lunes, 25 de julio de 2022

[One Shot] Demonic {BinSan}

Título: Demonic

Autora: Riz Aino

Pareja: BinSanha (Moon Bin + Yoon Sanha) (ASTRO)

Clasificación: NC–17

Géneros: AU, fantasy, demons, romance, drama, smut, pwp

Número de palabras: 5.055 palabras

Resumen: el deber de Bin como cazador de demonios es acabar con aquellas terribles criaturas salidas del infierno antes de que éstas extiendan el mal entre los humanos.

Advertencias: mención a algo de violencia, posesiones demoniacas y uso de espacios religiosos para mantener relaciones sexuales explícitas.

Notas: historia inspirada por el mv de WHO y en celebración del décimo aniversario del blog. Sigo sin creerme que hayan pasado ya 10 años.

Comentario de autora: llevaba bastante tiempo queriendo escribir algo sobre estos dos y me dieron la excusa perfecta para hacerlo. Espero que os gusten.

 



            —Maldita sea —murmuró Bin entre dientes.

 

            El cazador se detuvo, poniendo sus manos sobre sus rodillas, jadeando, sin aliento. Acababa de perderle la pista a un demonio con el que había estado luchando unos momentos antes y lo había buscado por toda la zona sin dar con él. Sabía que no debía de andar lejos porque lo había herido y tenía que haberse escondido en algún lugar cercano, entre las sombras, tratando de recuperarse un poco antes de desaparecer por completo para no volver a toparse con Bin, algo que éste no iba a dejar que pasase, aunque tuviese que buscar en cada rincón de aquel barrio. No obstante, antes de seguir, debía descansar un poco, desinfectar las heridas que el demonio le había hecho y, sobre todo, coger algunas armas más y un poco de agua bendita porque había perdido uno de sus dagas bendecidas y su espada había sido quebrada por aquel demonio de inmenso poder al que debía de dar caza. Cerca de donde se encontraba había una iglesia donde podía encontrar algunas armas escondidas y, además, era un lugar en el que sería bienvenido porque el sacerdote encargado de aquel lugar sagrado era su mejor amigo de la academia.

 

            Cuando Bin recuperó el aliento inmediatamente se encaminó hacia la iglesia, aunque todavía tratando de encontrar pistas a su alrededor que le indicaran dónde se podía encontrar el demonio, sangre, o el olor putrefacto de la descomposición de su alma oscura porque los demonios habían sido humanos una vez, hacía mucho tiempo, humanos que, durante sus vidas habían tenido un comportamiento atroz y cuya alma se había comenzado a pudrir dentro de sus mismos cuerpos hasta que, en su muerte, descendían al infierno y se convertían en demonios. Cuanto más atroces hubieran sido sus acciones en vida y cuantos más siglos hubieran pasado en el infierno, más poderoso era el demonio, y aquel que se había dedicado a tratar de cazar aquella noche era bastante más poderoso de lo que había creído en un primer momento, por lo que debía de llevar cientos de años en aquel maldito lugar, haciéndose cada vez más fuerte. Era también escurridizo, porque había desaparecido y Bin había sido incapaz de encontrarlo durante las horas que lo había estado buscando.

 

