Chapter
IV: new days
—¡Abuela! —dijo JaHan, moviendo su mano, llamando la
atención de alguien en la lejanía—. Mi señor Arthur —se volvió hacia él—. Mi
abuela parece que ha salido a recibirnos, vamos a verla.
Arthur miró en la dirección en la que había visto a JaHan
saludar con su mano y se dio cuenta que, en una de las puertas, se encontraba
la vieja Jill. Hacía años que no la veía, muchos años, pero la mujer que lo
había criado junto a su madre y que había cuidado de él cuando ésta murió apenas
había cambiado desde la última vez que la había visto. El pelo se le había
vuelto aún más plateado de lo que ya lo tenía y las arrugas se habían hecho un
poco más profundas, pero parecía como si se hubiera encontrado con la mujer de
sus recuerdos en su niñez y pre adolescencia. Arthur caminó detrás de JaHan,
sin poder esconder la felicidad que sentía ni la ilusión que le hacía volver a
verla, con una sonrisa enorme en su rostro y, cuando llegaron hasta ella, lo
único que pudo hacer cuando la vieja Jill le abrió los brazos, fue lanzarse a
abrazarla, estrechándola con fuerza entre sus brazos. La mujer también lo
abrazó con fuerza y se quedaron de esa forma un buen rato.
—Abuela, no llores —murmuró JaHan y eso fue lo que hizo
que la vieja Jill se separara de Arthur para contestarle a su nieto.
—¿Y qué quieres qué haga? ¿Saltar de alegría? ¿Con esta
pierna? —le señaló con su bastón su pierna mala, JaHan simplemente se encogió
de hombros y la mujer tomó a Arthur del rosto y lo acercó a ella para mirarlo
bien—. Has crecido mucho, mi niño —murmuró—. Todavía puedo ver un poco del niño
que crie en ti… pero estás mucho más alto, mucho más guapo y ahora eres todo un
hombre. Has soportado mucho estos años, ojalá hubiera podido seguir subiendo a
la torre para poder verte crecer y ayudarte.
—JaHan ha cuidado bien de mí, no se preocupe —murmuró
Arthur—. ¿Cómo se encuentra?
—Vieja y chocha —replicó ella—. Pero estoy encantada con
el nuevo señor de este castillo, he hablado antes con él y es un joven
encantador y guapísimo que sabe lo que debe y lo que no debe hacer.
Arthur no pudo evitar sonreír porque la mujer siempre
había despotricado del rey cuando se encontraba con él en la torre, ya fuera
junto a su madre o contándole a él lo que éste hacía en el castillo. Nunca le
había caído bien y Arthur lo podía entender a la perfección porque no había
sido bueno con nadie, ni con sus súbditos ni con aquellos que trabajaban en el
castillo, solo con algunos de los nobles y lores de los que se podía
beneficiar. Le alegraba que Dann le hubiera caído bien, porque eso significaba
que el otro era alguien en quien quizás podía confiar un poco, porque la vieja
Jill siempre sabía cómo eran las personas. Cuando le hablaba del mundo
exterior, de aquellos que vivían en el castillo, siempre acertaba en cómo éstos
se comportaban y comportarían en el futuro y a Arthur siempre le había
impresionado aquella capacidad y muchas veces le había dicho a la mujer que
parecía adivina, pero ella siempre le contestaba que solo era vieja, había
vivido demasiado y sabía cómo eran las personas.
—Pero vamos adentro —le dijo, sacándolo de sus
pensamientos—. Va a empezar a llover en breve y hace frío aquí fuera, en la
cocina junto a los fogones siempre se está muy bien.
