Bodyguard
Kim MyungSoo atravesó la verja de
aquella gran parcela después de que algún criado le abriera tras verlo a través
del interfono. Hizo a su coche avanzar por la grava hasta llegar a la puerta y
cuando apagó el motor y salió del vehículo, alguien lo esperaba al pie de la
escalinata que subía hasta aquella casa de estilo occidental. Era un chico
varios centímetros más alto que él, delgado y con el rostro aniñado. Llevaba un
traje como el que MyungSoo había visto en las películas americanas que tenían
los mayordomos.
—Señor Kim —dijo el chico—. El señor
Lee lo está esperando en su despacho. Si es tan amable de seguirme.
Comenzó a subir la escalinata y
MyungSoo lo siguió. Al atravesar la puerta de la casa, se encontró en un gran
vestíbulo con una gran escalera que subía al piso superior y suelos de baldosas.
Todo estaba decorado con cuadros, esculturas y demás y a MyungSoo le brillaron
los ojos. Si hacía bien su trabajo, le pagarían bastante.
Tras la sorpresa inicial, siguió al
chico por la casa hasta llegar a una puerta de madera de dos hojas. El
mayordomo llamó a esta con sus nudillos y una voz salió de la habitación
diciendo “adelante”. Abrió la puerta e ingresó al lugar. Era un despacho,
decorado igual que el resto de la casa que había visto, pero con un par de
estanterías en la pared de la derecha y una mesa frente a la ventana, en la que
estaba sentado un hombre.
—Este es el señor Kim —presentó el
muchacho a MyungSoo. El hombre asintió.
—Gracias, SungYeol —dijo. El
muchacho hizo una leve reverencia y se fue del despacho, dejando al recién
llegado con aquel hombre.
Era más bajito que el mayordomo, más
enjuto y con una mandíbula cuadrada que lo hacía ver muy masculino. Había
esbozado una sonrisa ensayada para intentar darle confianza, pero MyungSoo pudo
ver detrás de ella otra cosa.
—Gracias por venir —le dijo—. Ya no
sé qué hacer para mantener a mi hijo fuera de peligro.
—¿Voy a ser una niñera? —preguntó
MyungSoo.
—No —el hombre sonrió—. Simplemente
serás su guardaespaldas. Ese es tu trabajo, ¿no?
—Sí, señor.
A eso era a lo que se dedicaba Kim
MyungSoo, era guardaespaldas y había trabajado para grandes empresarios, el
gobierno y para mafiosos. Nunca hacía distinción ni se preguntaba de dónde
podía haber ganado la persona a la que servía el dinero que luego tendría en
sus manos. El dinero era dinero, y Kim MyungSoo lo necesitaba.
—Mi nombre es Lee HoWon, aunque
sospecho que ya lo sabe —se presentó. MyungSoo asintió—. ¿Cuándo puede comenzar
su trabajo?
—Cuando usted ordene —una voz
chillona se escuchó a través de la puerta del despacho y el hombre sonrió.
—¿Qué tal ahora?
MyungSoo asintió de nuevo y salió
del despacho, guiado por los gritos estridentes de aquella persona que suponía
era la que tenía que proteger. Recorrió los pasillos hasta llegar al vestíbulo,
en el que se encontró a dos personas. Una de ellas era el mayordomo, el tal
SungYeol; la otra seguramente sería el hijo malcriado del mafioso que había
contratado sus servicios. Era algo más bajito que él, de pelo oscuro y rostro
bastante afeminado. MyungSoo se acercó a ellos y pudo escuchar su conversación.
—Déjame salir —pedía el chico—.
Tengo que ir a un desfile y tengo que estar allí en media hora, así que
apártate, idiota.
—Señorito SungJong, no puedo hacer
eso, su padre me despediría y no puedo permitirme eso —contestaba.
—¡Déjame salir! —gritó.
—¿Un desfile? —preguntó MyungSoo
llamando la atención de ambos chicos—. Supongo que te puedo llevar.