            Durante todo el camino a la iglesia, Bin no vio absolutamente ningún rastro del demonio en aquella dirección, por lo que entró en el terreno sagrado de la iglesia atravesando la verja primero y después caminando alrededor del edificio hasta encontrar una pequeña puerta lateral, escondida entre la maleza que crecía alrededor de las paredes de piedra. El cazador se abrió la cremallera de la chaqueta y tomó la llave maestra que llevaba colgada al cuello, aquella que abría todas las puertas de los templos sagrados de la ciudad, donde siempre podía encontrar armas bendecidas en caso de necesidad. Introdujo la llave en la cerradura y la giró hasta que escuchó un ligero clic, después, volvió a colgarse la llave del cuello y abrió la puerta, entrando al lugar. Ante él se encontraba un pasillo de paredes desnudas que debía recorrer prácticamente a ciegas porque no había ni una sola vela que le iluminara el camino, pero a Bin tampoco le hacía falta la luz de éstas, todas las iglesias tenían una arquitectura muy similar y, además, había estado en aquella en bastantes ocasiones, por lo que avanzó sin ningún problema hasta dar con otra puerta frente a él, abriéndola con cuidado y asomando su cabeza. Esa puerta se encontraba en una de las naves laterales de la iglesia, cerca de la cabecera de ésta, en un lugar desde el que podía ver perfectamente toda la iglesia, asegurándose así de que no había nadie en el lugar que lo pudiera ver. Era tarde, así que no había ni un alma en la iglesia, al menos no había ningún devoto con el que Bin tuviera que evitar toparse, por lo que salió finalmente y se dirigió hacia el altar de la iglesia, bajo la luz titilante de los cirios y las velas que se encontraban por todas partes, iluminando el templo. Tas la mesa del altar, en el suelo, bajo una losa de piedra que podía abrirse y moverse con facilidad, sabiendo dónde se debía de tocar para levantarla, se encontraba un pequeño alijo de armas bendecidas que podían salvar a cualquier cazador en apuros. Bin cogió un par de dagas y las escondió en su ropa, teniéndolas a mano para poder defenderse en cualquier momento, y tomó también una espada larga para reemplazar la quebrada, dejando los restos de ésta allí, en una esquina, pensando volver a por ella en cuanto le diera caza a aquel demonio para llevarla a un herrero especializado en aquel tipo de armas para que se la arreglase. En el último momento, recordó que también debía de llevarse un frasco de agua bendita y buscó entre el alijo uno hasta dar con un pequeño frasco de cristal que guardó en uno de los bolsillos de su pantalón, cogiendo también el botiquín para curarse las heridas que el demonio le había hecho antes de volver a salir de la iglesia, donde estaba a salvo.

 

            Cuando el cazador tuvo todo lo que había ido a buscar, volvió a cerrar aquel pequeño escondite de armas con la losa que lo cubría y se alzó, con la intención de buscar un lugar en el que poder sentarse para curarse antes de volver a salir a la calle, pero al girarse, se encontró con una figura alta, vestida de negro de los pies a la cabeza que provocó que Bin llevara instintivamente su mano a la daga que acababa de guardar dentro de su chaqueta y la sacara, apuntando a la figura antes de percatarse que se trataba de Sanha, su amigo, el sacerdote de aquella iglesia y respirar profundamente, aliviado. No era como si algún demonio pudiera atacarlo en un lugar como aquel, todas las iglesias tenían unas salvaguardas muy potentes que eran prácticamente infranqueables, pero no podía bajar la guardia ni siquiera allí dentro porque siempre podía encontrarse con algún ladronzuelo de tres al cuarto que hubiera entrado al templo a robar alguna de sus riquezas.

 

            —Sanha —dijo, bajando su arma y esbozando una sonrisa—. No te esperaba despierto a estas horas de la noche.

            —He tenido un mal sueño y no he vuelto a poder quedarme dormido, así que he decidido rezar un poco y cuidar la iglesia —respondió el muchacho ante él—. El sueño me ha dado un mal presentimiento.

            —Hay un demonio rondando cerca, probablemente tu mal presentimiento se debiera a eso —comentó—. Estaba tratando de darle caza, pero hace unas horas que desapareció y he venido a reponer mi arsenal de armas y curarme las heridas antes de volver a buscarlo.

            —¿Necesitas mi ayuda? —le preguntó Sanha, extendiendo su mano hacia él, pidiéndole el botiquín, pero Bin negó con su cabeza.

            —No es necesario, son unos cuantos cortes y magulladuras sin importancia —contestó—. Puedo hacerlo yo sin problema.

 

            El muchacho asintió y retiró su mano y Bin simplemente bajó las escaleras que llevaban al altar para caminar hacia el confesionario que se encontraba en el lado opuesto de la cabecera de la iglesia por el que había entrado, abriendo la puerta del confesor y metiéndose dentro. Tenía algunas heridas en el torso, por lo que no era lo mejor desnudarse en pleno templo sagrado, por eso, el confesionario era el mejor lugar para desvestirse y curarse. Bin dejó con cuidado su chaqueta sobre el asiento de madera y después se desabrochó algunos botones de la camisa antes de que un movimiento a su lado lo alertara y una sombra apareciera al otro lado de la celosía de madera que separaba las dos partes del confesionario. El cazador se quedó completamente quieto durante unos segundos, sin respirar siquiera, hasta que por los huecos de la madera pudo ver que al otro lado se encontraba Sanha, solo entonces volvió a respirar con normalidad y continuó desabrochándose el resto de los botones de la camisa.

