Chapter 1
Seúl era mucho más grande de lo que
Kyubin siempre había imaginado. Las calles eran enormes, los edificios
demasiado altos y había demasiada gente siempre por todas partes, fuera la hora
que fuera, la ciudad nunca parecía dormir. Era completamente distinto del lugar
del que venía, un ambiente al que no estaba para nada acostumbrado, demasiadas
luces por la noche que no dejaban ver las estrellas, demasiado ruido… pero
Kyubin sentía que se podía acostumbrar a ello. Había trabajado mucho para
conseguir aquel trabajo en la capital, lo había dado todo de sí mismo y todo el
esfuerzo que había realizado había acabado mereciendo la pena. Ahora estaba
allí, ahora podía hacer lo que siempre había querido hacer y, sobre todo, ahora
podía empezar una nueva vida, echar raíces en aquel lugar. No obstante, todavía
tenía que acostumbrarse a aquel lugar. A sus calles que era un hervidero de
gente, a aquella nueva vida que estaba por comenzar.
Una vez sacó todos sus libros de las
cajas de su mudanza y darle de comer a sus peces, Kyubin decidió salir unos
momentos de su nuevo hogar, aquel apartamento de increíbles vistas que había
alquilado con opción a compra con todos sus ahorros, y dar una vuelta por los
alrededores, descubrir un poco más la ciudad aparte del centro y de lo poco que
había visitado en sus idas y venidas a Seúl mientras pasaba fases y fases de
las entrevistas, caminando sin rumbo, pero teniendo en cuenta siempre las
calles por las que pasaba para poder regresar a casa sin mucho problema. Le
gustaba el barrio que había elegido para vivir, no era tan vibrante como el resto
de la ciudad, pero tenía sus pequeños comercios, sus lugares recónditos en los
que perderse, un ritmo propio de vida, un sitio encantador al que Kyubin quería
pertenecer, donde quería sentirse a gusto sin ninguna reserva.
Mientras daba aquel paseo por el
lugar, Kyubin pasó por el escaparate de una hamburguesería que a aquellas horas
estaba cerrada, todavía demasiado temprano para la hora de la cena, con las
persianas medio echadas. Al principio, iba a pasar de largo, simplemente
tomando nota de que en aquel lugar se encontraba ese establecimiento por si
alguna vez, de camino a casa después del trabajo estaba demasiado cansado como
para prepararse algo de comer y podía pasarse por allí para cenar, pero algo
captó su atención en el interior del local y Kyubin se tuvo que detener y mirar
a través de los espacios creados por la persiana que no cubría del todo el
escaparate. Allí dentro, se encontraba un muchacho joven, de cabello rubio y
ondulado, bailando al ritmo de una música que él allí fuera no podía oír,
mientras pasaba la fregona por el lugar, limpiándolo para antes de la apertura.
Kyubin no supo por qué, pero aquel chico, bailando de esa forma tan desenfadada
y libre, solo dejándose llevar, hizo que una sonrisa amplia apareciera en su
rostro y que no pudiera evitar murmurar “adorable” antes de proseguir con su
camino, recorriendo aquella nueva ciudad en la que estaba seguro de que la vida
le tenía preparadas cosas increíbles.
🍔🍟
Taeyeob dejó escapar un suspiro
profundo después de que la pompa del chicle que llevaba un rato masticando
explotara. Era tarde, estaba aburrido y tenía mucho sueño. Ni siquiera masticar
el chicle lo estaba ayudando a concentrarse y despertarse, bostezos y suspiros
saliendo de su boca cada dos por tres mientras trataba de mantener sus manos
ocupadas con el envoltorio del paquete de chicles que se le había acabado,
creando una pequeña grulla plateada con éste. Pronto acabó dejando de lado
aquel pasatiempo para simplemente jugar con los botones del ventilador de mesa que
tenía frente a él, sus aspas girando y convirtiendo el aire cálido de aquel
lugar en algo más fresco. Taeyeob solo llevaba unas pocas semanas trabajando a
medio tiempo en el local, aquella hamburguesería enana de barrio que no tenía
demasiada afluencia de personas, pero que se mantenía a flote con una clientela
fiel. Había aprendido todo aquello gracias a lo que le comentaban los clientes
habituales cuando se presentaban ante él, clientes que solían ir unos días
fijos y a unas horas fijas, por lo que, la mayoría del tiempo, el local estaba
vacío y él no tenía mucho que hacer más que esperar pacientemente a que el
reloj le anunciara que su turno había finalizado. No pasaba nada nuevo, nada
excitante, pero no había escogido aquel trabajo porque quisiera tener una gran
aventura, solo lo había hecho porque para ser un trabajo de medio tiempo,
encargado del turno de noche todos los días, no pagaban mal y le dejaba el
resto del día libre para asistir a sus clases en la universidad.
No obstante, en esa aburrida y
calurosa noche de verano en la que Taeyeob había acabado echando su cabeza
sobre sus brazos porque tenía tanto sueño que no podía mantenerla más erguida
sobre sus hombros, todo cambió.
Taeyeob vio de reojo cómo una figura
trajeada pasaba por delante de la cristalera del escaparate, pelo castaño
oscuro, un poco largo, con una camisa azul celeste, un chaleco azul marino y
una corbata de rayas que le indicaban al chico que aquella persona era un
hombre de negocios. Inmediatamente, su atención se vio dirigida hacia aquel
hombre, su espalda ancha, teniendo la culpa en un primer lugar de que su
interés viajara de mirarse las uñas de sus manos hacia observar a aquel
desconocido. Sin embargo, lo que provocó que Taeyeob no pudiera apartar los
ojos de él, fue su rostro. Mientras hablaba por uno de aquellos teléfonos
móviles que habían salido al mercado en los últimos tiempos, pareciendo
enfrascado en la conversación que estaba manteniendo, giró su cabeza levemente
hacia el interior del local, como si, de alguna forma se hubiera percatado de
la mirada fija de Taeyeob, sus ojos encontrándose durante unos instantes a
través del cristal antes de que éste volviera a girarse hacia la calle ante él
y continuara con su conversación. Sus miradas solo se habían encontrado durante
un par de segundos a lo sumo, pero el corazón del chico había comenzado a latir
dentro de su pecho como loco. Aquel hombre era demasiado atractivo y sus ojos,
aunque desde aquella distancia no pudiera ver cuál era su color, eran intensos
y profundos y Taeyeob sintió cómo el color rojo comenzaba a ascender a sus
mejillas y la punta de sus orejas solo con rememorar en su mente su cara,
aunque intentó esconderse detrás del ventilador, usando el aire fresco que éste
daba, para bajar aquel intenso tono de su cara lo más rápido posible.
