Título: Sacrifice
Autora:
Riz Aino
Parejas:
JunMillRie (Rie + Junji + Mill), leve MillNine (Mill + Nine) (OnlyOneOf)
Clasificación:
NC–17
Géneros: AU, mythology,
fantasy, smut, pwp
Número de palabras:
6.620 palabras
Resumen:
para apaciguar la ira de los dioses, debe hacerse un sacrificio… y Yongsoo
sacrifica su cuerpo por el bien de su gente.
Advertencias:
rituales religiosos, uso de alcohol y drogas, relaciones sexuales explícitas no
del todo consentidas y un trío… está completito.
Notas: historia
escrita por el aniversario del lanzamiento de produce by myself oficialmente.
Comentario de autora:
siempre había querido probar escribir una historia sobre sacrificios a los
dioses y costumbres de sectas religiosas orgiásticas, pero nunca me había
terminado de decidir hasta ahora. Espero que os guste.
—Los dioses han hablado —vociferó
una potente voz desde lo alto de la escalinata que llevaba al Pantheon, su voz
provocando un silencio sepulcral entre las personas que se encontraban aquella
noche en el lugar—. Es necesario realizar un sacrificio para apaciguar su ira.
A su alrededor, Yongsoo escuchó
gritos y llantos, madres desesperadas, hijas e hijos que habían sido convocados
como posibles sacrificios temblando de miedo, rasgando el silencio que había
instantes antes. No era lo habitual. Los dioses no solían pedir sacrificios
humanos porque les bastaba con los rituales que practicaban los sacerdotes del
templo. Algún sacrificio animal sí solía ser requerido por éstos en tiempos en
los que los rituales eran incapaces de calmar su ira, ira que caía sobre los
habitantes del reino y los volvía miserables, destruyendo sus cosechas, sus
casas, inundando sus ciudades y campos, quemando sus casas, matando a sus
animales y gentes de hambre y llevando hasta ellos enfermedades. Los dioses
eran bondadosos, lo eran, los protegían de todo aquello, pero solo si ellos
ponían de su parte y los veneraban. En las ocasiones en las que toda la furia
de éstos caía sobre la población, los dioses eran imposibles de apaciguar con
aquello que solían hacer y demandaban algo más, un sacrificio humano para
volver a creer en las gentes que protegían y extender sus brazos hacia ellos.
realizar rituales y sacrificar algunos animales, incluso en tiempos malos como
aquellos, no les suponían tanto esfuerzo… pero entregar a uno de ellos, su
cuerpo y su alma a los dioses, sí era un enorme sacrificio y éstos lo
agradecían devolviendo su bienestar al pueblo. En sus veinte primaveras,
Yongsoo nunca había asistido a ningún sacrificio humano y solo sus familiares
más longevos recordaban un tiempo en el que los dioses reclamaban la sangre de
sus gentes casi cada año; no obstante, allí se encontraba, junto a los demás
jóvenes que ese año cumplían veinte, esperando su destino.
—Aquellos elegidos como posibles
sacrificios, deberán subir hasta aquí y esperar la llamada de los dioses
—vociferó el sacerdote, acallando los llantos—. Mi mano será guiada por ellos y
quien sea elegido, deberá sacrificar su cuerpo a los dioses.
Yongsoo suspiró profundamente.
Estaba nervioso porque no sabía qué era lo que iba a suceder aquella noche, no
sabía cuál iba a ser su destino, pero estaba preparado para todo lo que pudiera
suceder. El chico notó una mano grande envolviendo la suya y miró a su lado
derecho, descubriendo a su mejor amigo Wookjin allí, junto a él, dándole ánimos
de aquella forma, y Yongsoo le devolvió el gesto, apretándole la mano al su
amigo. Ambos cumplían veinte ese año y ambos habían sido convocados como
sacrificio, al igual que varias decenas de chicos y chicas que comenzaron a
caminar, subiendo la escalinata hacia el Pantheon, donde los esperaba el
sacerdote. El templo se alzaba sobre ellos como una silueta imponente iluminada
con antorchas y hogueras, una luz amarillenta que titilaba y que le daba un
aspecto un poco estremecedor en la noche. A Yongsoo nunca le había dado miedo,
solo respeto, porque era el lugar en el que los dioses bajaban a la tierra, el
lugar en el que se comunicaban con los sacerdotes, el lugar en el que se
realizaban los sacrificios, pero en aquellos momentos, podía sentir algo que se
parecía mucho al miedo recorriendo su cuerpo y lo único que quería era que todo
terminase lo más pronto posible. El sacerdote los guio a todos al pie del
templo, entorno a una de las hogueras, creando un círculo prácticamente
perfecto. El hombre después se metió dentro de aquel círculo y les pidió
silencio absoluto, cerrando sus ojos e inspirando varias veces antes de
comenzar a andar a su alrededor, realizando una serie de cánticos en un idioma
que debía de ser demasiado antiguo puesto que Yongsoo no los entendía, pero que
era casi hipnótico, como el movimiento del sacerdote y el de las llamas de la
hoguera. El chico se sintió casi mareado por todo aquello, por lo que acabó
cerrando sus ojos, intentando calmar aquella especie de mareo. No supo cuánto
tiempo pasó, porque fue como si todo se detuviera a su alrededor mientras los
cánticos resonaban en sus oídos junto con el crepitar del fuego y su propia
respiración y la de Wookjin a su lado, pero final mente el sacerdote dejó de
realizar aquel llamamiento a los dioses para que lo ayudaran a elegir a la
persona indicada para el sacrificio y Yongsoo abrió sus ojos, encontrándose con
el hombre, terriblemente serio, justo frente a él. No tuvo que decir ni una
sola palabra para que Yongsoo lo supiera, para que entendiera que él había sido
el elegido.