 

            —Hace un par de días las salvaguardas de la iglesia comenzaron a dar problemas —comentó entonces Sanha, llenando en silencio con su voz—. No había habido actividad demoníaca por la zona en bastante tiempo, así que, no pensé que fuera tan imprescindible contactar con el episcopado para que las renovaran, sobre todo porque ahora estaban muy ocupados con el concilio y no quería molestar.

            —¿Las salvaguardas no están funcionando correctamente? —preguntó Bin, girándose hacia el chico, entre incrédulo y asustado. ¿Por ahí fuera rondaba un demonio muy poderoso y las salvaguardas del único lugar seguro en kilómetros no funcionaban?

            —No.

 

            La respuesta de Sanha fue tan solo una palabra, una palabra dicha con una voz mucho más grave de lo que nunca lo había sido la del sacerdote, una voz que le heló la sangre en tan solo un segundo. Bin supo en ese momento que algo iba terriblemente mal y que debía de hacer algo, pero antes de que su mano derecha pudiera agarrar siquiera la espada que llevaba colgada de su cinto, la celosía de madera que lo separaba de Sanha estalló en mil pedazos y tras estos apareció el rostro del chico con una mueca retorcida en sus labios, sus ojos volviéndose completamente negros en un instante, unos ojos que atraparon los de Bin y que lo dejaron totalmente inmóvil. El cazador trató de alcanzar de nuevo su espada, pero sus músculos no le respondían y no pudo hacer nada más que observar a la persona que tenía delante que era y a la vez no Sanha.

 

            —S-Sanha… —murmuró, su voz apenas saliendo de su boca.

            —¿Sabes? Nunca antes había pisado una iglesia —dijo el chico, sin romper el contacto visual con Bin—. Y cuando estaba buscando un lugar en el que esconderme para recuperarme de las heridas que me habías infligido me topé con ella —una sonrisa torcida apareció en su rostro—-. La poca magia que quedaba en las salvaguardas no me hizo siquiera cosquillas, menos me mantuvo alejado de ella, así que, decidí entrar porque el lugar menos probable en el que me buscarías sería en una iglesia —la mano derecha de Sanha se dirigió a su rostro y sujetó su mentón entre sus dedos—. Nunca me habría imaginado que ella se encontraría un chico tan encantador como él, de voluntad débil y con unos pensamientos tan interesantes.

            —Sal de él… maldito demonio —siseó Bin.

            —No… hace milenios que no entro en el cuerpo de un humano… no voy a salir de él tan fácilmente —le replicó—. Es más, no soy lo único que quiere que entre en él.

 

            Bin intentó responder a aquello, preguntar qué era lo que quería decir, exigirle que peleara con él dejando el cuerpo de Sanha a un lado; no obstante, antes siquiera de que pudiera decir nada, el demonio movió la mano que tenía en su mentón y envolvió con sus dedos su garganta, apretando con firmeza, dejándolo sin aire, mientras caminaba hacia él a través de los restos de la celosía del confesionario, provocando más astillas al romper la madera aún más con sus pies. Bin trató de mover sus manos para llevarlas hasta las de este y quitarlas de su cuello, para volver a respirar correctamente, pero no pudo moverlas, no pudo hacer absolutamente nada por quitárselo de encima y Sanha, poseído por el demonio, siguió apretando fuertemente su agarre en su cuello hasta que su cuerpo se colocó pegado al suyo, su rostro quedándose tan solo a unos pocos centímetros de distancia. Solo en ese momento, los dedos que apretaban su garganta dejaron de hacerlo y la mano volvió a situarse en su mentón, como lo había estado al principio. Bin boqueó en busca de llenar sus pulmones de aire de nuevo rápidamente, después del rato en el que el paso de éste había estado cortado. Cuando sus pulmones volvieron a funcionar correctamente y pudo fijar su vista en quien tenía delante, el cazador le dedicó una mirada completamente fría y llena de todo el instinto asesino que corría por sus venas en aquellos instantes. Iba a matar a aquel demonio, lo iba a destrozar, de eso estaba seguro, lo que todavía no tenía claro era cómo podría hacerlo sin hacerle daño al cuerpo que había ocupado.

