LUST
La Lujuria. Uno de los siete pecados
capitales. La Iglesia Cristiana siempre había condenado cualquier práctica
sexual que no tuviera como objetivo la procreación, pero no era la única
religión que condenaba el placer sexual. Sin embargo, a lo largo de los siglos
siempre ha habido una serie de personas que han desafiado todo mandato divino
para poder experimentar el sexo sin restricciones, sin reglas, solo buscando el
mayor placer. Nuestra historia, trata de tres hombres que desobedecieron todas
las leyes impuestas, cayendo en la lujuria…
Kim MinSeok era el hijo mayor de la
familia Kim. Su casa estaba al final de la calle y no tenía más riquezas que
las viviendas que había alrededor. El chico se dedicaba a trabajar en la fragua
de su padre, junto a sus hermanos menores, los desarrollados músculos de sus
brazos evidenciaban el trabajo duro con el pasado martillo. Era bastante
cansado y el calor que emanaba del fuego que derretía el metal a veces era
demasiado; sin embargo, Kim MinSeok no podía quejarse de que llevara una mala
vida.
Lee HoWon era el primogénito de su
familia, el único hijo y heredero de todo cuanto la familia Lee poseía en su
casa junto a la fragua. El labrado del campo ocupaba la mayor parte de su
tiempo y su piel tostada por el sol evidenciaba claramente a qué se dedicaba.
El trabajo era agotador y el sol del verano le hacía daño, pero Le HoWon no
podía quejarse de su vida porque era mejor que la de mucha gente que conocía.
Jang DongWoo, hijo menor de la
familia Jang, el consentido por todos y que nunca había abandonado del todo su
infancia. Animaba la taberna que sus padres regentaban con desparpajo y
alegría, recibiendo tanto vítores como abucheos por parte de los borrachos. No
era un trabajo que requiriese mucho esfuerzo y a DongWoo le encantaba, a pesar
de que en su infantil mente pudiera reconocer las burlas y el desprecio; pero
no podía quejarse, era más de lo que hubiera obtenido si su familia lo hubiera
despreciado en vez de cuidado.
Estas tres personas no tenían más en
común que vivir en la misma tortuosa calle de la ciudad, o eso era a ojos de
los demás. Cuando la luz del sol no era más que un mero recuerdo de otro día
pasado y la oscuridad se adueñaba de todo, los tres salían a su encuentro.
Ocultándose entre las sombras y pasando desapercibidos, huyendo de los guardias
que patrullaban y confundiéndose con gatos callejeros llegaban a su destino.
Aquella casa medio en ruinas había
sido la única testigo de los encuentros sexuales, de la lujuria desbordante, de
los placeres del sexo y de los deseos más oscuros. Si alguien más de la ciudad
los hubiera visto por casualidad se habría escandalizado ante la barbarie que
cometían y luego los hubiera denunciado a las autoridades acabando ellos
torturados, ultrajados y finalmente asesinados ante toda la población; pero
aunque los tres eran conscientes del peligro, no podían finalizar aquellos
encuentros. Habían caído en la lujuria en el mayor de los pecados y ahora que
su alma estaba negra y corrupta, condenada a vagar por el infierno toda la
eternidad, ya no había vuelta atrás.