Sin poder evitarlo —y sin tener nada
más que hacer realmente— Taeyeob observó a aquel desconocido a través de la
cristalera, echado sobre su brazo, deseando una y otra vez que se girase de
nuevo hacia él para poder ver su cara una vez más antes de que desapareciera de
su vista y de su vida. Sin embargo, tras unos minutos, el hombre hizo algo
todavía mejor que girarse hacia él por una última vez. Cuando su llamada
telefónica terminó, cerró su teléfono y lo guardó en el bolsillo de sus
pantalones, caminando después con decisión hasta la puerta del establecimiento
y abriéndola, entrando en la hamburguesería y en la vida de Taeyeob casi como
si de un huracán se tratase, pisando firme el suelo de baldosas, acercándose a
donde él estaba, sentado tras el mostrador, sin quitarle la vista de encima. Su
corazón volvió a latir rápido y Taeyeob tuvo que enderezarse rápidamente y
alejar el ventilador de su cara para poder atenderlo.
—Buenas noches —saludó, su voz
sonando grave y aterciopelada—. Sé que es un poco tarde, pero espero que
todavía tengas la cocina abierta para preparar una última cena —Taeyeob asintió
rápidamente, moviendo su cabeza arriba y abajo con nerviosismo. Incluso aunque
la cocina estuviera cerrada, no le importaría abrirla solo para él y prepararle
todo un banquete—. Perfecto. Una hamburguesa normal, con patatas fritas y una
cola.
Taeyeob asintió de nuevo, tomando
nota del pedido mentalmente. Una sonrisa cálida apareció en el rostro del
hombre y el chico tuvo que tragar saliva y desviar su vista hacia abajo, porque
aquella sonrisa había vuelto a provocarle una taquicardia. Al desviar su vista
hasta su pecho, se dio cuenta de que la corbata que éste llevaba estaba torcida
y, sin percatarse siquiera de lo que hacía, Taeyeob se levantó de su asiento y
alargó la mano hacia el hombre, sus dedos rozando la suave tela de la corbata
de rayas, azul marino y amarillo, colocándola correctamente, su cerebro
retomando el control de sus acciones y su cuerpo justo en ese momento,
provocando que el chico retirase su mano rápidamente. Que aquel hombre le
pareciera increíblemente atractivo no quería decir que tuviera derecho alguno
de tocarlo, por lo que sabía que acababa de hacer algo que no debía de haber
hecho.
—Lo siento —dijo, antes de nada,
alzando su mirada, sus ojos encontrándose de nuevo con los del hombre—. Tu
corbata estaba torcida —le explicó—. Ha sido un acto reflejo.
—Oh —murmuró éste, mirándose la
corbata y terminando de arreglarla él mismo al instante—. No me había percatado
de que estuviera así. Gracias.
Taeyeob le dedicó una pequeña
sonrisa, agradecido que no se tomara mal lo que acababa de hacer —tenía que ser
buena persona si no se había molestado por ello— y después le dijo el precio de
lo que acababa de pedir. El hombre cogió su cartera del bolsillo de sus
pantalones y le pagó inmediatamente, así que, una vez le dio el cambio, lo
invitó a que se sentase donde gustase en el local mientras él le preparaba el
pedido. Taeyeob no pudo evitar fijarse en él mientras caminaba hacia uno de los
asientos de la barra junto a la cristalera y se sentaba en él, aquella espalda
que era como un triángulo invertido, hombros anchos y fuertes y cintura
estrecha, tan estrecha que el chico sintió que casi podía agarrarla con sus
manos y abarcarla por completo con ellas. Se mordió el labio inferior y después
desechó aquel pensamiento con un movimiento de su cabeza. Tenía que enfocarse,
enfocarse en prepararle el pedido y dejar de pensar en querer agarrar su
cintura porque, a pesar de que Taeyeob hubiera aceptado su sexualidad unos años
atrás, no podía quedarse prendado de todos los hombres guapos que se cruzasen
en su vida porque así no era como funcionaban las cosas.
Era el verano de 1997 y el mundo
estaba cambiando demasiado rápido a su alrededor. Las nuevas tecnologías cada
día estaban más avanzadas y cada vez eran más accesible para todo el mundo, los
restaurantes de comida rápida importados del extranjero ocupaban cada vez más
espacios en las ciudades y las personas en Corea estaban mucho más conectadas
al resto del mundo, teniendo mucho más accesibles las costumbres y los
pensamientos de la gente occidente, sus tendencias tanto musicales como en
moda, siendo seguidas sin ningún problema. Pero a pesar de que el mundo
cambiaba muy rápido y la gente trataba de adaptarse a aquellos cambios,
abriéndose a ellos, había todavía algunas cosas en las que eran incapaces de
cambiar, de abrir su mente, de intentar comprender. La homosexualidad no era
aceptaba, aquellos que eran como Taeyeob, que buscaban amor, consuelo y placer
en los brazos de un igual, no eran más que una lacra para la sociedad que los
veía como demonios, unos demonios que no debían de existir en la misma realidad
que ellos que, de hecho, no debían de existir a secas. Era el verano de 1997 y
Taeyeob era gay… pero eso no quería decir que aquel hombre increíblemente guapo
que había entrado por la puerta lo fuera como él y pudiera agarrar su estrecha
cintura, hundir sus dedos en su ancha espalda y besar aquellos labios que
tenían pinta de ser suaves y saber a café.
