jueves, 19 de septiembre de 2019

[Prologue] League of Angels {BangHan}


PROLOGUE

            El ascensor seguía subiendo y subiendo pisos rápidamente haciendo que su único ocupante se sintiera algo nervioso y, sobre todo, insignificante. Con cada piso que subía se sentía más pequeño de lo que nunca se había sentido y no le gustaba aquella sensación. En más de una ocasión pensó en hacer que el ascensor se detuviera en cualquiera de las plantas para poder salir de allí antes de llegar a su destino final porque lo que lo podía esperar en la planta más alta de aquella torre no le gustaba en absoluto. Nunca antes había estado tan arriba y nunca antes había pensado que pudiera estarlo porque siempre había estado fuera de su alcance… pero ahora se encontraba allí, a punto de ir al lugar que solo estaba reservado al más importante de todos los que trabajaban allí y a todos aquellos que iban a verlo, en posiciones igualmente importantes.


            Ni siquiera sabía el motivo por el cuál había sido llamado allí, su superior simplemente le había dado la noticia de que lo requerían en la planta más alta del edificio. No saberlo era lo peor, aparte del escaso tiempo con el que le había sido dada la noticia, porque no había podido prepararse para ello, no había tenido ni unos minutos para pensar y darse cuenta del peso de aquellas palabras, lo que suponía que lo hubieran llamado desde aquel lugar. El chico sentía que debía de haber hecho algo muy muy muy malo en algún momento de los anteriores días para ser llamado allí… probablemente aprovecharían la altura a la que se encontraban para tirarlo por uno de los enormes ventanales que había en los pisos superiores, o quizás simplemente aprovecharían que la azotea estaba a un tiro de piedra para lanzarlo al vacío desde allí.

            JiSung suspiró de forma profunda y se dejó caer sobre el cristal del ascensor, aquel cristal que daba al exterior y a través del cual podía ver la ciudad a sus pies, una ciudad que poco a poco se iba haciendo más y más pequeña, de la misma forma que las personas que habitaban en ella se iban perdiendo de su vista hasta desaparecer. Aquel ascensor estaba hecho a prueba de personas con vértigo, ya que, ni aun cerrando sus ojos se podrían quitar la sensación de estar alejándose del suelo más y más a gran velocidad. El mundo se veía de una forma diferente desde el cielo… cuanto más alto, más diferencias había… JiSung jamás habría pensado que llegaría tan alto como para poder verlo con sus propios ojos.

            El ascensor se detuvo cuando todavía quedaban nueve plantas para llegar a su destino y las puertas de metal se abrieron con suavidad tras un leve sonido que sobresaltó a JiSung y lo hizo enderezarse, cuadrando sus hombros. En el hueco abierto por las puertas apareció alguien que hizo que sus ojos se abrieran al máximo por la sorpresa de verlo allí. JiSung tragó saliva de forma bastante evidente y trató de colocarse bien el pelo para no desentonar tantísimo ante toda la belleza que el otro espiraba por todos sus poros. Se veía a la legua que no era un ser nacido en este mundo… porque ante él se encontraba uno de los ángeles que ocupaban los niveles superiores de aquella altísima torre.

            Ángeles.

            A pesar de que JiSung trabajaba en aquella torre, la Torre del Arcángel, lo hacía en uno de los niveles inferiores, simplemente atendiendo al papeleo que su superior le dejaba hacer y llevando cafés a todo el mundo como el mero becario que era y nunca antes había visto a un ángel tan de cerca ya que éstos no solían mezclarse con la gente de a pie. Siempre le habían parecido seres increíbles, con sus grandes alas de diversas tonalidades a sus espaldas y sus hermosos rostros que parecían haber sido esculpidos por alguno de los talentosos maestros del Renacimiento, demasiado alejados de la realidad, demasiado alejados de los humanos a los que gobernaban en última instancia. El chico a veces los había visto volando, surcando el cielo, con sus enormes alas de mil y una tonalidades brillando bajo el sol y, en esas ocasiones, se había quedado embobado mirándolos, de la misma forma que debía estar mirando a aquel que se subió junto a él al ascensor.

