miércoles, 18 de septiembre de 2019

[One Shot] Falling Petals {YoungSeong}

Título: Falling Petals
Autora: Riz Aino
Pareja: YoungSeong (Hero + U.Seong) (LUCENTE)
Clasificación: NC–17
Géneros: AU, beauty and the beast modern setting, romance, drama,
Número de palabras: 17.870 palabras
Resumen: las cicatrices son historias representadas en carne, que narran cuentos de dolor, obstáculos y triunfo.
Notas: esta historia ha sido escrita para celebrar el primer aniversario de debut de LUCENTE. Un año se ha pasado volando… aunque ha sido un poco aburrido porque no ha habido ningún comeback en todo este tiempo.
Comentario de autora: llevaba demasiado tiempo queriendo escribir algo como esto y cuando tuve la idea, aunque tardé bastante en ponerme a hacerla, adoro el resultado. Espero que os guste.


Los optimistas dicen que todo ocurre por una razón; que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana. La vida de YoungWoong es una serie de puertas cerradas que conducen a ventanas que se ve forzado a intentar abrir con desesperación. Todos los sueños y las aspiraciones que ha tenido han acabado destrozados, convertidos en cenizas mientras ve cómo el viento se lleva los restos candentes. A los doce años, su madre muere de cáncer y lo deja con un padre que ya mostraba signos de inestabilidad. Nadie se sorprende cuando se le va la cabeza menos de un año después y su hijo de trece años tiene que hacerse cargo de ambos. Se les acaba el dinero al cumplir dieciséis y no le queda otra opción que encontrar un trabajo para después de clase. No es un trabajo especialmente elegante, pero le sirve para pagar las facturas y lo hace con una sonrisa en la cara porque si se atreviera a torcer el gesto, teme no poder parar.


YoungWoong siempre ha querido cantar, estar sobre un escenario y rodeado por miles de personas que quieran oír su voz. Es un sueño que le hace seguir adelante durante las largas horas de trabajo agotador y ante la falta de respuesta de su padre cuando por fin consigue arrastrarse hasta casa. A los dieciocho, su padre se pone peor y sólo le queda la opción de internarlo en una institución para que lo cuiden. Por ello, deja aparcado su sueño. Las facturas son demasiado para él y nada justifica que vaya a la universidad cuando alguien de su carne y de su sangre lo necesita. Así, se ve obligado a vender su hogar familiar y se muda a un apartamento con un amigo del colegio, porque no tiene otro sitio adonde ir y el alquiler es barato. KoGun es el que cuida de YoungWoong, se asegura de que coma lo suficiente y de que no se quede dormido y llegue tarde a sus turnos en el trabajo. KoGun es de quien YoungWoong depende y delante del que llora cuando las cosas le superan. Otra factura del hospital se le cae de entre los dedos y se derrumba en los brazos de su amigo porque sabe que KoGun siempre estará ahí para sujetarlo.

Es inevitable que se enamore, pero las cosas no van como deben ir. En un momento de lucidez se le declara, le dice a KoGun cuánto significa para él y cuánto lo ama. Espera ver el mismo amor reflejado en sus ojos marrones, pero no está ahí. Lo único que ve es dolor. KoGun ama a otra persona, alguien a quien nunca ha mencionado siquiera y sólo entonces se da cuenta YoungWoong de que tal vez no son tan íntimos como él pensaba. Su corazón roto hace que se cierre en banda, que se quede en su habitación cuando KoGun está en casa y empieza a distraerse en el trabajo. Dos semanas así y lo despiden.

A los veinticinco años, YoungWoong está sin trabajo, inundado de facturas e intentando curar un corazón roto. Necesita un cambio, y lo necesita ahora.


La vista que hay ante él es abrumadora, una casa antigua cuyos tres pisos se alzan hasta el cielo. La pintura ha empezado a desconcharse alrededor de las contraventanas y la puerta de entrada está oxidada. Los setos han sobrepasado la valla de madera y el césped está infestado de malas hierbas. El solitario porche necesita una buena limpieza y YoungWoong se siente triste. Hay un increíble potencial de belleza bajo todo ese abandono y sólo puede preguntarse cómo han dejado que un lugar tan bello se arruine de esa despiadada forma.

—¿Lee YoungWoong, supongo? —YoungWoong da un pequeño salto, pero se recupera a tiempo de dirigir una sonrisa y asentir con la cabeza al joven que hay en la puerta—. ¿Necesitas ayuda con tus pertenencias?

El chico mira la pequeña bolsa que lleva agarrada.

—Esto es todo lo que tengo.

Cree ver lástima en los ojos de éste, pero no está seguro porque es solo durante un segundo.

—Pasa entonces.

El recibidor es grande, sus zapatillas rechinan sobre el suelo de madera y el sonido retumba contra el techo alto. La pintura blanca es más reciente en el interior, pero no hace que parezca menos apagado. Hay varios tonos de blanco y gris en la decoración simple y los muebles que dan la sensación de que nadie ha vivido nunca aquí. Para ser un hogar, parece frío y vacío.

—Soy Bae SeongYeob y estoy a cargo de gestionar las finanzas de la casa. Si me sigues, te enseñaré tu habitación.

YoungWoong sigue al otro, recorriendo los suelos inmaculados y las limpísimas alfombras. Suben un tramo de escaleras y giran a la izquierda, hacia una habitación al final del vestíbulo. También es simple, una cama individual pegada a una pared y una cómoda en la otra.

—Hay un cuarto de baño justo al otro lado del vestíbulo y es para tu uso exclusivo. Siéntete libre de acomodarte en estas dos habitaciones —el mensaje subliminal es claro: No traspases los límites—. Tengo un horario con las actividades de MoonSeong, así como una lista de las comidas que prefiere y de las reglas que hay que seguir.

El tocho de papeles que le da SeongYeob pesa y YoungWoong se pregunta por un segundo dónde se ha metido.

—¿Cuándo conoceré a MoonSeong? —YoungWoong se siente raro usando su nombre de pila así, pero es lo único que sabe sobre el hombre al que supuestamente tiene que cuidar.
—A MoonSeong no le gusta la gente. Para ser totalmente claro, ha conseguido ahuyentar a los tres anteriores encargados de su cuidado en menos de una semana. El último estuvo aquí una hora —YoungWoong se quita las gafas y se frota los ojos antes de volvérselas a poner—. Espero de verdad que a ti te vaya mejor que al resto.
—¿Qué quieres decir con “ahuyentar”?
—Tú no invadas su espacio y sigue las instrucciones que te he dado y todo te irá bien.

El consejo no es muy alentador.

—Ah, también hay una tarjeta de crédito ahí dentro —añade el hombre, señalando los papeles con la cabeza—. Asegúrate de que la mantienes al día. Es para comprar la comida y para cualquier otra cosa que MoonSeong te mande comprar.

Otro asentimiento y SeongYeob se marcha, sus pasos rápidos resuenan por las escaleras antes de que YoungWoong pueda asimilar que lo han dejado solo en una casa desconocida con un hombre al que no conoce y al que le gusta asustar a la gente. El silencio le retumba en los oídos y de repente todo parece más oscuro. Se acerca a la cama y deja su bolsa y los papeles con cuidado, tomándose un momento para tranquilizarse. Esto es sólo una casa y MoonSeong sólo es una persona. YoungWoong cuidó de su madre antes de que muriera y después cuidó de su padre. Puede hacer esto. Si hay algo en el mundo que es capaz de hacer, es cuidar gente.

Deshacer su bolsa es una tarea sencilla, sólo tiene que poner su pequeño montón de ropa plegada en los cajones y dejar sus productos de aseo en el baño. Sólo queda una fotografía, enmarcada en madera clara, en la que un joven YoungWoong sonríe a la cámara, con su madre al lado. Deja la fotografía encima de la cómoda, un poco girada hacia la ventana para que el sol se refleje en el cristal por la mañana. A su madre siempre le había gustado el sol y, con ella al lado, estará bien.

El montón de papeles que lleva en las manos lo abruma y, casi se le cae todo al suelo al intentar coger al vuelo el trozo de plástico que se cae de entre ellos. Con la tarjeta de crédito a buen recaudo en su bolsillo trasero, empieza a leer la primera página. Normas.

No bajar al sótano bajo ninguna circunstancia.

Es un poco dramática, pero supone que es fácil seguir esa norma. La negrita y el subrayado habrían sido suficientes para llamar su atención, pero que la frase esté escrita en rojo hace que destaque, desde luego. Si esa es la peor, no puede ser tan malo. Sigue leyendo y descubre que la mayoría de las normas giran alrededor de que tenga tan poco contacto con MoonSeong como sea posible y de la importancia de hacer la colada los miércoles por la tarde, de asegurarse de que las comidas están a tiempo y de que la casa no tenga ni una mota de polvo. Parece bastante fácil y, en una casa así de grande, evitar a alguien tampoco puede ser complicado. Se pregunta qué será lo que obliga a MoonSeong a evitar a la gente.

Con los papeles en la mano, sale despacio de la habitación para inspeccionar el resto del lugar. Si va a vivir aquí, debería al menos familiarizarse con la casa porque el mapa que le ha dejado SeongYeong entre los folios es un poco impersonal. Su habitación es la última de ese piso, pero hay otras dos del mismo tamaño al dirigirse hacia las escaleras. Una es similar a la suya, con una cama pequeña y una cómoda cubierta con sábanas blancas para evitar que se cubra de polvo al no ser usada. La otra habitación está vacía y, unos marcados rectángulos de pintura más colorida en las paredes dejan claro que hubo posters y cuadros en las paredes. Cierra la puerta con un suave clic y se dirige al piso de abajo, asegurándose de que sus pasos no resuenen para no molestar a MoonSeong.

Enfadar a su nuevo jefe no está en su lista de cosas pendientes.

Todas las habitaciones son iguales, mobiliario blanco y gris y una decoración que le deja un gusto a falsedad y presuntuosidad en la boca. Esto no es un hogar, es un museo. Encuentra que la cocina es una estancia con un poco más de personalidad y ve unas amplias puertas correderas que dan al patio trasero. Es como si se sintiera atraído al exterior; el jardín con demasiada vegetación y las flores que intentan con valentía prevalecer entre las malas hierbas lo llaman. Los colores son un cambio bienvenido respecto a la decoración monocromática del interior y, por primera vez desde que llegó, sonríe. Una simple curva de sus labios y un brote de esperanza empieza a florecer en su corazón. Quizá, sólo quizá, este sitio sea el comienzo adecuado.


YoungWoong se queda ensimismado en el jardín, acunando con las manos las pequeñas rosas que se abren paso entre la jaula de espinas y dientes de león. Están en mitad de la primavera y ya deberían haber florecido por completo, pero están demasiado sofocadas por las malas hierbas y descuidadas; es un milagro que estén floreciendo. Un poco de belleza en un mundo construido sobre la soledad. Pierde el tiempo ahí fuera, retirando con cuidado las malas hierbas y separándolas de las flores, dejando que les dé el sol y las ayude a crecer. De repente, siente cómo el cabello de su nuca se pone de punta y YoungWoong alza la vista, mirando a su alrededor para encontrar la razón. Al mirar a un lado, ve una cortina ligeramente descorrida y el repentino aleteo de la tela al volver a cerrarse. MoonSeong.

Esto saca a YoungWoong de su trance y se limpia las manos en los vaqueros antes de ponerse en pie y volver dentro. Mira el reloj del microondas y ve que son casi las 10:30. Echa un vistazo a los papeles, comprobando el horario para descubrir que MoonSeong desayuna exactamente a las 11:00. En estado de ligero pánico, YoungWoong encuentra la lista de comida aceptable y espera encontrar algo rápido porque no puede preparar nada decente en media hora.

Queso a la plancha. Eso puede hacerlo. Abre armarios y cajones, las puertas se cierran con más ruido de lo que él pensaba, pero tiene prisa y no tiene ni idea de dónde están las cosas. La agitación de su estómago se calma cuando localiza todo lo que necesita y empieza a preparar el desayuno. El queso está bien derretido, el pan está tostado hasta quedar de un color marrón dorado y cubierto de mantequilla. Perfecto. YoungWoong pone un vaso de agua junto al plato de sándwiches en la bandeja y se detiene. Sale corriendo al jardín y corta una de las pequeñas rosas rojas para ponerla en la bandeja también.