Taeyeob encendió los fogones y
después comenzó a cocinar, perdido por completo en sus pensamientos. Sin poder
evitarlo, mientras esperaba a que la comida se cocinara, se asomaba con
disimulo y observaba a aquel hombre que esperaba pacientemente a que le llevase
el pedido, con curiosidad, con interés, con ganas de saber todo de él, o al
menos su nombre… no obstante, nunca se había acercado a nadie de aquella forma,
por su timidez, por su miedo a ser rechazado y ridiculizado por la otra
persona. Por eso, Taeyeob simplemente se dedicó a preparar su comida,
llevársela y robar algunas miradas más mientras hacía como que limpiaba el
local, preparándose para cerrar en cuanto éste se fuera. En algunas ocasiones,
sus miradas se encontraron, el chico siendo cazado observándolo, pero en esos
pocos momentos, ambos desviaron sus miradas rápidamente y siguieron con lo
suyo, Taeyeob pasando un trapo por el mostrador y el hombre comiendo su cena
tardía… al menos hasta que éste terminó de comer y su tiempo juntos en la
hamburguesería terminó tan de golpe como había empezado. Lo único que Taeyeob
pudo hacer para poder ver durante unos momentos más la figura de aquel hombre
fue acercarse hasta la cristalera del escaparate, abriendo con sus dedos un
poco las láminas de la persiana y asomándose por ellas, viéndolo alejarse,
calle abajo, exhalando un suspiro profundo y sintiendo un poco de vacío en su
interior cuando su figura se perdió al girar la esquina de la calle, deseando
en ese momento que, aquella no fuera la primera y última vez que viera a aquel
hombre.
🍔🍟
Un suspiro profundo salió de los
labios de Taeyeob. Era martes por la noche y no había entrado ni una sola alma
en el local desde que un grupo de chicas adolescentes habían ido a cenar un
rato antes, todavía en sus uniformes. Decir que estaba aburrido, era decir
poco. Por lo general nunca había muchos clientes, pero había días en los que
realmente apenas tenía nada que hacer y se pasaba las noches simplemente echado
en su brazo sobre el mostrador, solo observando el cristal del escaparate, con
esperanzas de que alguna de las muchas personas que pasaban por delante,
decidiera entrar al local y cenar allí. Taeyeob prefería tener las manos
ocupadas, hacer cosas para no aburrirse, pero al llegar aquella tarde para su
turno ya había limpiado todo el local al ritmo de la música que sonaba en la
radio y después lo único que había podido hacer para matar su aburrimiento,
había sido ponerse a hacer grullas de nuevo con el papel plateado que envolvía
los chicles que mascaba como otra parte de matar aquel aburrimiento.
La otra cosa que había estado
haciendo mientras se aburría, había sido pensar, pensar en el atractivo hombre
trajeado que había ido unos días atrás a cenar a la hamburguesería. Realmente,
no solo había pensado en él mientras se aburría, no había parado de pensar en
él desde que lo había visto aquella primera vez y lo único que quería era
volver a verlo. Taeyeob sabía demasiado bien que no era bueno eso de no poder
dejar de pensar en él, que lo que debía hacer era ocupar su mente con otras
cosas y dejar de fantasear, de rememorar los rasgos de su rostro, su espalda
ancha que se volvía increíblemente estrecha cuando se encontraba con su
trasero, sus manos grandes de dedos huesudos y largos. Debía dejar de pensar en
él porque no iba a conseguir nada haciéndolo más que simplemente encapricharse
con él y querer algo con él que jamás iba a tener… no obstante, Taeyeob no
podía evitar querer saber todo sobre él, saber su nombre, qué le gustaba, qué
hacía en su tiempo libre, dónde trabajaba y, sobre todo, no podía dejar de
preguntarse si lo iba a ver en algún otro momento. Realmente sabía que no tenía
ni una sola oportunidad de acercarse a él de ninguna forma como para saber algo
sobre él, pero no podía dejar de pensar en todo aquello.
Taeyeob suspiró de nuevo y cerró sus
ojos. Todavía le quedaban un par de horas más allí, una hora más con la cocina
abierta por si alguien aparecía para cenar tarde y otra hora para recoger todo.
No esperaba que nadie fuera a aquellas horas, pero debía de estar allí,
tratando de no aburrirse más de lo que ya estaba. El sonido de la campanilla
que había en la puerta y que sonaba cuando ésta era abierta lo distrajo de sus
pensamientos y lo hizo abrir sus ojos y levantar su cabeza. El chico tuvo que
parpadear varias veces rápidamente para darse cuenta de que no se había quedado
dormido y que lo que estaba viendo no era parte de un sueño creado por su
mente, una imagen demasiado viva como para que no fuera real, porque ante él se
encontraba aquel mismo hombre atractivo y trajeado en el que no había podido
parar de pensar desde que lo había visto días atrás por primera vez,
dedicándole una sonrisa mientras se acercaba hasta el mostrador.
—B-bienvenido —tartamudeó Taeyeob,
todavía sin poder creerse que estuviera allí de nuevo, ante él, casi pareciendo
brillar bajo las luces amarillas del local—. ¿Q-qué… deseas tomar?
—Hamburguesa normal, aros de cebolla
y una cola —respondió este con su aterciopelada voz resonando en los oídos de
Taeyeob y haciéndole cosquillas como si contuvieran una especie de magia que,
incluso desde la distancia, le provocaba demasiadas cosas.
Taeyeob apenas tuvo voz en el cuerpo
para poder decirle el precio de su pedido e indicarle que se sentase mientras
él lo preparaba… lo que sí tuvo después fue mucho tiempo libre para seguir
observándolo de forma disimulada hasta que se fue del local, cena terminada y
despidiéndose de él con una sonrisa que hizo que el chico se sintiera en el
cielo.
🍔🍟
El jefe de Taeyeob había tenido la
grandiosa idea de proclamar que esa semana era “la semana de la hamburguesa” y
ofrecer descuentos a todos los que se pasaran por el local a comer o cenar,
algo que por una vez había hecho que el local estuviese algo más lleno en las
horas punta y que, además, hubiera un chorreo de clientes también a deshoras.