Arthur asintió y la mujer comenzó a andar, apoyándose en
su bastón y entrando al castillo. JaHan y él la siguieron inmediatamente y, a
paso lento, caminaron hacia las cocinas. Arthur nunca había estado en el
castillo. Nunca antes del día anterior había puesto un pie fuera de la torre,
así que, a pesar de llevar viviendo en ese lugar toda su vida, todo era nuevo
para él. Las paredes de piedra y suelos de piedra, los tapices y alfombras que
los cubrían, las antorchas encendidas, los pasillos amplios y las mil y una
puertas cerradas en las que habría mil y una habitaciones dedicadas a
diferentes menesteres. Los pasillos comenzaron a volverse angostos cuando
bajaron unas cuantas escaleras y se adentraron en la zona destinada a los
sirvientes y las cocinas, techos bajos, la piedra desnuda, frío y mala
iluminación. Arthur no pudo evitar tiritar un poco ante el cambio de
temperatura, pero el frío se le pasó en el momento en el que llegaron a las
cocinas, donde había varios fuegos encendidos y algunos sirvientes preparando
la cena. La vieja Jill se sentó en la enorme mesa de madera en la que debían de
comer los sirvientes y los invitó a sentarse allí con ella. Ambos lo hicieron,
cada uno a un lado de la mujer.
—Cuéntame cómo han sido estos años en la torre —le pidió,
hablando bajito—. Mi nieto nunca ha sido muy hablador y sé que seguro que no me
ha contado ni la mitad.
Arthur sonrió y comenzó a hablar, prácticamente en susurros,
contándole cómo había sido su vida durante los últimos años. Cómo su colección
de libros había crecido un poco porque le había rogado al rey que le comprara
algunos nuevos para poder entender mucho mejor sus sueños, cómo JaHan le
llevaba dibujos del exterior, cómo había aprendido a sobrellevar la soledad y
las infinitas ganas que siempre había tenido de cruzar la puerta de madera y
hierro que siempre lo había retenido en el lugar. Le habló también de lo
extraño que era para él estar fuera de la torre, que echaría de menos las pocas
posesiones que tenía, sobre todo los libros que, seguro que se habían quemado
en la torre hasta no quedar más que cenizas y también le habló de Dann, de cómo
lo había rescatado y de cómo se había comportado con él la noche anterior.
Hablaron bajito durante toda la tarde, el resto de sirvientes pululando a su
alrededor para tratar de escuchar su conversación, pero probablemente sin
entenderla del todo, con el ruido de la lluvia cayendo fuertemente en el
exterior y el calor de los fuegos calentándolos. Arthur habló y habló y la
vieja Jill y JaHan escucharon todo, pero el chico se guardó mencionar muchas
cosas en referencia a sus visiones y sueños, solo mencionando aquello en voz
aún más baja, prácticamente al oído de la mujer, para que nadie más pudiera
escucharlo. JaHan no sabía lo de sus visiones y los demás sirvientes no podían
enterarse tampoco, aquel no era un lugar del todo seguro para poder hablar de
todo ello, pero el chico se alegró de poder estar allí y de poder contarle a la
vieja Jill lo que podía decir sin poner a ninguno de los tres en peligro,
porque su don como profeta era importante y mucha gente le haría daño para
obtenerlo, a él y a aquellos que eran importantes para él.
Cenaron en las cocinas también, junto con el resto de
sirvientes, que no dejaron de preguntarle quién era hasta que la vieja Jill se
enfadó y dejaron de hacerlo, pero eso no evitó los cuchicheos, que continuaron
durante toda la cena y mientras los platos de la cena de los señores arriba y
de los sirvientes se lavaban, hasta que uno de los hombres de Dann, aquel que
lo había vigilado el día anterior, llegó buscándolo.
—Mi señor ha pedido que se reúna con él arriba —le dijo—.
Lo guiaré hasta el lugar.
Arthur tuvo que despedirse de la vieja Jill en ese
momento y de JaHan también, porque el otro insistió en que solo había requerido
su presencia. Por ese motivo, salió solo de las cocinas, siguiendo a aquel
hombre por los angostos pasillos, recorriendo el mismo camino que había
recorrido para bajar a las cocinas, saliendo a la planta principal del castillo
y después subiendo hasta la tercera planta. Las escaleras de aquel lugar no
eran tan empinadas como lo habían sido las de la torre en la que se encontraba
la habitación en la que había vivido siempre. Recorrieron pasillos ricamente
decorados, sus pasos resonando en el silencio de la noche que ya había caído,
mezclándose con el eco de la lluvia al otro lado de los muros, y solo se
detuvieron ante una enorme puerta de madera de dos hojas. Aquel que lo había
guiado llamó con sus nudillos a ésta y la voz de Dann surgió del interior,
indicando que podía pasar. El otro se retiró de su lado entonces y recorrió el
camino inverso por el pasillo, dejándolo allí, solo, ante la puerta que lo
separaba de aquel que le había salvado la vida el día anterior. Arthur suspiró
profundamente, tratando de calmar unos nervios que no sabía siquiera por qué
los tenía, antes de tirar de la argolla de bronce que abría la puerta hacia el
exterior, entrando al lugar y cerrando la puerta a sus espaldas.
