Título: Demonic
Autora:
Riz Aino
Pareja:
BinSanha (Moon Bin + Yoon Sanha) (ASTRO)
Clasificación:
NC–17
Géneros:
AU, fantasy, demons, romance, drama, smut, pwp
Número de palabras:
5.055 palabras
Resumen:
el deber de Bin como cazador de demonios es acabar con aquellas terribles
criaturas salidas del infierno antes de que éstas extiendan el mal entre los
humanos.
Advertencias:
mención a algo de violencia, posesiones demoniacas y uso de espacios religiosos
para mantener relaciones sexuales explícitas.
Notas: historia
inspirada por el mv de WHO y en celebración del décimo aniversario del blog. Sigo
sin creerme que hayan pasado ya 10 años.
Comentario de autora:
llevaba bastante tiempo queriendo escribir algo sobre estos dos y me dieron la
excusa perfecta para hacerlo. Espero que os gusten.
—Maldita sea —murmuró Bin entre
dientes.
El cazador se detuvo, poniendo sus
manos sobre sus rodillas, jadeando, sin aliento. Acababa de perderle la pista a
un demonio con el que había estado luchando unos momentos antes y lo había
buscado por toda la zona sin dar con él. Sabía que no debía de andar lejos
porque lo había herido y tenía que haberse escondido en algún lugar cercano,
entre las sombras, tratando de recuperarse un poco antes de desaparecer por
completo para no volver a toparse con Bin, algo que éste no iba a dejar que
pasase, aunque tuviese que buscar en cada rincón de aquel barrio. No obstante,
antes de seguir, debía descansar un poco, desinfectar las heridas que el
demonio le había hecho y, sobre todo, coger algunas armas más y un poco de agua
bendita porque había perdido uno de sus dagas bendecidas y su espada había sido
quebrada por aquel demonio de inmenso poder al que debía de dar caza. Cerca de
donde se encontraba había una iglesia donde podía encontrar algunas armas
escondidas y, además, era un lugar en el que sería bienvenido porque el sacerdote
encargado de aquel lugar sagrado era su mejor amigo de la academia.
Cuando Bin recuperó el aliento
inmediatamente se encaminó hacia la iglesia, aunque todavía tratando de
encontrar pistas a su alrededor que le indicaran dónde se podía encontrar el demonio,
sangre, o el olor putrefacto de la descomposición de su alma oscura porque los
demonios habían sido humanos una vez, hacía mucho tiempo, humanos que, durante
sus vidas habían tenido un comportamiento atroz y cuya alma se había comenzado
a pudrir dentro de sus mismos cuerpos hasta que, en su muerte, descendían al
infierno y se convertían en demonios. Cuanto más atroces hubieran sido sus
acciones en vida y cuantos más siglos hubieran pasado en el infierno, más
poderoso era el demonio, y aquel que se había dedicado a tratar de cazar
aquella noche era bastante más poderoso de lo que había creído en un primer
momento, por lo que debía de llevar cientos de años en aquel maldito lugar,
haciéndose cada vez más fuerte. Era también escurridizo, porque había
desaparecido y Bin había sido incapaz de encontrarlo durante las horas que lo
había estado buscando.