Taeyeob casi no se lo podía creer porque por primera vez en todo el tiempo que
llevaba trabajando a medio tiempo en aquel lugar, por fin no se aburría. Entre
tomar pedidos, hacer la comida, llevar a las respectivas mesas lo que habían
pedido y limpiar un poco, el chico apenas tenía ratos libres, algo que
agradecía bastante porque así mantenía su mente lo más lejos posible de aquel que
la había ocupado por completo y sin que Taeyeob pudiera hacer nada para
evitarlo en las últimas dos semanas. No obstante, aun estando ocupado, había
momentos en los que el chico simplemente se encontraba pensando en él, en si
esa noche aparecería por el local y en lo que pediría, en si entablaría algún
tipo de conversación con él o en si él mismo podría romper el hielo y dedicarle
algunas palabras, pero gracias a “la semana de la hamburguesa” el chico podía
abstraerse bastante de pensar en él… o al menos eso era lo que Taeyeob habría
deseado.
Aquella noche estaba atendiendo a
una fiesta de cumpleaños de un chico adolescente con sus amigos, demasiados
amigos, que ocupaban prácticamente todo el local, que lo llenaban con sus
voces, a veces graves y otras agudas, gallos apareciendo alguna que otra vez
provocando estridentes risas entre los demás y que cada dos por tres requerían
sus servicios, ya fuera llevándoles bebidas nuevas o incluso cocinando algunas
hamburguesas y complementos de más porque parecía que aquellos chicos no tenían
ningún fondo. Saliendo de la estrecha cocina que se encontraba tras un tabique
que compartimentaba en dos el local con un par de raciones grandes más de
patatas fritas y aros de cebolla estaba cuando se encontró con el hombre en el
que no dejaba de pensar desde el primer día que lo había visto, aquel día, en
lugar de trajeado, simplemente con una camisa y unos pantalones de vestir,
echado sobre el mostrador, esperando, esperándolo a él. A Taeyeob casi se le
cayeron las bandejas que llevaba en las manos de la impresión por verlo allí,
de aquella forma, y tuvo que agarrarlos con una fuerza inmensa cuando éste alzó
su cabeza al darse cuenta de su presencia y le dedicó una sonrisa, una sonrisa
que provocó que el chico se quedara sin aire y que su corazón dejase de latir
durante unos segundos antes de empezar a hacerlo demasiado rápido. Se quedó
paralizado, sin saber qué hacer ni qué hacer durante unos momentos, simplemente
perdido en aquellos ojos castaños, oscuros, que parecían ser unos pozos
profundos de los que no podía salir por más que lo intentara, al menos hasta
que una carcajada colectiva de parte de los adolescentes de la fiesta de
cumpleaños rompió la magia y lo trajeron de vuelta a la realidad.
—Un… momento —le dijo, alzando las
bandejas con la comida—. Llevo esto y te atiendo.
El hombre asintió con un leve
movimiento de su cabeza y Taeyeob pasó por su lado prácticamente corriendo para
dejar sobre las correspondientes mesas lo que le habían pedido, antes de volver
en un pispás hasta detrás del mostrador, adecentándose casi sin pretenderlo, la
camiseta blanca llena de manchas de grasa de la cocina y colocándose el pelo
detrás de las orejas, que siempre se le escapaba porque todavía no era lo
suficientemente largo como para que se quedara en su sitio sin moverse.
Realmente era bastante estúpido adecentarse de aquella forma, pero Taeyeob
quería presentar su mejor cara ante aquel hombre casi desconocido que provocaba
demasiadas cosas en él, aunque no quisiera enfrentarse a ello.
—Perdón —murmuró al volver—. Espero
que no hayas esperado mucho tiempo.
—He venido en una noche movidita.
Fue lo que respondió el hombre,
dedicándole una sonrisa que hizo que Taeyeob contuviera la respiración. También
dijo algo más, pero su voz quedó ahogada por el estallido de otro coro de risas
y el chico frunció su ceño, confuso porque no había oído lo que le había dicho.
Las risas ganaron intensidad de nuevo justo cuando el hombre abría de nuevo su
boca y Taeyeob se inclinó hacia delante, hacia éste, apoyando sus codos en el
mostrador, de una forma completamente inconsciente, tratando de entender y
escuchar sus palabras de aquella manera. Lo que no había esperado fue la
reacción del hombre ante su movimiento, ya que éste también se inclinó hacia
delante, sus rostros quedando a tan solo un par de centímetros durante un solo
instante, hasta que la voz grave, dulce, aterciopelada de éste, resonó en el
oído izquierdo de Taeyeob, provocando que un escalofrío de absoluto placer
recorriera su columna vertebral de arriba abajo, dejándolo clavado en su sitio.
—Me gustaría probar un combo
especial aprovechando la semana de la hamburguesa —dijo el hombre simplemente—.
He visto el cartel ahí fuera.
Taeyeob tardó un buen rato en hacer
que su cuerpo funcionara y le hiciera caso a su cerebro porque, a pesar de que
las palabras que el hombre le había dicho habían sido lo más normal del mundo,
su cuerpo había reaccionado como si le acabara de decir que se lo quería comer
entero durante toda la noche, sin descanso. Sin embargo, su cuerpo solo decidió
funcionar de nuevo unos momentos más tarde, cuando el hombre se alejó de él,
con una sonrisa encantadora en su rostro. En ese momento, Taeyeob sintió cómo
el color rojo comenzó a ascender a sus mejillas y a la punta de sus orejas y
acabó asintiendo y huyendo de nuevo hacia la cocina, antes siquiera de pedirle
el pago de lo que acababa de encargarle, demasiado avergonzado como para seguir
encarándolo.
Con su corazón latiendo demasiado
rápido dentro de su pecho y todavía un leve rosa adornando sus mejillas,
Taeyeob trató de tranquilizarse lo máximo posible mientras le preparaba el
combo especial al hombre. El hombre que se acababa de acercar a él para
susurrarle a la oreja qué era lo que quería pedir, el hombre que había
provocado que todo su cuerpo actuara sin que él le diera ningún permiso, el
hombre que no abandonaba de su mente incluso cuando no se encontraba ante él…
aquel hombre que solo le debía sonreír porque era amable y no porque fuera gay
y quisiera flirtear con él. Taeyeob trató de enfocarse en ese pensamiento,
aunque le doliese para seguir funcionando, para que su cuerpo le siguiera
haciendo caso durante el resto de la noche.
🍔🍟
La “semana de la hamburguesa” había
acabado y la clientela habitual de la hamburguesería se había incrementado,
pero tampoco demasiado, un par de personas más al día de las que solía atender
Taeyeob antes de toda la locura que había supuesto la semana con las ofertas.