            El ángel era algo más alto que él, aunque solo algunos centímetros; sin embargo, su porte lo hacía parecer mucho más alto, mucho más grande en general, provocando que JiSung se sintiera realmente diminuto a su lado. Sus alas, de color bronce, aunque con algunos filamentos blancos, eran enormes y parecían realmente suaves a pesar de que en éstas pudieran apreciarse algunos cortes profundos que, aunque ya no sangraban, tenían que haber sido muy dolorosos. Su ropa era completamente negra y ajustada y la tela también presentaba varios cortes por todas partes que mostraban la piel blanca del ángel; su pelo negro azabache estaba enredado, en algunas partes, tenía sangre seca. Solo su hermoso rostro de ojos color azabache rasgados con un lunar bajo el izquierdo, nariz alta y labios finos, permanecía intacto.

            Mientras JiSung lo observaba fijamente, el ángel se había subido al amplio ascensor y había pasado por su lado sin siquiera rozarlo, colocándose en la esquina contraria en la que el joven estaba, cruzando los brazos sobre su pecho y cerrando sus ojos de largas pestañas. Las puertas del ascensor se cerraron y JiSung sintió que aquel ser demasiado bello también había llevado una energía mortal dentro del cubículo que comenzó a ahogarlo, casi literalmente. Cuando se había subido al ascensor, en las plantas inferiores, el chico no quería llegar a la cima de aquel rascacielos al que llamaban la Torre del Arcángel, pero en aquellos momentos lo único que deseaba era llegar al último piso lo más pronto posible para poder salir del ascensor y tomar aire.

            Su deseo le fue concedido casi inmediatamente, ya que las nueve plantas que aún quedaban por subir, las alcanzaron en un suspiro.

            Las puertas volvieron a abrirse y, con una elegancia exquisita, el ángel que se había subido con él al ascensor se salió de él, volviendo a pasar por su lado como si ni siquiera se hubiera percatado de su presencia allí. JiSung se tomó un par de segundos en los que inspiró hondo el nuevo aire que había entrado al ascensor, cambiando aquel mortífero que había llevado el ángel antes de decidirse a poner un pie en el suelo de madera que lo esperaba al otro lado. Como las plantas inferiores, la construcción estaba toda hecha de amplios techos y con escasas paredes y gigantescos pilares cilíndricos que permitían a los seres que trabajan en la torre poder pasear por toda ella, aunque escasamente lo hacían más abajo de la planta treinta y seis. En los ocho meses que JiSung llevaba trabajando en la torre como becario, no había visto ningún ángel de cerca hasta aquel momento y tampoco había escuchado que hubieran pisado ninguna otra de los pisos en los que los trabajadores humanos se dedicaban a llevar todo tipo de negocios, porque los ángeles se dedicaban a muy diversos campos, desde las empresas más grandes hasta a los pequeños puestos de baratijas que vendían a los turistas, pasando por todos los sectores de la economía de aquel continente isla que generalmente era olvidado por el resto del mundo y llevando los hilos en secreto de la política de la zona y las relaciones internacionales.

            En todos los lugares era de la misma forma, aunque no en todas partes los arcángeles poseían un rascacielos en el que llevar sus actividades, éstos se asentaban en diferentes ciudades importantes del mundo y, desde allí, podían controlar y dominar los territorios que les habían sido asignados cuando se habían convertido en arcángeles. Dependiendo de cómo éstos se encargasen de llevarlos, podían hacer que sus gentes prosperaran o se hundieran en la más absoluta miseria sin siquiera pestañear. JiSung no tenía especial queja de aquel que trabajaba en la planta más alta de aquel rascacielos porque Australia estaba bastante bien y, aunque tuviera alguna, lo mejor que podía hacer era callársela porque sino probablemente acabara lanzado por alguno de los muchos y además enormes ventanales.