—No —dijo Wookjin a su lado,
rompiendo el círculo, poniéndose frente a Yongsoo, extendiendo sus brazos,
ocultándolo de la vista del sacerdote—. No. No os lo vais a llevar. ¡Sobre mi
cadáver!
Yongsoo no pudo hacer otra cosa más
que dejar caer su cabeza contra la nuca de Wookjin, cansado, las piernas
temblándole y su corazón latiendo muy rápido dentro de su pecho, desbocado. De
entre todos los que se encontraban en aquel lugar él había sido elegido por los
dioses, él iba a ser el sacrificio para aplacar su ira, para intentar que éstos
volvieran a favorecerlos… y tenía miedo, mucho miedo, claro que lo tenía, pero
no podía dejar que a Wookjin le pasara nada malo por intentar protegerlo de su
destino.
—No te preocupes por mí, Wookjin —le
dijo, apenas un susurro que solo fue escuchado por su mejor amigo—. Tú tienes
que vivir, por mí.
Wookjin se giró hacia él, con
lágrimas en sus ojos y apretando los labios en una fina línea, aguantando de
aquella forma las ganas de llorar. Yongsoo le dedicó una pequeña sonrisa y
después hizo algo que nunca antes se habría atrevido a hacer y que nunca habría
hecho de no ser por aquellas circunstancias. Tomó el rostro de Wookjin con sus
dos manos y después se alzó de puntillas, dejando un beso corto sobre sus
labios antes de alejarse de él y rodear su cuerpo, aprovechando el momento de
estupor en el que había quedado el chico para llegar hasta el sacerdote,
colocándose a su lado.
—El sacrificio a los Dioses ha sido
elegido —vociferó el hombre, su voz resonando en el lugar—. La siguiente parte
del ritual será realizada en el templo, solo bajo las miradas de las
divinidades protectoras.
Con aquello, el sacerdote dio por
terminado aquel ritual y, aunque Wookjin trató de nuevo de oponerse a ello,
intentando llegar hasta él y llevárselo consigo, gritando y llorando, entre
varios de los chicos de su edad que habían estado allí con ellos, esperando el
veredicto de los dioses lo cogieron y lo detuvieron, llevándoselo escaleras
abajo sin que éste dejara se luchar por liberarse de su agarre, hasta que se
perdió de la vista de Yongsoo y su voz solo fue un mísero eco en el lugar,
apenas audible. Yongsoo sintió cómo las lágrimas caían por sus mejillas por
todo, por haber sido elegido, por haber tenido que ser separado de Wookjin de
aquella forma, por no volver a tener la oportunidad de ver a su familia o al
chico. Nunca se habría imaginado que, de entre todos los presentes, él sería el
elegido y estaba triste, asustado y quería huir… pero no podía hacerlo, no
podía ir en contra de la voluntad de los dioses o estos harían que todo el
mundo sufriera las consecuencias de sus egoístas actos. Tenía que hacer
aquello, tenía que sacrificarse por todos los demás, por el beneficio de su
pueblo, por la prosperidad de éste y, sobre todo, por el bienestar de su
familia, que sería compensada económicamente si su sacrificio traía todo lo que
esperaban.
—Vamos hacia el templo —dijo el
hombre.
Yongsoo inspiró profundamente y
trató de calmarse, de ser fuerte y de no mostrar a nadie en el templo lo
asustado que estaba, para entrar en el Pantheon, la casa de todos los dioses,
sin parecer débil. Tardó un poco en recomponerse lo suficiente como para echar
a andar tras el sacerdote, pero cuando lo hizo su paso fue fuerte y decisivo,
subiendo la pequeña escalinata antes de entrar al templo y al adentrarse en el
lugar sagrado, éstos resonando en el silencio del amplio lugar. Nunca había
entrado allí, el templo estaba solo reservado a los dioses y a aquellos que les
servían directamente, todos los ritos, festividades y sacrificios celebrándose
en el exterior, con el resto de la gente, por lo que Yongsoo no pudo dejar de
observarlo todo a su alrededor, las enormes columnas que soportaban un techo
tan alto que la luz de las antorchas y velas que iluminaban el lugar no
llegaban a disipar del todo su oscuridad, pareciendo que éstas se perdían en el
infinito de la noche. Había pinturas en las paredes, aunque el chico no
alcanzaba a ver todos los detalles, podía ver perfectamente que eran preciosas,
de la misma forma que lo eran los diferentes motivos y figuras esculpidos, no
podía apreciar toda su belleza y esplendor, pero incluso con aquella tenue
iluminación podía ver lo increíbles que eran.
