sábado, 30 de noviembre de 2013

Tales Of Rivendell

Mapa de la Tierra Media



Prólogo

            La luz de la luna llena se filtraba a través de las hojas de los árboles que, como si fueran el manto de una madre, arropaban el lugar más sagrado de los elfos. En el Manantial de aguas transparentes se reflejaba aquel cuerpo celeste, dándole un aspecto mágico. Un suave viento mecía las ramas más altas de aquellos árboles ancestrales dándoles un aspecto siniestro para quien fuera inexperto en la materia, mas la persona que caminaba entre ellos sabía perfectamente que estos danzaban siguiendo al viento.

            La verde y alta hierba bajo sus pies descalzos formaba una alfombra mullida que lo hacía caminar con comodidad hacia su destino. El silencio, solo roto de cuando en cuando por algún ave nocturna, era su único compañero. El borde de su túnica blanca se teñía del color de esta hierba por su constante rozar contra el suelo. La capa de lana oscura ocultaba su rostro alargado y fino de cualquiera que pudiera verlo y lo abrigaba, alejando de sus huesos el frío que comenzaba a pasarle factura.

            El lugar en el que se encontraba el Manantial apareció frente a sus ojos y una sonrisa que formó un hoyuelo en su mejilla derecha apareció en su rostro. Había llegado.

            La capucha ya no era necesaria para ocultarse de los demás y fue retirada, dejándola caer sobre la espalda, encima de la capa. El ser que se encontraba bajo esta era alguien hermoso. Su piel, blanca como la porcelana. Sus ojos alargados y de un castaño imposible para ser parte de este mundo. Sus cejas y sus orejas acababan en punta, al igual que su barbilla y nariz también eran algo puntiagudas. Su cabello castaño, al igual que sus ojos, caía suelto sobre su espalda. Su cuerpo era alargado y atlético, aunque no tanto como solía ser el de los demás congéneres de su raza, la raza de los elfos[1] o Quendi[2], como se llamaban a sí mismos.

            Parecía joven, mas no lo era. La característica de todos los hijos de Ilúvatar[3] era esta. Los elfos vivían durante miles de años sin que los signos de la edad fueran patentes en su cuerpo.

            El ser se adentró en el lugar sagrado, colocándose de rodillas sobre el suelo, junto al Manantial para realizar el ritual que le llevaría unas horas. Sin embargo, antes de comenzar a entonar las palabras que iniciaban el ritual, las transparentes aguas titilaron y comenzaron a formarse ondas.

            El elfo se levantó y se retiró de aquellas aguas, esperando.

            Era mala señal que sin siquiera entonar el canto del ritual, el Espíritu del Bosque decidiera aparecerse ante quién osara invocarle. Aquello solo había sucedido en un par de ocasiones anteriormente y no habían traído nada bueno. La primera fue cuando el Señor Oscuro forjó los Anillos y la segunda cuando la batalla para destruir el Anillo Único casi termina haciendo desaparecer toda la Tierra Media.

            El elfo sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando una figura comenzó a emerger del agua. Lentamente, muy lentamente el Espíritu del Bosque apareció ante sus ojos, brillando como la luna que ya no era reflejada en el Manantial. El hijo de Ilúvatar tuvo que cubrirse con las manos sus rasgados ojos, ya que la luz tan brillante que emitía aquel ser le hacía daño. El lugar sagrado también fue iluminado por esta luz, que hizo a todas las plantas florecer.

            Poco a poco, la luminosidad fue remitiendo y el elfo pudo retirar las manos de su rostro para poder observar a la criatura que tenía ante sí. Era un ser hermoso. Su piel de porcelana. Su rostro de infante. Su cabello rubio y rizado. Sus ojos grandes de color castaño. Sus labios rosas. Su cuerpo, parecido al de los humanos, pero sin dejar de parecerse al de los elfos. Era un ser.

