jueves, 3 de febrero de 2022

[Chapter III] Kingdom of Rain {Dannthur}

 

Chapter III: the truth

 

            Los colores se mezclaban en su mente, difusos, brillantes, demasiados colores y Arthur se agitaba en su sueño, tratando de encontrar algún sentido a aquella mezcla de colores que giraba, se movía y lo mareaba, hasta que los colores finalmente estallaron y la imagen que recibió en su mente fue la de un joven, un joven vestido completamente de blanco, con el pelo blanco y la piel nívea que caminaba hacia él, transmitiéndole una sensación de calidez enorme a pesar de que todo a su alrededor se había vuelto blanco como la nieve y el blanco se lo comenzaba a tragar todo hasta que no quedó nada y Arthur finalmente se despertó, sobresaltado. Trató de levantarse de la cama y correr hacia la mesa donde tenía sus pergaminos para tratar de sacar un poco más de sentido al sueño que acababa de tener; sin embargo, no pudo hacerlo porque ni estaba en su habitación en la torre, ni tenía las manos libres. Arthur necesitó unos momentos para ubicarse y recordar los eventos de la noche anterior. Ya no estaba en su habitación en la torre y, de hecho, ya no podría volver a ella porque ésta probablemente había sido devorada por las llamas. El chico sintió una pequeña punzada en su pecho porque el fuego habría acabado con absolutamente todo lo que había conocido durante su vida y los pocos objetos que eran suyos, como aquel libro sobre la historia de los reyes y reinos pasados gloriosos que tanto atesoraba.

 

            Arthur no tuvo realmente tiempo de entristecerse por aquello, a pesar de que se sentía mal por haberlo perdido todo, pero en esos momentos había cosas mucho más importantes en las que pensar. En el sueño que había tenido, en cómo ahora ya no era prisionero en la torre, sino una especie de prisionero de guerra o en la forma en la que se había despertado sobre las mantas en las que la noche anterior Dann, el guerrero que lo había sacado de la torre y lo había atado al poste de su tienda. No sabía que era lo que sentía al respecto de toda aquella situación, pero Arthur al menos estaba tranquilo porque sabía que había tomado la decisión correcta y que lo que viniera bajo el gobierno de aquellos pocos cientos de hombres que habían llegado al castillo iba a ser mucho mejor para el pueblo del Reino de la Lluvia y no sentía remordimientos sobre ello, a pesar de que su situación apenas había mejorado y a pesar de que no sabía si podía confiar en Dann lo suficiente como para contarle quién era realmente, para contarle que era el profeta que siempre había salvado al Reino de la Lluvia del colapso y de cada situación de peligro a las que las horribles decisiones que el monarca tomaba lo llevaban. No tenía miedo de él, no obstante. Dann lo había sacado de la torre que había sido su prisión toda su vida, lo había llevado al campamento y lo había tenido vigilado hasta que había podido ir junto a él, guiándolo hasta su tienda y probablemente cargándolo hasta la cama cuando se había levantado e ido porque no se encontraba ya allí junto a él. No le tenía miedo. Más bien… sentía curiosidad.

 

            Pero Arthur estaba todavía más curioso por lo que podía significar el sueño que acababa de despertarlo. ¿Quién podía ser aquel joven de pelo blanco y ropas blancas al que lo acompañaba aquella estampa fría? Su sueño caótico lleno de diferentes colores había desembocado en él como si éste fuera una solución a los posibles problemas que estuvieran a punto de surgir. Era bastante extraño porque nunca había tenido un sueño similar a aquel, ya que normalmente eran una sucesión de rápidas escenas sin mucho sentido a las que Arthur le tenía que encontrar una cohesión y significado. Era muy raro porque estaba muy claro y a la vez no lo estaba tanto y el chico no sabía qué era lo que podía esperar. Lo único que sabía realmente era que aquel joven que parecía ser la encarnación misma de la nieve, llegaría a su vida en algún momento del futuro y que su llegada significaría un cambio, un cambio que esperaba que fuera a mejor porque no había sentido miedo o angustia, sino una calidez y paz increíbles. Solo le quedaba esperar, esperar a que aquel joven de pelo blanco cruzara su camino con el suyo y tratar de entender en ese momento qué sucedería con él y con el reino, aunque sabía a la perfección que no se quitaría ese sueño de la cabeza, de la misma forma que desde hacía meses no había podido dejar de pensar en aquella mano enguantada que lo sacaba de la torre, la misma mano que la noche anterior lo había ayudado a salir por primera vez del lugar en el que había estado preso toda su vida.