Durante todo el camino a la iglesia,
Bin no vio absolutamente ningún rastro del demonio en aquella dirección, por lo
que entró en el terreno sagrado de la iglesia atravesando la verja primero y
después caminando alrededor del edificio hasta encontrar una pequeña puerta
lateral, escondida entre la maleza que crecía alrededor de las paredes de
piedra. El cazador se abrió la cremallera de la chaqueta y tomó la llave
maestra que llevaba colgada al cuello, aquella que abría todas las puertas de los
templos sagrados de la ciudad, donde siempre podía encontrar armas bendecidas
en caso de necesidad. Introdujo la llave en la cerradura y la giró hasta que
escuchó un ligero clic, después, volvió a colgarse la llave del cuello y abrió
la puerta, entrando al lugar. Ante él se encontraba un pasillo de paredes
desnudas que debía recorrer prácticamente a ciegas porque no había ni una sola
vela que le iluminara el camino, pero a Bin tampoco le hacía falta la luz de
éstas, todas las iglesias tenían una arquitectura muy similar y, además, había
estado en aquella en bastantes ocasiones, por lo que avanzó sin ningún problema
hasta dar con otra puerta frente a él, abriéndola con cuidado y asomando su
cabeza. Esa puerta se encontraba en una de las naves laterales de la iglesia,
cerca de la cabecera de ésta, en un lugar desde el que podía ver perfectamente toda
la iglesia, asegurándose así de que no había nadie en el lugar que lo pudiera
ver. Era tarde, así que no había ni un alma en la iglesia, al menos no había
ningún devoto con el que Bin tuviera que evitar toparse, por lo que salió
finalmente y se dirigió hacia el altar de la iglesia, bajo la luz titilante de
los cirios y las velas que se encontraban por todas partes, iluminando el
templo. Tas la mesa del altar, en el suelo, bajo una losa de piedra que podía
abrirse y moverse con facilidad, sabiendo dónde se debía de tocar para
levantarla, se encontraba un pequeño alijo de armas bendecidas que podían
salvar a cualquier cazador en apuros. Bin cogió un par de dagas y las escondió
en su ropa, teniéndolas a mano para poder defenderse en cualquier momento, y
tomó también una espada larga para reemplazar la quebrada, dejando los restos
de ésta allí, en una esquina, pensando volver a por ella en cuanto le diera
caza a aquel demonio para llevarla a un herrero especializado en aquel tipo de
armas para que se la arreglase. En el último momento, recordó que también debía
de llevarse un frasco de agua bendita y buscó entre el alijo uno hasta dar con
un pequeño frasco de cristal que guardó en uno de los bolsillos de su pantalón,
cogiendo también el botiquín para curarse las heridas que el demonio le había
hecho antes de volver a salir de la iglesia, donde estaba a salvo.
Cuando el cazador tuvo todo lo que
había ido a buscar, volvió a cerrar aquel pequeño escondite de armas con la
losa que lo cubría y se alzó, con la intención de buscar un lugar en el que
poder sentarse para curarse antes de volver a salir a la calle, pero al
girarse, se encontró con una figura alta, vestida de negro de los pies a la
cabeza que provocó que Bin llevara instintivamente su mano a la daga que
acababa de guardar dentro de su chaqueta y la sacara, apuntando a la figura
antes de percatarse que se trataba de Sanha, su amigo, el sacerdote de aquella
iglesia y respirar profundamente, aliviado. No era como si algún demonio
pudiera atacarlo en un lugar como aquel, todas las iglesias tenían unas
salvaguardas muy potentes que eran prácticamente infranqueables, pero no podía
bajar la guardia ni siquiera allí dentro porque siempre podía encontrarse con
algún ladronzuelo de tres al cuarto que hubiera entrado al templo a robar
alguna de sus riquezas.
—Sanha —dijo, bajando su arma y esbozando
una sonrisa—. No te esperaba despierto a estas horas de la noche.
—He tenido un mal sueño y no he
vuelto a poder quedarme dormido, así que he decidido rezar un poco y cuidar la
iglesia —respondió el muchacho ante él—. El sueño me ha dado un mal
presentimiento.
—Hay un demonio rondando cerca,
probablemente tu mal presentimiento se debiera a eso —comentó—. Estaba tratando
de darle caza, pero hace unas horas que desapareció y he venido a reponer mi
arsenal de armas y curarme las heridas antes de volver a buscarlo.
—¿Necesitas mi ayuda? —le preguntó
Sanha, extendiendo su mano hacia él, pidiéndole el botiquín, pero Bin negó con su
cabeza.
—No es necesario, son unos cuantos
cortes y magulladuras sin importancia —contestó—. Puedo hacerlo yo sin
problema.
El muchacho asintió y retiró su mano
y Bin simplemente bajó las escaleras que llevaban al altar para caminar hacia
el confesionario que se encontraba en el lado opuesto de la cabecera de la
iglesia por el que había entrado, abriendo la puerta del confesor y metiéndose
dentro. Tenía algunas heridas en el torso, por lo que no era lo mejor
desnudarse en pleno templo sagrado, por eso, el confesionario era el mejor
lugar para desvestirse y curarse. Bin dejó con cuidado su chaqueta sobre el
asiento de madera y después se desabrochó algunos botones de la camisa antes de
que un movimiento a su lado lo alertara y una sombra apareciera al otro lado de
la celosía de madera que separaba las dos partes del confesionario. El cazador
se quedó completamente quieto durante unos segundos, sin respirar siquiera, hasta
que por los huecos de la madera pudo ver que al otro lado se encontraba Sanha,
solo entonces volvió a respirar con normalidad y continuó desabrochándose el
resto de los botones de la camisa.