Le tiemblan las manos mientras lleva la comida por el vestíbulo, el pasillo está oscuro y la puerta cerrada. Sólo puede suponer que la habitación es la correcta, porque el mapa señaliza la habitación de MoonSeong y el pasillo como zona vedada. Tiene que mantener la bandeja en equilibrio sobre la rodilla para abrir la puerta, que cruje lentamente, sólo para ver más oscuridad. Unas pesadas capas de tela bloquean la luz, excepto por la pequeña franja que se cuela por la puerta. Ni siquiera está seguro de que ahí haya alguien, pero hay una pequeña mesa cerca del centro de la habitación y YoungWoong entra con timidez y deja la bandeja ahí. Su corazón empieza a latir a toda velocidad en su pecho al oír una tela moviéndose. Intenta no dejar que la sorpresa se le refleje en el rostro cuando ve una figura oscura, negro sobre negro, caminando despacio hacia adelante. Ni siquiera se da cuenta de que ha ido retrocediendo hasta que su cadera choca con la puerta.

—¿Qué es esto? —pregunta una voz áspera con frialdad, cogiendo la rosa de la bandeja y sujetándola con dos dedos.

YoungWoong sigue sin ver nada salvo una silueta y le hace falta un momento para pensar y que no le tiemble la voz.

—Una rosa —consigue decir en voz baja.
—Yo no he pedido una rosa.
—No deberías tener necesidad de pedirla —oye un resoplido y ve cómo tira la flor al suelo antes de empezar a pisotearla contra la alfombra.
—Fuera de aquí.

La orden es un gruñido y YoungWoong hace justo eso, cerrando la puerta de un golpe tras él y corriendo por el pasillo hacia la luz porque siente como si la oscuridad de esa habitación fuera a extender una mano para atraparlo. Agarra la tela de la camiseta sobre su corazón, intentando calmarlo, porque sólo es un hombre. Sólo es un hombre. Con mucho genio. No va a conseguir espantarlo tan fácilmente. Respira hondo varias veces y se recompone, mirando hacia el pasillo otra vez antes de marcharse a otra parte de la casa.

Se toma el resto del día para explorar las demás habitaciones y se queda un poco decepcionado al encontrarse todo el tiempo con lo mismo. El sitio tiene todo el potencial para ser impresionante, sólo con añadir algo de color a las paredes blancas, mezclar muebles en lugar de que todos sean sets a juego y decorar con pequeñas cosas de los sitios que les quedan por explorar. Lo único interesante que ha encontrado es una chimenea con la repisa coronada por premios enmarcados y trofeos.

Todos son de Kim MoonSeong, medallas y logros en competiciones de baile. Y ahora sabe un poco más de MoonSeong, pero eso no hace que se sienta más cómodo.

Al contrario que a primera hora, se las apaña para empezar a cocinar a tiempo algo para comer, sacado de la lista. Opta por preparar spaghetti, con la esperanza de que a MoonSeong le guste tanto el queso como a él, porque le pone una capa gruesa. El olor del plato en el horno hace que su estómago se ponga a rugir traicioneramente y, se da cuenta de que, con la excitación de explorar su nuevo hogar, no ha comido nada en todo el día. Es algo que tendrá que remediar tras encargarse de la comida de MoonSeong.

La sola idea de volver a esa habitación hace que se le retuerza el estómago por la ansiedad. No está asustado, pero sí actúa con cautela, porque no sabe nada de ese hombre ni de lo que hizo para espantar a los demás. ¿Fue sólo el terror emocional lo que los hizo salir corriendo o fue otra cosa? ¿Fue algo físico? Cuando el temporizador del horno empieza a sonar, pega un bote, sorprendido por sus temores infundados y se siente muy tonto.

No hay nada que temer de la oscuridad. Es un mantra que va repitiendo mentalmente mientras lleva la bandeja a la habitación de MoonSeong. Esta bandeja es más grande y lo tiene más difícil para mantenerla en equilibrio para abrir la puerta, pero no se le cae y lo cuenta como una pequeña victoria personal. La bandeja de antes está en la mesa y las cambia antes de darse la vuelta para salir cuanto antes. Siente unos ojos clavados en su espalda, como si estuvieran intentando escrutar lo que hay bajo su piel. El escalofrío de miedo que lo recorre se atribuye a MoonSeong y no a una maldad imaginaria. Es simplemente MoonSeong.

A pesar de su estómago vacío, sólo consigue comerse una pequeña ración de la comida y guarda el resto para el más tarde.

Se dedica a seguir recorriendo la casa lo que le queda de tarde y arreglando un poco el jardín antes de la hora de cenar, cuando repite sus movimientos de la mañana y cocina unas simples verduras a la plancha de la lista para después dejarlas en la habitación de MoonSeong, sabiéndose vigilado.

Se siente tenso y cansado a la vez y los ojos le duelen por el esfuerzo, así que, ni siquiera cena y decide acabar su día. Cuando sube al piso de arriba para ducharse, se asegura de cerrar con pestillo la puerta del baño. El agua está caliente y le ayuda a liberar la tensión de los músculos, pero la inseguridad sigue ahí. Tiene que obligarse a que las manos le dejen de temblar cuando sale corriendo del cuarto de baño lleno de vapor hacia su habitación, donde cierra la puerta rápidamente y pasa el pestillo. No sabe por qué siente tanto miedo, pero ahora mismo le recorre la piel y no hay nada que desee más que hacerse un ovillo bajo la seguridad de las mantas y quedarse ahí hasta que salga el sol.

Tarda un rato en quedarse dormido, su mente no deja de darle vueltas a absurdas fantasías sobre su nuevo jefe entrando en su habitación y tirándolo por la ventana o arrastrándolo escaleras abajo para envolverlo con espinas de rosa ya que tanto le gustan. Cada visión es peor que la anterior hasta que no puede soportarlo más y se le escapan un par de lágrimas que mojan su almohada. Pasan las horas y cuando por fin sucumbe al sueño, no es para ir a un lugar mejor.

Desde la muerte de su madre, las noches de YoungWoong están plagadas de pesadillas. Han ido atenuándose con los años y ha aprendido a racionalizar los infinitos pasillos blancos, las pantallas y los pitidos, como una necesidad de cerrar un capítulo de su vida cuando en realidad nunca podrá llegar a hacerlo del todo. Sueña con cables que lo asfixian, una pantalla que refleja sus constantes vitales desbocadas por el pánico hasta que el pitido regular muere y un ruido estridente anuncia su muerte. Se ve a sí mismo en tonos de azul, con los labios más oscuros y los ojos hundidos, como estaba su madre justo antes de exhalar su último aliento. Sueña con los ojos sin vida de su padre, que tiene las manos extendidas para estrangularlo y es el puro miedo lo que lo mantiene inmóvil.

Hace meses que YoungWoong no tenía una pesadilla, pero esta noche la tiene y es como un fuerte golpe. Se despierta con el corazón a mil, tiene la parte delantera de la camiseta empapada de sudor y la garganta seca. Tiene que intentar calmarse durante varios minutos, se sienta en la cama y cierra los ojos para dejar que la temperatura más fría de la pared se cuele hasta su piel febril. Entonces se da cuenta de que el ritmo regular que escucha no es el de su corazón. Es otra cosa.

Por un momento olvida el miedo y sale de la cama para investigar. Baja las escaleras de puntillas, aunque no hace falta, mirando a su alrededor con curiosidad. No hay nada, pero el ritmo se oye más fuerte y lo siente palpitando contra sus pies al caminar sobre el suelo de madera. No deja ni un rincón sin comprobar y está a punto de perder la paciencia cuando por fin lo ve. Hay una puerta al otro lado de la casa, como la habitación de MoonSeong. Una fina línea de luz se filtra por debajo y YoungWoong agarra el pomo, a punto de abrirla, cuando de repente lo recuerda.

No bajar al sótano bajo ninguna circunstancia.

La puerta debe de ser la del sótano y YoungWoong suelta el pomo como si estuviera al rojo vivo. Da unos cinco pasos hacia atrás antes de girarse sobre sí mismo y salir corriendo por las escaleras hasta hundirse en la seguridad de su cama de nuevo. Esta vez tarda más en quedarse dormido, pero al menos no tiene pesadillas.


YoungWoong picotea de los espaguetis que sobraron ayer y deja el plato a un lado tras comerse sólo la capa de queso. Su estómago no está de humor para comida y siente cómo se le retuerce peligrosamente. Tiene bolsas en los ojos y la imaginación al límite, siempre está mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie lo está vigilando. Es ridículo, e intenta hacer que su mente se detenga, pero no lo consigue. Está asustado. Se las ha apañado para retorcer una frase y dos breves encuentros hasta convertirlos en algo aterrador. Es infantil y, lo sabe, pero eso no hace que pueda pararlo.

Y, sin embargo, eso no es suficiente para hacerlo marcharse. No cuando su padre necesita cuidados y él es el único que puede pagarlos. Así que se traga todos sus miedos y se pinta una sonrisa sólo para autoconvencerse de que todo es perfecto. Después de fregar los platos, YoungWoong se pasa el resto de la mañana en el jardín, quitando malas hierbas de alrededor de los arcos enrejados que delinean el camino de grava que hay en el centro del jardín. Ya ha visto brotes blancos y rosados que se mezclaban con los rosales rojos que hay plantados a los lados. No tiene tijeras de podar, ni guantes, ni nada, en realidad, pero sigue trabajando igual. En sus manos quedan las marcas de numerosas espinas que han abierto su piel, pero no le importa.

Corta una rosa roja antes de entrar a preparar el almuerzo y la pone en la bandeja junto a la comida, como había hecho el día anterior. No es mucho, pero es una muestra de que le está tendiendo una mano, de que está intentándolo; una mano que tiembla al girar el pomo de la habitación de MoonSeong. Deja la bandeja en la mesa y examina la habitación un momento, y se da la vuelta para marcharse porque todos sus instintos le dicen que se vaya corriendo.

—Eh, tú —lo llama esa voz profunda y áspera, provocando que se moleste por ese trato.
—Tengo nombre. YoungWoong.
—En la mesa hay una lista de cosas que necesito —continúa MoonSeong, sin dar muestras de que le importe lo que él le acaba de decir.

Con el ceño fruncido, YoungWoong coge el papel y se va, cerrando de un portazo porque está demasiado enfadado para sentir miedo. Puede que esté aquí para cuidar de MoonSeong, pero eso no quiere decir que lo pueda tratar así, como si no se mereciera tener nombre. Idiota.

Al menos la lista es simple, cosas básicas como pasta de dientes y champú y así puede salir un poco de la casa. No tiene coche y no se puede permitir un taxi, así que va andando, tomándose su tiempo para disfrutar del paisaje y del clima cálido. Es como una verdadera bocanada de aire fresco y, para cuando vuelve de la pequeña tienda, se siente mucho mejor. Ni siquiera el pensar en que le tiene que dar la compra a MoonSeong le hace perder la sonrisa. Toca a la puerta lentamente y espera hasta que oye al otro darle permiso para entrar.

La habitación está oscura, como siempre, y sigue sin saber siquiera qué aspecto tiene MoonSeong, pero eso no lo desalienta en absoluto. YoungWoong entra y echa un vistazo, esperando ver un poco más de la habitación y de su ocupante, pero no sirve para nada. MoonSeong está sentado en una silla, de espaldas a él, sólo se le ve una pierna desde esta posición y YoungWoong no es tan atrevido como para acercarse, así que deja las bolsas en la mesa, se lleva la bandeja y sale cerrando con cuidado la puerta tras él.

Este es su destino en la vida, cuidar de aquellos que no pueden hacerlo por ellos mismos y, si no consigue encontrar una manera de ser feliz haciéndolo, nunca será feliz en absoluto. No importa lo que haga falta, no importa cómo tenga que hacer para adaptarse, esta es su vida y no va a dejar que otra persona controle una parte tan grande de la misma. Ya no.

YoungWoong le lleva la cena a MoonSeong esa noche y la sonrisa le falla sólo un poco cuando ve los pétalos de rosa tirados descuidadamente en el suelo. Deja la comida y se va, intentando evitar que ese gesto le afecte. Si el otro no quiere aceptarlo, no pasa nada, pero eso no implica que YoungWoong vaya a dejar de hacerlo. A veces, son los pequeños detalles los que más importan y quizá algún día el otro llegue a entenderlo.


Cuando se despierta por la mañana, la sonrisa vuelve y está tarareando mientras baja las escaleras hacia la cocina para preparar el desayuno. Por fin ha recuperado el apetito y se muere de hambre. YoungWoong gira la esquina para entrar a la cocina y se queda paralizado. Las comisuras de sus labios se curvan hacia abajo, no puede moverse. La habitación está hecha un desastre. Hay cazos y sartenes por todas partes, la comida de la despensa está tirada por el suelo y hay platos rotos en el fregadero. Un sollozo de rabia se le escapa de la garganta. YoungWoong se vuelve lívido.