 

            Arthur suspiró profundamente, sentado como se encontraba sobre las mantas, cubierto parcialmente por ellas, y miró a su alrededor de nuevo. La luz del exterior se filtraba a través de la tela de lona blanca de la tienda y podía ver que el sol estaba muy alto en el cielo, así que, debía de haber dormido hasta más o menos medio día. La noche había sido demasiado larga y todo lo que había pasado había sido demasiado intenso, no le extrañaba nada haber dormido hasta esa hora, sobre todo, porque la tienda de Dann se encontraba en un extremo del campamento y allí no parecía haber demasiado ruido, por lo que nada lo había despertado. A pesar de tener las manos atadas y a pesar de que sus ropas estaban rasgadas, su cuerpo un poco dolorido y su mente inquieta, no había dormido mal.

 

            —Arthur, mi señor —la voz de JaHan lo sobresaltó y Arthur se llevó la mano a su pecho para calmar los latidos desbocados de su corazón—. Lo siento, ¿lo he asustado? —le preguntó el chico, entrando a la tienda con un cuenco con comida en la mano. Arthur negó con un movimiento de cabeza y JaHan esbozó entonces una sonrisa de alivio—. ¿Ha dormido bien?

            —Sí —respondió Arthur—. He dormido bien.

            —Me alegra oír eso —JaHan terminó de llegar hasta su lado, dejándole el cuenco sobre sus manos—. Tenga cuidado, está caliente —Arthur lo tomó con cuidado, descubriendo que se trataba de una sopa—. Voy a desatarlo para que pueda comer.

            —¿Estás seguro de que puedes desatarme? —no pudo evitar preguntarle.

            —Muy seguro —respondió JaHan, dedicándole una sonrisa—. Hace un rato me llamaron para que el señor Dann me diera instrucciones —le contó, comenzando a desatar los nudos de la cuerda que mantenía sus manos atadas—. Me ha dado instrucciones para que siga cuidándolo y me dijo que podía desatarlo —el nudo fue deshecho del todo y Arthur movió su muñeca izquierda primero, pasándose el cuenco de mano y moviendo la derecha después—. Coma antes de que se enfríe.

           

            Arthur le dedicó una sonrisa cálida al chico y después comenzó a comer. La sopa todavía estaba un poco caliente, así que tuvo cuidado de ir tomando pequeños sorbos y soplando la cuchara de madera, sintiendo el líquido bajar por su garganta y calmarla. Le dolía un poco la garganta después de haber tragado tanto humo, pero la sopa le calmó el dolor y se sintió mucho mejor. El cuerpo le dolía también un poco todavía, pero el descanso le había venido bastante bien y la sopa lo ayudó a sentir que éste dejaba de pesarle. Mientras comió se enfocó solo en eso, aunque no podía evitar pensar en aquel que lo había salvado de la torre y en lo que le había dicho a JaHan porque no podía creer que realmente lo hubiera desatado cuando hacía tan solo unas pocas horas le había dicho que no confiaba en él, aunque también le había dicho que podría ser libre cuando comenzara a hacerlo. Arthur no creía que en el transcurso de la noche hubiera cambiado de opinión, pero quizás algo había sucedido en el campamento o había descubierto algo sobre él.

 

            —¿Sabes algo de lo que está sucediendo ahí fuera o en el castillo? —le preguntó a JaHan, curioso por si había pasado algo que hubiera hecho a Dann cambiar su opinión, en cuanto terminó de comerse la sopa.

            —He escuchado cosas… —respondió el chico—. Aunque no he podido volver al castillo esta mañana.

            —Cuéntame lo que sepas —le pidió.

