LAP DANCE
–Muy
bien, SeHun. Esto ya no tiene gracia –dijo un chico de pelo castaño y piel
oscura y ojos igualmente castaños, aunque estaban ocultos tras una corbata–.
¿Dónde cojones me lleváis?
–Es
una sorpresa –dijo SeHun, retirándose el flequillo rubio del rostro.
–Todos
sabéis que odio las sorpresas –protestó el castaño.
–No
te quejes, JongIn –reprendió LuHan agarrándolo por los hombros y guiándolo
hacia la derecha–. Ya quisiera yo que hicieran por mí lo que estamos haciendo
hoy por ti –le dirigió una mirada significativa a SeHun, que simplemente se
encogió de hombros ante esta.
–Eso
que acabas de decir no me da muy buena espina –JongIn se estremeció.
–Tranquilo,
no te vamos a tirar por la ventana, ni nada parecido –dijo SeHun intentando
tranquilizar al chico.
–No
sé por qué… pero eso no me tranquiliza como debería… –el castaño se detuvo en
mitad del pasillo, haciendo fuerza para que no lo pudieran mover sus amigos.
Sin embargo, estos eran más fuertes que él y lo obligaron a seguir andando–. Me
da miedo que me vayáis a hacer un rito satánico de sexo salvaje en cualquier
sala. No me fío ni un pelo de vosotros.
–¿Sabes
qué? –dijo LuHan–. No vas muy desencaminado con esos pensamientos.
–¿Qué?
JongIn
comenzó a forcejear de nuevo, dispuesto a salir corriendo a la velocidad de la
luz en el sentido contrario al que lo estaban llevando. No podía permitir que
le hicieran cosas raras.
–Estate
quieto, Kim JongIn –la voz de LuHan era bastante dura–. Cómo no dejes de
forcejear me veré obligado a decirle a KyungSoo que “ese” regalo ñoño de
cumpleaños anónimo fue tuyo.
El
chico se congeló. Aquello era apuntar donde más dolía. LuHan era una mala
persona y él sólo le había regalado aquel peluche de un lobo muy mono porque
KyungSoo quería tener algo de lobo en la habitación en cuanto se enteró de que
la canción con la que harían el ComeBack se llamaría Wolf. Había hecho como si
el regalo lo hubiera encontrado en el buzón y luego se lo había dado al mayor.
Nadie
se dio cuenta de nada, excepto LuHan.
–Eso
es chantaje –dijo al final el chico.
–Lo
sé. Y ahora sigue caminando.
Volvieron
a reanudar la marcha a través de los pasillos de la empresa, esta vez sin que
JongIn protestara. Había surtido su efecto la amenaza. El chico fue guiado por
sus dos amigos, hasta que pararon varios minutos después y abrieron una puerta.
Entraron
al lugar y por el sonido que hicieron sus pisadas sobre el suelo, JongIn supo
inmediatamente que era una sala de baile.
–¿Qué
hacemos en una de las salas de baile de la compañía? –preguntó, pero no obtuvo
respuesta–. Me estoy mosqueando mucho, chicos…
–No
te mosquees –dijo SeHun–. Ven –lo tomó de la mano y lo guio lentamente hasta el
centro de la habitación, donde había una silla–. Aquí. Siéntate aquí.
El
chico lo ayudó a sentarse y lo acomodó, sujetándolo fuerte mientras LuHan,
silenciosamente se colocaba tras él y le ataba las manos a los reposabrazos de
la silla. En cuanto JongIn sintió el roce le las cuerdas sintió pánico. No se
fiaba ni un pelo de sus amigos.
–¿Qué
me hacéis? ¿Qué es esto? –preguntaba moviendo la cabeza como si estuviera intentando
encontrarlos.
–Nada,
no es nada –dijo LuHan–. Qué pases un buen rato.
–¿Qué?
Los
pasos de los chicos comenzaron a alejarse de él hasta que dejaron de oírse
después de que cerraran la puerta. JongIn estaba de los nervios y también muy
asustado. No solo le habían vendado los ojos para que no pudiera ver nada, sino
que le habían atado los brazos y las piernas (ahora lo había notado) a la silla
y habían desaparecido.
Al
castaño le daba igual que SeHun y LuHan fueran sus amigos. Él los iba a
torturar muy lentamente por lo que le estaban haciendo pasar.
A
los pocos minutos, escuchó la puerta de la sala abrirse y pudo identificar, por
el sonido de las pisadas que esta vez era solo una persona y no dos,
seguramente alguien que lo había visto por la puerta iba a rescatarlo. JongIn
sonrió, iba a poder llevar a cabo su venganza muy pronto.