 

            —Me gusta esa expresión —dijo el demonio, hablando a través de la boca de Sanha, moviendo su mano por su rostro, tocando su mejilla, su nariz, trazando el contorno de sus labios con sus dedos—. Ódiame mientras cumplo los más oscuros deseos del cuerpo que ocupo.

 

            Su rostro se inclinó sobre el suyo, salvando la escasa distancia que los separaba, tomando sus labios, besándolo con hambre, con intensidad, sin dejar escapar su boca, ladeando su rostro, llevando su mano desde su mentón hasta su nuca para sujetarlo con más firmeza, lamiendo sus labios con su lengua e introduciéndola dentro de su boca, enredándola con la suya, explorando su cavidad, haciendo lo que quiso con él porque Bin no podía moverse, no podía alejarse y tampoco podía responder, por lo que solo podía dejar que el otro invadiera su boca sin más. La otra mano de Sanha continuó desabrochando los botones de la camisa que se había dejado a medio quitar antes, terminando de hacerlo por él, llevando después sus manos hasta sus hombros para deslizar la camisa por sus brazos hasta acabar por quitársela, dejándola caer al suelo lleno de astillas. El cuerpo del sacerdote se pegó al suyo mientras seguía besándolo, dejándolo sin respiración de nuevo, sus dedos tocando los músculos de sus brazos, hacia arriba y abajo, hundiendo después sus dedos en sus hombros cuando se separó finalmente de sus labios, dejando un mordisco en su labio inferior, un mordisco que dejó una pequeña herida en éste y el sabor metálico de la sangre en su boca.

 

            —¿Notas esto? —cuestionó el demonio, pegando su entrepierna al muslo de Bin, la dureza de su miembro inmediatamente rozando contra éste—. Esto es lo que provocas en este cuerpo, cazador.

            —Sanha… —llamó él, intentando encontrar algo de la humanidad del chico con el que había compartido sus años en la academia de cazadores—. Sanha por favor… sé que estás ahí… recobra el control de tu cuerpo… sé que sabes cómo hacerlo… sé que puedes hacerlo.

 

            Los ojos completamente negros que denotaban la posesión del demonio de su cuerpo parecieron desvanecerse durante un segundo, los ojos castaños de Sanha apareciendo por un instante en ellos; no obstante, fue tan rápido, tan leve, que Bin no pudo decir si fue su imaginación, su deseo porque que el chico respondiera a su llamada, o si de verdad acababa de pasar. No iba a dejar de intentarlo, no iba a dejar de tratar de encontrar la humanidad de Sanha y de ayudarlo a sacar al demonio de su cuerpo para poder acabar con él sin hacerle ningún daño al chico, con sus movimientos restringidos por culpa del demonio no podía hacer mucho más, aguantaría todo lo que éste quisiera hacer con él hasta que tuviera la oportunidad de matarlo.

 

            —Por mucho que busques al chico, no vas a hallarlo —replicó el demonio.

 

            Inmediatamente después de decir aquellas palabras, se inclinó de nuevo sobre su cuerpo, esta vez su boca buscando su cuello, besando, lamiendo, en ocasiones mordiendo, dejando marcas en su piel mientras rozaba con sus dedos los músculos de su torso, a veces de forma casi delicada, suave, otras veces rasguñando su piel, tocando por encima las heridas que el demonio le había hecho unas horas antes, subiendo y bajando por su cuerpo desnudo, trazando el contorno de sus músculos, una y otra vez, casi como si quisiera memorizarlos. Solo después de un buen rato, su mano derecha descendió un poco más y se coló dentro de sus pantalones, tocando su entrepierna por encima de la tela de su ropa interior, provocando que Bin lanzara un jadeo involuntario al caldeado ambiente dentro de aquel confesionario prácticamente hecho trizas, su voz reverberando en el resto del espacio de la iglesia. El cazador notó contra la piel de su cuello la sonrisa de satisfacción en los labios de Sanha al escucharlo antes de que sus dedos buscaran su camino hacia su miembro, tocando su piel caliente directamente, sin ninguna tela de por medio. Otro jadeo, mucho más grave, mucho más alto, escapó de sus labios sin que Bin pudiera hacer absolutamente nada por detenerlo. Aquello no le gustaba, esa debilidad que sentía su cuerpo, su carne, pero con los roces era inevitable que no sintiera placer a pesar de que sabía perfectamente de que era aquel demonio el que lo estaba haciendo sentir bien, su mente estaba dividida entre ambos sentimientos, el de placer y el de rechazo por todo aquello. No obstante, no podía hacer absolutamente nada mientras el demonio estuviera en el cuerpo de Sanha, mientras el demonio limitara todos los movimientos de su cuerpo.