            Aquello le recordó que él se encontraba en aquella última planta donde el arcángel de Oceanía trabajaba porque había sido llamado por éste allí y no tenía ni la menor idea del motivo o siquiera si saldría vivo de un encuentro con un ser tan lleno de poder. Si haber estado junto a un ángel en el ascensor había hecho que casi se ahogara, abrumado por su poder, no sabía cómo iba a poder sobrevivir a la presencia de un arcángel sin desfallecer… y el temblor de sus rodillas no ayudaban especialmente a aquella tarea.

            —¿Han JiSung? —una voz femenina y dulce lo llamó por su nombre, haciendo que el chico se enfocara en la realidad y se alejara de lo que por su mente no paraba de dar vueltas.

            Una joven menuda, de ojos redondos y oscuros, bien delineados con un lápiz claro y los labios pintados de color frambuesa, en los que, justo en la parte inferior izquierda se encontraba un lunar y cuyo rostro redondeado todavía conservaba un poco de los rasgos de la adolescencia, era la que lo había llamado. Era humana, no ángel, además, no parecía que tuviera mucha más edad que él mismo, y eso le hizo comprender al chico que debía de ser lo bastante importante y privilegiada como para poder mezclarse tranquilamente con los magníficos ángeles que se encontraban en aquella última planta. La joven le dedicó una sonrisa y JiSung recordó en ese momento que le había hecho una pregunta.

            —Sí, soy yo —respondió, tratando de que su voz sonara firme.
            —Sígame por aquí.

            La joven se dio la vuelta y sus tacones comenzaron a repiquetear sobre el suelo de madera, alejándose rápidamente de él. JiSung tardó solo un segundo en comenzar a seguirla a través de aquel lugar que tanto le recordaba a las plantas inferiores, pero que en el fondo tenía pequeños detalles que lo hacían completamente único… como las valiosas obras de arte que colgaban de las paredes de color beige claro o las esculturas que se podían encontrar en cualquier esquina. Allí arriba, quedaba completamente claro a quienes llegaban hasta esa planta la cantidad de poder que se manejaba. Embelesado por los tesoros expuestos a su alrededor, el chico apenas fue consciente del paseo que realizaban hasta que la muchacha se dirigió de nuevo hacia él, después de que se detuvieran ante unas gigantescas puertas de madera de dos hojas.

            —Anunciaré tu llegada al arcángel Christopher y, cuando salga, podrás entrar a su despacho junto a los demás —le dijo, colocándose un mechón rebelde de su pelo negro y levemente ondulado detrás de la oreja.

            JiSung asintió con un nudo en el estómago provocado simplemente por las palabras “arcángel Christopher” y apenas fue consciente de cómo la chica llamaba a la puerta levemente con sus nudillos antes de abrir un poco una de las hojas de la puerta y pasar, dejándolo en el exterior completamente solo, con sus rodillas que parecían hechas de gelatina en lugar de hueso. Aquel simple nombre inspiraba en él temor y respeto porque era un ser espectacular… y eso que solo lo había visto en fotografías y jamás en persona. Durante un segundo, el chico contempló la posibilidad de aprovechar que lo habían dejado solo para volver a montarse en el ascensor y huir de allí, pero solo fue un segundo, ya que estaba completamente seguro de que, aunque sus temblorosas piernas le respondieran correctamente, no podría escapar del destino que lo esperaba tras aquella puerta enorme de madera.

            Por ese motivo, cuando la chica abrió la puerta de nuevo y salió por ella, dedicándole una sonrisa encantadora que lo tranquilizó un poco mientras le pedía que pasara al interior, JiSung inspiró profundamente y cuadró sus hombros al caminar hacia la apertura que ella mantenía abierta. Su corazón martilleaba rápidamente dentro de su pecho y sus manos habían comenzado a sudar profusamente, así que, mientras trataba de caminar con una posición lo más recta y firme posible, se las secó a los lados de sus pantalones y cruzó la puerta.

            JiSung no sabía qué era lo que debía esperar al entrar a aquel lugar, pero desde luego no esperaba ni por un asomo lo que encontró.