Gira sobre sus talones, va hasta la habitación de MoonSeong y empieza a golpear la puerta. Nadie le contesta y, un par de minutos después deja caer su mano dolorida, ahora con lágrimas en las mejillas. No tiene el valor de entrar a la habitación, no importa lo que su cuerpo quiera hacer, así que se va, vuelve a la cocina y examina los desperfectos otra vez. Se pasa la mañana arreglando el caos y para de vez en cuando para mirar con cariño las rosas del jardín. Le gustaría tanto estar ahí fuera con ellas… pero hoy no podrá ser.

Se le hace tarde para el almuerzo y la rabia se pasa para dar lugar a una triste sensación de derrota. Es como si MoonSeong supiera que YoungWoong intentaría ver el lado bueno de las cosas y hubiera decidido sacar su peor faceta. Y, aún así, sigue habiendo una rosa en la bandeja, colorida contra la plata, que brilla roja en el reflejo. Deja la bandeja con un golpe sobre la mesa y se da la vuelta para irse sin molestarse en decir ni una palabra o de mirar la habitación, porque quiere irse lo más rápido posible de allí.

—¿Qué pasa, YoungWoong? —es la primera vez que oye al otro decir su nombre y decide en ese preciso momento que no quiere volver a oírlo de sus labios nunca más. Su nombre había sonado más como un frío siseo que había enviado un escalofrío a su columna, y se queda quieto. Está jugando con él, lo está provocando.
—Parece que no me informaron bien —empieza, dándose la vuelta con los ojos entrecerrados—. Pensaba que estaba ayudando a un adulto, no a un niñato malcriado.

Antes de decir o hacer nada más que pueda ser calificado de valiente, YoungWoong sale por la puerta y sus pies lo sacan de la oscuridad y lo llevan hasta la luz de la cocina, donde aún tiene trabajo que terminar. Las manos le tiemblan sin control y se aferra a la encimera para tranquilizarse. Sigue temblando un poco mientras saca pequeños trozos de porcelana del fregadero y se corta la yema de uno de los dedos con uno trozo pequeño. La sangre gotea lentamente y deja un rastro al colarse por el desagüe. YoungWoong se limitar a mirarlo, dejando que el dolor palpitante lo mantenga controlado.

¿Y si en realidad no puede hacer esto?


Sueña con un hombre sin rostro, con una máscara, el nombre de YoungWoong se derrama de su boca como veneno y retumba en sus oídos. El sonido se hace cada vez más fuerte hasta que es lo único que puede oír, lo único que siente… y duele. Su nombre le desgarra la piel como si fueran trozos de cristal roto y cae de rodillas. Su madre y su padre están ahí, fuera de su alcance, mirándolo con los ojos hundidos y los rostros cenicientos. YoungWoong suplica que lo liberen, reza porque todo pare, pero sólo empeora. Un torrente de cálida sangre empieza a salir de un corte en su garganta y siente una arcada, sus manos resbalan en el suelo mientras intenta incorporarse. Sus padres se rompen en pedazos y grita.

YoungWoong se levanta de golpe, respirando agitadamente y parpadeando a toda velocidad para acostumbrarse a la mínima luz que entra por el hueco de las cortinas. Cuando por fin se sitúa y se da cuenta de que el sol está saliendo lentamente, se hace un ovillo en la cama, aferrando las mantas contra su pecho. Tarda varios minutos en tranquilizarse, en dejar que los restos de su pesadilla se desvanezcan antes de poder moverse. Se viste rápidamente y quita el pestillo de su puerta, con la intención de hacerse algo de desayunar. Lo que ocurre en realidad es que se tropieza con la cesta de la colada que hay delante de su puerta y aterriza en el suelo con un sonoro golpe y una maldición en voz baja.

Miércoles.

Claro.

—¿Ese imbécil no podría haberla puesto en otro sitio? —murmura entre dientes mientras baja al piso inferior con la ropa.

Una vez pone la ropa en la lavadora, duda antes de entrar a la cocina. Lo que espera es volver a encontrársela prácticamente en ruinas otra vez y no quiere pasar el día entero arreglándola, pero cuando entra, está todo como lo dejó salvo por la bandeja que hay junto al fregadero. Suelta un suspiro de alivio y se encoge contra la encimera. Al menos esta es una sorpresa agradable.

YoungWoong calma su estómago con un par de tostadas antes de salir al jardín. Hay una ligera niebla que lo cubre con una capa de agua, pero eso no le impide pasar la mañana atendiendo a las rosas. Está empapado de la cabeza a los pies y le moquea la nariz cuando vuelve a entrar para preparar la comida. Un par de estornudos después, va al baño para ver si hay algo de medicina para el resfriado. Le hace sentirse mareado, pero es mejor que sentir el cosquilleo constante en la nariz y consigue mantenerse compuesto el tiempo suficiente para dejar la comida en la habitación de MoonSeong junto a la ropa limpia y plegada. Tiene que empujar la cesta con el pie y la deja junto a la puerta, intentando ignorar de nuevo los pétalos que vuelve a haber en el suelo, destrozados.

Esa noche deja el orgullo de lado y llama a un amigo, sólo por tener alguien con quien hablar.

—¿JongYeon? —pregunta en voz baja, acercando la boca al interfono y hablando bajito en una esquina del salón.
—¡YoungWoong! ¡Dios mío, ¿dónde estás?! ¿Estás bien? Por favor, dime que estás a salvo…
—Estoy bien —dice, interrumpiendo la cadena de preguntas de JongYeon—. Le dije a KoGun que me iba a mudar por un trabajo, ¿no te lo dijo?
—Le dejaste una nota, Hero, eso no es decirle nada a nadie. Eso es huir.
—No podía… yo… quiero decir… hice lo que tenía que hacer —siente como si el corazón le estuviera latiendo en la garganta.
—Ya lo sé —le llega una respuesta resignada—. ¿Estás mejor ahí?
—Es… diferente.
—Hero…
—No, no, aún estoy adaptándome. No te preocupes. Estoy bien.
—No suenas como si estuvieras bien.
—Pero lo estaré.

Sus promesas parecen funcionar, porque JongYeon cambia de tema y se pone a contarle todo lo que se ha perdido de su antigua vida y YongWoong acaba sonriendo y hasta riéndose con un par de historias. No vuelven a mencionar el nombre de KoGun, está claro que su amigo está evitando el tema por completo y él se lo agradece.

—¿Volverás a llamar? Echo de menos tu estúpida cara.

YoungWoong se ríe y acuerdan mantener el contacto antes de colgar. JongYeon es justo lo que necesitaba, un salvavidas para hacer que siga adelante. Y, cuando se despierta en mitad de la noche, con el terror recorriéndole el cuerpo, deja que el ritmo regular de la música del sótano lo calme. A raíz de algún retorcido sentido de la responsabilidad, YoungWoong acaba en la habitación de MoonSeong, limpiando los trozos de pétalos de rosa que el otro había dejado en el suelo para que se pudrieran. Si MoonSong se da cuenta al día siguiente, no lo hace notar, así que él tampoco dice nada.


No hay ningún avance sutil, ninguna muestra de que su relación como cuidador y niñato consentido vaya a cambiar. YoungWoong sigue su régimen; cocina y limpia y hace la colada, pero también encuentra tiempo para dedicarse a cuidar del jardín. Poco a poco empieza a parecer menos una enorme masa de malas hierbas y más la belleza que debería ser. Aún hay días que se despierta para encontrar una de las habitaciones hecha un desastre y se lo toma con filosofía, como si fuera el niñero de un bebé y no de un hombre que debería avergonzarse de sus acciones.

Sin embargo, no tiene menos miedo de MoonSeong. No cuando lo único que ve de él es una sombra y lo único que oye es una voz grave que lo regaña o se burla de él. Sus pesadillas siguen ahí, ahora aparecen casi todas las noches en lugar de un par de veces a la semana y, a menudo, la música de MoonSeong es lo único que lo calma hasta que vuelve a dormirse.

SeongYeob va normalmente una vez por semana y todas las veces se sorprende de ver que YoungWoong sigue ahí. Se queda en la casa el tiempo suficiente para asegurarse de que todo está en orden y luego se marcha con una sonrisa y a veces con una galleta que ha robado de la bandeja que él acaba de cocinar. De vez en cuando, YoungWoong se atreve a preguntarle cosas sobre MoonSeong, pero el otro siempre niega con la cabeza y rechaza la pregunta. Es decepcionante.

Cuando las cosas se ponen mal y YoungWoong siente que está a punto de derrumbarse, llama a JongYeon aunque sólo sea para oír su voz. Consigue relajarse al escucharlo, deja que el chico hable de lo que sea hasta que se le seque la garganta, hasta que siente que puede respirar otra vez y las cosas no parecen tan horribles.

Y, cuando llega el verano, casi dos meses después, algo cambia.


La música palpita en su cuerpo, mueve sus extremidades mientras pierde el control. Es liberador ser capaz de dejarse llevar, de hacer lo que quiera sin que le importe nada ni nadie. Se ahoga gustosamente en la música mientras asciende en crescendos por la pared. Cuando los acordes finales rozan su piel, todo se desvanece hasta que sólo queda un amargo silencio. Este es el momento en que todo se derrumba sobre él, porque no hay ningún público adorándole, gritando su nombre, no hay rosas rojas a sus pies por hacer una actuación tan perfecta. Porque era perfecta. Kim MoonSong nunca es menos que perfección.

El talento le salía por los poros y todo el mundo quería ser él o quería estar con él. Deslumbraba sobre el escenario, te dejaba maravillado y deseando más. Se follaba cualquier cuerpo bonito que estuviera dispuesto y los dejaba por la mañana porque Kim MoonSeong era demasiado bueno como para atarse a nadie, demasiado bueno como para que el mundo no abriera los brazos para él. Todas las compañías le suplicaban que bailara para ellos, los teatros le cubrían con dinero para que honrara sus escenarios con su presencia, aunque sólo fuera por una noche. Su vida era perfecta.

Y ahora todo estaba perdido, se lo habían arrancado de las manos y sólo le habían dejado cicatrices que arruinaban una piel que antaño fue perfecta, que descendían desde su cara hasta su muslo… y eso lo enfurecía. Sus amigos lo habían abandonado uno tras otro, el tiempo que pasaba entre llamada y llamada no hizo más que aumentar hasta que su teléfono dejó de sonar. Supone que sólo era cuestión de tiempo, porque ya no es una de esas caras bonitas. No, ya no se parece en nada a ellos.

Ahora es una bestia.

Los altos espejos de las paredes están cubiertos de pintura, sólo hay pequeñas grietas que reflejan su aspecto y a veces hasta eso es demasiado. Está temblando, sus músculos están calientes y maleables tras horas de baile, pero aún no está cansado. Sus ojos se posan sobre la enorme foto que hay a un lado de la pared. Recuerda el momento exacto en que se tomó, en el escenario, mientras bailaba la suite de El Cascanueces. Había sido un Príncipe perfecto, las mallas se ajustaban a su esbelto cuerpo y la purpurina pintaba cada parte visible de su cuerpo. El pelo le caía sobre los ojos y el sudor se deslizaba por sus sienes, pero no lo cambiaría por nada del mundo. El fotógrafo lo había captado suspendido en el aire, un tour en l’air técnicamente perfecto que capturaba la emoción pura de la danza. Y eso le pone enfermo, porque nunca más vivirá otra noche como esa.

La rabia le corre por las venas, lo posee como hace cada noche y a la melodía de música clásica la sustituyen unos fuertes bajos. Sus músculos cansados protestan ante el baile más intenso, los tirones y los ritmos desconocidos para los que nunca había entrenado, pero continúa hasta que no puede sentirlos. La ira se derrama de sus pasos, descontrolados y violentos hasta que está demasiado cansado para hacer nada que no sea arrastrarse a duras penas, subiendo las escaleras y cruzando la casa hasta su habitación. Se derrumba sobre la cama después de quitarse la ropa sudada para sentir las sábanas de seda pegadas a su piel y cae en un sueño intranquilo.

Las mañanas son lo peor, su cuerpo protesta por el ejercicio de la noche anterior y por despertarse tan pronto, pero nunca consigue volver a dormir. Lo primero que hace es ducharse, limpiar los restos de sudor y la punzante sensación de arrepentimiento. Tras terminar, se envuelve la cintura con una toalla y con el pelo pegado a la frente, retira un lado de la cortina. YoungWoong está en el jardín otra vez, escarbando con las manos llenas de arañazos para arrancar de la tierra alguna mala hierba testaruda. Lo mira durante varios minutos, con los ojos clavados en el rostro otro, en su piel pálida en contraste con su pelo negro. Sus labios rosados están entreabiertos por la concentración hasta que se curvan en una sonrisa. Es una nueva tradición suya, mirar cómo el cuidador se encarga de las olvidadas flores. Y no entiende del todo por qué, sólo que lo atrae… y eso lo asusta.