–Por
favor, ayuda –dijo, pero la persona que había entrado a la sala no dijo ni una
palabra–. ¿Quién eres? ¿Por qué no dices nada? Por favor ayúdame. Mis enemigos
mortales me han atado aquí y no puedo liberarme.
Sin
embargo, ninguna de sus súplicas tuvo respuesta. JongIn empezó a ponerse más
nervioso. ¿Y si era algún o alguna aprendiz y le estaba sacando fotos con el
móvil para luego sacarlas en la red? ¿Y si era alguien pervertido que se iba a
aprovechar de él? ¿Y si…?
Todos
sus pensamientos se congelaron en el momento en el que sintió una mano
ascendente por su muslo. Su cuerpo se tensó y comenzó a retorcerse.
Era
un pervertido que lo quería violar.
De
repente, las manos lo sujetaron firmemente y los pocos movimientos que aun
podía hacer, se vieron reducidos a nada. El corazón del castaño latía
rápidamente. Estaba asustado. Alguien lo iba a tocar allí donde no lo había
tocado nadie sin su permiso.
Sentía
asco, repulsión y esas manos solo se movían por sus piernas. JongIn creía que
acabaría vomitando si aquel desconocido llevaba sus manos a alguna zona
prohibida.
–No
te preocupes –dijo una voz desconocida pero que tenía un punto conocido–. No
voy a hacerte daño. Solo te voy a hacer sentir más placer del que jamás has
sentido en tu vida.
JongIn
se tensó ante aquellas palabras. ¿Cómo podía un desconocido decirle aquello?
¿Cómo podía tocarlo así, como nadie nunca más que él se había tocado? ¿Cómo
podía dejarlo cuando lo único que quería era que “esa” persona lo tocara? Él y
nadie más que él.
–No
quiero. Nadie me tocará.
–¿Por
qué? –preguntó el desconocido y JongIn juró que esa voz le sonaba demasiado
como para que le fuera totalmente desconocida. Debía saber quién era aquella
persona.
El
castaño sonrió de lado, como tanto le gustaba a sus fans y dejó estático a su
violador.
–Porque
tú no eres él.
En
ese momento, JongIn pensó que había ganado y que esa persona lo dejaría
tranquilo, sin embargo erró en su suposición.
El
otro chico simplemente se colocó entre sus piernas y comenzó a respirar contra
la entrepierna del castaño. JongIn se retorció en la silla sin embargo el
aliento cálido de su captor contra sus partes y aun con la tela de por medio lo
estaba excitando de sobremanera.
Las
manos del desconocido comenzaron a subir por sus piernas, tocando sus muslos
por la parte interna. Cerca, muy cerca de la zona prohibida.
El
castaño tragó saliva anticipando un movimiento que nunca llegó, ya que sintió
al otro alejarse un poco de su cuerpo. JongIn respiró tranquilo por unos
momentos y dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo hasta que se
dio cuenta de que su captor no se había ido, sino que había cogido el mando de
la mini-cadena y había puesto el CD en el que estaban grabadas las pistas de
las canciones que utilizaba SHINee para hacer mucho ejercicio.
–¿Cómo…?
–empezó JongIn, pero el desconocido no lo dejó continuar con su pregunta.
–Así
no nos escucharan –susurró en su oído roncamente, haciendo que un escalofrío
recorriera el cuerpo del chico.
Cuando
iba a detenerlo, a empujarlo, a alejarlo, no pudo, se había quedado sin
fuerzas. Reconocía aquella sensación, la había tenido antes, pero en esos
momentos no podía recordar el por qué ni con quién.
Su
mente se había desconectado de su cuerpo y no podía pensar con claridad. Sin
embargo, su cuerpo estaba más sensible que nunca a cualquier roce debido a que
no podía ver nada y sólo tenía este sentido para guiarse.
JongIn
sintió un peso sobre sus piernas y supo que el desconocido se había subido
sobre ellas. Notó las manos de este por su torso, intentando colarse por su
camiseta. Forcejeó un poco, pero en ese momento, ocurrió algo que lo dejó sin
aire.
El
otro se inclinó rápidamente hacia sus labios y los besó con desesperación. El
castaño se quedó en blanco, dejándose llevar por el excitante beso que su
captor le daba, jugando con su lengua, saboreando su boca y dejándose morder.
No
quería, sin embargo no podía detenerlo.
Se
sentía muy extraño, como si aquello fuera algo que siempre había querido hacer,
como si fuera alguien a quien conocía, alguien a quien quería.
JongIn
estaba hecho un lío. No podía pensar con claridad. Los labios del otro no le
daban tregua y apenas podía respirar, al igual que sus manos, que no paraban
quietas en ningún lugar de su cuerpo.
El
castaño comenzó a sentir calor y a respirar entrecortadamente. Le estaban
gustando demasiado aquellos roces, demasiado como para que fuera bueno.