—Hace un par de días las
salvaguardas de la iglesia comenzaron a dar problemas —comentó entonces Sanha, llenando
en silencio con su voz—. No había habido actividad demoníaca por la zona en
bastante tiempo, así que, no pensé que fuera tan imprescindible contactar con
el episcopado para que las renovaran, sobre todo porque ahora estaban muy
ocupados con el concilio y no quería molestar.
—¿Las salvaguardas no están
funcionando correctamente? —preguntó Bin, girándose hacia el chico, entre
incrédulo y asustado. ¿Por ahí fuera rondaba un demonio muy poderoso y las
salvaguardas del único lugar seguro en kilómetros no funcionaban?
—No.
La respuesta de Sanha fue tan solo
una palabra, una palabra dicha con una voz mucho más grave de lo que nunca lo
había sido la del sacerdote, una voz que le heló la sangre en tan solo un segundo.
Bin supo en ese momento que algo iba terriblemente mal y que debía de hacer
algo, pero antes de que su mano derecha pudiera agarrar siquiera la espada que
llevaba colgada de su cinto, la celosía de madera que lo separaba de Sanha
estalló en mil pedazos y tras estos apareció el rostro del chico con una mueca
retorcida en sus labios, sus ojos volviéndose completamente negros en un
instante, unos ojos que atraparon los de Bin y que lo dejaron totalmente
inmóvil. El cazador trató de alcanzar de nuevo su espada, pero sus músculos no
le respondían y no pudo hacer nada más que observar a la persona que tenía
delante que era y a la vez no Sanha.
—S-Sanha… —murmuró, su voz apenas
saliendo de su boca.
—¿Sabes? Nunca antes había pisado
una iglesia —dijo el chico, sin romper el contacto visual con Bin—. Y cuando
estaba buscando un lugar en el que esconderme para recuperarme de las heridas
que me habías infligido me topé con ella —una sonrisa torcida apareció en su
rostro—-. La poca magia que quedaba en las salvaguardas no me hizo siquiera
cosquillas, menos me mantuvo alejado de ella, así que, decidí entrar porque el
lugar menos probable en el que me buscarías sería en una iglesia —la mano
derecha de Sanha se dirigió a su rostro y sujetó su mentón entre sus dedos—.
Nunca me habría imaginado que ella se encontraría un chico tan encantador como
él, de voluntad débil y con unos pensamientos tan interesantes.
—Sal de él… maldito demonio —siseó
Bin.
—No… hace milenios que no entro en
el cuerpo de un humano… no voy a salir de él tan fácilmente —le replicó—. Es
más, no soy lo único que quiere que entre en él.
Bin intentó responder a aquello,
preguntar qué era lo que quería decir, exigirle que peleara con él dejando el
cuerpo de Sanha a un lado; no obstante, antes siquiera de que pudiera decir
nada, el demonio movió la mano que tenía en su mentón y envolvió con sus dedos
su garganta, apretando con firmeza, dejándolo sin aire, mientras caminaba hacia
él a través de los restos de la celosía del confesionario, provocando más
astillas al romper la madera aún más con sus pies. Bin trató de mover sus manos
para llevarlas hasta las de este y quitarlas de su cuello, para volver a
respirar correctamente, pero no pudo moverlas, no pudo hacer absolutamente nada
por quitárselo de encima y Sanha, poseído por el demonio, siguió apretando
fuertemente su agarre en su cuello hasta que su cuerpo se colocó pegado al
suyo, su rostro quedándose tan solo a unos pocos centímetros de distancia. Solo
en ese momento, los dedos que apretaban su garganta dejaron de hacerlo y la
mano volvió a situarse en su mentón, como lo había estado al principio. Bin
boqueó en busca de llenar sus pulmones de aire de nuevo rápidamente, después
del rato en el que el paso de éste había estado cortado. Cuando sus pulmones
volvieron a funcionar correctamente y pudo fijar su vista en quien tenía
delante, el cazador le dedicó una mirada completamente fría y llena de todo el
instinto asesino que corría por sus venas en aquellos instantes. Iba a matar a
aquel demonio, lo iba a destrozar, de eso estaba seguro, lo que todavía no
tenía claro era cómo podría hacerlo sin hacerle daño al cuerpo que había
ocupado.