Anduvieron a lo largo de toda la
nave principal del templo, hasta llegar a la enorme estatua de bronce, oro y
piedras preciosas que se encontraba en un altar, en el fondo de espacio
sagrado. Yongsoo pensó que allí, a los pies de la enorme figura, llevarían a cabo
el ritual, pero el sacerdote continuó caminando, por detrás de la estatua,
tomando una de las antorchas de la pared y abriendo una puerta que estaba bien
camuflada en la pared de piedra. Ante ellos había una escalera que parecía
bajar a lo más profundo de la tierra porque con la escasa luz de la antorcha,
Yongsoo no pudo ver el fin. La idea de morir lo aterraba y estar bajo tierra
tampoco lo calmaba demasiado, pero tuvo que seguir adelante, bajando con
cuidado por aquella estrecha escalera, detrás del hombre, internándose más y
más en la tierra hasta que una tenue luz comenzó a iluminar la oscuridad,
haciéndose cada vez más y más intensa a medida que bajaban hasta que, al llegar
al final de la escalera, se encontraron en una estancia iluminada, una estancia
en la que estaban el resto de sacerdotes del templo, todos vestidos con túnicas
blancas ribeteadas con hilo dorado.
—Ven por aquí —le dijo uno de ellos,
era bastante joven y su precioso rostro parecía haber sido esculpido en mármol,
acercándose a él.
Yongsoo observó al hombre que lo
había llevado hasta allí abajo y este asintió, por lo que, se separó de él y
comenzó a seguir al otro sacerdote. Caminaron por el lugar hasta llegar a otra
estancia separada en la que se encontraba una pequeña piscina natural en la
roca, un manantial de agua clara que debía de nacer en algún punto de aquella
montaña en la que se encontraba ubicado el Pantheon.
—Tu cuerpo necesita ser purificado
antes de poder presentarte ante los dioses —le dijo el sacerdote—. Desnúdate y
sumérgete en el agua.
El chico tragó saliva, sintiendo la
boca repentinamente seca, apareciendo también un nudo en su garganta que no se
deshizo. Cada segundo que pasaba, cada cosa que hacía, lo acercaba más y más a
su muerte y Yongsoo pensaba que se había mentalizado para cualquiera que fuera
su destino, pero cada vez estaba menos seguro de que pudiera hacerlo, el miedo
recorriendo todo su cuerpo, haciéndolo temblar. Una mano se posó en su hombro y
cuando Yongsoo alzó su mirada, se dio cuenta de que el sacerdote le estaba
dedicando una pequeña sonrisa en la que le daba ánimos para continuar con
aquello. Volvió a tragar saliva y después se comenzó a desnudar, quitándose
toda su ropa y dejándola doblada sobre una de las rocas que bordeaban la
piscina de agua y desatándose las sandalias, adentrándose en ella poco a poco,
notando cómo el agua helada hacía que todo el vello de su cuerpo se pusiera de
punta y la piel se le volviera carne de gallina. No obstante, a pesar de que el
agua estaba helada, Yongsoo siguió avanzando hasta que ésta le cubrió hasta el
pecho y después inspiró hondo antes de sumergirse por completo en ella durante
unos segundos, saliendo a la superficie poco después y girándose hacia el
sacerdote, queriendo preguntarle si aquello era suficiente o debía de estar más
rato en el agua. No tuvo que abrir la boca porque el joven le indicó que
saliera, así que, simplemente lo hizo, tomando la toalla de lino que éste le
tendió para secarse lo mejor que pudo. Cuando terminó, esperaba que el
sacerdote le tendiera alguna clase de túnica o algo de ropa, pero éste tenía
las manos vacías y en el lugar lo único que se encontraba era la ropa que había
llevado puesta hasta el momento, una ropa que suponía que no debía volver a
ponerse porque no había sido purificada.
—Sígueme —le pidió éste y Yongsoo
frunció su ceño, confuso.
—¿Desnudo? —tuvo que preguntar.
—Sí. Desnudo.
Yongsoo se mordió el labio inferior,
aparte de asustado y nervioso, ahora se sentía terriblemente avergonzado por su
desnudez, pero no podía hacer otra cosa más que seguir adelante. Todo debía de
acabar pronto. Acabó siguiendo al joven sacerdote unos momentos después,
regresando a la estancia anterior, que estaba repleta con el resto de
sacerdotes, y Yongsoo trató de hacer caso omiso a las miradas sobre su cuerpo
desnudo, tapando lo mejor que pudo con sus manos su entrepierna, caminando tras
el otro hasta que éste se detuvo y se hizo a un lado, mostrando ante ellos un
altar tallado en la piedra junto al que se encontraba una pilastra con unos
cuencos de cerámica con algo que debía de ser parte del ritual. En ese momento,
apareció de nuevo frente a él el hombre que lo había escogido y guiado hasta
allí abajo.
—Túmbate sobre el altar —le pidió—.
Vamos a terminar el ritual.