El chico lo esperaba, esperaba volver a aburrirse como una ostra cuando ésta
finalizara, pero su jefe le había dado un poco más de dinero a final de mes
gracias a las ganancias extra de aquella semana por su trabajo duro durante el
turno de noche y Taeyeob lo había agradecido bastante. Todavía no había
ahorrado lo suficiente para poder comprarse un móvil, como los que sus amigos
habían comenzado a llevar a la facultad y como los parecían tener el resto del
mundo. El chico se había estado resistiendo a tener uno porque eran algo caros
y él todavía usaba el busca y las cabinas, pero sabía que los móviles eran
muchísimo más cómodos y, además, ahora empezaban a ser un poco más pequeños y
manejables, por eso había comenzado trabajar, para tener un poco de dinero
extra con el que poder comprarse lo que quisiera o darse algún capricho,
además, el trabajo en aquella hamburguesería no era demasiado complicado ni
tampoco pesado, quizás más aburrido de lo que había esperado en un primer
momento, pero no estaba mal y le gustaba, le dejaba tiempo para ir a la
facultad sin problema y no lo cansaba… y quizás lo mejor —o peor de todo— le
había permitido encontrarse con aquel atractivo hombre en el que no dejaba de
pensar.
Taeyeob había tratado de no hacerlo,
había tratado de alejar su mente de él, de pensar en lo atractivo que era, en
el increíble cuerpo que tenía y en lo bien que le quedaban los trajes o las
camisas con las que solía entrar al local. Tampoco podía dejar de pensar en lo
simpático y encantador que era con él a pesar de que solo intercambiaban un par
de palabras cada vez fuera de la cordialidad de un empleado atendiendo a un
cliente, aquellas sonrisas que le dedicaba, aquellos ojos profundos con los que
el chico no paraba de soñar… aunque, en general, no dejaba de soñar con él,
casi toda las noches, siempre los días en los que iba a la hamburguesería a
cenar, pero también alguna que otra noche cuando llevaba algunos días sin
verlo. Taeyeob odiaba aquello de la misma forma que lo adoraba. Si vivieran en
otro lugar, en otra ciudad, en otro país, quizás podría tratarlo, quizás podría
intentar flirtear con él, quizás incluso podría comenzar algo con él, si las
circunstancias eran propicias, si el otro sentía una mínima atracción por él,
de la misma forma en la que Taeyeob se sentía atraído por él… pero allí, en
Seúl, aunque hubiera algún que otro lugar, escondido, lejos de la vista del
resto del mundo, en el que los que eran como él tenían un pequeño espacio para
poder existir, libres de prejuicio, Taeyeob tenía miedo. Miedo al rechazo,
miedo a que los ojos profundos en los que se perdía lo mirasen con odio, por
eso, lo único que podía hacer era pretender, pretender que no le atraía en
absoluto, pretender que era como el resto del mundo, que no estaba interesado
en los hombres como él, a pesar de lo que le había dicho su mejor amigo
Seungyoun. Había hablado con él, la única persona que lo entendía en el mundo
porque también era gay, la única persona que podía darle consejos desde su
experiencia, la única persona que había salido del armario con todo el mundo a
pesar de que muchos hubieran decidido darle la espalda. Seungyoun le había
dicho que dejara de pretender, que tratara de encontrar el amor, tal y como
había hecho él, que no solo saliera de vez en cuando a los locales escondidos
del mundo para enrollarse con alguien. El mayor le había dicho lo difícil que
era encontrar el valor para salir del armario, para vivir su vida sin tener que
pretender delante de los demás, para poder decirle a alguien de su mismo sexo
que lo atraía y no sentirse juzgado u odiado. “La verdadera libertad comienza
solo cuando dejas atrás todos los prejuicios” era la frase que su amigo le
había repetido en más de una y de dos ocasiones… pero Taeyeob no sentía que
estuviera preparado para algo como aquello, ni para salir del armario, ni para
poder acercarse a ningún otro hombre —menos a aquel que rondaba su mente cada
momento del día en los últimos tiempos— y decirle que lo atraía fuera de la
seguridad que le daban los pubs solo para gays.
Taeyeob dejó escapar un suspiro
profundo mientras limpiaba la cristalera del escaparate con un trapo húmedo,
tratando de quitar el pegamento del celo que se había quedado pegado, casi
incrustado en el cristal, después de que los carteles de la “semana de la hamburguesa”
hubieran estado allí durante toda la semana. Debía dejar de pensar en todo
aquello y simplemente enfocarse en la tarea que tenía delante porque ésta
requería toda su concentración si quería dejar los cristales limpios como una
patena.
—¿Un día duro?
Una voz grave que provocó que la
piel de todo el cuerpo de Taeyeob se volviera carne de gallina sonó a sus
espaldas y el chico soltó el trapo, cayendo este sobre el poyete del cristal.
No tenía que girarse para saber de quien se trataba porque había escuchado esa
voz muchas otras veces en el escaso tiempo que llevaba trabajando en aquella
hamburguesería y ésta aparecía siempre en sus sueños, como su dueño; no
obstante, el chico se giró, encontrándose al hacerlo al hombre que ocupaba
todos sus pensamientos con una sonrisa en su rostro que le cortó la respiración
y lo dejó sin habla. Le había dicho algo, más bien, le había preguntado algo,
pero Taeyeob no podía recordar el qué y ni siquiera podía usar su boca para
contestarle, así que, simplemente se agachó para recoger el trapo que se le
había caído de las manos, sin dejar de observarlo.
—Perdón por asustarte —le dijo, con
aquella encantadora sonrisa todavía en su rostro—. ¿Puedo pasar? ¿Sigues
preparando cenas a esta hora?
—Sí… sí, claro —respondió Taeyeob.