 

            JaHan le retiró el cuenco de las manos ahora que había terminado de comer y lo dejó sobre el suelo, sentándose a su lado para comenzar a contarle qué era lo que había escuchado desde que se había despertado. Las noticias que había del castillo eran casi las mismas que habían tenido la noche anterior, el castillo había sido tomado sin mucho problema y sin muchas muertes por parte de ambos bandos, a aquellos que se resistían los habían encerrado en los calabozos del lugar, siendo estos unos cuantos de guerreros y la mayoría nobles que se encontraban en el castillo de celebración. JaHan también le contó cómo ninguno de los pueblos por los que habían pasado los invasores había sido dañado de ninguna manera y cómo muchos de los hombres que se encontraban en el campamento eran incluso súbditos del Reino de la Lluvia que se habían unido a ellos en las últimas semanas porque querían luchar por algo mejor que lo que tenían. Arthur se sintió aliviado al escuchar aquello porque lo que había visto en su sueño tiempo atrás se había acabado haciendo realidad y había sido lo mejor no luchar contra ellos porque se habían salvado muchas vidas, a pesar de sus dudas iniciales y sus miedos, había sido la mejor decisión que había podido tomar para el bienestar del reino.

 

            —He oído esta mañana también que han estado dando sepultura a los muertos en la lucha de anoche y que habían mandado a buscar un cura para los entierros —comentó JaHan también—. Imagino que las familias de los muertos estarán agradecidas por ello.

 

            Arthur asintió. Probablemente no solo las familias, sino mucha más gente que se enterase de lo que habían hecho porque no era demasiado común que alguien hiciera algo así tras una batalla. Normalmente los caídos de un bando o de otro eran recogidos por sus respectivos frentes o si había sido una batalla demasiado grande, al final los muertos eran simplemente lanzados a zanjas y apilados en ellas. Una sepultura digna no era lo más corriente y eso seguro que les haría ganar aún más la simpatía del pueblo del Reino de la Lluvia.

 

            —Se comenta también que algunos de los nobles de las provincias quizás puedan tratar de recuperar el castillo, pero todavía no tienen noticias de lo que ha pasado y podría pasar bastante tiempo hasta que tengan el suficiente apoyo para poder hacerlo —le dijo el chico—, así que, las cosas parecen estar bastante tranquilas por el momento.

 

            Arthur se sintió bastante aliviado al escuchar aquellas noticias porque eran muy buenas, a pesar de que la amenaza de que algunos nobles pudieran intentar algo en contra del nuevo gobernante. Si de verdad hubiera alguna gran amenaza para el reino, debía de haber soñado con ella, pero solo había soñado con aquel joven de pelo blanco, por lo que, por el momento, probablemente estarían bastante tranquilos, así que, no quería preocuparse demasiado por ello. Si en algún momento en los próximos días o semanas soñaba con algo que lo alarmase lo suficiente como para que tuviera que tomar medidas, suponía que acabaría hablando con Dann sobre su habilidad de ver el futuro en sueños como profeta del reino; no obstante, antes de eso, le gustaría saber algo más de él y de cómo tomaría las decisiones y cómo se comportaría con las gentes del reino.

 

            —¿Sabes…?

 

            Arthur se detuvo porque no estaba seguro de si debía hacer la pregunta o no. JaHan no era realmente un informante y, aunque siempre lo había puesto al día de las cosas que sucedían en el castillo era porque, al estar entre sus muros, siempre se escuchaban cosas y siempre había cotilleos que circulaban como la pólvora entre los criados, pero en aquel campamento no era alguien de fiar, por lo que, no creía que hubiera escuchado la información que necesitaba sobre Dann.

 

            —¿Qué quiere saber? —le preguntó el chico.

 

            Arthur suspiró profundamente y lo volvió a pensar, no teniendo claro qué podía hacer, pero la mirada clara de JaHan acabó decidiéndolo por la opción de preguntarle si había podido escuchar algo sobre el otro, aunque no estuviera realmente seguro de ello.

 

            —¿Has… podido escuchar algo sobre… Dann?