—Me gusta esa expresión —dijo el
demonio, hablando a través de la boca de Sanha, moviendo su mano por su rostro,
tocando su mejilla, su nariz, trazando el contorno de sus labios con sus
dedos—. Ódiame mientras cumplo los más oscuros deseos del cuerpo que ocupo.
Su rostro se inclinó sobre el suyo,
salvando la escasa distancia que los separaba, tomando sus labios, besándolo
con hambre, con intensidad, sin dejar escapar su boca, ladeando su rostro,
llevando su mano desde su mentón hasta su nuca para sujetarlo con más firmeza,
lamiendo sus labios con su lengua e introduciéndola dentro de su boca,
enredándola con la suya, explorando su cavidad, haciendo lo que quiso con él
porque Bin no podía moverse, no podía alejarse y tampoco podía responder, por
lo que solo podía dejar que el otro invadiera su boca sin más. La otra mano de
Sanha continuó desabrochando los botones de la camisa que se había dejado a
medio quitar antes, terminando de hacerlo por él, llevando después sus manos
hasta sus hombros para deslizar la camisa por sus brazos hasta acabar por
quitársela, dejándola caer al suelo lleno de astillas. El cuerpo del sacerdote
se pegó al suyo mientras seguía besándolo, dejándolo sin respiración de nuevo, sus
dedos tocando los músculos de sus brazos, hacia arriba y abajo, hundiendo
después sus dedos en sus hombros cuando se separó finalmente de sus labios,
dejando un mordisco en su labio inferior, un mordisco que dejó una pequeña
herida en éste y el sabor metálico de la sangre en su boca.
—¿Notas esto? —cuestionó el demonio,
pegando su entrepierna al muslo de Bin, la dureza de su miembro inmediatamente
rozando contra éste—. Esto es lo que provocas en este cuerpo, cazador.
—Sanha… —llamó él, intentando
encontrar algo de la humanidad del chico con el que había compartido sus años
en la academia de cazadores—. Sanha por favor… sé que estás ahí… recobra el
control de tu cuerpo… sé que sabes cómo hacerlo… sé que puedes hacerlo.
Los ojos completamente negros que
denotaban la posesión del demonio de su cuerpo parecieron desvanecerse durante
un segundo, los ojos castaños de Sanha apareciendo por un instante en ellos; no
obstante, fue tan rápido, tan leve, que Bin no pudo decir si fue su
imaginación, su deseo porque que el chico respondiera a su llamada, o si de
verdad acababa de pasar. No iba a dejar de intentarlo, no iba a dejar de tratar
de encontrar la humanidad de Sanha y de ayudarlo a sacar al demonio de su
cuerpo para poder acabar con él sin hacerle ningún daño al chico, con sus
movimientos restringidos por culpa del demonio no podía hacer mucho más,
aguantaría todo lo que éste quisiera hacer con él hasta que tuviera la
oportunidad de matarlo.
—Por mucho que busques al chico, no
vas a hallarlo —replicó el demonio.
Inmediatamente después de decir
aquellas palabras, se inclinó de nuevo sobre su cuerpo, esta vez su boca
buscando su cuello, besando, lamiendo, en ocasiones mordiendo, dejando marcas
en su piel mientras rozaba con sus dedos los músculos de su torso, a veces de
forma casi delicada, suave, otras veces rasguñando su piel, tocando por encima
las heridas que el demonio le había hecho unas horas antes, subiendo y bajando
por su cuerpo desnudo, trazando el contorno de sus músculos, una y otra vez,
casi como si quisiera memorizarlos. Solo después de un buen rato, su mano
derecha descendió un poco más y se coló dentro de sus pantalones, tocando su
entrepierna por encima de la tela de su ropa interior, provocando que Bin
lanzara un jadeo involuntario al caldeado ambiente dentro de aquel
confesionario prácticamente hecho trizas, su voz reverberando en el resto del
espacio de la iglesia. El cazador notó contra la piel de su cuello la sonrisa
de satisfacción en los labios de Sanha al escucharlo antes de que sus dedos
buscaran su camino hacia su miembro, tocando su piel caliente directamente, sin
ninguna tela de por medio. Otro jadeo, mucho más grave, mucho más alto, escapó
de sus labios sin que Bin pudiera hacer absolutamente nada por detenerlo. Aquello
no le gustaba, esa debilidad que sentía su cuerpo, su carne, pero con los roces
era inevitable que no sintiera placer a pesar de que sabía perfectamente de que
era aquel demonio el que lo estaba haciendo sentir bien, su mente estaba
dividida entre ambos sentimientos, el de placer y el de rechazo por todo
aquello. No obstante, no podía hacer absolutamente nada mientras el demonio
estuviera en el cuerpo de Sanha, mientras el demonio limitara todos los
movimientos de su cuerpo.