Durante un segundo, Yongsoo quiso
huir, a pesar de que seguramente las consecuencias para él y para todos serían
demasiado terribles como para poder soportarlas, pero en ese segundo, al chico
le dio igual todo, lo único que quiso fue huir. No obstante, cerró sus ojos e
inspiró profundamente, calmando el intenso y rápido golpeteo de su corazón y
después, tembloroso, se subió al altar de piedra tumbándose sobre él,
observando de aquella forma el techo de la cámara, que estaba tallado con
estrellas, ocupando cada hueco una piedra preciosa brillando gracias a la luz
de las velas que había por todas partes, como si fuese el cielo nocturno.
Yongsoo se quedó embelesado por la vista y no se dio cuenta de que varios
sacerdotes se habían acercado a él, hasta que notó sus manos en su cuerpo, dos
de ellos agarrando sus muñecas y otros dos sus tobillos. Forcejeó porque no se
había esperado aquello, pero al final simplemente dejó de ejercer fuerza y dejó
que éstos ataran con unas delicadas cuerdas de hilo dorado sus muñecas y
tobillos, exponiendo su cuerpo por completo y anulando sus movimientos. En
cuanto estuvo atado, los sacerdotes volvieron a su lugar y después todo
comenzó.
Cánticos a su alrededor, olor a incienso
penetrando sus fosas nasales y provocándole estornudos, los sacerdotes girando
en torno al altar, cada uno con una vela en sus manos, el sumo sacerdote,
vestido con una túnica morada, encargado de la parte más importante del ritual
acercándose a él, tomando uno de los cuecos que se encontraban en la pilastra
al lado del altar, sujetándole la cabeza y ayudándolo a incorporarse lo
suficiente como para que pudiera beber sin atragantarse. El líquido tenía un
sabor intenso que bajó por su garganta como fuego y Yongsoo acabó tosiendo,
pero antes de que se le pasara el ataque de tos, el sumo sacerdote le metió en
la boca algo, una especie de fruta amarga que no tuvo más remedio que tragar
pronto porque el hombre volvió a darle de aquel líquido que de nuevo le quemó
la garganta. Después de aquello, se alejó de él, dejándolo tumbado sobre la
piedra del altar y Yongsoo volvió a toser, sintiendo cómo comenzaba a marearse,
todo dando vueltas a su alrededor en espirales, las túnicas blancas de los
sacerdotes se mezclaban con el brillo de las piedras preciosas del techo y el
amarillo de la luz de las velas. Yongsoo trató de mantener sus ojos abiertos,
pero tuvo que cerrarlos porque la sensación de mareo se fue incrementando hasta
que no pudo más. Los cánticos de los sacerdotes parecían haberse vuelto mucho
más fuertes y resonaban en sus oídos con eco, a veces como si le estuvieran
gritando a su lado, otras voces lejanas y débiles. Era extraño, todo lo sentía
extraño, incluso su cuerpo, que ardía como si tuviera fiebre, a pesar de que
hacía unos momentos estaba frío por el baño en el agua del manantial. Todo
comenzó a ser demasiado para él, casi como una tortura que se alargó durante un
tiempo infinito… hasta que, de repente, todo se detuvo y Yongsoo fue engullido
por la oscuridad.
~
Cuando Yongsoo abrió los ojos de
nuevo, todavía se encontraba en la misma cavidad tallada en la roca, con
piedras preciosas incrustadas en el techo de la cámara como si fueran las
estrellas del firmamento, tendido sobre la piedra del altar, atado con aquellas
cuerdas hechas de hilo dorado, pero el lugar ya no estaba lleno con los
sacerdotes con sus túnicas blancas hasta el suelo, sino que estaba vacío,
completamente vacío… o eso era lo que el chico había pensado en un primer
momento, pero cuando su consciencia volvió algo más a su cuerpo, se dio cuenta
de que había dos personas con él en aquel sitio, uno sentado cerca de sus pies,
en el altar, el otro, observando el contenido de los cuencos de cerámica que se
encontraban en la pilastra, cerca de su cabeza. Yongsoo se sentía mareado
todavía y su vista estaba borrosa, aunque al menos en aquellos momentos no veía
espirales y el mundo a su alrededor no le daba vueltas.
—¿Quién…
Su intención había sido preguntar a
aquellos dos jóvenes que estaban allí con él “quiénes eran”, pero su maltrecha
garganta debido a aquel líquido que había bajado por ella como el fuego, no
dejó que su voz saliera de ella, en cambio, acabó tosiendo una vez más. Su tos,
no obstante, llamó la atención de los dos desconocidos y ambos se giraron hacia
él, observándolo con unos ojos de color dorado que no eran de este mundo.