De
repente, el chico cayó en la cuenta de que era un desconocido, de que lo estaba
intentando violar y de que no debería estar dejándose por mucho que aquello lo
estuviera excitando. Rápidamente mordió con fuerza el labio inferior del otro
hasta que notó un sabor metálico en su boca. La otra persona dejó de besarlo al
momento, profiriendo un alarido de dolor.
JongIn
se sentía sucio mientras normalizaba su respiración y regulaba los latidos de
su corazón. Él amaba a una persona, pero se estaba dejando llevar con alguien
que ni siquiera conocía. Se sentía como si fuera la peor persona del mundo. Si se
llegara a enterar él de lo que había estado haciendo no se lo perdonaría en la
vida.
–¿Por qué has hecho eso? –reprochó el otro.
–Estoy enamorado de una persona y no puedo
hacerlo –contestó simplemente.
–Tu cuerpo no dice eso –murmuró el
desconocido recorriendo con sus manos el cuerpo de JongIn, haciendo que este se
estremeciera de placer.
–Me da igual mi cuerpo. Yo no quiero hacerlo.
–¿De quién estás enamorado? –un susurro ronco
muy conocido, pero que JongIn no supo ubicar.
–No lo diré.
–¿Quién es él?
–Jamás te lo diré.
–¿Y si hago esto?
En ese momento el chico se deslizó y acabó de
rodillas en el suelo, separando las piernas de JongIn con sus manos y metiendo
la cabeza entre estas. Comenzó a masajear la entrepierna del otro, que se
retorcía mitad lleno de placer, mitad lleno de repulsión.
Lo estaba tocando en un lugar que solo tenía
el derecho de tocarse él mismo y lo estaba haciendo de una manera demasiado
embriagadora. JongIn se fue abandonando de nuevo a esas sensaciones y solo pudo
reaccionar cuando una respiración caliente chocó contra su miembro, ya erecto y
fuera de su prisión.
–Te voy a hacer sentir bien –escuchó salir de
aquellos labios antes de que estos comenzaran a hacer un gran trabajo con su
excitación.
Los pensamientos del castaño estaban en
contraposición. No quería dejar de sentir aquello, pero quería que se alejara
porque solo podría darle permiso a una persona para que lo hiciera.
–Basta… –susurró–. Por favor, para. No quiero
–su voz salió ahogada, estaba luchando por contener las lágrimas que querían
escapar de sus ojos. No quería llorar, no quería parecer débil ante aquel
desconocido, pero él no era TaeMin y nadie más que TaeMin podría hacerle jamás
aquello–. Por favor, para… tú no eres él… tú no eres TaeMinnie…
El otro dejó rápidamente lo que hacía,
dejando que el aire frío envolviera su miembro y se situó tras él para
abrazarlo por el cuello. Aquella era una sensación demasiado conocida. Esos brazos
cortos, ese aliento en su oído.
–Lo siento, JongIn… –una voz que reconocería
en cualquier parte–. No quería hacerte llorar… solo quería hacerte sentir bien…
–¿TaeMinnie?
–Lo siento, pequeño –su abrazo se
intensificó.
–Quiero verte… –susurró JongIn y el otro
chico le quitó lentamente la venda de sus ojos. En cuanto estos quedaron
liberados, el castaño se giró hacia él, sin poder creerse lo que estaba pasando–.
Por favor, desátame.
El chico lo hizo. Primero desató sus piernas
y luego fue a por sus manos. En cuanto JongIn estuvo liberado, se levantó rápidamente
de la silla y atrapó el cuerpo de su hyung en un abrazo.
–¿Por qué me has hecho esto? –preguntó,
comenzando a hipar–. ¿Por qué?
–Porque me gustas y no me atrevía a decírtelo
–susurró TaeMin–. Entonces le pedí ayuda a LuHan hyung y a SeHunnie…
–Nunca le hagas caso a esos dos pervertidos –murmuró
JongIn contra la boca del otro–. Me gustas mucho, TaeMinnie.
–Y tú a mí, JongIn.
Durante unos momentos, se miraron a los ojos,
sin decidirse a cortar la distancia, pero como si se hubieran puesto de
acuerdo, ambos lo hicieron a la vez. Sus labios, lenguas y dientes chocaron en
un beso completamente desesperado que lo dijo todo. Solo se separaron cuando la
falta de aire se hizo necesaria.
–TaeMinnie…
–¿Sí?
–Estoy excitado…
–Yo también…
–Hagámoslo.
–Sigamos donde lo habíamos dejado.
–No me ates, ni me ciegues… quiero ver tu
expresión al llegar al orgasmo…
Los besos, los roces y los mordiscos dieron
paso a una danza de cuerpos de dos bailarines en la que ambos acabaron gritando
el nombre del otro cuando el placer les llegó.