Algo que ha aprendido es que las personas te fallan cuando más las necesitas. No está dispuesto a cometer ese error de nuevo.

Hoy lo mira durante más tiempo, incapaz de moverse hasta que ve los ojos de YoungWoong moverse en su dirección. Se le acelera el corazón en el pecho y deja que la cortina se cierre, aunque los dedos le piden abrirla otra vez, pero no se lo consentirá. Se obliga a alejarse y ponerse unos pantalones para poder usar la toalla para secarse el pelo, pero se pierde a mitad de camino y se tira en la cama con los brazos abiertos y la toalla abandonada en el suelo. La suavidad de su manta le acaricia la piel y se mueve, siente cada diminuta fibra de la manta y de sus pantalones contra la piel más áspera de sus cicatrices y la rabia regresa. La rabia siempre vuelve. Cierra los puños sobre las sábanas y cierra los ojos con fuerza porque no quiere llorar, pero se le escapan las lágrimas de todas formas, colándose en su pelo ya húmedo.

Se queda ahí hasta que recupera el control sobre sí mismo, hasta que su cuerpo se calma y las lágrimas se secan y se sienta para seguir con su rutina. Acaba de empezar a secarse el pelo con la toalla, el roce de la tela contra sus orejas lo deja sordo ante cualquier otro ruido y lo primero que oye cuando retira la toalla es la voz de YoungWoong. El pánico lo abruma y se gira para ver los ojos como platos de su cuidador, clavados en su piel desnuda mientras la bandeja le tiembla en las manos.

—Lo… lo siento… —tartamudea el otro antes de dejar la bandeja en el suelo y salir corriendo de la habitación, cerrando la puerta de un golpe.

Siempre ha tenido miedo de que la gente lo vea, de que lo juzgue y se aleje por miedo a algo que no comprenden. La rabia siempre viene después, porque no es algo que pueda controlar, no es un resultado que pueda arreglar. La gente siempre lo mirará con lástima y asco y miedo y eso le duele. Y no sabe, ni siquiera pretende imaginar por qué duele aún más cuando esa misma expresión de sorpresa está pintada en el hermoso rostro de YoungWoong.

Un ataque de furia lo hace gritar, con las manos hundidas en su pelo y tirando con fuerza, infligiéndose un daño que no siente por la adrenalina. Otro grito desgarra su garganta y vuelca la mesa, pero no es suficiente, así que la coge y la lanza contra la pared. Una parte de él se apacigua al verla romperse en pedazos. MoonSeong cae de rodillas, sollozando e inclinándose apoyado en sus brazos, con la cara en la alfombra mientras mil emociones luchan en su mente. Cuando cierra los ojos sólo ve rojo, abre y cierra los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavan en las palmas.

¿Por qué él?


YoungWoong está aterrorizado, le tiembla todo el cuerpo y tiene los nudillos blancos por la fuerza con la que se agarra al borde de su cama. Después de ver a MoonSeong y cómo su rostro se había retorcido por la sorpresa, había salido corriendo; subiendo por las escaleras hasta llegar a su habitación, cerrando la puerta antes de caer sobre la cama. Cierra los ojos con fuerza y sólo ve los ojos de MoonSeng, clavados en los suyos y llenos de ira. Sí, las cicatrices que cubren la mitad del cuerpo del otro lo han sorprendido, pero no son nada comparado con lo que sabe que hay debajo. El temperamento de MoonSeong. De eso es de lo que de verdad tiene miedo.

Se queda esperando oír pasos y gritos y tal vez el ruido de los platos al romperse en la cocina, porque es la habitación que más le gusta a MoonSeong destruir, pero nunca llegan. Tras el último grito llegado desde la habitación de MoonSeong todo queda en silencio. Un escalofrío lo recorre y no sabe qué es peor, estar esperando una reacción o el silencio que lo devora poco a poco. Se imagina crujidos tras su puerta y gira la cabeza rápidamente, con los ojos fijos en el pomo, respirando entrecortadamente mientras cada nervio de su cuerpo se tensa, preparándose. Pero todo está en su cabeza, y cuando no pasa nada en un minuto, se permite relajarse un poco. Le duelen los dedos de lo fuerte que se ha agarrado a la cama y los flexiona sobre su regazo mientras su respiración se calma.

Cuando su corazón vuelve a latir regularmente, reúne el valor para alejarse de la cama, dando cautelosos pasos hasta la puerta. Lo primero que hace es pegar el oído a la madera, forzándolo a escuchar cualquier signo de que el otro esté ahí fuera. Sólo hay silencio. YoungWoong gira el pomo y abre una rendija para ver que no hay nadie en el vestíbulo. Se le escapa un suspiro de alivio y abre la puerta con mucho cuidado, lo suficiente para salir. De repente se siente como el protagonista de una película de terror mala mientras va de puntillas por la casa hasta las escaleras. Se agarra al pasamanos y se agacha, intentando ver si MoonSeong está fuera de su habitación, pero no hay ninguna señal. Tan silenciosamente como puede, baja las escaleras una a una con una pausa cada vez que deja todo su peso sobre un pie.

Tiene un gran nudo en la garganta y una horda de búfalos en estampida en el estómago para cuando llega al piso de abajo… su instinto le dice que vuelva arriba a toda prisa y que se esconda. Se le sube el corazón a la garganta y se acelera cada vez que gira una esquina o abre la puerta a otra habitación. MoonSeong no está por ninguna parte y YoungWoong no es tan valiente como para ir a su habitación. Sin embargo, se queda al final del pasillo y mira la puerta, como si estuviera obligándola a abrirse y a MoonSeong a salir. Es una emoción diferente, querer al menos ver al hombre para asegurarse de que está bien a pesar de que teme las repercusiones de su error, si es que se le puede llamar error. Sólo estaba haciendo su trabajo.

Todo está en silencio y le pone de los nervios estar rodeado de tanta tensión, así que YoungWoong sale al jardín. Está a mitad del camino de gravilla cuando se sienta, se lleva las rodillas al pecho y entierra su rostro en ellas. La luz del sol lo ayuda a deshacerse de un poco de la oscuridad que sabe que lleva pegada y que se le cuela bajo la piel para hundirse en sus huesos. Siente un escalofrío y se agarra más fuerte las piernas, forzándose a relajarse, a encontrar otra cosa en la que pensar. Pero no importa cuánto lo intente, la imagen de MoonSeong está grabada a fuego en sus retinas y no lo deja olvidar. El miedo vuelve a invadirlo y necesita de todo su esfuerzo para no marcharse y no volver jamás. Sabe que puede lidiar con esto, que debe lidiar con esto, porque no tiene nada más. Significa que necesita crecer, necesita cumplir con su trabajo sin importar las circunstancias.

Parpadea bajo la luz del sol, mira las rosas y una de las comisuras de sus labios se curva ligeramente hacia arriba. En cualquier caso, sigue teniendo esto. Extiende un brazo con algo de indecisión y delinea una de las rosas con un dedo. Se mueve, inclinándose hacia un lado para llegar a las malas hierbas que crecen alrededor del pequeño arbusto. Es una distracción que ocupa toda su concentración y tras un rato, se olvida de MoonSeong, de su miedo… y sólo queda una placentera felicidad bajo su piel, porque lo que está haciendo consigue calmarlo. Es su santuario.

El sol empieza a ponerse y YoungWoong se da cuenta de cuánto tiempo ha pasado fuera. Entra corriendo para preparar algo rápido de cenar porque no tiene tiempo. El ramyun está hirviendo para cuando todo el peso vuelve a caer sobre sus hombros, pero no es tan malo. No si él puede cambiarlo, así que eso es lo que se propone hacer. Hay una rosa recién cortada en la bandeja como disculpa, junto con la cena, a pesar de que se le ha hecho una hora tarde. Cada paso que da por el pasillo destruye un poco de su valor hasta que acaba plantado delante de la puerta de MoonSeong con las rodillas temblorosas.

No puede hacerlo.

YoungWoong deja la bandeja en el suelo con cuidado y llama a la puerta con la suficiente fuerza para que cualquiera que haya dentro lo oiga. Entonces sale corriendo, huye antes de enfrentarse a algo que aún no está preparado para mirar. Sabe que es un cobarde y que en algún momento tendrá que ponerse cara a cara con MoonSeong. La culpa le retuerce el estómago y es incapaz de comer, así que decide guardar el resto de comida para más tarde y acostarse ya.

Esta vez, el rítmico sonido del bajo que atraviesa el suelo le mantiene despierto hasta bien entrada la noche.


La casa está en silencio como cada mañana cuando YoungWoong se despierta, pero sólo le hacen falta segundos para que los recuerdos de lo que pasó el día anterior le invadan la mente. La inseguridad hace que se quede en la cama más tiempo de lo habitual, pero tras una pequeña charla consigo mismo, (“no seas tan miedica, idiota”), se viste y baja a buscar daños. Con toda seguridad, el rastro de gotas de sangre no es lo que esperaba encontrar y la curiosidad le supera. El rojo aún húmedo destaca contra el suelo y lo guía hasta la puerta del sótano, el lugar donde se supone que no puede entrar, pero esta vez sí lo hace.

Está oscuro y toca la pared en busca del interruptor hasta que lo enciende. Los escalones crujen bajo sus pies y el nudo de su estómago se tensa aún más con cada paso. Atisba una habitación grande antes de encontrar otro interruptor.

Los ojos de YoungWoong se abren como platos y le entra pánico al ver cristales rotos por todas partes y una mancha roja que indica que ésta es la causa del reguero. Se cubre la boca con una mano, observando la destrucción y pensando en la rabia que debe de haber conducido a esto. Es culpa suya. Sin pensar en sus olvidados miedos, sube corriendo las escaleras, directamente a la habitación de MoonSeong. Golpea la madera, el ruido retumba por el pasillo, pero nadie responde.

—Abre la puerta —dice, pero sigue sin obtener respuesta—. Maldita sea —murmura entre dientes antes de girar el pomo y entrar igualmente.

Esta vez, cuando su corazón se acelera y siente una inyección de adrenalina no es porque tenga miedo. Es porque MoonSeong está sentado en el borde de la cama, intentando cubrirse el rostro con las manos ensangrentadas mientras se encoge ante la luz. YoungWoong cruza la habitación en segundos, acariciando con los dedos una de las manos del chico para separarla de su cara. Éste huye del contacto, se retuerce para que el otro hombre no pueda ver su cara, pero Youngwoong no ceja en su empeño. Lo agarra por la muñeca y estira de su mano hasta que está bajo la luz para valorar el daño. MoonSeong tiene los nudillos destrozados y hay pequeños cortes que adornan la piel de alrededor. Debe de dolerle.

—Tengo que limpiarlos antes de que se infecten —dice, más para sí mismo que nada, pero, aun así, obtiene una reacción.
—¿Q… qué? —MoonSeong lo mira, con el pelo tapándole la cara y la boca abierta por la sorpresa.
—No te muevas —le ordena antes de ir al cuarto de baño de MoonSeong. Rebusca en los armarios y encuentra el antiséptico y una venda que empapa con agua tibia antes de volver. El chico sigue sentado, tal y como lo ha dejado, y YoungWoong supone que es más por la sorpresa que por otra cosa—. Tengo que encender la luz —avisa justo antes de encender la lámpara de noche. MoonSeong herido intenta retroceder, pero la mano que sujeta su muñeca no le deja ir muy lejos.

Mientras presiona la venda contra los nudillos de MoonSeong, levanta los ojos un momento para mirarlo a la cara. Es sobre todo la lástima lo que hace que su corazón se encoja al ver las cicatrices. Hay una línea dentada que va desde arriba de la ceja izquierda del chico hasta su mejilla derecha, donde la piel es más clara y ligeramente rojiza, pero esa no es la peor parte. Desde justo debajo de su ojo derecho hay cicatrices de quemaduras que descienden por un lado de su cara para desaparecer bajo la tela suelta de su camiseta. Los recuerdos de haber visto su espalda vuelven a la mente de YoungWoong y sabe que llegan hasta muy abajo. La piel está arrugada y rosácea, algunas partes son suaves y brillantes y otras más ásperas y oscuras. La sombra de la luz hace que las protuberancias de su piel sean más evidentes, proyectando sus propias sombras sobre su cara sorprendida. Lo único que YoungWoong puede hacer es ofrecer una tenue sonrisa como ofrenda de paz y volver a centrar su atención en la mano que está sujetando.