Bin acabó sentado en el banco del
confesionario debido a un empujó del demonio, que se alejó de su cuerpo por
primera vez en todo aquel tiempo, sacando su mano de su entrepierna también. El
cazador respiró hondo por primera vez en un buen rato, pero casi se atragantó
con la saliva que tragó al ver cómo Sanha comenzaba a desnudarse, quitándose la
casaca negra, sacándosela por la cabeza, desabrochándose la camisa blanca que
llevaba debajo con una rapidez asombrosa y dejando su torso desnudo en apenas
unos pocos segundos. La piel del chico era tan clara que casi brillaba bajo la
escasa y titilante luz de las velas que iluminaban el espacio, todavía en el pequeño
candelabro encajado en el lateral del confesionario, la cera de las velas
cayendo en el latón que las sostenían. El demonio que tenía el control del
chico ante él no se detuvo en eso solo, sino que también se quitó los
pantalones y la ropa interior, quedándose completamente desnudo, su miembro
erecto, pulsando, señalando en su dirección.
—Sanha… —volvió a intentar, antes de
que el demonio lo hiciera hacer algo para lo que no hubiera vuelta atrás.
No obstante, una sonrisa pícara
apareció en el rostro del chico antes de caminar hacia él de nuevo, pasando sus
piernas por encima de los muslos de Bin, encajando sus rodillas en el asiento,
a cada lado de sus caderas, pegándose contra su pecho, esta vez rozando piel
con piel, su cuerpo caliente contra el suyo, la punta de su miembro comenzando
a derramar pre semen contra su estómago. Un leve gemido salió de los labios de
Sanha con aquel roce, pero la voz que salió no fue fría, no pertenecía al
demonio, ese gemido había sido arrancado desde lo más profundo del ser del
chico. Bin se quedó extrañado durante un instante, confuso, pero después, una
idea quizás demasiado arriesgada se formó en su mente. El placer había devuelto
a la superficie a Sanha, alejando al demonio y retomando el control de su
cuerpo, aunque fuera por un solo instante. Lo había hecho anteriormente, cuando
se había rozado contra su muslo y Bin lo había llamado y lo acababa de hacer,
cuando su miembro se había rozado contra la parte baja de su estómago. No había
sido ni una ilusión, ni su imaginación, había pasado de verdad y el cazador
tenía que tomar ventaja de aquello porque el demonio no parecía haber sido
consciente de lo que pasaba.
Sanha llevó su mano hasta su
pantalón para desabrochárselo, retirando su ropa interior y sacando su miembro,
envolviéndolo con su mano, moviéndola arriba y abajo, provocando que rápidas e
incesantes oleadas de placer recorrieran el cuerpo de Bin, unas oleadas que
hacían que su cuerpo se moviera de forma involuntaria, que jadeos escapasen de
su boca sin que él pudiera hacer absolutamente nada por detenerlos, pero el
cazador se percató de algo, a pesar de que era incapaz de mover su cuerpo a
voluntad porque el demonio estaba ejerciendo la suya sobre él, todas las
reacciones que tenía a los roces, cuando el otro lo tocaba y el placer recorría
su cuerpo, éste actuaba de forma involuntaria, moviéndose, haciendo cosas que
Bin no podía controlar, pero que tampoco controlaba aquel demonio. Teniendo
todo aquello en cuenta, el cazador supo que lo único que podía hacer era dejar
que todo pasara, luego bregaría con las consecuencias de sus actos, pero dejar
que el demonio los hiciera mantener relaciones sexuales era lo único que podía
hacer para acabar con él, dejar que la voluntad de Sanha subiera a la
superficie debido al placer y expulsar de esa forma al demonio, dejar que él
volviera a tomar el control de su propio cuerpo a través del placer para poder
matar al demonio.