Al entrar descubrió que se encontraba en los que debían
ser los aposentos que Dann había elegido para pasar su estancia allí. Era una
habitación grande, con una chimenea que hacía que el lugar estuviera caliente y
seco, contrastando con el frío y la humedad que había abajo, en donde se
encontraban los sirvientes, había una cama enorme con dosel y unos cuantos
muebles más, un baúl, una mesa, algunas sillas y el suelo estaba plagado de
alfombras para mantenerlo caliente. Arthur no pudo evitar mirar a su alrededor
con asombro antes de fijar su mirada en Dann, que estaba sentado en una de las
sillas junto al fuego, calentándose las manos, a sus pies había una pila de
libros que parecía haber estado leyendo, o al menos, ojeando. Sus ojos se
encontraron y Dann le indicó que podía acercarse hasta donde estaba él, así
que, Arthur lo hizo, caminando lentamente hacia él, percatándose al acercarse
de que la pila de libros que se encontraban junto a la chimenea eran los libros
que había dejado en la torre, los libros que había creído perdidos para siempre
en el fuego, hechos cenizas. Sin poder evitarlo, una sonrisa enorme se instaló
en su rostro y acabó casi tirándose de rodillas al suelo para coger el primer
libro que estaba encima de la pila, aquel sobre la historia del Reino de la
Lluvia que Arthur había releído una y otra vez y cuando lo tuvo entre sus manos
lo llevó hasta su pecho de forma protectora, sintiendo una inmensa felicidad
por no haber perdido algunas de sus pocas posesiones y, sobre todo, aquel libro
que lo había acompañado durante tantísimos años.
—Imaginaba que querrías tener las cosas que se salvaron
del incendio —comentó Dann, devolviéndolo a la realidad, haciendo que alzara la
cabeza y lo mirara—. No es mucho, pero al menos no se ha perdido todo.
Arthur no supo que decir en ese momento, las palabras no
le salían, así que, simplemente asintió. Sentía gratitud hacia él, porque sabía
que lo que había hecho no era algo que estuviera obligado a hacer, sino que
debía de haberlo hecho para que él se sintiera mejor, para que tuviera consigo
un poco de todo lo que había dejado atrás porque ante él lo que se encontraba
era un mundo extraño, un mundo que solo había visto desde lejos y en el que no
sabía cómo iba a moverse o a encajar. Teniendo sus libros con él, al menos
tenía un lugar al que volver, un lugar en el que poder sentirse a gusto, donde
podía respirar, algo conocido, algo que adoraba, algo que había hecho que la
habitación en lo alto de la torre pareciera menos una prisión y más un hogar.
—Gracias… —consiguió decir al final, aunque no pudo decir
nada más.
Arthur sintió que, si decía algo más, el nudo que se
acababa de instalar en su garganta probablemente provocaría que comenzara a
llorar y no quería llorar, no en esos momentos, aunque fuera de agradecimiento
o porque sus sentimientos se estaban desbordando por todas partes como un recipiente
demasiado lleno en el que cualquier gota provocaría que todo el líquido se
derramase. La expresión en el rostro de Dann era amable, pero seria. Había
esbozado una pequeña sonrisa al escuchar su agradecimiento que no le llegó del
todo a los ojos y Arthur se extrañó por aquello, pero no supo si era correcto o
no entrometerse y preguntarle si había sucedido algo. No eran amigos, no creía
que lo fueran a ser nunca, de todas formas, él seguía siendo un prisionero en
ese lugar hasta que averiguasen quién era y Arthur no creía que fuera correcto
tampoco compartir la poca información sobre él mismo que todavía no le había
contado, poca, pero la más importante en realidad. La vieja Jill le había dicho
esa tarde que había hablado con Dann y que le había parecido una buena persona,
mucho mejor que el rey, pero eso no quería decir tampoco que fuera alguien a
quien le pudiera confiar el secreto sobre sus sueños y lo que éstos
significaban.