Yongsoo parpadeó varias veces seguidas al darse cuenta de que aquellos dos
chicos literalmente no eran de su mundo porque no solo sus rostros eran
increíblemente bellos, como si hubieran sido esculpidos en mármol, sus ojos
dorados reluciendo a la luz de las velas, sus ropas eran de una tela tan fina y
suave que se pegaba a sus cuerpos como si fuera una segunda piel, mostrando
perfectamente la forma de unos músculos fuertes y su piel expuesta emitía un
débil fulgor. El chico no tuvo duda alguna de que ante él se debían de
encontrar dos dioses, dos dioses que habían bajado a la tierra porque él había
sido sacrificado para ellos, dos dioses que sabía que había visto representados
en estatuas que se encontraban por la ciudad o en las casas de los más
pudientes, el dios de la madre tierra, Rie, encargado de todos los seres vivos
y de la tierra que les daba de comer y metales para trabajarlos, y el dios de
la lluvia, Junji, que llevaba el agua hasta ellos, haciendo que sus cosechas
fueran fructíferas, los dos dioses principales venerados por su pueblo. Lo
único que no entendió fue por qué estaba viendo a aquellos dioses junto a él
porque debía de estar muerto para que éstos hubieran descendido a la tierra.
—¿Es-estoy muerto…? —no pudo evitar
preguntar, aun cuando solo esas dos palabras le rasgaron la garganta un poco
más.
—No estás muerto —contestó uno de
ellos, el que se encontraba a sus pies, Rie, que tenía el pelo de color negro
azabache y los labios gruesos—. No por el momento —Yongsoo no pudo evitar
tragar saliva ante aquella aclaración. No estaba muerto en esos momentos, pero
muy probablemente lo estaría antes de que los dioses desaparecieran—. Has sido
elegido como sacrificio para aplacar nuestra ira sobre tu pueblo y deberás
hacernos sentir bien para que eso suceda —añadió, caminando hacia donde se
encontraba el otro dios, Junji, que llevaba el pelo rubio y largo, cayéndole
por los hombros y un poco sobre sus ojos—. ¿Estás dispuesto a hacer todo lo que
sea para conseguirlo, Yongsoo? —sus dedos rozaron la piel de sus piernas,
subiendo por ellas a medida que caminaba, llegando hasta su cintura, provocando
que el chico sintiera cómo si un fuego lo estuviera quemando allí dónde las
yemas de sus dedos lo tocaban, haciendo que jadeara en busca de aire—. ¿Estás
dispuesto a cumplir tu papel de sacrificio? —Yongsoo abrió su boca para hablar,
pero ningún sonido salió de ella, así que, simplemente asintió—. Perfecto.
Un escalofrío recorrió todo el
cuerpo de Yongsoo de arriba abajo debido a la forma en la que el dios había
dicho aquella última palabra, pero no estuvo seguro qué sensación prevaleció en
aquel escalofrío, si el miedo o el placer. Su cuerpo lo sentía raro, ahora que
se percataba, además de aquel mareo que no terminaba de quitársele, su cuerpo
estaba caliente, mucho más caliente de lo habitual, y el roce de los dedos del
dios Rie había hecho que la zona que había tocado quemara, ardiera, y que su
cuerpo se sintiera aún más extraño, como si estuviera ansioso por más, como si
necesitara más.
—Tiene un cuerpo perfecto —dijo en
ese momento el dios Junji, hablando por primera vez.
—Sé que hace tiempo que no tenemos
sacrificios humanos —comentó Rie—, pero trata de no romperlo muy rápido,
tenemos que disfrutar los dos de él.
—No te preocupes, tendré cuidado.
Los dioses hablaban de él como si no
estuviera allí con ellos, solo siendo para ellos una mísera vida más en todo el
universo, una mota de polvo, en comparación con ellos y Yongsoo se sintió
insignificante y sin poder ninguno para hablar u oponerse a algo. Él estaba
allí como su sacrificio, debía hacer todo lo que estos quisieran para
complacerlos y así enmendar la ofensa que su pueblo les hubiera hecho a
aquellos dioses que los habían castigado. Solo debía hacer lo que estos
quisieran y, sobre todo, no debía de cuestionarles nada o hacer algo que éstos
pudieran considerar como un agravio. Yongsoo cerró los ojos e inspiro hondo un
par de veces, cuando los abrió, ninguno de los dioses se encontraba junto a su
cabeza, donde estaba la pilastra con los cuencos de cerámica, sino a sus pies,
Junji subido al altar, completamente desnudo, con uno de aquellos cuencos en
sus manos, mientras que Rie desataba sus piernas de los hilos dorados que las
habían mantenido sujetas. El dios de la lluvia abrió sus piernas, agarrándolas
con firmeza e introduciéndose entre ellas, sentándose allí y llevando uno de
sus dedos hasta el cuenco, hundiéndolos en él, embadurnándolo con lo que fuera
que contuviera aquella cerámica. Yongsoo contuvo la respiración, confuso,
incómodo, sin saber qué era lo que iba a hacer, sin poder quitarle la vista de
encima al dios hasta que éste llevó su dedo hacia su ano, rozándolo durante
unos segundos, antes de introducirlo de golpe en su cuerpo, provocando que un
jadeo ahogado se abriera paso por sus labios. El chico abrió los ojos como
platos porque la sensación que había tenido había sido demasiado placentera,
tan placentera, que notó cómo su miembro daba un pequeño tirón.
—El afrodisíaco funciona
perfectamente —murmuró Junji—. No creo que sienta nada más que placer, aunque
no me pueda contener.