 

            Bin acabó sentado en el banco del confesionario debido a un empujó del demonio, que se alejó de su cuerpo por primera vez en todo aquel tiempo, sacando su mano de su entrepierna también. El cazador respiró hondo por primera vez en un buen rato, pero casi se atragantó con la saliva que tragó al ver cómo Sanha comenzaba a desnudarse, quitándose la casaca negra, sacándosela por la cabeza, desabrochándose la camisa blanca que llevaba debajo con una rapidez asombrosa y dejando su torso desnudo en apenas unos pocos segundos. La piel del chico era tan clara que casi brillaba bajo la escasa y titilante luz de las velas que iluminaban el espacio, todavía en el pequeño candelabro encajado en el lateral del confesionario, la cera de las velas cayendo en el latón que las sostenían. El demonio que tenía el control del chico ante él no se detuvo en eso solo, sino que también se quitó los pantalones y la ropa interior, quedándose completamente desnudo, su miembro erecto, pulsando, señalando en su dirección.

 

            —Sanha… —volvió a intentar, antes de que el demonio lo hiciera hacer algo para lo que no hubiera vuelta atrás.

 

            No obstante, una sonrisa pícara apareció en el rostro del chico antes de caminar hacia él de nuevo, pasando sus piernas por encima de los muslos de Bin, encajando sus rodillas en el asiento, a cada lado de sus caderas, pegándose contra su pecho, esta vez rozando piel con piel, su cuerpo caliente contra el suyo, la punta de su miembro comenzando a derramar pre semen contra su estómago. Un leve gemido salió de los labios de Sanha con aquel roce, pero la voz que salió no fue fría, no pertenecía al demonio, ese gemido había sido arrancado desde lo más profundo del ser del chico. Bin se quedó extrañado durante un instante, confuso, pero después, una idea quizás demasiado arriesgada se formó en su mente. El placer había devuelto a la superficie a Sanha, alejando al demonio y retomando el control de su cuerpo, aunque fuera por un solo instante. Lo había hecho anteriormente, cuando se había rozado contra su muslo y Bin lo había llamado y lo acababa de hacer, cuando su miembro se había rozado contra la parte baja de su estómago. No había sido ni una ilusión, ni su imaginación, había pasado de verdad y el cazador tenía que tomar ventaja de aquello porque el demonio no parecía haber sido consciente de lo que pasaba.

 

            Sanha llevó su mano hasta su pantalón para desabrochárselo, retirando su ropa interior y sacando su miembro, envolviéndolo con su mano, moviéndola arriba y abajo, provocando que rápidas e incesantes oleadas de placer recorrieran el cuerpo de Bin, unas oleadas que hacían que su cuerpo se moviera de forma involuntaria, que jadeos escapasen de su boca sin que él pudiera hacer absolutamente nada por detenerlos, pero el cazador se percató de algo, a pesar de que era incapaz de mover su cuerpo a voluntad porque el demonio estaba ejerciendo la suya sobre él, todas las reacciones que tenía a los roces, cuando el otro lo tocaba y el placer recorría su cuerpo, éste actuaba de forma involuntaria, moviéndose, haciendo cosas que Bin no podía controlar, pero que tampoco controlaba aquel demonio. Teniendo todo aquello en cuenta, el cazador supo que lo único que podía hacer era dejar que todo pasara, luego bregaría con las consecuencias de sus actos, pero dejar que el demonio los hiciera mantener relaciones sexuales era lo único que podía hacer para acabar con él, dejar que la voluntad de Sanha subiera a la superficie debido al placer y expulsar de esa forma al demonio, dejar que él volviera a tomar el control de su propio cuerpo a través del placer para poder matar al demonio.

