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Después de aquel beso en el
aparcamiento la relación de ZiTao y JongIn se hizo un poco complicada. Delante de
los demás compañeros aparentaban que se llevaban bien, no como amigos del alma,
pero como si se soportaran; pero en cuanto estaban solos, una necesidad salvaje
se apoderaba de ellos y no podían mantener sus manos alejadas del cuerpo del
otro.
Por este mismo motivo habían acabado
haciéndolo en los sitios más extraños e incómodos, todo por saciar su sed del
otro.
No eran amigos, pero tampoco novios,
simplemente eran dos tíos que se buscaban para tener sexo, para estar
satisfechos. No había palabras bonitas, ni promesas, ni siquiera despertaban en
la misma cama al día siguiente. Pero por algún motivo, cada vez que JongIn
sacaba el tema de un amigo suyo en cualquier conversación, hablando con un
fervor impresionante, ZiTao tenía ganas de callarle la boca con un beso.
Y así pasaron los meses, hasta que
llegó el día de la cena de Navidad de la comisaría.
Todos los años, llegado el día 20 de
Diciembre, la comisaría realizaba una cena especial, en uno de los restaurantes
más prestigiosos de la ciudad, en la que, basándose en los sucesos ocurridos a
lo largo de todo el año y en las estadísticas de casos cerrados por cada
unidad, daban una serie de galardones.
Generalmente siempre había problemas
durante las cenas, ya que siempre acababan todos borrachos y empezaban a hablar
de todo lo que habían callado durante todo el año, sin que les importara lo que
los demás sintieran. Por este mismo motivo, ZiTao no iba a las cenas, pero ese
año se vio acorralado por el inspector Kim, que le suplicaba una y otra vez que
ese año fuera.
―He dicho que no
voy a ir ―contestó por milésima vez en aquella mañana. La cena era esa noche y
JunMyeon se había puesto especialmente pesado.
―¿Por qué no?
―Porque nunca voy.
―Pero…
―No.
―¿Y por qué no? ―la voz de JongIn
tras suya hizo que un escalofrío recorriera su columna―. Seguro que es
divertido.
―No lo creo ―contestó ZiTao
encarándolo, encontrándose así una sonrisa torcida por parte del otro.
―Oh, venga, solo por verme en traje
merece la pena ir ―dijo el chico en voz baja, solo para que ZiTao lo escuchara―.
Los trajes me quedan de muerte.
―No iré.
―Si vienes te prometo un mes arriba,
sin quejas, sin rotaciones.
Los ojos del agente se abrieron como
platos. No podía creer que JongIn estuviera diciendo aquello. Cuando lo hacían,
la mayoría de las veces ZiTao acababa debajo porque el otro era un quejica y un
terco al que solo le gustaba estar arriba, así que aquello era un buen
incentivo para ir a aquella cena y aguantar a los borrachos diciendo tonterías.
―¿Lo dices en serio?
―Muy en serio.
―¿Lo prometes?
―Palabra de boyscout.
―JongIn…
―Te lo prometo ―confirmó al final,
giñándole un ojo.
―Está bien. Iré ―anunció finalmente
ZiTao y el inspector Kim esbozó una sonrisa triunfante.
―A las ocho os espero allí ―dijo el
hombre antes de marcharse.
Efectivamente a JongIn le quedaba de
muerte el traje. Tenía un cuerpo que la mayoría de los compañeros de oficina
envidiaba y aquella ropa se le pegaba como un guante. Los pantalones negros
algo ajustados le hacían unas piernas y un trasero impresionantes y la camisa
blanca, adornada con una corbata mostraba sus abdominales bien marcados.
A ZiTao le hubiera gustado poder
arrancarle la ropa en el mismo instante en el que lo vio, pero tuvo que
tranquilizarse y pasar una velada no muy agradable, en lo que lo único
interesante que pasó fue que ambos recibieron uno de los galardones que ese año
entregaban. Solo después de la cena, cuando ambos acabaron frente a la puerta
del apartamento de JongIn, sintió que la diversión estaba a punto de comenzar.
Aun no se había cerrado la puerta
del todo cuando JongIn empotró al otro contra la pared y comenzó a besarlo con
urgencia, introduciendo su lengua en la boca ajena, sin permiso alguno. ZiTao
se agarró fuertemente al cuerpo del más bajo y empezó a tocar, metiendo sus
manos bajo la ropa.
Pronto el ambiente se caldeó en la
entrada y se fueron despojando mutuamente de la ropa que les impedía atacar con
gula el cuerpo del otro, a medida que avanzaban por el apartamento, chocando
contra todo objeto que se les pusiera delante, hasta que llegaron a la
habitación del chico y ZiTao fue dejado caer contra el colchón.
―Déjame estar arriba por última vez ―susurró
JongIn mientras mordía el cuello del otro―. Después de esta tendrás tu mes
completo.