Los dedos de Sanha envolviendo su
erección cada vez más dura casi lo hacían sentir capaz de tocar con sus dedos
las estrellas del cielo, el pre semen saliendo de su miembro y provocando que
los dedos del chico se deslizaran mucho mejor sobre la superficie de su
erección, volviéndola más y más dura por el roce. La otra mano del chico fue
hasta su boca e introdujo un par de dedos en ella, embadurnándolos de la saliva
de Bin durante unos momentos hasta que después se movió un poco sobre su cuerpo
para tener acceso a su trasero y comenzar a introducirse sus propios dedos en
él, la expresión de su rostro tornándose una de infinito placer mientras se
penetraba con sus dedos, casi saltando sobre ellos, gimiendo, hundiéndolos en
su recto una y otra vez, cada vez más profundo. A pesar de que el miembro de
Bin estaba siendo desatendido porque el chico estaba demasiado perdido en su
propio placer, el cazador sintió cómo éste daba algunos tirones y se endurecía
todavía más debido a aquella visión que tenía ante él, demasiado erótica,
demasiado excitante. Bin quiso cerrar sus ojos para dejar de ver aquella
escena, pero no pudo hacerlo, lo único que pudo hacer fue observar casi sin
pestañear cómo Sanha se preparaba para él con una maestría y un atractivo
sexual que provocaba que se le disparase la libido y que el fuego comenzase a
acumularse en su interior.
El chico ante él no tardó demasiado
en sacar sus dedos de su interior, tampoco perdió el tiempo en volver a
recolocarse como había estado anteriormente, sentado sobre sus muslos
completamente, guiando el miembro de Bin hasta su trasero y comenzando a
descender sobre él, apoyándose con su otro hombro en su hombro. Las pareces de
Sanha apretaban su miembro de una forma completamente exquisita y Bin no pudo
evitar que jadeos nacidos desde lo más profundo de su garganta volvieran a
escaparse de sus labios cuando su miembro estuvo dentro del cuerpo del chico
por completo. Sanha se quedó durante unos segundos quieto, respirando de forma
entrecortada, y cuando alzó su cabeza y sus ojos se encontraron con los de Bin,
éste pudo ver cómo el castaño de su iris y el blanco del ojo habían comenzado a
asomar por encima del negro que habían recubierto por completo todo. Todavía
demasiado difuminado, débil, pero estaba ahí, estaba latente, Sanha quería
escapar del control del demonio tanto como quería escapar él mismo.
—Sanha… —llamó, pero la forma en la
que salió su nombre de sus labios fue más como un gemido que como cualquier
otra cosa.
Aquello provocó que sus ojos se
volvieran un poco más nítidos y que el chico comenzara a moverse sobre él,
subiendo y bajando, apoyándose en sus hombros para equilibrarse, introduciendo
hasta el fondo su miembro en su interior, casi sacándolo por completo a veces,
su miembro rozándose contra el estómago de Bin, manchándolo de pre semen, sin
dejar de mirarlo a los ojos. El movimiento fue constante, casi desenfrenado,
los gemidos fueron intensos, denotando el placer que ambos estaban sintiendo
con aquello y los movimientos del cuerpo del cazador cada vez más controlados
por él mismo y menos por el demonio… hasta que finalmente todo estalló. Sanha
dejó de moverse mientras un gemido intenso que reverberó en toda la iglesia
escapó de sus labios, su miembro derramando su semen contra el estómago de Bin,
su flequillo pegado a su frente por el sudor, sus ojos recobrando del todo su
color castaño, su humanidad volviendo a él, su cuerpo temblando contra el suyo
mientras el orgasmo recorría todo su ser. Una sombra apareció en ese instante
tras él, la sombra contra la que había estado luchando Bin en un principio y a
la que debía de haberle dado caza antes, sin haberla dejado escapar, aquel
demonio que había poseído el cuerpo de Sanha materializándose fuera de él por
fin. El cazador no tardó ni un solo segundo en aferrar el cuerpo del chico con
su brazo izquierdo mientras sacaba su espada de su cinto con su mano derecha,
blandiéndola en el estrecho espacio del confesionario, cortando con ella la
poca madera que quedaba todavía en pie, las velas que lo iluminaban y
atravesando con su punta al demonio, ejerciendo toda la fuerza posible para que
no hubiera ni una sola posibilidad de que el demonio se escapase de aquella. La
figura del demonio gritó con aquella voz helada que le ponía los pelos de
punta, gritó de dolor y trató de forcejear con Bin, pero la espada había sido
bendecida y ésta comenzó a quemarlo desde la herida hacia fuera hasta que
estalló en una llamarada, consumiéndose poco a poco en el suelo lleno de
astillas del confesionario, desatando un olor a podredumbre que le provocó
arcadas a Bin.