—Entonces no te contengas —replicó
Rie.
Una sonrisa apareció en los labios
del dios del agua y el dorado de sus ojos brilló durante un instante y Yongsoo,
aun ahogándose en el placer que le provocaba el dedo que se encontraba dentro
de él, moviéndose, ni siquiera pudo sentir el miedo aquella vez a pesar de que
las palabras de los dioses lo deberían haber hecho temblar de la cabeza a los
pies. No obstante, el chico no podía sentir nada que no fuera placer. No sabía
por qué, no lo entendía, pero cada roce dentro de su recto mandaba unas
sensaciones electrificantes por todo su cuerpo, desde su cabeza hasta sus pies,
y lo hacían sentir bien. Yongsoo había sentido aquello en otras ocasiones,
cuando tocaba su propio miembro, cuando Wookjin lo había tocado y besado en
otra ocasión, cuando había sentido tantísimo placer que había llegado al
orgasmo… nunca había imaginado que dentro de su cuerpo, dentro de su recto,
pudiera sentir aquel mismo placer, pero sobre todo, jamás se había imaginado
que cada roce, cada embestida que hacía el dios con su dedo dentro de él, lo
quemara de aquella forma e hiciera que jadeos y leves gemidos escapasen de su
boca sin que pudiera detenerlos porque todo aquello, todas esas sensaciones que
estaba teniendo, eran muchísimo más intensas de lo que lo habían sido nunca
antes. No sabía si era por lo que estaba haciendo el dios de la lluvia con él o
si era por lo que los sacerdotes le habían dado de beber y comer antes, durante
el ritual, porque desde aquel momento, su cuerpo se había sentido demasiado
raro y cada vez se sentía más raro. Yongsoo no tuvo mucho tiempo para darle
vueltas a la cabeza tampoco, porque el dios introdujo otro dedo dentro de su
recto, después de hundirlos de nuevo en el cuenco de cerámica y vio las
estrellas, casi alcanzándolas con sus dedos, su miembro mucho más duro
golpeando contra su estómago con el movimiento de su cuerpo, tensándose de
forma irremediable alrededor de los huesudos y largos dedos del dios,
notándolos más intensamente en su interior, respondiendo a todo aquel placer.
—Está disfrutando bastante —dijo en
ese momento Rie, subiéndose con ellos al altar, desnudo también, gateando hasta
quedarse cerca de su rostro—. No creo que dure mucho más.
—Cuanto más sensible sea su cuerpo,
mejor —replicó Junji y el otro dios asintió con un leve movimiento de su
cabeza, antes de colocarse de otra forma sobre el altar, pasando una de sus
piernas por el cuerpo de Yongsoo, anclando sus rodillas a cada lado de su
cabeza.
—Abre la boca —le dijo, acercando su
miembro hasta ésta y Yongsoo la abrió sin oponer oposición—. Tienes una boca
grande, espero que la sepas usar bien.
Su cometido como sacrificio era
hacerlos sentir bien a los dos y, aunque no sabía realmente cómo hacerlo por su
falta de experiencia, Yongsoo trataría de hacer todo lo posible porque
realmente no podía hacer otra cosa. No podía decirles que no, que no tomaran su
cuerpo ni hicieran con él lo que quisieran porque no tenía ningún derecho ni
poder para oponerse a la voluntad de los dioses, menos cuando con aquello, su
pueblo iba a por fin a ver la luz después de unos tiempos extremadamente duros.
No obstante, a Yongsoo no le dio tiempo ni a asentir a lo que éste le había
pedido porque inmediatamente después de decir aquellas palabras, el dios guio
con su mano izquierda su miembro medio erecto hasta la boca de Yongsoo, rozando
su punta contra sus labios, antes de que el chico la abriera levemente y
comenzara a succionar y a lamer, arrancando leves jadeos de los labios de Rie. Era
la primera vez que hacía aquello, no sabía exactamente qué era lo que debía de hacer,
pero supuso que lo que estaba haciendo era lo correcto por las reacciones del
dios, por lo que siguió lamiendo y succionando la punta del miembro de éste, notando
cómo se endurecía poco a poco dentro de su boca y cómo de ella manaba un poco
de líquido, mientras su trasero seguía siendo penetrado una y otra vez por los
dedos del otro dios, quien añadió un tercero y provocó que Yongsoo abriera su
boca aún más, un gemido ahogado tratando de escapar por ella, pero antes de que
pudiera hacerlo, el miembro de Rie se introdujo por completo en su boca, llegando
casi al fondo de ésta. Yongsoo sintió que se ahogaba por un instante, pero el
dios de la tierra movió su miembro un poco hacia atrás para que no lo hiciera y
le indicó, señalándose su nariz, que debía respirar por ella. Al respirar por
la nariz, la sensación de ahogo disminuyó y el dios no tardó más que un segundo
en volver a penetrar su boca con su miembro una y otra vez, a veces lentamente,
otras veces mucho más rápido, su miembro cada vez más y más duro cochando
contra el fondo de su boca.