―Está bien ―susurró el chico antes
de que todo se volviera un caos de extremidades y ruidos pecaminosos.
El lunes por la mañana, ZiTao aún
sentía adoloridos los músculos de su cuerpo, la noche del virnes había sido la
mejor de toda su vida y la más intensa. Por eso tenía una sonrisa en su rostro
cuando se eoncotró con el inspector Kim, y por eso respondió tranquilamente las
preguntas que el hombre le hacía sobre lo que sucedía entre él y JongIn. Sin embargo,
todo el ambiente risueño se tornó de golpe pesado, cuando, al entrar al
despacho del inspector, se encontraron a JongIn, con el semblante serio,
sentado en una de las sillas que había en el lugar.
―¿Qué haces aquí,
JongIn? ―preguntó el hombre.
―Me he enterado ―respondió―. Todos los años
recibís algo el día 23 de Diciembre.
―Pues sí, desde hace tres años siempre nos
mandan un fax con un número escrito en grande ―contestó el
inspector―.
No es más que una broma.
―Hace tres años un 3, hace dos un 2 y
hace uno, un 1. No hay ninguna duda. Es la cuenta atrás de una bomba. Seguro
que actúa hoy ―aseguró.
―¿Qué dices pirado? ―ZiTao
no podía creer lo que había escuchado.
―Inspector. Nos lo han vuelto a mandar ―
JongDae entró al despacho del inspector agitando un folio en la mano. su rostro
estaba más pálido de lo normal.
―¿Otra vez el fax de los números? ¿Y qué
número es esta vez? ―preguntó cansado el inspector Kim.
―No es ningún número, señor ―contestó
JongDae―.
“Soy el caballero de la mesa redonda y me dirijo a vosotros, estúpidos y
tramposos policías. Hoy, a medio día y a las 2, lanzaré unos fuegos
artificiales en honor de mi difunto compañero de armas. Si queréis detenerme,
venid a mí. El asiento nº 72 está reservado para vosotros. Os espero allí”.
―¿Qué significa eso? ―murmuró
el hombre.
―No lo sé ―dijo JongDae.
―Espera, ¿Dónde vas? ―preguntó
ZiTao al ver cómo JongIn se levantaba de la silla en la que hasta el momento había
estado sentado.
―¿No te lo imaginas? ―el
chico le dedicó una sonrisa torcida―. El caballero de la mesa redonda nos ha
reservado el asiento 72. Está claro que habla de algo circular con 72 asientos.
―En el centro comercial hay una noria,
¿verdad? ―dijo JongDae.
―Exacto.
―Tenemos que ir inmediatamente ―ordenó
el inspector.
Rápidamente los cuatro salieron del
despacho y dieron el aviso, movilizando a varios agentes antes de ponerse ellos
también en marcha. Se subieron al coche del inspector y este condujo a través
del tráfico de la ciudad, llegando en apenas uno minutos al lugar.
Sin embargo, no hicieron más que
aparcar cuando oyeron la explosión.
―Mierda. Hemos llegado tarde ―maldijo
JongDae bajándose del coche.
―Pero si falta media hora para mediodía ―comentó
el inspector Kim.
Los cuatro agentes corrieron hacia
el lugar en el que se situaba la noria, encontrándose al que debía ser el dueño
de la atracción con un extintor en la mano, intentando apagar el fuego que
había en la caja de mandos.
―Policía ―ZiTao enseñó su
placa―.
¿Qué ha pasado?
―Han explotado todos los controles y es
imposible detener la noria― dijo el hombre―. Estoy haciendo
bajar a los pasajeros.
―¿Dónde queda la cabina 72? ―preguntó
JongIn.
―Precisamente esta ahí mismo ―el
señor le señaló la cabina que en esos momentos estaba a punto de llegar al
suelo.
―Perfecto.
El chico se dirigió a ella y abrió la
puerta, encontrándose una escena que no esperaba para nada, dada la situación.
Dos chicos; uno muy alto, moreno y otro mucho más bajito y castaño, se besaban
apasionadamente ajenos a todo lo que los rodeaba.
―Ejem ―carraspeó
para que los chicos notaran su presencia y estos se separaron inmediatamente,
mirando asustados a JongIn―. Policía ―anunció―. Deben salir de la
noria.
―Sí, sí. Ahora mismo ―el
más alto ayudó a su compañero a bajar y luego ambos salieron corriendo.
En ese momento, JongIn entró y se
agachó para mirar bajo los asientos, encontrando así lo que sospechaba.
―El caballero de la mesa redonda nos ha dejado
un curioso regalo ―gritó hacia fuera.
―¿Una bomba? ―preguntó el
inspector Kim.
―Espera, JongIn ―ZiTao salió
corriendo hacia él, pero cuando estaba a punto de subirse a la cabina, el otro
le cerró la puerta.
―Tranquilo. Soy un profesional, déjamelo a mí ―JongIn
le dedicó una sonrisa.