Arthur salió de sus pensamientos de nuevo cuando se dio
cuenta de que Dann no había dejado de observarlo en todo aquel tiempo, con una
expresión inescrutable en su rostro, como si estuviera tratando de ver algo a
través de él, algo que ni siquiera Arthur sabía lo que era.
—¿Ha sucedido algo? —acabó preguntándole sin poder contenerse.
Dann negó con su cabeza en un primer momento, pero Arthur no apartó la mirada
de la suya, tratando de hacerle saber que le iba a seguir preguntando hasta que
se lo contara y, al final, el otro asintió lentamente—. ¿Es algo grave? —no pudo
evitar sentirse preocupado, aunque no fuera exactamente por Dann, sino porque
las decisiones que éste tomara o la forma en la que se comportara influían
directamente al Reino de la Lluvia y que el reino estuviera en paz y fuera
próspero era su cometido. Si algo había pasado que lo tuviera preocupado,
tendría que saberlo para poder adelantarse a los acontecimientos y para que, si
tenía algún sueño crítico como el que había tenido esa noche, poder descifrarlo.
—No es grave —respondió Dann—. Ha sido un día bastante
intenso y estoy seguro que los siguientes también lo serán porque hay que
organizar demasiadas cosas y tomar demasiadas decisiones —suspiró profundamente
y Arthur pudo ver una sombra de cansancio en su rostro—. Conquistar este reino
no ha sido difícil, pero gobernarlo es otra cosa —le dedicó una sonrisa
pequeña—. He estado preguntando sobre la familia real del Reino de la Lluvia,
quizás encontrar a alguien emparentado con ella sea más fácil que gobernar el
reino, no sé si tengo madera para poder encargarme de todo esto o me viene
demasiado grande —comentó—. Probablemente apoyar a un miembro de la familia
real en su ascenso al trono sea mucho mejor para este reino.
Arthur no supo que decir porque no se había imaginado que
el otro pensara de aquella forma. Realmente no lo conocía, no sabía nada de él,
solo sabía lo que había visto, la forma en la que lo había tratado a él la
noche anterior, la forma en la que debía de haberlo metido bajo sus mantas
cuando había dejado la tienda y la forma en la que había llevado hasta él las
pocas posesiones que se habían salvado del fuego. JaHan le había contado lo que
había escuchado en el campamento sobre él también, pero no era mucho, no era lo
suficiente par hacer un juicio sobre él. Arthur tampoco sabía cómo él, que apenas
había tratado con unas pocas personas a lo largo de su vida, podía hacer un
juicio sobre Dann o sobre lo que éste sería capaz de hacer o no. Sabía
interpretar las expresiones, sabía que estaba preocupado por aquello que le
había comentado, quizás fuera difícil para él y pensara que le viniera grande,
pero en sus palabras había algo más, como una especie de prueba que le estaba
haciendo, como si esperaba que aquello provocara en él algo. Arthur podía ver
perfectamente que quería algo de él, no sabía el qué, pero a pesar de que la
preocupación real estaba ahí, el deseo de provocar una reacción en él. Arthur
simplemente asintió, no queriendo decir nada para no darle a Dann nada de lo
que éste buscara en él. Quizás la llegada del joven de pelo blanco tenía algo
que ver con lo que Dann le había comentado, quizás éste era el heredero al
trono o quizás alguien que supiera dónde se encontraba el heredero, por eso
Arthur había tenido un sueño sobre su llegada, pero decidió no decirle nada a
Dann.
—Es tarde —acabó diciendo Dann al final, probablemente
porque no había conseguido la reacción que esperaba de él—. Es mejor que nos
vayamos a dormir —se levantó de la silla en la que había estado sentado y
caminó por la habitación, poco a poco desprendiéndose de su ropa, dejándola
sobre el baúl a los pies de la cama. Arthur no pudo dejar de mirar su espalda
musculosa como si hubiera algo que hubiera atrapado sus ojos en su cuerpo—.