Rápidamente fue hacia la puerta para
entrar al local y la dejó abierta para que el hombre pasara al interior,
siguiéndolo el inmediatamente después y yendo hacia el mostrador para tomar
nota de su pedido y el dinero, casi huyendo hacia la cocina justo después con
el corazón latiendo dentro de su pecho como si se quisiera salir de él. No pudo
dejar de observarlo mientras esperaba a que la comida se cocinara, oculto
parcialmente tras el tabique que separaba la cocina del local, viéndolo jugar
con sus dedos mientras miraba a través del escaparate la calle, la gente y los
coches pasando por delante de él. Casi se le quemaron las patatas mientras lo miraba
y las tuvo que sacar de la sartén corriendo para que no lo hicieran. Después de
aquello, decidió que lo mejor que podía hacer para no provocar un estropicio
era centrarse, o al menos intentarlo, en alguna tarea. Le dejó la comida al
hombre sobre su mesa y después salió del local, limpiacristales en mano y con
el trapo para seguir limpiando el cristal de los restos de pegamento. No
obstante, su plan para centrarse en hacer algo y no en aquel hombre tan
atractivo que tenía ante él, falló… precisamente porque lo tenía justo delante
de él, ya que éste se había sentado junto al cristal, así que, mientras limpiaba,
Taeyeob no paraba de alzar su cabeza y observarlo comer, extasiado por cómo se
movía su boca al masticar, sin poder dejar de mirarle los labios. Y, en ello
estaba, observándolo mientras bebía, cuando éste alzó su cabeza y lo miró
directamente a los ojos, encontrándose con su mirada y atragantándose con su
cola probablemente porque no se había esperado que lo estuviera mirando.
Avergonzado después de aquello, con
sus mejillas y la punta de sus orejas completamente rojas, Taeyeob no volvió a
mirarlo más, se dedicó de verdad a quitar el pegamento del cristal y dejarlo
como los chorros del oro, flagelándose mentalmente porque el otro lo había
pillado mirándolo embobado. El chico no volvió a robarle ninguna mirada hasta
que éste no se fue del local y pasó por su lado, alejándose calle arriba, solo
en ese momento, se permitió observar su figura hasta que ésta se perdió al
girar la esquina.
🍔🍟
La música alta retumbaba en sus
oídos y hacía que le doliera la cabeza, ni siquiera las dos copas que se había
tomado cortesía de Seungyoun le habían servido para desinhibirse y disfrutar de
la música, bailar en la pista, y quizás, arrimarse a alguno de los muchos
hombres guapos que había en el local y que seguro que estarían dispuestos a
pasar la noche con él. Taeyeob sabía que era guapo, que tenía unos rasgos
delicados y casi femeninos que hacían que incluso algunos hombres que no eran
gays, se quedaran prendados de él, por lo que, sabía a la perfección que, si
daba alguna indicación de que buscaba algo esa noche, no le faltarían
pretendientes para pasar un buen rato. Sin embargo, a pesar de que en un primer
momento había estado completamente de acuerdo en que necesitaba salir, beber,
liarse con alguien y dejar de pensar en aquel hombre del que se había quedado
prendado, el chico no se sentía realmente con fuerzas para hacer nada de
aquello esa noche y, tras una hora más o menos, se acercó a su amigo para
avisarlo de que volvía a casa. Seungyoun había tratado de retenerlo en un
primer momento con la promesa de otra copa gratis, pero al final, al ver que no
estaba especialmente receptivo a todo aquello, lo había dejado ir y Taeyeob
había salido del local en busca de la cabina más cercana para llamar a un taxi
que lo recogiera. A aquellas horas de la noche los autobuses ya habían dejado
de pasar y los metros que sí que seguían pasando no tenían ninguna parada cerca
de donde él vivía, en una gran ciudad como aquella, ir andando hasta el pequeño
apartamento que compartía con otros universitarios no era la mejor opción
tampoco si no quería caminar hasta el amanecer.
Taeyeob vagabundeó por las calles
circundantes al local de ambiente que estaba escondido en un callejón, lejos de
la vista de los viandantes, encontrando en su camino un montón de bares todavía
abiertos llenos de oficinistas borrachos que parecían no querer volver a sus
casas todavía a pesar de las horas que eran. El chico pasó de largo de todos
aquellos locales, simplemente buscando una cabina hasta que encontró una en la
esquina de una calle, cerca de uno de los bares. No había nadie en ella, así
que, simplemente entró, sacando algunas monedas del bolsillo de sus pantalones
vaqueros e insertándolas en la ranura, descolgando el teléfono y llamando
después al número de los taxis de Seúl, un número que se encontraba en uno de
los posters en el interior de la cabina, marcando sus dígitos uno a uno lentamente
para no equivocarse. Tras unos cuantos pitidos, una operadora le cogió el
teléfono y el chico dio su localización para que un taxi fuera a recogerlo allí
mismo, recibiendo la respuesta de que en solo unos minutos pasaría un taxi a
por él. Taeyeob dio las gracias y después colgó el teléfono, dejándose caer
contra uno de los laterales de la cabina y sacando el paquete de chicles de su
bolsillo mientras esperaba a que el teléfono le devolviera el cambio, abriendo
uno y metiéndoselo en la boca inmediatamente después.
Aburrido mientras esperaba a que el
taxi fuera a por él, acabó doblando el papel plateado del envoltorio del chicle
y haciendo una pequeña grulla con él. Tenía la costumbre de hacer aquellas
pequeñas grullas cada vez que comía chicle para matar el tiempo y entretenerse
y tan concentrado estaba en hacer aquella que Taeyeob no se dio cuenta de que
alguien avanzaba hacia la cabina, hacia él, tambaleándose, hasta que el cuerpo
de aquella persona se lanzó contra el suyo, su rostro encajándose en su pecho y
sus manos agarrando sus brazos. El chico dio un respingo, asustado por aquel
hombre que se había abrazado repentinamente a él y que olía a alcohol y llevó
sus manos hasta los hombros de éste para alejarlo de su cuerpo, haciendo que
éste recargara su espalda contra el otro lateral de la cabina. Cuando el hombre
alzó su cabeza, sus ojos castaños oscuros se encontraron con los de Taeyeob,
aunque parecían perdidos en la inmensidad del universo, desenfocados, y el
chico contuvo la respiración. Ante él estaba el hombre en el que no podía dejar
de pensar, demasiado borracho como para tenerse en pie, dedicándole una sonrisa
completamente encantadora que provocó que su corazón dejara de latir durante
unos segundos antes de comenzar a latir como loco dentro de su pecho. Taeyeob
se sintió confuso. No sabía qué era lo que el otro hacía allí, ni por qué razón
estaba tan borracho, pero tampoco pudo pensar mucho en ello porque a éste le
flaquearon las piernas y comenzó a resbalarse por la cabina hacia el suelo, por
lo que tuvo que reaccionar rápidamente y sujetarlo por los hombros para que no
cayera.