MoonSeong no forcejea, no aparta la mano cuando YoungWoong retira la sangre y empieza a limpiar los pequeños cortes con el antiséptico. Se limita a observar y el chico siente esos ojos clavados en su cara, como si estuviera esperando una reacción. YoungWoong sigue actuando con cautela, a pesar de sus instintos de ayudar a alguien que lo necesita. Lo impredecible que puede llegar a ser MoonSeong le basta para mantenerlo en tensión, preparado para salir corriendo si intentara hacerle daño.

YoungWoong suelta la mano limpia y desinfectada y sin que tenga que pedirlo, MoonSeong le ofrece la otra mano. YoungWoong vuelve a sonreír cuando empieza a curar esa mano también. Al menos, parece estar de humor para cooperar. A lo mejor este es el avance que ha estado esperando desde que llegó.

—Estás temblando —comenta MoonSeong en voz baja, casi un susurro—. ¿Mi cara te asusta?
—No —contesta con sinceridad—. Me asusta tu genio —pone todo su empeño en no mirar a la cara del otro porque le da un poco de miedo lo que puede encontrar en ella, así que se centra en limpiar la sangre seca. La venda ya está completamente roja—. ¿Por eso te escondes? ¿Por las cicatrices?
—Asusto a la gente —la voz de MoonSeong está llena de amargura y YoungWoong no puede culparlo por ello.
—A mí no —esta vez sí levanta la vista y MoonSeong lo está mirando con curiosidad, como si intentara mirar su interior para descubrir la mentira. Pero no es ninguna mentira, no hay nada que descubrir—. Pero es tu elección, tú decides si quieres dejar que algo tan superficial como una cicatriz decida cómo tiene que ser tu vida.
—No sabes nada —replica el otro, apartando su mano de las de YoungWoong con una mirada asesina—. Sal de aquí.
—Vale —resopla antes de tirarle el trapo sucio en el regazo y darse la vuelta. No vuelve la vista atrás y cierra la puerta de golpe mientras la rabia supera a la lástima.

Si así es como MoonSeong quiere que sea, vale.


YoungWoong se agarra al poste cuando el autobús da un frenazo hacia delante para mantenerse en equilibrio. El autobús está lleno y ya está sudando, pero no puede hacer nada. Tiene que hacer la compra y él también necesita salir antes de volverse loco. MoonSeong le causa semejante abanico de emociones que siempre se queda confuso y tambaleante. Al menos así sale de ese ambiente, aunque sólo sea un rato. También es agradable ver a otra gente, aunque sean completos desconocidos. Las llamadas a JongYeon no pueden sustituir la compañía de un rostro amigable y YoungWoong lo echa de menos. Cuando vivía con KoGun, éste lo visitaba con frecuencia y es en momentos como este cuando más lo echa de menos. Lo llamará después.

La tienda no está tan llena como el autobús, pero hay mucho ajetreo y YoungWoong tiene que abrirse paso con su carrito para encontrar todos los productos que hay en su corta lista. Tarda más en pasar por caja que en hacer la compra en sí, pero pronto está volviendo a casa, con las bolsas agarradas. Cada paso más cerca de la casa hace que su estómago dé un vuelco más fuerte y cuando llega a su parada, siente náuseas. YoungWoong se queda en la puerta de entrada, siente un cosquilleo en los dedos donde se le ha clavado el plástico de las bolsas y tiene los brazos cansados de cargarlas tanto tiempo. Las deja en el suelo con suavidad mientras busca la llave cuando la puerta se abre sola.

Sorprendido, da un paso atrás mientras MoonSeong sale lo justo para coger las bolsas del porche y meterlas en la casa. YoungWoong lo sigue, pero no dice ni una palabra cuando el otro las deja encima de la repisa de la cocina y se vuelve a su habitación. Cinco minutos después, sigue mirando hacia el pasillo, hacia la puerta cerrada de MoonSeong, paralizado por el shock. En lo que respecta a disculpas, esa había sido bastante inesperada, pero muy bienvenida.

~

YoungWoong está ocupado preparando la cena cuando oye pasos y levanta la cabeza a tiempo de ver a MoonSeong entrar a la cocina. Parece tímido, como un niño asustado de una reprimenda que está al caer y YoungWoong siente que su corazón se reblandece. No puede ni imaginarse las cosas por las que habrá pasado éste y lo hace sentirse culpable por haber sacado conclusiones tan apresuradamente, por haber abierto la boca cuando no debía.

—Quizá… tienes razón —murmura MoonSeong, con la vista fija en el suelo. YoungWoong no está preparado para la tristeza que ve en los ojos del chico cuando se encuentran con los suyos tras otro minuto de silencio—. Si no te molesta… ¿a lo mejor podría salir más a menudo?

Hay cientos de cosas que quiere decir, como que no importa lo que él piense porque la casa es suya y puede hacer lo que quiera o que no debería dejar que lo que otros crean determine lo que él puede hacer, pero no le sale nada de eso.

—Por supuesto que puedes —dice, sonriéndole, para intentar que se relaje. Parece una cinta de goma a punto de desgarrarse y YoungWoong no quiere por nada del mundo arruinar este progreso—. ¿Quieres ayudarme con la cena?

MoonSeong sonríe al asentir… y YoungWoong piensa que es hermoso.


Sacar a MoonSeong de su cascarón es un proceso lento y YoungWoong ve la rigidez de la rabia en su rostro antes de que se derrame de sus labios en forma de palabras que duelen más de lo que podría doler cualquier acción. Hace lo que puede por tomárselo con calma, por no ofenderse cuando el otro le dice que no merece la pena estar con él antes de marcharse enfurecido o cuando lo mira con ojos fríos como si fuera menos que nada. YoungWoong intenta protegerse tras una armadura, dejar que todo le resbale sin efecto alguno porque está seguro de que el comportamiento de MoonSeong no es más que un mecanismo de defensa, pero eso no impide que el dolor lo invada cuando está en la cama y las pesadillas le desgarran la mente con tanta crueldad como un cuchillo de sierra contra un papel. A veces, la única forma que tiene de soportarlo hasta el amanecer es sujetar la fotografía de su madre con dedos temblorosos.

El cielo matutino está cubierto, pronto lloverá y YoungWoong no puede salir al jardín a cuidar las rosas. Cuando no tiene algo en lo que centrarse y con lo que distraer su atención, la oscuridad empieza a invadirlo otra vez. MoonSeong le había gritado la noche anterior, había roto una lámpara contra la mesa antes de encerrarse en su habitación. Había respondido a una simple pregunta sobre su vida con violencia y palabras hirientes… y cada ataque empieza a doler más. No es la primera vez que MoonSeong reacciona con agresividad sin previo aviso, pero sigue haciendo que el corazón se le desboque en el pecho. Sigue aterrorizándolo.

YoungWoong se sorprende de ver a MoonSeong apoyado en el marco de la puerta, con una sonrisa de disculpa dibujada en los labios. Pero a YoungWoong no le importa lo arrepentido que parezca si sigue haciendo lo mismo una y otra vez. Declara sus intenciones de ser una persona mejor sólo para volver a la crueldad al minuto siguiente. Es agotador intentar tolerarlo y, por eso, no le devuelve la sonrisa. No le quedan energías.

—¿No has dormido bien? —hay preocupación en la voz y en los ojos de MoonSeong, pero YoungWoong lo ignora.
—No —su tono es cortante y frío y no levanta la vista de la taza de café que lleva en la mano. No le gusta demasiado el café, pero necesita la cafeína para mantenerse alerta.
—¿Puedo preguntarte…? —MoonSeong da un paso adelante y se queda quieto, callado durante un momento—. A veces gritas en sueños.

No se le escapa la implicación de que MoonSeong esté en el piso de arriba, junto a su habitación, pero ya hablarán de eso en otro momento.

—Tengo pesadillas —admite en voz baja.
—¿Más de una?
—¿Por qué? —YoungWoong mira a los ojos a MoonSeong, con el ceño fruncido mientras intenta que la genuina preocupación del rostro del otro no le afecte—. ¿De repente te importa?
—Ya, ya lo sé —concede MoonSeong—. Siempre lo hago todo mal. Es sólo que… incluso antes, antes de todo esto —dice… y señala con un gesto la mitad de su cara llena de cicatrices—, ya era un gilipollas. Tampoco te habría gustado por aquel entonces.
—¿Por qué no me habrías gustado? No podrías ser peor que ahora. —YoungWoong casi se arrepiente de sus palabras, pero a estas alturas está demasiado cansado de batallar como para seguir siendo educado.
—Tenía menos genio, sí, pero seguía siendo un gilipollas. Era la persona más arrogante del mundo y me aseguraba de que todo el mundo lo supiera. Pensaba que el mundo me debía algo y que el resto de personas existían sólo para mi placer. Te habría follado y por la mañana habría desaparecido. Eso es lo que era.

Esa información deja a YoungWoong sorprendido y parpadea un par de veces.

—¿Crees que soy lo suficientemente atractivo como para acostarte conmigo? —la voz le sale aguda y se le sonrojan las mejillas.
—¿En serio eso es todo lo que sacas de lo que te he dicho?
—Bueno, no todos los días me halagan, aunque sea disimulado con un insulto.
—No es mi intención insultarte. Sólo quiero que sepas que nunca he sido una buena persona. No sé cómo serlo.
—Pues puedes empezar por no romper nada más. Tener las manos llenas de trozos de cristal no es lo que yo considero diversión, exactamente.
—Eso puedo hacerlo.


Cada vez que MoonSeong mira a YoungWoong intenta encontrar ese algo que lo atrae como a una polilla la luz. Cree que tal vez es su sonrisa, la forma en que sus suaves labios se estiran hasta formar casi un corazón porque no pueden evitarlo. O quizá es porque es cuidadoso con cada cosa que hace y nunca es egoísta. Y también está su risa cantarina… y sus ojos expresivos y la deliciosa comida que prepara. Hay demasiado donde elegir y se da cuenta con horror de que se está enamorando de YoungWoong, con demasiada intensidad y demasiado rápido. Nunca se ha sentido tan cómodo con nadie, ni siquiera antes del accidente y, por un momento el miedo a ser abandonado lo paraliza. ¿Se cansará YoungWoong de él al final y lo dejará? ¿Acabará por ahuyentarlo con su mal genio?

Es todo o nada… y MoonSeong tiene demasiada experiencia con la nada como para pasar por eso otra vez.


—No sé cómo puedes seguir vivo si no te da nunca él sol —se queja YoungWoong mientras empuja a MoonSeong por la puerta trasera.

El sol le da en la cara y MoonSeong cierra los ojos mientras intenta forcejear con el chico que hay tras él. Ni siquiera recuerda la última vez que salió de casa, mucho menos la última vez que estuvo en el jardín abandonado, pero YoungWoong lo obliga de todas formas. Aún sigue sopesando si le gusta este plan o no. Los firmes dedos que empujan su espalda lo mantienen quieto, el contacto le recuerda otra vez cómo fue sostener las manos de YoungWoong con las suyas y el pulso se le acelera. MoonSeong se da la vuelta rápidamente, pasa junto al otro, que lo mira con ojos como platos mientras vuelve a la seguridad de la casa.

Escucha el suspiro derrotado tras él y el estómago de MoonSeong se encoge porque sabe que lo ha decepcionado. Es algo que hace a menudo y, aunque éste no diga nada, se ve claramente en su rostro. Es como un libro abierto, cada emoción es evidente en sus bellos rasgos y MoonSeong muere un poco cada vez que ve cualquier cosa que no sea felicidad en ellos. Sobre todo, si él es la causa.

Pensándolo mejor, espera un poco antes de salir de nuevo para disculparse, pero entonces suena el timbre, retumbando en las paredes de la casa vacía y MoonSeong se agazapa contra la pared, encontrando refugio en la sombra del pasillo. YoungWoong se tambalea por la cocina, con la ropa llena de tierra y una mancha en la mejilla mientras llega a la puerta. Momentos después, oye un sonido de sorpresa y una voz profunda que está seguro de que no reconoce.

La curiosidad y el miedo luchan en su cuerpo, sus manos tiemblan por la necesidad de ver con quién está hablando el otro en el salón. Pasan un par de minutos hasta que el instinto de esconderse se desvanece, recupera el control sobre sus movimientos y se inclina para mirar desde detrás de la pared. Lo que no espera encontrar es a un chico sentado muy cerca de YoungWoong en el sofá, con el pelo cuidadosamente peinado y un aspecto que habría sido un digno rival de la antigua imagen de MoonSeong. Un profundo temblor de celos le llena el estómago y cierra los puños. Ese tipo está cogiendo la mano de YoungWoong y la rabia inunda su sistema.