Sus gemidos quedaban ahogados por el
miembro del dios en su boca, pero de vez en cuando, Yongsoo gemía de puro
placer por los dedos que se encontraban en su trasero, campando a sus anchas en
su interior, provocando que en ocasiones tuviera que coger grandes bocanadas de
aire con su boca a pesar de que ésta estaba completamente llena, sintiéndose
totalmente al borde del abismo a pesar de que su miembro no había recibido ni
un solo roce. Había algo dentro de su cuerpo, un punto que cada vez que el Junji
lo rozaba con sus dedos, lo hacía volverse cada vez más débil y que solo
pudiera sentir cómo su propio orgasmo estaba cada vez más cerca… hasta que éste
llegó y provocó que todo su cuerpo temblara, siendo recorrido por oleadas de
intenso placer mientras se corría sobre su estómago y los dedos del dios
seguían dentro de su trasero, acrecentando la sensación de quemazón y placer,
de ardor, de fuego. Su boca fue desalojada en ese instante también, Yongsoo no
supo si porque el dios no quería que, mientras estuviera perdido en su propio
placer, lo pudiera morder, o porque había acabado con él. Su pecho subía y
bajaba rápidamente y necesitaba llenar sus pulmones de aire porque estaba sin
aliento completamente, así que, cerró los ojos y se dejó llevar por aquellas
sensaciones, viendo cómo tras sus párpados había estrellas. Aquello había sido
intenso, pero su cuerpo parecía no estar del todo satisfecho con ello, como si
quisiera muchísimo más, necesitara muchísimo más.
Apenas había comenzado a respirar de
nuevo correctamente cuando sintió una mano abriendo su boca y al abrir los ojos
se encontró con Rie de nuevo sobre él, guiando su miembro completamente duro
hasta su boca. En aquella ocasión, lo tomó entero desde el principio, sabiendo
un poco más qué era lo que debía de hacer y cómo lo debía de hacer para que el
dios que estaba sentado sobre él, embistiendo su boca, se sintiera bien. Su atención
se vio dividida, no obstante, unos pocos instantes después, cuando sintió cómo
los dedos de Junji abandonaron su recto, dejando su ano pulsando. Yongsoo pensó
que el dios quizás quería introducir otro dedo más, pero no pudo ver lo que
hacía y solo siguió tomando el miembro del otro dios en su boca hasta que éste,
con un leve temblor, se corrió dentro de ella, su semen casi ahogándolo porque
no se lo había esperado, pero el chico acabó tragando aquel líquido algo
espeso, notando cómo bajaba por su garganta, saboreándolo en su lengua, sintiéndolo
dulce y extraño —Yongsoo había probado el semen de Wookjin en una ocasión, pero
no era nada comparable, era completamente diferente, exquisito, una especie de
manjar de los dioses que le nubló mucho más la mente—. No tuvo mucho tiempo
para pensar en ello, para recrearse en las diferencias, porque en el momento en
el que el dios de la tierra se levantó de su pecho, el dios de la lluvia llevó
sus manos hasta sus piernas y se las colocó sobre su hombro, pegando después su
cuerpo al suyo, su miembro duro chocando contra su ano hasta que se introdujo
en él, de golpe, dejándolo sin respiración. Yongsoo notó cómo toda la extensión
de su miembro se abría paso en su interior a pesar de que no le dolió porque lo
único que podía notar era cómo el placer se extendía por todo su cuerpo una vez
más.
Yongsoo jadeó, gimió, trató de
agarrarse a la piedra del altar en la que seguía tumbado con sus manos, pero
solo pudiendo arañar la dura superficie con sus uñas, sintiendo cómo el fuego
volvía a acumularse en él de nuevo, allí donde los dedos de Junji se hundían en
sus caderas, allí donde sus cuerpos chocaban por el movimiento, extendiéndose
por todo su cuerpo, mientras el dios lo penetraba una y otra vez, provocando
que su miembro, volviéndose de nuevo duro, se golpease una y otra vez contra su
estómago ya manchado de semen. Solo sus dedos habían provocado que sintiera un
placer tan exquisito que no había podido evitar correrse y, su cuerpo, todavía
sensible por su reciente orgasmo, no estaba preparado para poder soportar mucho
más las penetraciones del dios, profundas, demasiado profundas, certeras,
demasiado certeras, dando una y otra vez en aquel lugar que hacía que sus
músculos se destensaran y que su cuerpo se quedara completamente laxo, como si
se tratase de una muñeca de trapo. Yongsoo no tardó prácticamente nada en
volver a sentir el placer del orgasmo recorriendo todo su ser, cerrando sus
ojos, apretando sus dientes mientras volvía a correrse sobre su estómago,
manchando en aquella ocasión también su pecho debido a la postura en la que se
encontraba, con sus piernas subidas sobre los hombros del dios, que seguía
penetrándolo una y otra vez, ampliando aún más su placer, abriéndose paso en su
pulsante recto una y otra vez, obviando que Yongsoo sentía cómo todo su cuerpo ardía
hasta que finalmente se detuvo y un líquido caliente llenó su interior. El chico
dejó caer su cabeza sobre el altar, completamente agotado, respirando
entrecortado, con sus ojos cerrados, sintiendo cómo su cuerpo no le pertenecía
porque, aunque intentaba moverlo, no podía, el placer todavía recorriéndolo de
punta a punta, dejándolo sin sentido.