            En el que era el despacho del arcángel de Oceanía había siete ángeles y un arcángel esperándolo, con sus ojos fijos en él, con sus enormes y hermosas alas de muy diversas tonalidades a sus espaldas y unos rostros bellísimos que no tenían ningún rival entre los mortales —entre ellos se encontraba el ángel que había subido con él en el ascensor—; sin embargo, quien más destacaba entre todos ellos era el arcángel Christopher. No era el más alto, tampoco era el más corpulento, pero su rostro parecía haber sido esculpido por los mismos dioses, sus ojos rasgados, su nariz alta y unos labios que debían haber llevado al pecado a demasiadas personas en los últimos milenios; sus hombros eran anchos y, a través de la camisa arremangada se podían ver sus venas tensionadas a través de su nívea piel; además, su pelo rubio y levemente rizado hizo que JiSung tuviera el pensamiento de querer entremezclar sus dedos entre aquellos cabellos para jugar con ellos. No obstante, lo que más le hacía destacar entre los demás eran sus alas, aquellas alas blancas ribeteadas con abstractos dibujos en color plata, unas alas gigantescas y de plumas con aspecto demasiado suave que parecían frágiles pero que eran capaces de soportar el peso de el cuerpo de aquel ser en el aire.

            JiSung se quedó completamente embobado observándolo y nadie lo culparía de ello porque el arcángel Christopher era digno de ser admirado de aquella forma.

            —Ya estamos todos —anunció el arcángel con una voz dulce y melosa—. Supongo que querréis saber por qué habéis sido convocados aquí.

~~

—No creo que aquellos que has elegido sean los idóneos para llevar a cabo esta misión —la voz de la arcángel de Corea hizo que tuviera apartar su atención de la puerta por la que el grupo con el que se acaba de reunir salía y se girara inmediatamente hacia su aterciopelada voz. La vio caminando hacia él, lenta y sensualmente, como siempre lo había hecho, mostrando su figura esbelta llena de curvas—. Un ángel al que le da miedo volar, un ángel nacido de la Oscuridad, un ángel cuya mente no se encuentra aquí, sino a miles de kilómetros, un ángel administrativo que jamás ha mostrado intención de entrar en batalla y… un humano.

La arcángel esbozó una sonrisa irónica. Christopher la conocía desde hacía milenios y sabía cuándo estaba siendo irónica de verdad, en aquellos momentos lo era. No creía en el grupo que él había elegido para llevar a cabo aquella importante misión… de la misma forma que él tampoco creía que el elegido por ella fuera a superar las pocas expectativas que tenía sobre este.

—Tampoco creo que un ángel sanguinario y dos polluelos recién salidos del nido sean los más idóneos para esta misión —replicó.

Cuando la única arcángel en la que confiaba lo suficiente como para mostrar una debilidad como aquella le había dicho que le prestaría su ayuda sin pensárselo dos veces, había pensado que ésta le mandaría a los ángeles más capacitados que se encontrasen bajo su mando —no a todos, porque ella también tenía que mantenerse a salvo de cualquier peligro que pudiera acontecer en sus territorios, pero sí que le llevaría al menos a un par de ellos—; sin embargo, ésta le había enviado a tres ángeles de los que no estaba realmente seguro. Podían ser leales, sí; pero leales a JiHyo.

—WooJin es uno de los pocos ángeles que están bajo mi mando a los que le confiaría mi vida —respondió ella, sonando totalmente sincera—. Y pronto te darás cuenta de que SeungMin y JeongIn son mucho más que dos polluelos salidos del nido y pueden cuidarse de sí mismos —la arcángel lo miró a los ojos fijamente durante unos segundos—. En cambio, tu grupo no creo que sea capaz de sobrevivir a esta misión… concretamente, ese humano tuyo no va a sobrevivir más que unos segundos dentro de todo esto. Lo sabes, ¿verdad?

JiHyo parpadeó con languidez y rompió el contacto visual con él antes de caminar hacia el amplio ventanal de su despacho, abrir sus alas color esmeralda y saltar al vacío, dejándolo solo, con las últimas palabras que había pronunciado rondando su mente. Christopher confiaba en el equipo que había elegido minuciosamente y, sobre todo, no dejaría que al chico humano le sucediera nada malo… no otra vez.



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