más cercano, en el que los
esperaba ya a la entrada ZiTao. En cuanto lo pudo divisar entre la multitud, el
corazón de JongIn comenzó a latir rápidamente, tal y como lo había hecho el día
anterior.
Seguro que tenía alguna enfermedad
del corazón. En cuanto volviera a casa se pondría el aparato que medía la
frecuencia cardíaca que tenía su padre cuando salía a correr.
Durante toda la tarde, el chico no
se pudo concentrar del todo en lo que pasaba a su alrededor, solo podía pensar
en el por qué había aparecido aquella extraña enfermedad tan repentinamente.
La mayoría de sus siguientes días,
JongIn los pasó en compañía de ZiTao y de su enfermedad. Quedaban junto a SeHun
para ir a la biblioteca, al cine, a alguna cafetería, pero el chico siempre
llevaba a su nueva novia y acababan ellos dos solos. En aquellos momentos,
JongIn estaba seguro de que su enfermedad empeoraba.
―¡Papá! ―llamó el chico llegando a
casa después de una tarde en la que su frecuencia cardíaca había sido demasiado
alta incluso para lo que ya se había acostumbrado en los últimos tiempos. El
momento álgido había sido cuando iba a cruzar la calle y ZiTao lo agarró del
brazo para que no lo hiciera porque venía un coche―. ¿Dónde tienes tu medidor
de frecuencia cardíaca? ―preguntó.
―¿Para qué lo quieres? ―cuestionó su
padre.
―Para un trabajo que tenemos que
hacer en clase de Educación Física ―mintió―. Tenemos que medir los latidos de
nuestro corazón durante algunos días.
―Oh. Está en el segundo cajón de mi
mesita de noche ―contestó―, o al menos yo lo guardé allí después de venir de
correr el domingo, si tu madre lo cambió de sitio ya no lo sé.
―Gracias papá.
Cuando tuvo el aparato en sus manos
lo colocó en su muñeca izquierda. Era algo parecido a un reloj y no iba a
levantar sospechas que lo llevara.
Comenzó a hacer pruebas para ver
cuál era la actividad que le hacía acelerarse terriblemente. Medía su
frecuencia cuando caminaba, cuando corría, cuando saltaba, cuando estaba en
reposo, pero nunca se aceleraba tanto como cuando se encontraba algunas tardes
con ZiTao.
JongIn no sabía lo que aquello
significaba, pero estar con el chico chino ―más cuando estaban a solas―, hacía
que su corazón se acelerase de una manera que creía imposible.
―Últimamente estás un poco raro
―comentó SeHun un día en clase―. Más de lo normal, quiero decir ―JongIn le sacó
la lengua―. ¿Te pasa algo raro?
―No estoy muy seguro ―murmuró el
chico―. Quizás tengo que seguir comprobándolo.
―¿Comprobar el qué?
―Tócame la cara ―pidió.
―¿Qué dices?
―Tócame la cara ―repitió con
seguridad. SeHun hizo una mueca, pero después acercó su mano a la mejilla de su
amigo con curiosidad sobre lo que el otro quería comprobar.
JongIn miró su reloj una vez sintió
el tacto de su amigo viendo que este no marcaba un ritmo diferente al que tenía
unos minutos antes. Bufó y retiró la mano de SeHun.
―No pasa nada ―murmuró, dejando
sumamente confuso a su amigo.
JongIn se dedicó a pensar durante
los siguientes días el por qué le pasaba aquello solo cuando estaba junto a
ZiTao y no cuando estaba junto a las demás personas. Sin embargo, no sacó nada
en claro hasta que en clase de biología, explicaron el tema de las reacciones
químicas que se producían en el cuerpo cuando una persona estaba enamorada.
En aquel momento lo entendió. Él
nunca había estado enamorado y por eso no lo había visto antes, pero todo
parecía indicar que se había enamorado de ZiTao.
Darse cuenta de que se había
enamorado no fue tanto shock como cuando cayó en que se había enamorado, sí,
pero de un chico, como él.
Al principio no sabía cómo podía
haber pasado aquello, pero después de meditarlo y de pensar en el pasado,
sintió que todo cuadraba. Nunca le habían interesado lo más mínimo las chicas
de su clase, ni aquellas que se le declaraban diciéndole que su piel oscura les
parecía exótica y apetecible. Pero sí que su corazón había latido rápidamente
con cada palabra, mirada o roce de ZiTao.
Había pasado demasiado tiempo
meditando qué hacer con aquello hasta que tomó la decisión de decírselo. A
pesar de que era más bien un chico tímido, no podía evitar tener siempre en la
punta de la lengua las palabras “me gustas” cuando estaba junto a ZiTao.
Por eso, aquel día en el que habían
salido con SeHun y con SooJung, la novia que parecía durarle más hasta ahora
―llevaban saliendo una semana, todo un récord para el chico―, y los dos
tortolitos desaparecieron, se armó de valor y, cuando caminaban junto a las orillas
del río Han, comenzó a hablar.
―ZiTao… Me gustaría decirte algo…
―Sí, dime ―el chico se detuvo y lo
miró. JongIn empezó a ponerse nervioso por aquella mirada tan penetrante y
oscura y su corazón empezó a latir demasiado rápido―. JongIn… ―animó a que
hablara.
―Mmmm… Yo… La verdad… Yo… Mmmm… Tú…
―comenzó a tartamudear sin saber porque. Las palabras no le salían como
querían.
―Puedes decirme lo que sea ―ZiTao se
acercó un poco más a él―. No tengas miedo de decirme lo que sea.
―Me gustas.
Lo dijo rápido y juntando las
palabras, pero a pesar de eso y de que ZiTao no dominaba muy bien el idioma,
pareció entenderlo perfectamente y una gran sonrisa iluminó su rostro antes de
inclinarse levemente hacia delante y rozar sus labios con los de JongIn, haciendo
al chico suspirar.
―Tú también me gustas ―susurró
contra sus labios―. Desde el primer momento en que te vi.
―Creo que para mí fue igual ―murmuró
JongIn con una sonrisa, cruzando él esta vez la distancia que los separaba para
besar los labios de ZiTao.
El chico que no sabía lo que era el
amor, se había enamorado y por fin entendía por qué todo el mundo hacía tanto
escándalo por ello. El amor era maravilloso.