La naturaleza volátil de MoonSeong lo está poseyendo y está a punto de entrar como una tromba en la habitación para sacar a aquel tipo a rastras cuando YoungWoong se aleja de él con el ceño fruncido, negando con la cabeza. Sus voces suben de volumen, pero no lo suficiente para que MoonSeong los oiga hasta que un estruendoso grito resuena por las paredes.

—¡Estás jugando a ser la niñera de un ermitaño violento!
—¡Perdiste el privilegio de interferir en mi vida hace mucho tiempo!

YoungWoong está de pie, señalando a la puerta con un dedo tembloroso, como una orden silenciosa para que el intruso se marche. MoonSeong siente un vuelco en el estómago y se queda quieto mientras el corazón le late frenéticamente en el pecho.

—Vuelve conmigo —suplica el otro.

Y la forma en que la expresión de YoungWoong se suaviza asusta a MoonSeong más que ninguna otra cosa. Se aleja, con una inestable mezcla de emociones que devastan su mente y su cuerpo. Cierra la puerta de su habitación y se deja caer al suelo, presionando sus ojos con las palmas de las manos para evitar que se le salgan las lágrimas. Por su mente pasan imágenes de la sonrisa de YoungWoong, el sonido de su risa y la cálida presión de su piel suave contra la suya. Él es la razón por la que se siente vivo, por la que siente que tal vez tenga un propósito además del baile que realiza para el público destrozado que es su reflejo distorsionado cada noche.

No puede perder esto. No puede perderlo a él.

La adrenalina corre por sus venas cuando sale de la habitación, desesperado. Se le revuelve el estómago y siente que está a punto de vomitar hasta que ve a YoungWoong en la cocina, secándose las manos con una pequeña toalla antes de que se le caiga por la sorpresa. La necesidad lo supera y envuelve al chico con sus brazos para atraerlo en lo que parece más una presa que un abrazo. Hunde la nariz en su cuello, deja que el leve olor a champú barato de su pelo lo invada y lo abraza más fuerte.

—No puedes dejarme —suplica, con la voz ronca y el cuerpo tembloroso.

Tras un desgarrador minuto durante el que MoonSeong cree que va a recibir un rechazo, unos brazos rodean su cintura y está a punto de sollozar de puro alivio.

—No me voy a ir a ninguna parte —sigue sin soltarlo, pero la tensión de sus músculos se libera y siente como su cuerpo se afloja. YoungWoong es lo que lo mantiene en pie, acariciando de arriba abajo su espalda con una mano, con cuidado hasta que…—. Me voy a caer —avisa el chico con voz aguda antes de que ambos caigan al suelo, dos cuerpos enredados.


A veces, YoungWoong se olvida de que esto es un trabajo, un medio para que su padre siga recibiendo la ayuda que necesita para vivir el resto de sus días cómodamente. Cuando MoonSeong le sonríe como un niño, no se acuerda de las veces que ha tenido que obligarse a salir de la cama para limpiar las consecuencias de una pelea que seguía haciéndolo temblar de miedo. Una mano áspera, besada por el fuego, lo agarra y tira de él y YoungWoong se centra en la calidez que asciende por su brazo y el ligero aleteo en la boca de su estómago. Es en días como este cuando se siente agradecido por tener la oportunidad de abrir los ojos de alguien que está haciendo lo mismo por él. Después de KoGun, no pensaba que fuera a tener fuerzas para que alguien le importara así otra vez, pero aquí está MoonSeong, radiante de felicidad mientras le vuelve a dirigir otra sonrisa que hace que le tiemblen las rodillas.

La belleza física no es nada comparada con la forma en que los ojos de MoonSeong se iluminan cuando está feliz de verdad. Metáforas profundas corretean por su mente, antiguos proverbios en los que nunca había pensado demasiado, hasta ahora. Cada pequeña muestra de cariño, cada acción deliberada que MoonSeong hace para expiar sus errores previos sólo lo hacen aún más atractivo y ahora YoungWoong está aterrorizado por una razón completamente diferente. Se siente al borde de un precipicio, a punto de caer a un abismo del que no podrá salir y cada día está más y más cerca. Hay ciertos momentos en los que la idea de dejarse caer le parece tentadora, pero también hay momentos en que la furia destella bajo la superficie de los ojos de MoonSeong y él la ve. Cuando su mandíbula se tensa y no le dirige la mirada, se prepara para la explosión. La mayoría de las veces, MoonSeong consigue controlarse antes de que pase nada, pero no siempre. Y, por eso, YoungWoong se aferra a esa pequeña parte de sí mismo, esa parte que no desea caer en algo tan precario.


—Para —ordena, golpeando el dorso de la mano de MoonSeong con la cuchara.

El chico da un paso atrás, haciendo pucheros mientras mira la masa de galleta, su objetivo desde hace un rato. Es igual que un niño y YoungWoong cree que probablemente se deba a que se pasó toda su infancia real dando órdenes y siendo un consentido. Desde luego sigue siendo un consentido, pero está mejorando. MoonSeong intenta alcanzar la masa de nuevo, pero él la gira hasta dejarla fuera de su alcance. El progreso es lento.

—Paciencia —le dice y, momentos después pita el temporizador del horno—. ¿Lo ves?

Saca la primera hornada de galletas y las deja sobre la cocina antes de meter la siguiente bandeja. El olor de las pepitas de chocolate invade la cocina y le hace cosquillas en la nariz. Siempre le ha encantado cocinar, adora ver la cara de la gente al comer algo que él ha preparado y MoonSeong es tan expresivo que prácticamente se le derrite el corazón. Las galletas están calientes, pero el chico insiste en que le gustan así y muerde una que casi se le deshace entre los dedos. Los labios se le manchan de chocolate y se le cierran los ojos mientras mastica lentamente. YoungWoong tiene que tragarse el repentino nudo en la garganta porque la imagen que hay ante él es rotundamente erótica.
—¿Está buena? —consigue preguntar, a pesar de que la respuesta es obvia.
—Perfecta —le dice y YoungWoong se sonroja hasta los dedos de los pies. Los ojos del otro están fijos en él y de repente siente que la respuesta no se refería a la galleta.

Hay una línea que uno de los dos está a punto de cruzar cuando suena el timbre. YoungWoong da un bote, sujetándose el pecho con una mano mientras MoonSeong se ríe de él.

—No tiene gracia —gruñe y se va a abrir la puerta.

La masa de galleta está en peligro, YoungWoong ve a MoonSeong lanzarse sobre el bol al girar la esquina, pero es una pérdida aceptable.

—SeongYeob —saluda con una sonrisa al recién llegado mientras lo invita a pasar.
—Hay algo que huele genial.
—Siempre sabes cuándo dejarte caer por aquí.

SeongYeob sonríe aún más cuando entra directamente a la cocina, con YoungWoong detrás, pero se queda clavado en la puerta, con los ojos fijos en MoonSeong y su expresión de culpabilidad porque éste está regañándolo mientras pasa junto a SeongYeob.

—Estate quieto —le riñe y le quita el bol a pesar de que ya falta una cuarta parte.

El suspiro que suelta es sólo para exagerar y MoonSeong lo sabe y, por eso, aprovecha la oportunidad para clavarle un dedo juguetón en el costado, a lo que el otro contesta con un palmetazo, riendo mientras éste se retira para esquivar el ataque. SeongYeob sigue plantado en la puerta, con la boca abierta de par en par y el cuerpo congelado mientras los mira. MoonSeong considera adecuado meterle una galleta de chocolate recién hecha en la boca a SeongYeong cuando sale.

—Me alegro de verte otra vez —le dice, provocando que SeongYeob salga del trance.
—¿Pero… qué le has echado a las galletas? —le cuestiona.


Puede que vayan por buen camino, pero sigue siendo un camino confuso y estresante para YoungWoong, que ahora también tiene que lidiar con sus emociones. Es la razón por la que las pesadillas no han cesado, por la que está yendo descalzo a la cocina a por un vaso de agua. Tiene la camiseta empapada de sudor y siente la lengua como si fuera de algodón, pesada y áspera en la boca. Se le escapa un poco de agua por la barbilla y se la quita con el brazo, inclinándose sobre la encimera. La superficie está fría contra su piel y se le cierran los ojos.

—¿Estás bien?

La repentina interrupción del silencio hace que abra los ojos de golpe y se incorpora tan rápido que la cabeza le da vueltas. Pierde el equilibrio y está a punto de caerse, pero un par de brazos lo sujetan para mantenerlo en pie.

—Lo siento —se disculpa MoonSeong, su aliento acaricia la piel aún cubierta de sudor de YoungWoong. La cercanía le acelera el corazón e intenta no mirar fijamente la boca del otro, porque está muy cerca de la suya.
—Sí —dice, alejándose de la comodidad del abrazo y mirando al suelo—. Es sólo que no me esperaba…
—Ya —el silencio se cierne sobre ellos y por primera vez en bastante tiempo, hay tensión. MoonSeong carraspea y suena fuerte, reverbera en la habitación y YoungWoong levanta la cabeza—. ¿Alguna vez has ido al ballet?

Al negar con la cabeza, el chico sonríe y lo coge de la mano. Llegan hasta el sótano y YoungWoong sólo puede pensar en cómo estaba antes, cómo los cristales rotos y la sangre llenaban el suelo de madera. Ahora la habitación está limpia, sólo se ven paredes sin pintar donde antes había espejos y el suelo está barrido y despejado. Sus ojos se posan en algo en lo que no había reparado antes, que se le había pasado en su estado de pánico. Un enorme retrato de cuerpo entero está colgado en la pared y la pura elegancia del mismo lo deja sin aliento.

—Eh… ¿Ese eres tú? —MoonSeong sigue su mirada y asiente.
—Hace mucho tiempo —un momento de tristeza pasa antes de que se recupere y vuelva a sonreír—. ¿Quieres verme bailar ballet?
—¿Ahora?
—¿Por qué no?

No sabe nada de ballet, la técnica y la forma son conceptos totalmente desconocidos para él, pero al ver a MoonSeong deslizarse por la habitación con movimientos fluidos y ágiles, sabe que es perfecto. MoonSeong es perfecto. Es tan fácil ver la belleza de la danza, la belleza del chico cuando sus músculos se estiran y sus pies abandonan el suelo. Cada vez que éste está en el aire, YoungWoong se olvida de respirar, se le escapa todo el oxígeno a pesar de que sabe que no va a marcharse volando, porque ahora mismo, parece que puede. Los músculos de sus brazos se tensan con cada movimiento preciso y lo está provocando, casi seduciendo cuando se mueve otra vez y amenaza con tirar de él.

La música se desvanece poco a poco, unas notas finales de piano flotan en el aire antes de que el silencio sea total y YoungWoong no puede moverse. Se siente indigno de haber presenciado semejante belleza, algo tan increíblemente perfecto que le había llenado los ojos de lágrimas. MoonSeong está desenfocado frente a él, acercándose antes de que pueda parpadear lo suficiente para enfocarlo de nuevo.

—¿Qué te ha parecido? —MoonSeong está sin aliento, sudoroso y sus ojos brillan tanto que YoungWoong se pierde en ellos.
—Wow —es todo lo que se le ocurre decir, porque su garganta no está cooperando demasiado y su cerebro ha decidido limitar su vocabulario a palabras de una sola sílaba. MoonSeong arquea una ceja y sus labios amenazan con curvarse en una sonrisa.
—¿Es un “wow” bueno o uno malo? —pregunta, aunque es obvio que sabe la respuesta. Está provocándolo y éste siente el rubor en las mejillas.

YoungWoong se encoge de hombros e intenta fingir que el corazón no está a punto de escapársele del pecho.

—Ha estado bien.

MoonSeong da un paso más hacia él, su calor corporal le llega como olas. YoungWoong sigue clavado en el sitio y traga saliva, viendo cómo el otro se lame los labios y siente como si todo se hubiera detenido. No es consciente de nada más aparte de que se está acercando a la boca de MoonSeong o quizá es MoonSeong el que se acerca a él, pero sea como sea están en terreno peligroso. YoungWoong extiende una mano, sus dedos rozan la parte delantera de la camiseta del otro justo cuando el aliento del otro le acaricia el rostro. Oye un sonido ahogado, de fondo, que está desconcentrándolo. Está a segundos de besar al hombre que ha estado invadiendo sus pensamientos en todo momento y algo lo está distrayendo. Por fin identifica el sonido y su cerebro vuelve a funcionar. Suelta un suave “oh” y se retira.

—El teléfono.

Sólo hay dos personas que llaman por teléfono: SeongYeob… y es demasiado tarde para que sea él, y el hospital, por su padre.

