—No llego, no llego, no llego.
Un chico joven, delgado, alto y
rostro fino murmuraba una y otra vez esas dos palabras mientras corría a toda
velocidad por los pasillos de aquel centro comercial, buscando la juguetería.
Era el día de navidad y el sitio era
un hervidero, por lo que tenía que ir esquivando personas a cada paso que daba.
Personas, que como él, habían estado retrasando sus compras hasta dejarlas para
el último momento. Él no lo debía haber hecho, ya que con la cantidad de
sobrinos pequeños que tenía se iba a volver loco entre los juguetes. Esperaba
sinceramente que al menos uno de los que los niños le habían pedido no se
hubiera agotado ya.
Divisó la juguetería a lo lejos, por
lo que se dirigió a esta sin siquiera pensarlo. Entró a la tienda y se quedó
desolado. Apenas quedaban algunas cosas en las estanterías, todo lo demás había
sido vendido. Con el alma por los suelos caminó entre los estantes, mirando su
teléfono móvil, la lista donde había apuntado el nombre de los juguetes que sus
sobrinos querían.
—Barbie
y su unicornio para Alex.
—Piano
de plástico para KiBum.
—Peluche
de Kung Fu Panda para DongHo.
—Balón
de fútbol para SooHyun.
—Netbook
para AJ.
—Tabla
de snowboard para Hoon.
—Juego
de baile de la Wii para KiSeop.
En el momento en el que dejó de
mirar el móvil, encontró uno de los regalos. Los balones de fútbol eran algo
que nunca podía faltar en aquellos lugares, pero el chico comenzaba a pensar
que no tendría tanta suerte con los demás.
Después de horas dando vueltas, de
pelearse con distintas señoras que querían apropiarse de alguno de los regalos
y de tener mil ojos para que nadie le robara lo que ya había conseguido, salió
del lugar con un montón de cajas haciendo equilibrios en sus brazos.
Apenas podía ver por encima de
estas, pero se las arreglaba para pasar entre la gente sin que nada se le
cayera al suelo.
Sin embargo, cuando estaba a punto
de salir al aparcamiento, calculó mal y en vez de salir por las puertas automáticas,
quiso salir por el cristal inmóvil. Las cajas coloridas y con moños
extravagantes chocaron, haciéndolo tambalearse. Los regalos bailaron en sus
brazos e intentó que no se le cayera ninguno, pero el que estaba más arriba, se
deslizó sin que él pudiera evitarlo.
El chico abrió sus ojos como platos
viendo a cámara lenta cómo la caja comenzaba a caer al vacío, esperando un
golpe y un estruendo que no se dio, ya que fue recogida entre unos fuertes
brazos.
Kevin, que así se llamaba el
muchacho, soltó de golpe todo el aire que había estado conteniendo, aliviado.
—Gracias —dijo mirando a la persona
ante él.
Era un chico, no mayor que él pero
sí con un cuerpo mucho más trabajado. Le pareció guapo, pero sacudió la cabeza
quitándose ese pensamiento de esta ya que no tenía mucho tiempo.
—No hay de qué —contestó el otro—.
¿Necesitas ayuda? —Kevin negó.
—Con que pongas la caja donde estaba
y me guíes a la salida tengo de sobra.
—Para eso, ya que estoy te ayudo a
llegar hasta el coche, porque no sé cómo piensas abrir luego la puerta.
Durante unos momentos, Kevin se
quedó en silencio. Aquel desconocido, que aún sostenía el regalo tenía razón,
pero no quería abusar de su amabilidad, bastante había hecho ya.
—Tengo tiempo, no tengo nada qué
hacer en dos horas y esto no me tomará más de quince minutos —siguió.
—Está bien —murmuró.
—Perfecto —el chico agarró otra de
las cajas y Kevin ya pudo ver dónde estaba la salida.
Salieron del recinto para entrar en
el aparcamiento subterráneo, donde miles de coches ordenadamente alineados
esperaban por sus dueños. Kevin guio al otro entre las filas, buscando su
propio automóvil hasta que dio con él. hizo equilibrios con las cajas hasta que
estas se tambalearon peligrosamente y fueron recogidas por el otro.
—Cuidado…
—Lo siento —murmuró avergonzado,
buscando en los bolsillos de su pantalón las llaves del coche hasta dar con
ellas.
Pulsó el botón dos veces, escuchando
un pitido y el sonido que hicieron los seguros del coche al abrirse. Con una
sonrisa de circunstancias abrió una de las puertas traseras y fue tomando los
regalos de los brazos del otro hasta que no quedó ninguno.
—Muchas gracias —dijo en ese
momento—. No sé cómo agradecerte esto que has hecho por mí. Bueno… y ni
siquiera sé tu nombre para hacerlo correctamente.
—Mi nombre es Eli —contestó el chico
con una sonrisa.
—Gracias por todo, Eli —Kevin hizo
una reverencia —. ¿Cómo puedo agradecértelo?
—Con un beso —murmuró antes de
salvar la distancia que los separaba para rozar levemente sus labios.
Al principio Kevin no supo cómo
reaccionar, pero cuando comenzó a devolver el beso el otro chico se apartó.
—Feliz Navidad —susurró contra sus
labios antes de esbozar una sonrisa y perderse entre el mar de coches.
Kevin se tambaleó y tuvo que
agarrarse a su vehículo para no acabar en el suelo. Aquel era el primer beso
que le daba un desconocido. Sus mejillas se colorearon de rojo y su corazón
latió con fuerza.
Aquel era un inesperado Día de
Navidad.