 

            Los dedos de Sanha envolviendo su erección cada vez más dura casi lo hacían sentir capaz de tocar con sus dedos las estrellas del cielo, el pre semen saliendo de su miembro y provocando que los dedos del chico se deslizaran mucho mejor sobre la superficie de su erección, volviéndola más y más dura por el roce. La otra mano del chico fue hasta su boca e introdujo un par de dedos en ella, embadurnándolos de la saliva de Bin durante unos momentos hasta que después se movió un poco sobre su cuerpo para tener acceso a su trasero y comenzar a introducirse sus propios dedos en él, la expresión de su rostro tornándose una de infinito placer mientras se penetraba con sus dedos, casi saltando sobre ellos, gimiendo, hundiéndolos en su recto una y otra vez, cada vez más profundo. A pesar de que el miembro de Bin estaba siendo desatendido porque el chico estaba demasiado perdido en su propio placer, el cazador sintió cómo éste daba algunos tirones y se endurecía todavía más debido a aquella visión que tenía ante él, demasiado erótica, demasiado excitante. Bin quiso cerrar sus ojos para dejar de ver aquella escena, pero no pudo hacerlo, lo único que pudo hacer fue observar casi sin pestañear cómo Sanha se preparaba para él con una maestría y un atractivo sexual que provocaba que se le disparase la libido y que el fuego comenzase a acumularse en su interior.

 

            El chico ante él no tardó demasiado en sacar sus dedos de su interior, tampoco perdió el tiempo en volver a recolocarse como había estado anteriormente, sentado sobre sus muslos completamente, guiando el miembro de Bin hasta su trasero y comenzando a descender sobre él, apoyándose con su otro hombro en su hombro. Las pareces de Sanha apretaban su miembro de una forma completamente exquisita y Bin no pudo evitar que jadeos nacidos desde lo más profundo de su garganta volvieran a escaparse de sus labios cuando su miembro estuvo dentro del cuerpo del chico por completo. Sanha se quedó durante unos segundos quieto, respirando de forma entrecortada, y cuando alzó su cabeza y sus ojos se encontraron con los de Bin, éste pudo ver cómo el castaño de su iris y el blanco del ojo habían comenzado a asomar por encima del negro que habían recubierto por completo todo. Todavía demasiado difuminado, débil, pero estaba ahí, estaba latente, Sanha quería escapar del control del demonio tanto como quería escapar él mismo.

 

            —Sanha… —llamó, pero la forma en la que salió su nombre de sus labios fue más como un gemido que como cualquier otra cosa.

 

            Aquello provocó que sus ojos se volvieran un poco más nítidos y que el chico comenzara a moverse sobre él, subiendo y bajando, apoyándose en sus hombros para equilibrarse, introduciendo hasta el fondo su miembro en su interior, casi sacándolo por completo a veces, su miembro rozándose contra el estómago de Bin, manchándolo de pre semen, sin dejar de mirarlo a los ojos. El movimiento fue constante, casi desenfrenado, los gemidos fueron intensos, denotando el placer que ambos estaban sintiendo con aquello y los movimientos del cuerpo del cazador cada vez más controlados por él mismo y menos por el demonio… hasta que finalmente todo estalló. Sanha dejó de moverse mientras un gemido intenso que reverberó en toda la iglesia escapó de sus labios, su miembro derramando su semen contra el estómago de Bin, su flequillo pegado a su frente por el sudor, sus ojos recobrando del todo su color castaño, su humanidad volviendo a él, su cuerpo temblando contra el suyo mientras el orgasmo recorría todo su ser. Una sombra apareció en ese instante tras él, la sombra contra la que había estado luchando Bin en un principio y a la que debía de haberle dado caza antes, sin haberla dejado escapar, aquel demonio que había poseído el cuerpo de Sanha materializándose fuera de él por fin. El cazador no tardó ni un solo segundo en aferrar el cuerpo del chico con su brazo izquierdo mientras sacaba su espada de su cinto con su mano derecha, blandiéndola en el estrecho espacio del confesionario, cortando con ella la poca madera que quedaba todavía en pie, las velas que lo iluminaban y atravesando con su punta al demonio, ejerciendo toda la fuerza posible para que no hubiera ni una sola posibilidad de que el demonio se escapase de aquella. La figura del demonio gritó con aquella voz helada que le ponía los pelos de punta, gritó de dolor y trató de forcejear con Bin, pero la espada había sido bendecida y ésta comenzó a quemarlo desde la herida hacia fuera hasta que estalló en una llamarada, consumiéndose poco a poco en el suelo lleno de astillas del confesionario, desatando un olor a podredumbre que le provocó arcadas a Bin.