Puedes usar el otro lado de la cama —le dijo, girándose hacia él, haciendo que
Arthur tragara saliva al ver su torso desnudo—, es más seguro para ambos que te
quedes a dormir conmigo, así puedo vigilarte mientras trato de saber algo más
sobre ti y por qué estabas encerrado en la torre.
Dann se metió en la cama y Arthur, aunque tardó unos
momentos en volver a respirar correctamente, acabó haciendo lo que éste le
había dicho, echándose en el otro lado de la cama porque estar en la misma
habitación era lo más seguro para ambos y lo más sensato también.
🗡️ 👑
Dann se despertó sintiendo un cuerpo pegado a su espalda.
No era la primera vez que ocurría y estaba casi seguro de que no sería la
última. No hacía siquiera una semana desde que había conquistado aquel castillo
y había matado al rey que había tratado de forzar al chico que se encontraba en
la cama con él, con su cuerpo pegado a su espalda, su nariz rozando su nuca,
sus manos rozando levemente la zona baja de su espalda, como si quisiera
abrazarlo, aferrarse a él, pero ni aun en sueños lo pudiera hacer. Dann estaba
completamente seguro de que Arthur había pasado por un infierno estando
encerrado en la torre, que todo lo que estaba viviendo aquellos días era nuevo
y quizás aterrador y que la última experiencia que había tenido antes de salir
de la torre había sido traumática, por lo que entendía perfectamente que se
pegara a su cuerpo por la noche, buscando calor, buscando seguridad, buscando
algo a lo que aferrarse. Lo había estado observando todos esos días, desde la
lejanía, cómo iba conociendo el mundo poco a poco de la mano de su sirviente,
cómo éste le mostraba cosas y cómo Arthur se ilusionaba como un niño. Quizás
porque realmente era un niño en muchos aspectos todavía, un niño que no sabía
quién era en realidad y que se sentía perdido en el nuevo mundo que lo rodeaba.
Dann no podía dejar de pensar en lo que la vieja sirvienta le había contado y,
de alguna forma le encontraba sentido a aquello, aunque no supiera si pudiera
confiar del todo en ella.
Había leído aquel libro sobre la historia del Reino de la
Lluvia que se había salvado del incendio y que estaba entre las posesiones de
Arthur tal y como le había dicho la mujer que hiciera y había buscado también
en la pequeña biblioteca de aquel castillo más libros que hicieran referencia a
la historia del reino. Dann se había pasado los últimos días leyendo en sus
ratos libres cómo el Reino del Agua se había configurado, cómo eran los reinos
vecinos y cómo el poder de éste residía en una realeza que descendía
directamente de un linaje de gentes mágicas y cuando el reino se encontraba en
peligro, alguien nacía en la familia con poderes para enfrentar al futuro. La
sirvienta le había hablado de las visiones, de los sueños que Arthur tenía, que
éstos habían sido el motivo por el cual el chico había sido encerrado en la
torre desde antes incluso de su nacimiento y Dann podía entender perfectamente
que era porque el rey no había querido que nadie supiera de su existencia
porque, de hacerlo, todos habrían sabido que quien era el heredero legítimo, se
encontraba retenido contra su voluntad. Sabiendo aquello, también podía
entender cómo un reino con tan precaria fuerza de ataque y defensa había
resistido el envite de los reinos de su entorno, las guerras y los intentos de
anexión. Si Arthur había estado teniendo sueños sobre toda amenaza sobre el
reino habría evitado cualquiera de esas amenazas. Lo que no acababa de
entender, no obstante, era por qué a él lo había dejado entrar hasta el
mismísimo corazón del reino sin avisar al rey, como si hubiera confiado que dejarlo
entrar e invadir el castillo era mejor que luchar contra la amenaza que suponía
porque debía de haber respetado los intereses del monarca y no los suyos, ya
que ni siquiera lo conocía. Y no solo era eso lo que no entendía. Porque por el
estado en el que se encontraba el libro sobre la historia del Reino de la
Lluvia, con las cubiertas de cuero negras desgastadas del uso, las páginas
amarillentas y la tinta perdiendo su fuerza, el libro había sido leído
muchísimas veces. Si Arthur había leído aquel libro tanto, cómo no había podido
pensar en que él se trataba de alguien con el mismo don que los miembros de la
familia real.