Casi como si estuviera en un sueño,
Yongsoo notó cómo unas manos iban hasta sus muñecas y desataban los hilos
dorados que todavía las mantenían atadas sobre el altar de piedra, de la misma
forma que sintió cómo sus piernas finalmente eran dejadas de nuevo sobre la
fría superficie, el semen de Junji resbalándose, saliendo de su ano y manchando
sus nalgas y la cara interna de sus muslos. Apenas fue consciente de que ambos
dioses maniobraban con su cuerpo, levantándolo de su posición, tumbado de
espaldas, hasta dejarlo de rodillas, sentado sobre las piernas de alguno de
ellos, colocando sus rodillas a cada lado de sus caderas y apenas sintió la
presión de dos cuerpos apretándose conta el suyo, uno contra su pecho y otro
contra su espalda, unas manos en sus caderas agarrándolas firmemente, otras en
su pecho, tocando sus pezones, pellizcándolos, volviéndolos duros y sensibles. Yongsoo
apenas fue consciente de todo aquello, pero cuando notó que, no solo uno, si no
dos miembros, se adentraban en su cuerpo a la vez, echó su cabeza hacia atrás,
gimiendo, sin poder contenerse, dejándola apoyada sobre un hombro, a la vez que
sus manos se agarraban a los de quien tenía ante él, hundiendo sus dedos en
ellos. Aquello había sido demasiado intenso y había provocado que sintiera en
todo su cuerpo una especie de cosquilleo, algo demasiado placentero que ni
siquiera podía describir con palabras; no obstante, eso había sido nada
comparado con todo lo que quedaba por llegar. Cuando ambos comenzaron a
moverse, a distintos tiempos, entrando y saliendo de él, usando su cuerpo una y
otra vez, Yongsoo no pudo atender a nada, no pudo hacer nada más que gemir,
gemir y gemir, hundiéndose más y más en el placer, casi ahogándose en él,
perdiendo completamente la noción del tiempo y casi del espacio. Yongsoo no
supo cuánto tiempo pasó ni cuántas veces los dioses lo hicieron llegar al
orgasmo esa noche mientras ellos disfrutaban de él, de su cuerpo, corriéndose
dentro de él, una y otra vez, pero casi lo sintió como si fueran años por todo
el cansancio que su cuerpo acumuló, por toda la neblina que hacía que su mente
no pudiera pensar con claridad, por todo ese fuego que no paraba de recorrer su
cuerpo en intensas oleadas cada vez que alcanzaba el orgasmo, en cada zona en
la que las manos que lo sujetaban y lo ayudaban a moverse sobre sus miembros lo
rozaban. Yongsoo sentía que todo su cuerpo estaba en llamas, ardiendo por todo
aquello, consumiéndose hasta que no quedasen más que sus cenizas.
Cuando Yongsoo finalmente fue dejado
sobre la piedra del altar, tumbado en esta, estaba sudoroso y pegajoso, su
propio semen en su estómago y la mezcla del de los dos dioses escurriéndose por
sus piernas, con la vista medio nublada y escuchando en sus oídos una especie
de pitido molesto. En esos momentos, apenas sabía quién era porque todo daba
vueltas a su alrededor, pero Yongsoo se forzó a abrir los ojos mientras trataba
de recuperar la respiración, mientras trataba de recuperar el perdido control
de su cuerpo y de su mente. Todavía se encontraba en aquel lugar, sobre el
altar de piedra, con dos dioses sentados junto a él, en el espacio vacío a sus
pies, observándolo con aquellos ojos dorados que parecían arder mientras
miraban su cuerpo desnudo, encogido sobre sí mismo, en posición fetal. Ambos hablaban,
pero Yongsoo no podía saber qué era lo que decían, no lo entendía del todo a
pesar de que veía cómo sus labios se movían. Y, por mucho que lo trató, por
mucho que trató de volver a ser consciente de todo lo que lo rodeaba y de su
cuerpo, el cansancio acumulado y la debilidad de su cuerpo como mortal que
había tratado de seguir el ritmo de dos dioses durante toda la noche,
finalmente acabaron venciéndolo y Yongsoo cayó en un profundo y reparador sueño.
En aquel momento, el chico no lo
supo porque estaba totalmente dormido, pero los dioses habían sido apaciguados
gracias a su sacrificio y volverían a entregar sus dones a su pueblo… mientras
él siguiera con ellos, dejando que desatasen toda su lujuria con él, por el
resto de su vida como mortal, lejos de la tierra que siempre había conocido, en
el mundo de los dioses.
Notas
finales:
—Mientras
escribía la ambientación me imaginaba algo similar a Grecia y Roma en cuanto a
tipo de edificios y tipos de rituales “paganos sexuales”, aunque no está
ambientado específicamente en ninguna de estas culturas, sino que es algo tipo fantasía
histórica con la que me he tomado muchas licencias.
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