—¿Quién eres tú? —dijo el chico,
mirándolo con suspicacia a través de sus ojos de gato.
—Tu guardaespaldas, Kim MyungSoo —se
presentó—. Y ahora sígueme si quieres ir al desfile.
—A mí nadie me da órdenes —bufó el
chico antes de darse la vuelta y subir las escaleras.
Cuando su cuerpo desapareció en la
planta superior, el mayordomo suspiró cansado.
—Será mejor que se dé prisa —murmuró.
—¿Por qué? —preguntó MyungSoo sin
comprender.
—Ahora saldrá por la ventana de su
habitación —dijo. El guardaespaldas abrió los ojos como platos—. Si le da la
vuelta a la casa con el coche hasta llegar a un gran árbol que hay detrás, lo
pillará en plena huida.
—Gracias —dijo MyungSoo antes de
salir corriendo y bajar la escalinata para meterse en su coche. Arrancó el
motor y segundos después, conducía hacia la parte trasera de la casa. Al llegar
a un gran árbol, se detuvo y, tras esperar un par de minutos, lo vio.
Efectivamente salía por la ventana de la que supuso sería su habitación y, como
un mono se agarraba a las ramas del árbol y descendía por él hasta llegar al
suelo, donde se quedó de piedra al ver a MyungSoo abriéndole la puerta del
coche para que entrara—. No te vas a librar de mí tan fácilmente.
—¿Qué eres tú? —preguntó SungJong.
—Ya te lo he dicho, tu
guardaespaldas.
Durante unos momentos, el chico estuvo
vacilando, parecía que no sabía si entrar o no al coche. Finalmente, tras una
eternidad pensándolo, se introdujo en el coche con un bufido.
—Llévame hasta Gangnam —ordenó.
—No te separes de mí.
—Seguro.
Ser el guardaespaldas de Lee
SungJong era demasiado agotador para MyungSoo. Se había tenido que mudar a la
casa de la familia Lee porque el chico estaba dispuesto a escaparse en todo
momento para hacer lo que le daba la gana. Más de una vez en las pocas semanas
que llevaba allí, lo había atrapado intentando salir la ventana y otras veces,
atravesar el pasillo intentando no hacer ningún ruido, pero tirando al suelo
cualquier objeto y lo había devuelto a su habitación.
MyungSoo estaba agotado, nunca su
trabajo había sido tan cansado.
Se tumbó en la cama del chico tras
encerrarlo en su habitación, cerrando las ventanas y la puerta con llave para
que no pudiera salir por ningún lado. MyungSoo se había tenido que encerrar con
él porque aquella noche había intentado huir tres veces.
—¿Por qué no me dejas salir? —gritó
SungJong—. ¡He quedado!
—Me da igual que hayas quedado —contestó—.
Está prohibido salir para ti por las noches.
—Dame las llaves —el chico se acercó
a la cama e intentó tomar las llaves de la mano de MyungSoo, pero este fue más
rápido y las introdujo dentro de su bóxer.
—Intenta cogerlas, sino puedes,
duerme.
Durante unos momentos, el chico
pareció tentado a alargar la mano para coger las llaves de aquel lugar, pero
después, simplemente bufó y se tumbó en la cama, junto a MyungSoo.
—Buenas noches.
Kim MyungSoo salió corriendo al
darse cuenta de que SungJong lo había engañado. Supuestamente iba a comprarse
un aperitivo en el puesto que había frente al coche y el guardaespaldas lo
había dejado ya que estaba a un par de metros de él. Solo había parpadeado y
SungJong había desaparecido.
—Lo voy a matar —murmuraba una y
otra vez mientras avanzaba por la calle, siguiendo a través de su móvil, la
señal que emitía el del chico—. Si no lo mata la gente que quiere vengarse de
su padre me lo cargo yo.