Arthur no era tonto. Era bastante listo, de hecho. No le
había contado lo de sus sueños porque no sabía si podía fiarse del todo de él o
no y no sabía qué más no le podía estar contando, aunque podía dar por hecho
que no sabía nada sobre su condición como heredero al trono porque cuando había
hablado con él sobre el tema de buscar a un miembro de la familia real, éste no
había reaccionado. Sin embargo, Dann seguía teniendo demasiadas preguntas a las
que debía de encontrarle una respuesta y no podía perder el tiempo.
Se levantó de la cama con cuidado para no despertar a
Arthur con el movimiento y lo arropó lo mejor que pudo antes de vestirse y
salir para comenzar su día. El castillo no se gobernaba solo, lo mismo que el
reino que acababa de conseguir, por lo que Dann tenía que estar en todas partes
a la vez, encargándose de un millón de cosas y además supervisarlas para que
todo estuviera correctamente hecho porque no podía dejar nada al azar. No
obstante, aunque quizás tenía muchas cosas a las que prestar atención y
demasiado importantes, Dann no podía dejar de pensar en el chico al que dejaba
durmiendo todas las mañanas en su cama, porque quería comprobar si era de
verdad el heredero o si aquella sirvienta lo había engañado. Su mente no dejaba
de llevarlo a aquel punto y al final no podía concentrarse en el resto de las
cosas que debía de hacer, perdiéndose demasiado en sus pensamientos. Dann
intentaba que no le sucediera, pero había ocasiones en las que era casi
inevitable.
En aquellos momentos estaba recibiendo con gratitud a
algunos campesinos de las aldeas cercanas que ya sabían la noticia de su
llegada al reino y lo que había pasado allí. Todo el mundo parecía
completamente encantado, desde aquellos que se habían unido a su campaña en
lugar de dar la voz de alarma, hasta aquellos que llegaban con sus familias hasta
el castillo con comida, las verduras de temporada, productos lácteos, pan, vino
y cerveza que iban llenando poco a poco las despensas del castillo. Dann estaba
agradecido por aquello y la primera decisión que había tomado para beneficiar a
aquellas buenas gentes que estaban llevando parte de su sustento hasta él, fue
declarar que los privilegios de la caza en el Reino de la Lluvia habían sido
abolidos del todo y que, en cada aldea, se pudiera cazar para la comunidad. Durante
los anteriores días le habían estado explicando cómo había estado funcionando
el reino y la forma en la que el rey se había reservado para él y la nobleza prácticamente
todos los lugares de caza, haciéndolo casi por deporte o para dar banquetes, no
dejando que sus súbditos pudieran disfrutar de comer carne en algunos momentos
también, cuando fuera época de caza y hubiera presas abundantes para todo el
mundo. Las gentes del reino eran agradecidas con él y con su gesto y Dann había
mandado ya mensajeros a todas las pequeñas ciudades y aldeas para anunciar la
noticia —además de para anunciar el cambio en el
gobierno del reino—,
lo que había provocado que gentes de lugares algo más lejanos se hubieran
embarcado en un viaje de varios días para agradecer aquel gesto con comida.
—Gracias —le dijo Dann a una chica joven que
había llegado hasta él, junto con una mujer bastante más mayor, guiándola,
provocando que la chica se sonrojase—. Estamos de verdad muy agradecidos por el
gesto que han tenido con nosotros.
Realmente, Dann no debería estar haciendo aquel trabajo
tan mundano, pero le gustaba agradecer a las personas que llegaban y, además,
así podía hacer sus propias investigaciones y averiguaciones sobre la familia
real. Quienes más podían saber del tema sería la nobleza, pero encerrados en
los calabozos del castillo, no estaban demasiado dispuestos a hablar y, bueno,
tampoco los podía soltar porque su pequeño ejército no estaba realmente
organizado para hacer frente a la amenaza de aquellos nobles si éstos salían de
allí y decidían unirse para atacar el castillo. Habían tenido un golpe de
suerte cuando habían luchado contra ellos, llegando en el momento en el que
menos lo esperaban, teniendo el factor sorpresa a su favor, pero no sería lo
mismo en una batalla en campo abierto y Dann no quería lidiar con aquello hasta
que no estuvieran bien preparados para poder hacerles frente. Por eso, buscaba
respuestas en las gentes del Reino de la Lluvia. No sabían mucho, no eran de
especial ayuda, pero algunas con algunas cosas lo habían guiado bastante bien.
