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sábado, 29 de marzo de 2014

Sí, Amo

Sí, Amo

            Todavía seguía sin entender qué hacía en aquella situación. ¿Cómo me había podido dejar convencer por mi jefe para hacer ese trabajo? Pero claro, el hombre me había prometido una gran suma de dinero por hacer todo por su hijo durante el tiempo que se hospedara en el hotel en el que estaba trabajando en el verano para poder pagarme el próximo año de universidad.

            Sin embargo, TODO era demasiado.

            ―YiFan, masajéame los pies ―dijo el malcriado de SeHun, el hijo de mi jefe, con un tono imperativo que al escucharlo me dieron ganas de estamparle el cojín en la cara para que se callara de una vez y para siempre.
            ―Sí, amo ―murmuré sentándome en el sofá y cogiendo los pies de aquel niñato. Llamarlo de esa forma era algo que me había impuesto y aunque cada vez que tenía que hacerlo me daban ganas de tirarlo por el balcón de la suite en la que ya llevaba más de un mes instalado.

            Comencé a masajear sus pies lo mejor que podían mis grandes manos, más habituadas a jugar al baloncesto que a cuidar de alguien. Sin embargo, tras algunos minutos, el chico comenzó sonreír, como nunca antes lo había visto, y hacer algunos sonidos raros que me hicieron detenerme al momento.

            ―¿Por qué paras? ―preguntó sin abrir siquiera sus ojos―. Sigue con lo que hacías.
            ―Sí…
            ―Sí, ¿qué?
            ―Sí, amo.

            Seguí masajeándole los pies, haciendo algo más de presión en los sitios en los que notaba que estaban más duros, pero sin hacerle daño ―aunque eso fuera lo que más quisiera―, porque me podrían despedir sin pagarme ni un mísero won.

            ―YiFan ―volvió a llamar.
            ―¿Sí, amo?
            ―Vamos a la cama y utiliza esas manos para otras cosas mucho mejores ―murmuró el chico.
            ―¿Cómo?
            ―Vamos.
            ―Pero eso no entra dentro de mis deberes… ―repliqué.
            ―Si no lo haces le diré a mi padre que te despida ―amenazó y aunque me dieron ganas de salir de allí, dejando a ese niñato solo, el dinero me hacía mucha más falta―. ¿Qué me dices? ―me mordí el labio inferior hasta que me hice sangre.
            ―Sí, amo.