 

            El cazador observó fijamente las llamas a sus pies hasta que éstas terminaron por desaparecer, sin dañar nada de lo que había allí porque no eran llamas de aquel mundo, y cuando éstas se apagaron por completo, Bin por fin dejó escapar un profundo suspiro, soltando su espada en el suelo y aferrando con fuerza el cuerpo que todavía seguía sobre él, aquel cuerpo al que seguía unido de una forma demasiado íntima, un cuerpo que había dejado de temblar pero que no había sacado su cabeza del hueco entre su hombro y su cuello. A pesar de que lo único que le gritaba su ser era que siguiera penetrando una y otra vez a Sanha hasta alcanzar él mismo el placer del orgasmo, aquello era algo que no podía permitirse, así que, agarró las caderas del chico para moverlo y que así dejaran de estar unidos, pero antes de que pudiera hacerlo, Sanha lo detuvo.

 

            —No —dijo—. No salgas aún.

            —¿Sanha? —llamó.

            —Sigue —le pidió—. Por favor… sigue…

 

            Bin se mordió el labio inferior, notando en él la herida del mordisco que antes le había dejado el chico, guiado por la voluntad del demonio, recordando entonces una frase que le había dicho éste. “Es más, no soy lo único que quiere que entre en él”. El demonio había dicho en varias ocasiones cosas así, implicando que Sanha también quería que aquello sucediera entre ambos y que había sucumbido al demonio porque era lo que deseaba… y Bin lo entendió, entendió que el “mal sueño” que había tenido Sanha debía de haber atraído al demonio hasta la iglesia, que aquello era lo que había hecho que lo poseyera y que, tras la consecución de su objetivo, tras la obtención de su placer junto a Bin, Sanha había expulsado al demonio de su cuerpo porque su mente había dejado de ser débil y había podido sacarlo de él. No obstante, ellos no habían acabado, Bin no había terminado, así que, siguiendo sus propios deseos y los de Sanha, comenzó a embestirlo, moviendo sus caderas hacia arriba y agarrando con fuerza las del sacerdote, ayudándolo a moverse sobre él para volver a crear esa fricción exquisita entre sus paredes y su miembro, de una forma completamente desenfrenada hasta que, unos minutos después, acabó corriéndose dentro del chico, el placer absoluto recorriendo todo su cuerpo de arriba abajo, dejando caer su cabeza contra el hombro de Sanha, tratando de recobrar el aliento. Ambos se quedaron de aquella forma, unidos y abrazados durante un buen rato, sin moverse ni un solo centímetro hasta que Sanha comenzó a alejarse un poco de su cuerpo, echándose hacia atrás para observarlo y Bin hizo lo mismo, sus ojos encontrándose unos segundos antes de desviar su mirada, avergonzado.

 

            —Lo siento —fue lo primero que dijo el chico ante él, mirando al suelo—. Mi lujuria nos ha convertido a ambos en pecadores y casi nos mata.

            —No tienes que sentirlo —respondió Bin, llevando su mano hasta la frente del chico, retirándole el flequillo de ésta, acariciando su rostro después, dejando su mano sobre su mejilla, provocando que Sanha lo mirase—. Ambos hemos hecho lo que hemos podido para acabar con el demonio… y el episcopado no tiene por qué enterarse de lo que ha pasado aquí.

 

            Sanha esbozó una pequeña sonrisa después de murmurar un “gracias” en apenas un susurro y Bin simplemente decidió que no iba a hacer más daño del que ya estaba hecho y se inclinó hacia delante, tomando los labios del chico por voluntad propia, sabiendo que la sonrisa en la boca de Sanha mientras le devolvía el beso era también esbozada por su propia voluntad y no debido al demonio que los había colocado en aquella situación… no obstante, ya que estaban en ella, Bin no iba a reprimir más todos sus deseos y Sanha parecía que tampoco lo iba a hacer.

 

 

 

 

 

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