Tutor
Mi hermano mayor y mi único hermano
había muerto, dejando a mi cargo a unos sobrinos que no había visto en mi vida.
Yo vivía en Canadá, pero mi hermano jamás había salido de China y, por motivos
de trabajo, llevábamos diecisiete años sin vernos.
Cuando desembarqué en el aeropuerto
de Guangzhou y me dirigí hacia la que había sido la casa de mi hermano, tenía
un nudo en la garganta que no pude bajar durante todo el trayecto y cuando
llegué al lugar, este se quedó atascado allí. Al abrirse la puerta me encontré dos pares de ojos que me miraban con signos de haber estado llorando sin
descanso desde hacía varios días.
Mis sobrinos eran dos gemelos de
diecisiete años recién cumplidos de los que debía cuidar, yo, que ni siquiera
podía cuidar de mí mismo adecuadamente. Además, no podía diferenciarlos, eran
exactamente iguales. DaeRyong y SoRyong se llamaban, pero tras algunos días
todavía no sabía quién era cada uno.
Pero yo era la única persona que les
quedaba, su madre había muerto hacía muchos años y ahora también su padre, por
lo que debía hacer todo lo posible por ellos a mis veinticinco.
Una noche, cuando estaba a punto de
quedarme dormido, escuché la puerta de la que ahora era mi habitación abrirse y
me incorporé. Los gemelos entraban por ella y parecían asustados.
―¿Pasa algo? ―pregunté con voz
calmada.
―No podemos dormir ―contestaron los
dos a la vez. Sonreí y los invité con un movimiento de mi mano a que se
acercaran a la cama. Los dos chicos se subieron a esta y yo los atrapé entre mis
brazos.
―Tranquilos, estoy aquí para
protegeros de todo lo malo ―murmuré, dándoles a cada uno un beso en la frente
antes de dormir.
Poco a poco, aquello se volvió una
costumbre y los tres acabábamos apretujados en aquella cama que, aunque fuera
de matrimonio, se nos quedaba estrecha. Al igual que los besos en la frente
fueron sustituidos por besos en otros lugares, algunos mucho más al sur que
esta y los abrazos cariñosos en algo más posesivos.