―¿Un profesional?
―Hasta el año pasado trabajaba en el cuerpo de
seguridad… en la brigada de artificieros ―el inspector Kim
había llegado hasta él para contarle aquello.
―Entonces… ese amigo del que siempre
habla…
―Sería Oh SeHun, un compañero de esa misma
brigada que murió en acto de servicio hace tres años, el 23 de Diciembre ―contó
el inspector―.
Había dos explosivos colocados en diferentes lugares. JongIn desactivó uno,
pero SeHun no llegó a tiempo ―el hombre suspiró―. No pudieron
encontrar al culpable y JongIn solicitó su traslado en repetidas ocasiones a
las fuerzas especiales que llevaban el caso. Imagino que quería vengar a su
amigo… ―su rostro se tornó sombrío―, pero el caso es que
prefirieron trasladarlo a una de las divisiones de a pie hasta que se le refrescaran
las ideas… lo mejor será sacarle por la fuerza cuando la noria vuelva a bajar.
De repente, sobre el griterío de la
gente que se alejaba del lugar, se oyó otra explosión.
―¿Se ha quedado parada? ―oyó
preguntar a JongDae y el agente miró hacia la noria notando efectivamente que
se había detenido completamente, dejando la cabina en la que estaba JongIn en
el punto más alto.
―¡Un extintor! ¡Deprisa! ―pidió
el inspector Kim.
―Voy ―el dueño de la
atracción corrió hacia el extintor con el que antes había estado apagando el
fuego―.
Qué raro ―murmuró―. Había apagado casi todo el fuego.
ZiTao buscó su teléfono móvil en los
bolsillos de su chaqueta y tras encontrarlo lo desbloqueó y pulsó la
re-llamada.
―JongIn, ¿me oyes? ¿JongIn? ¿Estás bien?
―Sí ―contestó
finalmente―,
pero el movimiento ha puesto en marcha algún tipo de mecanismo. Un nivel de
mercurio. El menor movimiento puede mover la bola. Si toca el cable… se acabó.
Si no quieres verme reducido a cachitos que no vuelvan a mover la noria.
―Pero solo faltan cinco minutos para la
explosión.
―Bah, solo necesito tres para desconectar un
aparato como este, estaré bien… “Valiente policía. Como premio a tu bravura.
Voy a entregarte esto”…
―De… ¿de qué estás hablando?
―“Una pista para encontrar mis otros
fuegos artificiales, mucho más grandes que estos y aparecerá tres segundos
antes de la explosión. Te deseo la mejor
suerte” ―hizo una pausa y el corazón de ZiTao dejó de
latir por unos momentos―.
Eso estaba apareciendo en la pantalla de cristal líquido ―aclaró―. Si desactivo la
bomba, la pantalla se apagará y no podré ver la pista. Vamos, que desde el
principio tenía la intención de encerrar a un policía en la noria para
enseñárselo.
―Entonces, la explosión de hace un momento… ―murmuró―,
eso significa
que el terrorista está cerca.
―Será muy difícil encontrarle entre tanta
gente, aunque creo que sé dónde está la otra bomba.
―¿Cómo puedes…?
―En el fax ponía: en honor a mi difunto
compañero de armas ―recitó―. Los caballeros de la mesa redonda
son una leyenda de la Europa medieval. La gran mayoría de los guerreros de la
época llevaban el símbolo de la cruz en sus armaduras y marcaban sus tumbas con
cruces.
―La cruz… ¿la marca de los hospitales en los
mapas?
―Exacto. Cuando vea la pista y sepa el
hospital que es, te lo diré.
―¿Cómo? Si la pista aparecerá tres segundos
antes de la explosión.
―Perdona, pero no podré mantener mi promesa ―murmuró
y ZiTao sintió todo el peso de la verdad en su corazón.
―JongIn…
―Lo siento… sé que este no es el
momento para decir esto… que era algo que tenía que haberte dicho hace mucho
tiempo…
―JongIn…
―Te quiero…
―JongIn…
―La otra bomba está en el Hospital
Universitario de Seúl.
―JongIn…
Boom.
ZiTao pudo escuchar la explosión por
duplicado, una vez en el momento en el que lo hizo, y la siguiente a través de
su teléfono, que cayó al suelo ya que sus manos habían comenzado a temblar, al
igual que su cuerpo. Sus oídos comenzaron a pitar y dejó de escuchar lo que
ocurría a su alrededor. Sentía su cuerpo pesado, sus ojos escocían y su mente
estaba en blanco.
En un momento dado, pudo ver cómo el
inspector Kim llegaba junto a él y lo zarandeaba, moviendo los labios,
pidiéndole algo. Con un último esfuerzo
comprendió que era la única persona que sabía dónde estaba la otra bomba y tras
varios intentos, dijo el nombre del hospital, justo antes de caer en la
oscuridad.
JongIn
había muerto. Ya no le quedaba nada.