Bodyguard
Era el último día de trabajo de Kim
MyungSoo con aquel niñato malcriado al que le había tocado hacer de
guardaespaldas. Ese era su oficio, proteger a las personas de cualquier peligro
que les acechara, pero los últimos meses habían sido un infierno junto a aquel
chico.
No le obedecía, siempre se metía en
problemas grandes y cuando MyungSoo le quitaba los ojos de encima durante un
par de segundos se las arreglaba para desaparecer. Así que, por estos motivos
(y aunque el hombre fuera un profesional) no podía dejar de alegrarse de que
por fin su vida se alejaría de la de SungJong.
Aquella mañana canturreaba
alegremente mientras llevaba al chico en limusina a la universidad, como todas
las mañanas. Escuchaba al menor suspirar y maldecir por lo bajo, pero lo
ignoró, era su último día y no se lo iba a estropear.
Minutos después llegaban al lugar y
SungJong se bajaba del coche sin decir siquiera adiós, como era su costumbre.
MyungSoo sacudió la cabeza porque normalmente aquello le molestaba, pero ese
día no lo haría. Esbozó una gran sonrisa y se miró en el espejo retrovisor para
darse el visto bueno.
En ese momento se percató de un
extraño movimiento y haciendo caso a sus instintos salió rápidamente del coche,
en busca del chico al que seguía teniendo que proteger aunque fuera su último
día. No le hizo falta mucho para encontrarlo, ya que apenas había traspasado la
verja del terreno. El guardaespaldas advirtió otro movimiento y, corriendo, fue
hacia SungJong, poniéndose ante él, cubriendo todo su cuerpo con el suyo.
No pasó ni un segundo cuando sintió
el impacto contra la piel de su espalda baja. Su cuerpo dio una sacudida y se
aferró al del chico, que estaba confuso con toda la situación hasta que
MyungSoo habló.
―Ni se te ocurra moverte ni un
milímetro ―advirtió―. O el disparo que acabo de recibir habrá sido en vano.
SungJong abrió los ojos como platos
ante la revelación, pero no se movió ni un ápice. El guardaespaldas sentía la
sangre caliente brotar de la herida, pero se quedó en la misma posición hasta
que notó que su agresor había huido. En ese momento se desplomó sobre el cuerpo
del chico al que protegía y este lo recibía entre sus brazos.
―Muchas gracias… MyungSoo ―creyó
oírlo decir―. Gracias.
El guardaespaldas sonrió. No iba a
obtener más de aquel chico, además, había cumplido con lo prometido, aunque a
partir de ese momento tuviera que portar una cicatriz en la zona baja de su
espalda que le recordaría a SungJong para siempre.