Su padre.

YoungWoong sube corriendo las escaleras y casi se tropieza con sus propios pies de camino al teléfono, que ha empezado a sonar otra vez.

—¿Diga?


El hospital es justo como lo recuerda, paredes blancas y estériles y el olor a desinfectante fuerte en la nariz. Los recuerdos de su infancia le revuelven el estómago y se detiene un momento para aferrarse a la pared y así no caerse. Ver a su padre así, con una máquina llenándole de aire los pulmones y vías intravenosas hundiéndose en su piel, es tan similar a como estaba su madre que le cuesta respirar.

—¿Hero? —Una voz conocida le llama la atención y se encuentra cara a cara con KoGun.
—¿Qué… qué haces aquí?
—Al no poder contactar contigo, me llamaron a mí. ¿Estás bien? —hay preocupación en la cara de KoGun y YoungWoong sabe que es genuina, sabe que sigue importándole y eso ayuda a animarlo un poco. Consigue asentir suavemente y el otro lo ayuda a incorporarse cogiéndolo del brazo—. Hey, ambos sabemos que no lo estás.

Se le escapan las lágrimas, le caen por las mejillas antes de que pueda darse cuenta de lo que pasa. KoGun lo sostiene, le pasa un brazo por los hombros y lo atrae hacia sí. Ha perdido tanto en esta vida… y saber que podría estar a punto de perder a alguien más le duele más de lo que creía. Se deja consolar, permite que los sollozos salgan de su garganta cuando la extenuación por la hora y por todas las emociones lo superan y ya casi no tiene energía para llorar.

—¿Necesitas un lugar donde quedarte? —ofrece KoGun.

YoungWoong lo mira y se le encoge el corazón. Hubo un tiempo en que habría dado lo que fuera porque KoGun lo mirara como ahora, pero parece que hace eones de eso. Es la misma mirada que le había lanzado cuando intentó que se marchara de casa de MoonSeong para volver con él.

—Me voy a quedar aquí. No puedo dejarlo solo —cuando YoungWoong vuelve a la habitación de su padre y se hace un ovillo en el sillón que hay junto a la cama, una mano cálida se posa sobre su hombro y alza la vista para ver a KoGun a su lado.
—Yo también me quedo. Por ti.

YoungWoong agradece la compañía, pero no puede evitar sentirse culpable porque sólo puede pensar en cuánto desearía que fuera MoonSeong el que estuviera aquí, no él.


La casa siempre había estado vacía, MoonSeong era la única presencia constante entre las paredes sin vida que no ha hecho ningún esfuerzo por llamar suyas. Pero sin YoungWoong, basta para volverlo loco. Éste era un destello de luz, un millar de colores que llenaban cualquier habitación, aunque sólo estuviera en ella un breve instante. No oye al chico cocinar o poner la lavadora, no ve su silueta en el jardín cuidando las flores, su presencia no está donde debería estar.

Es insoportable.

YoungWoong ha estado fuera cuatro días, junto a su padre después de que este sufriera un infarto. MoonSeong le había dado las llaves de su coche, que había estado aparcado en el garaje durante casi un año y éste se marchó. Se marchó con un susurro agradecido y las lágrimas frescas en las mejillas.

MoonSeong no podía reprimir los pensamientos amargos que le invadían la mente, odiaba que su momento, su único momento, hubiera acabado arruinado. El control de su rabia que había conseguido mantener durante tanto tiempo se rompió. Las sillas estaban hechas añicos, había trozos de cristal de jarrones y marcos de fotos por todo el suelo. Se sentó en el centro de todo, con los hombros temblorosos mientras lloraba. Lo destruye por dentro y duele más de lo que pensaba. Sabe que YoungWoong volverá, espera que vuelva, pero el terror le pesa en el estómago porque siente que la ha vuelto a fastidiar.

No debería haber intentado besarlo.

¿Qué iba a querer alguien como YoungWoong con un alguien tan destrozado? Nunca podría ser lo que éste necesitaba. Eso es lo que más odia. Le envenena la mente y lo único que puede pensar es en lo bien que YoungWoong está sin él.

Y cuando se levanta por la mañana, con los ojos aún doloridos y entre los rugidos de su estómago, se pone a limpiar sus destrozos en lugar de comer. Por primera vez, se hace cargo de su propio caos. Su estómago protesta y acaba cortándose las manos un par de veces, pero se siente realizado. Le hace preguntarse qué sentiría YoungWoong si pudiera verlo. Casi puede ver su rostro, su sonrisa dándole ánimos y sus preciosos ojos haciéndole saber lo orgulloso que está. Una corriente de anhelo le recorre los músculos y la imagen se desvanece.

YoungWoong no está aquí.

No baila esa noche, en lugar de eso, decide tumbarse en la cama de YoungWoong y hundir la cara en su almohada. Huele a él. Si cierra los ojos, puede imaginarse al chico junto a él, acurrucado bajo las mantas y asomando los ojos por encima de las sábanas juguetonamente. Se puede imaginar cómo sería tenerlo cerca, sentir su aliento en la cara y sus labios contra los suyos. Está tan perdido en su amor por él que no cree que pueda volver a encontrar la salida.


MoonSeong abre la puerta de entrada y la corriente de aire matutino que se cuela en la casa le produce un escalofrío. El otoño se acerca. Sin embargo, lo que atrapa su atención es ver a YoungWoong ahí de pie, mordiéndose el labio inferior y con los ojos como platos mientras se miran el uno al otro.

—Hey —dice, esperando que no haya sonado muy desesperado.
—Hey —repite YoungWoong, aún sin moverse—. Puedo… ¿puedo pasar?
—Oh, claro —dice rápidamente, apartándose de la puerta para que el otro pueda pasar—. Lo siento.

La situación es incómoda y el aire a su alrededor resulta asfixiante. YoungWoong no lo mira y va arrastrando los pies hasta que llega a las escaleras. Cuando se da la vuelta, parece que quiera decir algo, pero tras unos segundos vuelve a bajar la vista y lo deja ahí solo, con el corazón aleteándole en el pecho. No está seguro de qué esperaba exactamente para cuando volviera a casa, pero no era esto. Esto duele.

~

—¿Cómo está tu padre? —le pregunta, rompiendo el silencio mientras ambos preparan juntos la comida. Intenta ignorar cómo YoungWoong se encoge ante el contacto cada vez que están cerca.
—Los médicos dicen que se pondrá bien —el chico se apoya en la encimera, con los hombros hundidos—. O al menos, tan bien como estaba antes.
—¿Has estado en el hospital todo el tiempo?
—No —contesta y se aclara la garganta—. Me quedé en casa de un amigo unos días.
—Oh.

~

YoungWoong va con pies de plomo con MoonSeong durante días, sin mirarlo a los ojos y contestando sus preguntas con respuestas cortantes. No se tocan, no conversan y los momentos que compartieron quedan eclipsados por esta oscuridad de la que MoonSeong esperaba haberse deshecho ya. Siente que todo se le está escapando de entre los dedos y que no tiene poder para hacer que pare. Nunca se le ha dado bien tratar con la gente a nivel personal. Antes del accidente era un hombre superficial y ninguna relación de las que había tenido había ido más allá de la piel. Esto, fuera lo que fuera lo que lo atraía hasta YoungWoong, era mucho más y lo estaba volviendo loco. Sus dedos deseaban coger al otro y preguntarle qué le pasa por la cabeza, pero sabe que éste seguiría callado.

El plato sucio que lleva en las manos cae, se le desliza entre los dedos húmedos y se hace añicos en el suelo, sacando a YoungWoong de su ensimismamiento. MoonSeong lo mira a duras penas, su furia apenas contenida por la rigidez de sus hombros y su mandíbula apretada. Los ojos de YoungWoong van de su rostro al suelo y de vuelta a su rostro.

—¿Has hecho eso a propósito?
—¿Por qué estás actuando así? —pregunta, ignorando lo que dice.
—MoonSeong, el plato…
—¡No importa! —MoonSeong se aleja del fregadero, acercándose lentamente al hombre que está al otro lado de la habitación—. ¿Qué ha pasado?

¿Qué nos ha pasado?

—Nada —murmura, pero la mentira es evidente en su cara.
—¿Es así como va a ser a partir de ahora, entonces? —replica MoonSeong—. ¿Vas a cerrarte en banda, a dejarme solo otra vez?
—Yo no…
—¡Me hiciste creer que te importaba! —YoungWoong levanta la vista, con los ojos y la boca muy abiertos.
—Me importas —susurra…  odia ver la honestidad en su gesto porque eso sólo empeora el dolor.
—¿Entonces por qué?
—Porque no es suficiente —YoungWoong retrocede un paso y extiende los brazos para que MoonSeong no pueda avanzar—. Estás tan acostumbrado a que todos te amen que dejas que tu orgullo y tu rabia manden sobre tus acciones, incluso ahora. Tu problema es que quieres el amor de todo el mundo y te vuelves loco cuando no lo consigues.
—Yo no…
—Acabas de romper un plato porque no te estaba mirando.
—¡He roto un plato para que te des cuenta de que existo otra vez!

Sabe que YoungWoong puede ver lo mucho que está intentando no perder el control en sus puños temblorosos y en su cuerpo rígido. Lo está intentando, de verdad, pero la única cosa que desea con todas sus fuerzas está justo delante de él y no puede tenerla.

—¿Es eso lo que quieres? ¿Atención? —Sus ojos se estrechan y se cruza de brazos—. Bien. Ya la tienes.
—Eso no… todo esto está mal. —El cuerpo de MoonSeong se relaja y se pasa los dedos por el pelo, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas—. No quiero atención, YoungWoong. Quiero tu atención.
—¿Yo soy suficiente?

Las palabras son suaves, bajas, pero retumban en su cabeza como un coro y la presión dentro de MoonSeong por fin se suelta. YoungWoong deja caer los brazos y va hasta él, sujeta su cara con las manos antes de juntar sus labios en un beso que lleva deseando lo que le ha parecido una eternidad. Los labios del chico son sedosos y suaves mientras presionan contra los suyos y eso lo llena de esperanza, le está devolviendo el beso. Unas manos se hunden en su pelo, lo atraen hacia YoungWoong para estar más cerca.

Amor es lo primero que se le pasa por la cabeza cuando sus bocas vuelven a encontrarse, un leve murmullo de aprobación se derrama de los labios de YoungWoong cuando pasa la lengua por su suave piel. El chico se aferra a él, lo besa con desesperación y su cuerpo se funde con el suyo. Cada pequeño gemido que se le escapa sólo aumenta el deseo que siente por él. Nunca ha deseado tanto a nadie, y lo va a tener. Ahora.

~

El corazón de YoungWoong late tan rápido que cree que le va a romper una costilla cuando MoonSeong lo posa sobre el suave edredón de su cama y sus manos sujetan firmemente sus muñecas. Suelta un quejido cuando la calidez de la boca del chico lo abandona para besar su cuello y cada roce de sus labios envía una nueva inyección de lujuria a sus venas. Había pasado tanto miedo, estaba aterrorizado de estar locamente enamorado de alguien que nunca podría estar del todo satisfecho con él. Sí, MoonSeong había estado a punto de besarlo antes de que se fuera, pero así era él, esa era la advertencia que le había hecho sobre su actitud hacía tanto tiempo. MoonSeong quería a todo el mundo, pero YoungWoong sólo podía ser él mismo.

Todos esos pensamientos ya estaban al límite cuando MoonSeong había roto el plato y eso lo había forzado a darle voz a sus miedos. Lo que no había esperado era esto, pero era mucho mejor que cualquiera de las cosas que había imaginado. MoonSeong lo está haciendo añicos con los labios y reconstruyéndolo con dedos firmes, que se colaban bajo su camiseta, acariciando su piel desnuda y dejando huellas de calor tras de sí. Es demasiado, pero no suficiente, y levanta las caderas, necesitado del peso de MoonSeong, que encaja perfectamente entre sus piernas, pegándose a él cuando YoungWoong envuelve sus muslos con las pantorrillas para mantenerlo cerca. La comodidad de la boca de MoonSeong sobre la suya regresa y YoungWoong gime, clavando los dedos en la tela sobre las clavículas del chico ahora que puede usar las manos.