El cazador observó fijamente las
llamas a sus pies hasta que éstas terminaron por desaparecer, sin dañar nada de
lo que había allí porque no eran llamas de aquel mundo, y cuando éstas se
apagaron por completo, Bin por fin dejó escapar un profundo suspiro, soltando
su espada en el suelo y aferrando con fuerza el cuerpo que todavía seguía sobre
él, aquel cuerpo al que seguía unido de una forma demasiado íntima, un cuerpo
que había dejado de temblar pero que no había sacado su cabeza del hueco entre
su hombro y su cuello. A pesar de que lo único que le gritaba su ser era que siguiera
penetrando una y otra vez a Sanha hasta alcanzar él mismo el placer del
orgasmo, aquello era algo que no podía permitirse, así que, agarró las caderas
del chico para moverlo y que así dejaran de estar unidos, pero antes de que
pudiera hacerlo, Sanha lo detuvo.
—No —dijo—. No salgas aún.
—¿Sanha? —llamó.
—Sigue —le pidió—. Por favor… sigue…
Bin se mordió el labio inferior,
notando en él la herida del mordisco que antes le había dejado el chico, guiado
por la voluntad del demonio, recordando entonces una frase que le había dicho
éste. “Es más, no soy lo único que quiere que entre en él”. El demonio había
dicho en varias ocasiones cosas así, implicando que Sanha también quería que
aquello sucediera entre ambos y que había sucumbido al demonio porque era lo
que deseaba… y Bin lo entendió, entendió que el “mal sueño” que había tenido
Sanha debía de haber atraído al demonio hasta la iglesia, que aquello era lo
que había hecho que lo poseyera y que, tras la consecución de su objetivo, tras
la obtención de su placer junto a Bin, Sanha había expulsado al demonio de su
cuerpo porque su mente había dejado de ser débil y había podido sacarlo de él.
No obstante, ellos no habían acabado, Bin no había terminado, así que,
siguiendo sus propios deseos y los de Sanha, comenzó a embestirlo, moviendo sus
caderas hacia arriba y agarrando con fuerza las del sacerdote, ayudándolo a
moverse sobre él para volver a crear esa fricción exquisita entre sus paredes y
su miembro, de una forma completamente desenfrenada hasta que, unos minutos
después, acabó corriéndose dentro del chico, el placer absoluto recorriendo
todo su cuerpo de arriba abajo, dejando caer su cabeza contra el hombro de
Sanha, tratando de recobrar el aliento. Ambos se quedaron de aquella forma,
unidos y abrazados durante un buen rato, sin moverse ni un solo centímetro
hasta que Sanha comenzó a alejarse un poco de su cuerpo, echándose hacia atrás
para observarlo y Bin hizo lo mismo, sus ojos encontrándose unos segundos antes
de desviar su mirada, avergonzado.
—Lo siento —fue lo primero que dijo
el chico ante él, mirando al suelo—. Mi lujuria nos ha convertido a ambos en
pecadores y casi nos mata.
—No tienes que sentirlo —respondió
Bin, llevando su mano hasta la frente del chico, retirándole el flequillo de
ésta, acariciando su rostro después, dejando su mano sobre su mejilla,
provocando que Sanha lo mirase—. Ambos hemos hecho lo que hemos podido para
acabar con el demonio… y el episcopado no tiene por qué enterarse de lo que ha
pasado aquí.
Sanha esbozó una pequeña sonrisa
después de murmurar un “gracias” en apenas un susurro y Bin simplemente decidió
que no iba a hacer más daño del que ya estaba hecho y se inclinó hacia delante,
tomando los labios del chico por voluntad propia, sabiendo que la sonrisa en la
boca de Sanha mientras le devolvía el beso era también esbozada por su propia
voluntad y no debido al demonio que los había colocado en aquella situación… no
obstante, ya que estaban en ella, Bin no iba a reprimir más todos sus deseos y
Sanha parecía que tampoco lo iba a hacer.
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