—Mi chico precioso… —murmuró, su voz
grave ronca, arrastrando las palabras por culpa del alcohol—. No sabía si de
verdad eras tú o eras solo un espejismo porque no dejaba de pensar en ti.
Taeyeob quiso esbozar un “¿qué?”
demasiado confuso, sin poder creerse que sus orejas estuvieran escuchando
aquello o si todo era simplemente producto de su imaginación; no obstante,
antes de que pudiera hacerlo, el rostro del hombre se acercó al suyo y sus
labios se unieron. El chico se quedó completamente paralizado ante aquello, sus
ojos abriéndose al máximo por la sorpresa y su corazón latiendo todavía más
rápido dentro de su pecho, mientras la boca del otro se movía sobre la suya,
suave, demandante, con sabor a alcohol, cerveza negra y un poco de soju.
Taeyeob no entendía nada, no sabía por qué éste lo estaba besando o si era solo
un sueño, pero tampoco tuvo demasiado tiempo para procesarlo porque unos
momentos después, los labios del otro se alejaban de los suyos, su cuerpo
cayendo sobre él y el chico teniendo que sujetarlo con fuerza para que no
cayeran al suelo los dos. Con el rostro de aquel hombre contra su pecho, sus
ojos cerrados y su respiración algo irregular, Taeyeob sintió que le daba un
pequeño ataque al corazón, no pudiendo creerse nada de lo que estaba pasando,
no pudiendo entender la situación en la que se encontraba ni las palabras que
había recibido por parte del otro y le habría gustado tener un poco de tiempo
para poder procesar todo aquello; sin embargo, el claxon de un coche se dejó
oír a su lado y cuando giró su cabeza hacia la calle, se dio cuenta de que el
taxi al que había llamado, acababa de llegar.
—Maldita sea… —murmuró.
Se encontraba en una encrucijada en
aquellos momentos. Había llamado al taxi porque quería irse a casa, porque la
noche no estaba siendo lo que él había esperado que fuera, pero eso había sido
antes de que todo aquello hubiera sucedido en la cabina, antes de que tuviera
aquel cuerpo contra el suyo, no dejándolo apenas moverse. No podía dejarlo
allí, pero tampoco podía llevárselo a su casa porque vivía con unos cuantos
universitarios más y no podía entrar al piso con él, borracho, y tenerlo en su
habitación como si nada. Tampoco sabía dónde vivía él y si lo podía averiguar,
pero dejarlo allí, en la cabina, tan borracho como estaba no era ninguna
opción. Como bien pudo, trató de caminar y salir de la cabina, intentando
cargar el peso de aquel hombre que, si bien estaba delgado, tenía bastante
músculo y pesaba más de lo que Taeyeob había imaginado. Fue tambaleándose, con
sus piernas casi cediendo en un par de ocasiones en el escaso trayecto que
recorrió hasta llegar al taxi, abriendo como pudo la puerta trasera de éste y
metiendo primero al otro en él, teniendo el máximo cuidado posible, para
después sentarse él, dejando escapar un suspiro profundo en cuanto lo hizo.
—Una noche divertida —comentó el
taxista en el momento en el que el chico cerró la puerta del coche. Taeyeob no
le contestó a aquello, solo le dedicó una sonrisa cansada—. ¿Dónde os llevo?
—Mmm… deme un par de minutos —le
respondió—. No recuerdo la dirección exacta de la casa de mi amigo y no quiero
que mis padres nos echen la bronca por llegar de nuevo borrachos —mintió.
El hombre rio ante aquello y Taeyeob
comenzó a rebuscar en los bolsillos del otro, intentando encontrar algo en lo
que estuviera escrito la dirección de su casa. En el bolsillo de atrás de sus
pantalones se encontraba su cartera, así que, el chico la sacó y buscó su
tarjeta de identificación, dando con ella y leyendo la información de ésta. El
nombre de aquel que había estado poblando sus pensamientos y que había
aparecido en sus sueños desde que había empezado el verano era Shin Kyubin,
tenía veintiocho años, cinco más que él, y la dirección que aparecía en esta
era la de su casa en Masan, nada de su dirección en Seúl. Taeyeob no pudo
disfrutar del descubrimiento que había hecho sobre él, por fin poniéndole
nombre a aquel atractivo rostro, porque tenía que encontrar dónde vivía para
poder llevarlo allí y, gracias al cielo, éste tenía en uno de los espacios de
su cartera una factura de compra de una estantería, doblada en mil partes, en
la que se encontraba su dirección. Con un suspiro de alivio, Taeyeob le dijo la
dirección que estaba escrita en el papel al taxista y este puso en marcha el
coche con ese destino.
El trayecto no fue demasiado largo,
algo que Taeyeob agradeció bastante porque no tuvo que gastarse demasiado
dinero en él, pero bajar del taxi con Kyubin, que estaba tan borracho que no se
sostenía en pie y cuya consciencia estaba más ida que otra cosa, fue una
pequeña odisea… atravesar la calle, subir las escaleras e intentar abrir la
puerta de su apartamento con las llaves que había pescado de uno de los
bolsillos de su pantalón después de guardarle la cartera, fue más parecido a la
verdadera Odisea, pero a pesar de que Taeyeob estaba sin aliento y sin fuerzas,
no cejó en su empeño de hacer aquello bien y dejar al otro en su casa. Por su
mente todavía rondaban una y otra vez las palabras que éste le había dedicado y
en sus labios seguía sintiendo la presión de los labios ajenos, de la misma
forma que todavía podía saborear en su boca un tipo de alcohol que no había
bebido esa noche, pero lo más importante era lo que estaba haciendo en aquellos
momentos. El mayor estaba muy borracho y Taeyeob sabía, aunque le doliera, que
debía de haberle dicho aquellas cosas y besado porque lo había confundido con
otra persona.