Tras un par de minutos siguiendo su
rastro, lo encontró entrando a un callejón con un tipo. Definitivamente, Lee
SungJong era un idiota. MyungSoo salió corriendo y entró al callejón, en el que
se encontró al chico besando a la otra persona que había entrado con él. Era
más o menos de su altura y, a pesar de tener los ojos abiertos, parecía que los
tenía cerrados. El guardaespaldas vio un destello plateado en la mano del
desconocido y, rápidamente, tomó a SungJong de la cintura y lo separó del tipo,
poniéndolo tras su espalda y sacando una pistola de su chaqueta, tal y como lo
hacía el tipo que no tenía ojos.
—¿Quién eres? —preguntó el otro.
—Me interesa más saber quién eres tú
y para quién trabajas —contestó MyungSoo.
—Jamás —el tipo disparó y el
guardaespaldas tiró de SungJong al suelo para ponerse a cubierto. El tipo salió
corriendo después de esto y se perdió entre la multitud.
MyungSoo se levantó del suelo y
escuchó unos sollozos a su espalda, pero no les hizo caso, simplemente levantó
al chico y lo arrastró hasta el coche. Lo subió y le colocó el cinturón,
después, arrancó y se dirigió hacia la casa de la familia Lee. No podía seguir
con aquel trabajo, a SungJong no le importaba nada, solo hacía lo que quería.
—Si quieres que te maten, no cuentes
con que estaré allí para ti siempre —comentó cuando llegaron—. Voy a hablar con
tu padre para dejar el trabajo —después de esto, salió del coche.
Era el último día de trabajo de Kim
MyungSoo con aquel niñato malcriado al que le había tocado hacer de
guardaespaldas. Ese era su oficio, proteger a las personas de cualquier peligro
que les acechara, pero los últimos meses habían sido un infierno junto a aquel
chico.
No le obedecía, siempre se metía en
problemas grandes y cuando MyungSoo le quitaba los ojos de encima durante un
par de segundos se las arreglaba para desaparecer. Así que, por estos motivos
(y aunque el hombre fuera un profesional) no podía dejar de alegrarse de que
por fin su vida se alejaría de la de SungJong.
Aquella mañana canturreaba
alegremente mientras llevaba al chico en limusina a la universidad, como todas
las mañanas. Escuchaba al menor suspirar y maldecir por lo bajo, pero lo
ignoró, era su último día y no se lo iba a estropear.
Minutos después llegaban al lugar y
SungJong se bajaba del coche sin decir siquiera adiós, como era su costumbre.
MyungSoo sacudió la cabeza porque normalmente aquello le molestaba, pero ese
día no lo haría. Esbozó una gran sonrisa y se miró en el espejo retrovisor para
darse el visto bueno.
En ese momento se percató de un
extraño movimiento y haciendo caso a sus instintos salió rápidamente del coche,
en busca del chico al que seguía teniendo que proteger aunque fuera su último
día. No le hizo falta mucho para encontrarlo, ya que apenas había traspasado la
verja del terreno. El guardaespaldas advirtió otro movimiento y, corriendo, fue
hacia SungJong, poniéndose ante él, cubriendo todo su cuerpo con el suyo.
No pasó ni un segundo cuando sintió
el impacto contra la piel de su espalda baja. Su cuerpo dio una sacudida y se
aferró al del chico, que estaba confuso con toda la situación hasta que
MyungSoo habló.
―Ni se te ocurra moverte ni un
milímetro ―advirtió―. O el disparo que acabo de recibir habrá sido en vano.
SungJong abrió los ojos como platos
ante la revelación, pero no se movió ni un ápice. El guardaespaldas sentía la
sangre caliente brotar de la herida, pero se quedó en la misma posición hasta
que notó que su agresor había huido. En ese momento se desplomó sobre el cuerpo
del chico al que protegía y este lo recibía entre sus brazos.
―Muchas gracias… MyungSoo ―creyó
oírlo decir―. Gracias.
El guardaespaldas sonrió. No iba a
obtener más de aquel chico, además, había cumplido con lo prometido, aunque a
partir de ese momento tuviera que portar una cicatriz en la zona baja de su
espalda que le recordaría a SungJong para siempre.