            —No mucho —le respondió JaHan, después de pensarlo unos momentos—. Todo el mundo en el campamento parece tenerlo en gran estima, incluso los campesinos que se han ido uniendo a ellos a medida que pasaban por sus pueblos camino del castillo —contó—. Solo sé que viene de algún reino cercano y que era alguien importante, pero no parece tener conexiones con ese reino ya porque estaban buscando un lugar en el que empezar de nuevo y la situación de nuestra tierra le pareció atractiva para ello.

            —Gracias, JaHan —murmuró.

 

            JaHan le respondió que no era nada y Arthur se volvió a sumir de nuevo en sus pensamientos. No era mucho, pero era más de lo que esperaba porque no creía que en el campamento hablaran tan abiertamente de él, parecía haberse equivocado, todavía tenía muchas cosas que aprender sobre el mundo exterior y el comportamiento de las personas porque había estado recluido toda su vida en aquella torre del castillo, teniendo solo contacto con un número muy reducido de personas. Tendría que observar al resto del mundo y estar bastante atento a su alrededor para que sus carencias no fueran en su contra, porque a pesar de haber sido sacado de aquella torre seguía siendo prisionero, por mucho que JaHan lo hubiera soltado, estaba seguro de que no lo iban a dejar sin ninguna vigilancia y que todos y cada uno de sus movimientos estarían monitorizados. Probablemente, si intentara irse del campamento, lo volverían a atar y no lo dejarían nunca solo. Arthur ni siquiera tentaría a su suerte porque, de todas formas, no tenía ningún otro lugar al que ir, el castillo era su hogar y el lugar en el que debía de estar si lo que quería era seguir tratando que el Reino de la Lluvia fuera un lugar próspero.

 

            —También me comunicaron que va a comenzar a llover pronto y que vamos a tener que abandonar el campamento y nos vamos a asentar en el castillo —le dijo JaHan, llamando su atención y sacándolo de sus pensamientos—. Voy a llevar esto fuera y a traerle ropa nueva —el chico se levantó del suelo y recogió el cuenco vacío—, el señor Dann prometió que dejaría ropa nueva para que se pudiera cambiar.

 

            Arthur asintió a sus palabras y JaHan hizo una leve inclinación antes de salir de la tienda, dejándolo solo de nuevo en el lugar, otra vez perdido en sus pensamientos sobre aquel que lo había sacado de la torre y sus acciones. La forma en la que lo miraba o la forma en la que lo trataba, la forma en la que a veces se dirigía a él y la forma en la que parecía como si no quisiera causarle ningún tipo de inconveniencia. Arthur no tenía mucha idea sobre cómo funcionaban los prisioneros de guerra, solo había escuchado sobre ello a través de las amenazas que de vez en cuando el ahora antiguo rey del Reino de la Lluvia profería sobre como si alguno de los reinos enemigos conseguía acceder al castillo, él iba a sufrir un destino terrible en sus manos, vejado y violado a sus manos, mientras que mientras él reinase seguiría teniendo aquel buen trato en la torre. Había habido ocasiones en las que Arthur había pensado que quizás la tortura y la muerte serían mejores que pasar el resto de su vida encerrado en la torre, pero el destino del reino en manos de sus atacantes nunca había sido bueno… hasta aquel momento. Quizás era porque quien estaba al mando era una persona con valones, una persona a la que no le gustaba hacer daño sin motivo, al menos esa era la impresión que tenía de Dann, aunque no sabía si su juicio era bueno o si podía seguir lo que le decía. Tenía que observarlo y verlo con sus propios ojos.

 

            JaHan no tardó demasiado en volver de nuevo a su lado, aquella vez con ropas nuevas para que se pudiera vestir y con la noticia de que en unos momentos se irían del campamento, camino al castillo. Arthur salió de entre las mantas con las que había estado cubriéndose hasta el momento y se desnudó, quitándose las ropas rasgadas que había estado vistiendo para ponerse lo que el chico le había llevado, sintiendo contra su sensible piel por las heridas y las quemaduras, la suave tela de los ropajes que le indicaban que era de una gran calidad. Una vez estuvo completamente vestido, con la ayuda de JaHan, salió tras éste de la tienda, caminando a través del campamento en dirección al castillo que había dejado la noche anterior, dirigiéndose hacia un nuevo destino en el que esperaba que todo fuera bien para el Reino de la Lluvia y para él.