Parecía que todo el mundo en aquel lugar sabía que había
alguien encerrado en el catillo, alguien importante, a pesar de que nadie sabía
de quien se trataba exactamente y habían corrido muchos rumores sobre quién era
esa personalidad tan importante. Desde alguien que había agraviado de una forma
inimaginable al rey, hasta un mago. Preguntando por ahí, por las gentes que
llegaban al castillo y por las gentes que trabajaban en el lugar, Dann había
averiguado que las noticias habían viajado incluso al Reino de la Nieve y que
uno de los últimos conflictos que habían tenido los dos reinos había sido
porque sus vecinos habían querido secuestrar a aquel que se encontraba en la
torre para obtener el control del Reino de la Lluvia. Su plan había sido frustrado
y probablemente había sido porque Arthur lo habría visto en sus visiones y
habría avisado para que todo el mundo estuviera preparado.
—Dann, mi señor —lo llamó Jack, llegando hasta
él—. Ha llegado alguien al castillo que dice ser uno de los hijos de uno de los
nobles encerrados en el calabozo.
Inmediatamente Dann
dejó la cesta con comida que había recibido momentos antes en el carro en el
que se estaban depositando todos los víveres que se les dejaban antes de
llevarlos hasta las despensas del castillo, su cuerpo tensándose ante la
mención del hijo de un noble en el castillo. No era un buen presagio. Si el
chico había llegado hasta allí buscando pelea no podía ser bueno.
—Llévame hasta él —le
pidió.
Jack asintió y no tardó
en echar a andar, guiándolo hasta el lugar en el que se encontraba el joven que
acababa de llegar al castillo. No habían dejado siquiera que entrara por las
puertas de las murallas, siendo retenido en la mismísima puerta principal. Era un
chico joven, probablemente tendría una edad similar a la de Arthur y de su
cinto colgaba una espada con una empuñadura y una funda de cuero grabadas de
una forma completamente exquisita. Estaba claro que era parte de la nobleza y,
además, lo era de la nobleza acaudalada, pero tenía un porte de guerrero, no de
noble, sus facciones eran bellas, pero de una forma salvaje. Ese chico bien
podía ser un valioso aliado o un enemigo muy peligroso, no había un término
medio.
—Soy el nuevo señor de
este castillo —le dijo, al llegar hasta él, su mano en la empuñadura de su
espada, receloso—. ¿Qué se te ofrece?
—Oh, ¿así que eres tú
el que ha quitado de en medio al asqueroso rey que había en el trono? —le
preguntó el chico, dejándolo un poco estupefacto, porque no esperaba aquello—. En
el pueblo estaba todo el mundo encantado porque por fin nos habíamos librado
del rey, en cuanto llegó el mensajero la gente organizó una fiesta —Dann
parpadeó, bastante confuso—. También están encerrados los nobles en las mazmorras,
¿verdad? Es la mejor decisión que se podía tomar, esa gente son simplemente una
lacra que solo se dedica a vaguear y a emborracharse, pero cuando sus intereses
y sus ansias de poder están en juego, se organizan de una forma increíble, no
me extrañaría que estuvieran ploteando un intento de golpe para tener ellos el
poder en el momento en el que salgan de ahí —el chico frunció sus labios,
provocando que éstos parecieran incluso más gruesos de lo que ya eran—. Por mí
se podrían pudrir allí dentro, de hecho, venía a comprobar si el borracho de mi
padre ha muerto o no, para ver si podemos comenzar con el reparto de la
herencia.
Dann no pudo evitar
quedarse completamente confuso ante toda la perorata que el otro había soltado
porque no se la esperaba para nada y no sabía ni cómo reaccionar a ella. No había
pensado ni en sus teorías más locas de camino al encuentro de aquel joven noble
que lo que hubiera venido a hacer al castillo fuera querer comprobar la muerte
de su padre en lugar de esperar sacarlo de allí. Tardó unos momentos en volver en
sí tras procesar aquello y, cuando lo hizo, le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
Para comprobar el estado de tu padre.