La idea de que quizá las cosas estén yendo demasiado rápido acaba rápidamente reemplazada por roces llenos de urgencia y MoonSeong le quita la camiseta y la tira a un lado. Y, de repente, las cosas no van lo suficientemente deprisa. Tira con impaciencia de la camisa del otro para que haga lo mismo. La duda está ahí, escrita claramente en el rostro de MoonSeong, pero YoungWoong se incorpora para darle un beso en la cicatriz de la mejilla. Necesita que MoonSeong entienda que no le importa, que sus cicatrices son parte de él y que él las adora, como todo lo demás. Poco después, el chico se quita lentamente la camisa, y sus hombros se hunden para intentar ocultarse, pero YoungWoon no va a dejar que se salga con la suya. Usando todo su peso y aprovechando que lo pilla por sorpresa, lo tumba de espaldas con un movimiento ágil. MoonSeong tiene los ojos como platos y YoungWoong se inclina para darle un beso lento hasta que el chico que hay debajo se relaja. Se separa de sus labios para ofrecerle una sonrisa antes de volver a presionarlos contra su mejilla.

Las cicatrices son historias representadas en carne, que narran cuentos de dolor, obstáculos y triunfo. YoungWoong traza las cicatrices con los dedos, como un mapa, los mueve con destreza sobre la piel áspera antes de sustituirlos con sus labios. Un gemido agudo llena el aire cuando YoungWoong recorre su cuello con los labios por primera vez. Se toma su tiempo, venerando apropiadamente a MoonSeong hasta que llega a la barrera de la cintura de sus vaqueros. Levanta la vista y ve al chico, sonrojado, devolviéndole la mirada con los ojos oscuros y las mejillas teñidas de rosa. Sólo le hace falta oír cómo éste murmura su nombre con algo parecido a adoración para que se deshaga del resto de su ropa, quitándole los calzoncillos y los pantalones para tirarlos al suelo.

Su preciosa piel se convierte en terreno abrupto en la cadera y no pierde el tiempo, lo cubre todo con suaves besos y roces leves como el de una pluma. MoonSeong gime en voz baja y YoungWoong sonríe porque sabe la razón, sabe que lo está provocando. Pero ignora su sutil estremecimiento y se centra en su muslo, no en su miembro curvado por la excitación contra su estómago. Saber que es él el que está provocando este efecto en MoonSeong hace que su propio cuerpo responda enviando una corriente de sangre hacia su entrepierna. Y ahora es él quien se impacienta y alcanza por fin el final de las cicatrices. Acaricia con las palmas de las manos la cara interna de los muslos de MoonSeong, intentando abrirlos un poco más para caber en medio. Éste los abre voluntariamente y YoungWoong sonríe, sin atreverse a mirar hacia arriba antes de plantar un beso en la punta del miembro de MoonSeong.

Hace muchísimo tiempo que no hace esto y es perfectamente consciente de que MoonSeong tiene mucha más experiencia, pero la forma en que éste susurra su nombre mientras lo toma en su boca es suficiente ánimo. YoungWoong se inclina hacia delante, deja que el pelo le caiga sobre la cara porque sigue dándole un poco de vergüenza hacer esto, como siempre, y eso ayuda. MoonSeong gime su nombre en alto cuando hunde la lengua en la punta antes de deslizarla hacia abajo y envolver su miembro con la boca otra vez.

Una mano se aferra a su pelo y MoonSeong levanta las caderas para alcanzar un ritmo lento y regular y YoungWoong hace lo que puede por mantenerlo, presionando con la lengua contra la piel sensible y apretando los labios para crear más fricción. El sabor de MoonSeong en su boca lo enciende aún más y pronto YoungWoong lleva una mano a su propia entrepierna para acariciarse, provocándose un gemido, pero sigue sin ser suficiente y se desabrocha los pantalones mientras el otro sigue embistiendo en su boca. Cuando empieza a frustrarse tanto que no puede concentrarse en ambas cosas, MoonSeong lo toma para tirar suavemente de él hacia arriba. No pierde el tiempo en unir sus labios, su lengua entra en la boca del otro mientras se frota contra su cuerpo. Sabe que parece necesitado y exigente, pero ahora mismo es como está, y MoonSeong enseguida intercambia posiciones y lo termina de desnudar.

Unos ojos hambrientos observan su cuerpo desnudo y YoungWoong está demasiado perdido en su propia lujuria como para sentirse avergonzado, sólo quiere que lo toque. Y, eso es lo que hace, desliza sus manos por sus costados cuando sus caderas vuelven a encontrarse y YoungWoong sisea ante el contacto. Oye la sangre bombear en sus oídos y sólo puede abrazarse a él mientras sus cuerpos se mueven uno contra otro con algo más de facilidad gracias al sudor. Sus labios se encuentran en un beso mucho más apasionado que los anteriores, sus bocas se abren y sus dientes chocan mientras sus lenguas se abrazan. YoungWoong siente que MoonSeong se mueve, oye la lámpara chocar contra el suelo y siente un nudo de excitación en el estómago cuando el sonido del cajón al abrirse le llega a los oídos.

MoonSeong no se separa demasiado cuando desliza unos dedos lubricados entre los muslos de YoungWoong y los urge a separarse un poco con un golpecito. Su atención se desvía de su erección palpitante cuando el chico mete el primer dedo, pero el lubricante frío ayuda a que el movimiento no llegue a ser doloroso. Muerde el labio inferior de MoonSeong sin darse cuenta cuando un segundo dedo se le une, abriéndolo poco a poco, y se le escapa un quejido de incomodidad. Éste lo besa para distraerlo y mueve los dedos para descubrir el punto correcto. Cuando lo hace, YoungWoong le muerde el labio otra vez.

YoungWoong jadea contra los labios de MoonSeong, empuja con las caderas mientras el chico lo prepara y no sabe cuánto más puede aguantar. Ya no hay fricción alguna sobre su erección y éste está sobre él, besándole el cuello y a veces mordisqueándolo para devolvérsela por lo de antes. Eso no hace más que avivar el fuego de su cuerpo y no le importa suplicar por más.

—MoonSoeng, por favor… —consigue decir entre gemidos, levantando las caderas, pidiendo más.

Cuando por fin lo penetra, YoungWoong no sabe si pegarse a él o alejarse. La sensación sorda de quemazón le obliga a tensar los músculos y MoonSeong tiene que parar varias veces, apretando los dedos en la piel de la parte interna de sus muslos para mantenerlos abiertos. Para cuando está dentro del todo, YoungWoong está temblando y no consigue coger suficiente aire. Se aferra al otro, clavándole las uñas en la espalda sólo para saber que hay algo sólido a lo que sujetarse. MoonSeong lo besa en la sien y YoungWoong alza la cabeza para devolverle el beso, y es suficiente para distraerlo, suficiente para que su cuerpo se relaje y acepte el dolor a cambio del placer que está por llegar.

A un movimiento de las caderas de MoonSeong le sigue otro cuando YoungWoong no lo detiene y, en el tercero, YoungWoong levanta las caderas para corresponderlo. Tras eso, bastan un par de embestidas y el ritmo aumenta de velocidad, YoungWoong se siente mareado y clava los talones en el edredón para equilibrarse. Una aguda punzada de placer lo coge por sorpresa y arquea la espalda, levantándola de la cama, gimiendo el nombre de MoonSeong mientras éste sigue moviéndose en su interior. El chico lo agarra de las caderas y las levanta de la cama y sólo quedan sus hombros y sus pies apoyados sobre la tela.

MoonSeong lo mira y YoungWoong no puede apartar la vista, no puede dejar de observar su expresión. Su mente estaría volviéndose loca intentando identificar lo que significa si no estuviera ocupada con las poderosas embestidas. YoungWoong baja una mano para masturbarse, su erección necesita atención desesperadamente, pero MoonSeong lo obliga a apartar la mano y la sujeta contra la cama, deteniéndose de repente.

—Espera —dice con voz grave, volviendo a dejarlo sobre la cama e inclinándose para quedar cara a cara. YoungWoong siente que está a punto de sollozar cuando todo movimiento se detiene y bloquea su casi orgasmo—. Necesito que sepas… —se queda callado y YoungWoong se da cuenta de lo inseguro que parece, de cuánto está luchando por decir lo que tiene que decir, y le pone una mano en la cara, acariciando su mejilla con el pulgar, cariñosamente—. Eres suficiente. Eres más que suficiente.

Y ahora está a punto de sollozar, pero por otra razón. Siente que el corazón se le hincha y se incorpora para besarlo en los labios. Ambos están exhaustos, la frustración sexual de YoungWoong burbujea hasta salir en forma de risa y MoonSeong empieza a reírse también.

—Necesitas replantearte cuándo es el momento de decir estas cosas —murmura y levanta las caderas porque de verdad necesita que se mueva.
—Qué exigente —le acusa MoonSeong, antes de seguir por donde lo habían dejado.

El cambio repentino de nada a todo es brusco y YoungWoong grita, gime el nombre de MoonSeong en lugar de darle una respuesta cortante. La tensión se acumula mucho más rápido esta vez, la presión se arremolina con más fuerza con cada embestida hasta que tiene que tocarse. Pero MoonSeong se le adelanta y lo único que YoungWoong puede hacer para seguirle el ritmo es repetir su nombre una y otra vez hasta que le llega el clímax y todos los músculos de su cuerpo se tensan. Sus muslos aprietan los costados del chico, temblando por la intensidad de su orgasmo. Cuando se relaja por fin y MoonSeong lo acaricia hasta que no puede aguantarlo más, se da cuenta de que él también ha terminado. YoungWoong separa sus manos de la piel cubierta de sudor de MoonSeong y las lleva a sus brazos temblorosos antes de hundir los dedos en su pelo y tirar de él para besarlo. Sus bocas se deslizan una sobre otra con languidez, dulce y perezosamente, y YoungWoong sonríe cuando MoonSeong le coge una mano y entrelaza sus dedos.

Nunca va a soltarlo.


MoonSeong sueña en tonos de rojo, sueña con que el fuego lo rodea y no hay escapatoria. Sueña con ruedas que derrapan sobre asfalto y con el estridente sonido del metal chirriando cuando dos coches chocan. Sueña que está atrapado dentro de uno, con el fuego que se le acerca cada vez más y no tiene posibilidad de salvarse. El humo le llena los pulmones y no puede respirar, se ahoga y tose, aferrándose a la vida. Le quema, el dolor ardiente que desciende por su cuerpo le hace retorcerse. Sabe que va a morir, sabe que el fuego va a matarlo.

Y entonces, todo para, las llamas se apagan tan rápido como habían aparecido e inhala tanto aire fresco como puede. Su pesadilla acaba, sustituida por la calma cuando se despierta lo suficiente para estrechar aún más entre sus brazos a la persona que duerme junto a él. YoungWoong gira sobre sí mismo, entierra el rostro en el pecho de MoonSeong y le pasa una pierna por encima. Con una sonrisa en la cara, MoonSeong vuelve a dormirse, seguro de que no importa lo que pase, él estará ahí para salvarlo.


Es un día nublado, el sol se esconde tras las nubes y el viento azota con fuerza. A pesar de que apenas hay luz, MoonSeong entrecierra los ojos cuando ve el resto de casas del vecindario ante él. YoungWoong está ocupado arreglándose la bufanda y él lo mira con una sonrisa cariñosa pintada en la cara. Ya hacía más de un año que no salía de la casa, que el miedo lo mantenía encerrado y YoungWoong ha tenido que insistir mucho para convencerlo de que salga, pero aquí está. Es una simple salida para comprar, pero para él es cualquier cosa menos simple. Es otro paso adelante, otro avance y sabe que sólo él podría haberlo convencido para que lo hiciera.

YoungWoong se acerca, le pone una bufanda igual que la suya en el cuello y tira de él para darle un beso. MoonSeong intenta acercarse aún más, pero éste se aleja de un salto, sonriente. Deja que le arregle la bufanda para que no se constipe y después entrelaza sus dedos. MoonSeong se separa y da un paso a un lado para ponerlo en su lado bueno, el lado que no está lleno de cicatrices. Pero éste lo regaña con los ojos y vuelve a su posición al otro lado.

Un suave tirón y MoonSeong da un paso fuera de su santuario y se para. YoungWoong se gira, deja que éste lo abrace. MoonSeong nunca tiene ganas de hacer este tipo de cosas, tan difíciles para él, pero sólo puede pensar en que de no hacerlo estaría decepcionando al hombre que tiene entre sus brazos.

—Te quiero —susurra, juntando la punta de su nariz con la de YoungWoong porque es lo único de él que puede ver. Y sabe que está sonriendo, porque sus ojos tienen arruguitas a los lados y brillan.
—Yo también te quiero.

En ese momento, lo comprende. No importa cómo lo vea el mundo, no importa si lo miran con miedo o con lástima. Sólo le importa cómo lo vea YoungWoong, cómo lo mira con el amor escrito en su ridículamente preciosa cara.

—Venga —dice YoungWoong y MoonSeong se obliga a andar a su ritmo por la acera.

Esto es suficiente.

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