Taeyeob atravesó el apartamento de
Kyubin con cuidado de no tropezarse con nada, en semioscuridad, con la única
guía de la luz que entraba desde la calle por los amplios ventanales sin
cortinas del lugar. No era un sitio demasiado amplio, tan solo un estudio con
una habitación enorme que servía de cocina, salón y dormitorio a la vez y una
pequeña puerta en un lateral que el chico supuso que debía ser el baño. Llevó
al hombre hasta la cama, un simple colchón tirado en el suelo y que se
encontraba frente a los amplios ventanales, bajo éstos, había una pequeña
estantería llena a rebosar de libros y también había una televisión justo al
lado del colchón. Taeyeob lo dejó caer sobre la cama con cuidado, dejando
escapar un profundo suspiro porque por fin había llegado a su destino y ya no
estaba soportando el peso del otro, moviendo sus hombros y brazos, sintiendo
algo de alivio al hacerlo. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro cuando
miró hacia abajo, el hombre en el que no había dejado de pensar durante semanas,
acurrucándose con su almohada y decidió que la última cosa que haría por él
aquella noche sería quitarle los zapatos y taparlo con la colcha, antes de
salir de su apartamento como si nunca hubiera estado allí. No obstante, cuando
se agachó un poco para tirar de la colcha, los brazos de Kyubin encontraron de
nuevo su cuerpo y tiraron de él hacia abajo, hasta que el chico acabó tumbado
sobre él, en su cama, con sus brazos abrazándolo con fuerza, apretándolo contra
él, no dejándolo escapar. Con su corazón latiendo rápidamente dentro de su
pecho y sus mejillas y orejas completamente rojas, Taeyeob trató de forcejear,
pero el agarre era demasiado fuerte y no pudo hacer nada. La única opción que
le quedaba era simplemente esperar, esperar a que el mayor se quedara aún más
dormido y el agarre que mantenía sobre su cuerpo fuera haciéndose más débil
hasta poder escapar de él. Sin embargo, a pesar de la situación en la que se
encontraba, a pesar de que su cuerpo y su mente estaban en un estado catatónico
y todo aquello debía haberlo mantenido despierto, el cansancio acumulado de la
semana y de haber cargado con Kyubin hasta allí, acabaron haciendo que Taeyeob
se quedara profundamente dormido entre los brazos del mayor, como si aquel
fuera el único lugar en el que estaba a salvo.
🍔🍟
Taeyeob se despertó cuando los
primeros rayos del sol comenzaron a entrar por los amplios ventanales de aquel
lugar y el chico tardó unos momentos en ubicarse, su cabeza dando vueltas y
doliendo un poco, de la misma forma que le dolían los hombros y un poco la
espalda. Tuvo que parpadear varias veces para enfocar su vista y lo primero que
se encontró al alzar su cabeza un poco, fue el rostro del hombre que había
estado apareciendo en sus sueños durante semanas. Durante un instante, el chico
se sintió confuso, no sabiendo si estaba soñando porque no era la primera vez
que soñaba que dormía entre sus brazos y se despertaba con él en la misma cama,
pero cuando ese instante pasó, todos los recuerdos de la noche anterior
acabaron bombardeando su cerebro uno tras otro, dejándolo sin respiración. La
cabina, el beso, el viaje en taxi, los fuertes brazos de Kyubin tirando de él
para que cayera sobre su pecho y rodeándolo durante toda la noche. Habían
pasado demasiadas cosas y todas aquellas cosas eran demasiado para Taeyeob, que
necesitaba respirar y pensar, tratar que su mente encontrara una explicación
buena y plausible para todo aquello… por eso, acabó haciendo lo que no había
podido en la madrugada, desembarazarse de los brazos del mayor y salir de la
cama con cuidado para no despertarlo, porque no despertarlo era la mejor forma
de poder salir de allí sin provocar ningún momento incómodo entre ellos, por
más que Taeyeob quisiera encontrar una explicación y por más que la mejor
explicación posible pudiera provenir del otro, no quería estar allí cuando
despertase.
Salir de entre los brazos de Kyubin
no fue complicado, su agarre había perdido fuerza durante la noche y todavía
estaba profundamente dormido, así que pudo hacerlo en unos instantes. Una vez
escapó del abrazo, se quedó sentado sobre el filo del colchón y un suspiro de
alivio salió de sus labios sin que pudiera detenerlo porque ya le quedaba menos
para poder salir del lugar. El chico se refregó los ojos para quitarse el sueño
que todavía tenía encima y sacó de su bolsillo un chicle para terminar de
despertarse y paliar un poco su aliento matutino, comenzando inmediatamente a
masticarlo y a doblar con sus dedos el papel plateado del envoltorio con forma
de grulla. Todo aquello ayudó a Taeyeob a despertarse por completo. Sin poder
evitarlo, le dedicó una mirada de soslayo al hombre sobre la cama que dormía
profundamente, la camisa desarreglada, el pelo algo largo despeinado y su
rostro expresando una paz y una calma que Taeyeob no sentía para nada, pero que
quizás, observando aquel atractivo rostro dormido durante el suficiente tiempo,
pudiera llegar a sentir en algún momento. No obstante, el chico tenía que salir
de allí antes de que el mayor se despertase y lo encontrase en su apartamento.
Antes de levantarse de la cama,
Taeyeob miró la grulla que acababa de hacer y decidió dejarla sobre la
televisión. Sabía a la perfección que Kyubin debía de haber visto más de una
vez y más de dos las grullas que hacía en su turno en la hamburguesería cuando
estaba aburrido y que relacionaría que había sido él quien lo había llevado
hasta allí al menos, si no recordaba lo que había pasado esa noche porque había
bebido demasiado, esperando que con aquello el mayor pudiera explicarle qué era
lo que había pasado y por qué había pasado. Una vez hecho aquello, simplemente
terminó lo que había querido hacer la noche anterior y le quitó los zapatos,
tapándolo un poco mejor con la colcha antes de levantarse de la cama y
finalmente dirigirse hacia la puerta para salir de aquel lugar, con la cabeza
hecha un lío y una especie de opresión en su pecho que sabía que se debía a que
había hecho realidad varios de los sueños que había tenido con Kyubin, pero
todo había sucedido simplemente porque el mayor estaba muy borracho y la casualidad
había hecho que ambos se encontrasen esa noche.
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