—MuJin —le dijo el
chico—. Ko MuJin.
Dann asintió y se giró
hacia Jack. No tuvo que decirle absolutamente nada porque su hombre ya sabía
qué era lo que quería de él y, con una leve reverencia, se alejó de ellos. Dann
no pudo evitar fijarse en MuJin de nuevo, tratando de evaluar si era una
amenaza o no, pero éste parecía haber sido completamente sincero cuando le
había contado aquello… aun así, decidió tratar de cerciorarse haciéndole
algunas preguntas.
—¿Qué harías si tu
padre hubiera muerto en el asedio? —le preguntó.
—¿Reír? —contestó el
chico—. Mi padre no es el ser mas agradable de este mundo y mi madre y mis
hermanas han sufrido mucho por su culpa, así que me alegraría bastante saber
que ya no está en el mundo de los vivos —le dedicó una sonrisa para acompañar
aquel discurso y después añadió—. Si ha muerto habrá que hacer un poco de
papeleo para nuestros derechos como parte de la nobleza, me tocaría encargarme
de nuestro condado y buscar una forma de ingresos para mi familia porque sería
yo ahora el cabeza de familia hasta que mis hermanas se puedan casar, habría
que prepararles una buena dote también, en la casa no queda mucho porque mi
padre es un borracho despilfarrador del poco oro que tenemos.
—¿Y qué harías si
estuviera vivo? —preguntó.
—Supongo que esperar a
que se muriera en los calabozos y buscar también una forma de sustentar a mi
familia porque las cosechas en el condado este año no parece que vayan a ser
demasiado buenas —respondió.
Dann asintió. El chico
no le parecía tener demasiado aprecio a su progenitor, pero sí al resto de su
familia, su madre y sus hermanas. Parecía ser un buen chico, alguien que quizás
podía tener de su lado porque nunca venían mal un par de manos más ni una
espada. Quizás era un poco arriesgado, pero siempre podía tenerlo vigilado para
ver cómo se comportaba y saber si tenía algún motivo oculto para estar allí. Todavía
se estaba pensando qué podía hacer con él cuando Jack regresó, acercándose a él
para susurrarle que había confirmado que el conde Ko se encontraba en los
calabozos, vivo todavía, y que tenía un hijo, su hijo mayor, que coincidía con
la descripción del chico que se encontraba todavía fuera de las murallas,
llamado MuJin, un hijo con el que no se llevaba especialmente bien a juzgar por
la forma en la que el hombre había reaccionado cuando se le había comentado la
llegada de su hijo.
—¿Eres bueno con la espada? —le preguntó al
chico en cuanto obtuvo toda la información de Jack.
—El mejor —respondió éste.
—¿Puedes demostrármelo?
—Por supuesto.
MuJin desenvainó su
espada rápido como el rayo y casi no le dio tiempo a Dann para reaccionar. Años
de entrenamientos y las batallas en las que había luchado lo salvaron de
llevarse un buen tajo en aquel primer movimiento, bloqueando la espada del
chico justo a tiempo, pero aquello no quedó solo ahí, siguieron tanteándose el
uno al otro en aquella pequeña pelea improvisada hasta que finalmente Dann se
impuso. Con mucho trabajo, con mucho esfuerzo, jadeando incluso porque no había
entrenado sus músculos en los últimos días por todo lo que había tenido que
atender en el castillo. MuJin era fuerte, era rápido y sabía cómo atacar y cómo
protegerse, además, incluía en sus movimientos algunas florituras propias de
alguien de la nobleza, aprendiendo a luchar primero como un arte, todavía no
había entrado en batalla, pero Dann estaba seguro de que, si lo hiciera, se
volvería todavía mejor con la espada. Quizás fuera peligroso tenerlo en el
castillo, pero quizás fuera todavía mucho más peligroso tenerlo fuera de éste.
—¿Te interesaría
quedarte en el castillo? —le preguntó después de que ambos guardasen sus
espadas—. Nunca viene mal tener a alguien como tú en nuestras filas y podrás
así llevar dinero a casa para tu madre y tus hermanas.
MuJin lo miró fijamente
durante tan solo unos momentos y después una amplia sonrisa apareció en su
rostro.
—Sería un placer.