            Los elfos propagaban por el mundo que eran la raza más antigua de la Tierra Media, pero los seres lo eran aún más que ellos. Eran unas criaturas hermosas, tanto que la palabra perfección se les podía aplicar y sin embargo se quedaba corta a la hora de describirlos.

            —Me agrada tu visita, Lay, señor de los elfos y protector de la ciudad-refugio de Rivendell —la voz del ser era suave, aterciopelada y tejía un manto sobre el que tumbarse para alcanzar el sueño eterno—. No recibo muchas en estos tiempos.

            El Quendi asintió y luego inclinó un poco su cabeza en señal de respeto hacia aquella criatura.

            —Ningún elfo, hombre o enano se atrevería a perturbar su descanso por nimiedades —comentó—. En tiempos de paz no es necesario hacerlo.
            —Mas aquí estás —sus palabras cortaron el aire.
            —No estaría aquí si no hubiera una buena razón —contestó Lay—. Y puedo asegurar que sabe qué motivo me trae hasta sus dominios.
            —Perfectamente —el elfo asintió y el ser tomó aire antes de continuar—. Tus sueños te atormentan y te avisan de que algo horrible está a punto de suceder en Rivendell. Por eso has acudido a mí.
            —Así es.
            —Si quieres mi sabiduría, te la daré, Lay, señor de los elfos. Pero habrás de darme algo a cambio.
            —¿Qué desea?
            —Primero, ¿aceptas mi condición?

            Lay asintió sin pararse a pensar. Si los elfos eran traicioneros, los seres aún lo eran más, pero no tenía tiempo para ello, debía saber para poder proteger a su ciudad y a su familia. Si para ello debía hacer todo lo que aquella criatura hermosa le pidiera, lo haría.

            —Perfecto —el ser juntó sus pequeñas manos por las palmas y sus dientes blancos formaron una perfecta sonrisa durante unos momentos—. La oscuridad ha traspasado las barreras de la ciudad-refugio de Rivendell y lo único que puedes hacer, Lay, señor de los elfos, es huir lejos.
            —¿Por qué habría de huir cuando mi pueblo me necesita? —el hijo de Ilúvatar no entendía aquello.
            —Si quieres que tus hijos sobrevivan, es lo que habrás de hacer.






[1] Elfos: son seres fantásticos que en las obras de J. R. R. Tolkien aparecen como seres prácticamente inmortales, al menos para el tiempo de Arda. Entre todos los Hijos de Ilúvatar son los más hermosos, los más valientes y los de mayor sabiduría y poder.
[2] Quendi: significa los que hablan y así es cómo se denominan los elfos a sí mismos.
[3] Hijos de Ilúvatar: este es uno de los nombres que reciben, dentro del legendarium del escritor J. R. R. Tolkien, las criaturas que Eru Ilúvatar crea por su propia mano, sin la intervención de ninguno de los ainur.


2 comentarios:

  1. *w* *www* *wwwwwwwwwwwwwww*

    Qué hermoso!!!!!!!!!!!!! Está tan detallado, tan bien ambientado... Los dos primeros párrafos (probablemente los menos importantes xD) me han FASCINADO. Aunque realmente todo el capítulo me ha parecido increíble. Tu forma de narrar ha sido deslumbrante, creo que se te da francamente bien el género de fantasía medieval ^^

    Pensé que tardarías más, no sabes lo feliz que estoy de que ya vayas a comenzar a publicarlo :3

    Hasta la vista!

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    1. Awww... me alegra que así te parezca ^^
      Bueno... no son muy importantes para el desarrollo de la historia... pero sí para enganchar al lector XD
      Muchas gracias ^^ La verdad es que me gusta muchísimo la fantasía (básicamente si no estoy leyendo fics leo libros de este género) pero no me atrevía a meterle mano, por eso me ha entrado una alegría enorme por el cuerpo al ver tu comentario ^^
      Yo también pensaba que tardaría más... pero está saliendo bastante rápido ^^
      Nos leemos ^^

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