 

🗡 👑

 

            Era la primera vez que Dann se adentraba entre los muros del castillo y le pareció un lugar bastante lujoso, aunque quizás un poco frío. Sus grandes muros de piedra estaban vestidos con tapices para que guardaran el calor y las ventanas de madera y cristales gruesos aislaban el viento de fuera; no obstante, la sensación que le daba era de ser un lugar demasiado frío. Quizás porque en el lugar no había tanta gente de un lado para otro, los sirvientes y los nobles, como estaba acostumbrado a que sucediese en el castillo de su reino. En ocasiones echaba de menos cómo funcionaban las cosas en aquel lugar y la calidez que siempre le había transmitido a pesar de que nunca había sido completamente bienvenido entre sus muros y la frialdad con la que su padre lo había tratado durante los últimos años que había pasado en él. Quitándose aquello de la cabeza, porque no debía de centrarse en el pasado, su tarea en ese momento era explorar un poco el castillo, mientras esperaba noticias de Jack sobre la sirvienta que había ido a buscar, para tratar de saber algo más sobre quién era Arthur y por qué había estado encerrado en aquella torre. A Dann le intrigaba demasiado el motivo y quizás no era solo porque su deber era saberlo, porque el chico parecía ser alguien importante, sino para el reino, al menos para el rey, un prisionero del cual no quería que nadie que llegara al castillo se apoderase.

 

            En su camino se había encontrado con varios sirvientes, tratando de adecentar el castillo después de la batalla de la noche anterior y para acomodar a las personas que formaban parte de su pequeño ejército. Muchos de ellos eran campesinos del Reino de la Lluvia que iban a comenzar a volver lentamente a sus casas y solo se alojarían allí unos pocos días hasta que todo estuviera completamente en calma, pero aquellos que siempre lo habían seguido, se quedarían con él allí porque llevaban demasiado tiempo vagabundeando por los reinos vecinos, sin un lugar al que pudieran pertenecer. Dann nunca había ansiado el trono, pero tampoco iba a dejar pasar aquella gran oportunidad, sobre todo cuando ésta había sido servida en bandeja de plata ante él. No obstante, una de sus mayores prioridades era saber quién era Arthur, así que, a pesar de que no se había encontrado con demasiadas personas, a todos aquellos que se habían cruzado en su camino les había preguntado por él. Los sirvientes quizás no supieran absolutamente todo ni tuvieran todos los detalles, pero siempre tenían información de conversaciones escuchadas a medias o de rumores que circulaban por el lugar. La información que sacó de ellos no fue especialmente esclarecedora, porque lo único que todos le contaron fue que en la torre había alguien importante encerrado, alguien al que nadie más que el rey tenía acceso, pero no sabían de quién se trataba, a pesar de que todos sabían de su existencia en el lugar.

 

            Dann aprovechó para visitar también los calabozos del castillo, para ver a los nobles que habían sido capturados y para tratar de obtener información de ellos, aunque no esperaba mucha colaboración y tampoco la tuvo. Aquellos nobles obviamente lo despreciaban, primero porque había conquistado el castillo, había matado a algunos de ellos en la batalla y los había encerrado en aquel lugar y segundo porque les había quitado de golpe todas sus pretensiones al trono, ya que el antiguo monarca no tenía descendencia y todos estaban tratando de ganarse su favor para ser el siguiente rey. Lo intentó, no obstante, porque quizás alguno de ellos se iba de la lengua por la frustración y el enfado, pero realmente no consiguió nada más que insultos y escupitajos que no llegaron a caer sobre él, pero que lo pusieron un poco de mal humor. La visita al lugar no fue especialmente fructífera, pero al menos, le sirvió para dar instrucciones más concretas a quienes estaban encargados de vigilar a los prisioneros. Instrucciones para que les dieran de comer una vez al día, para que les dieran algunas mantas porque por las noches todavía hacia algo de frío y para que los tratasen con un mínimo de respeto porque, después de todo, eran los nobles de aquel reino y merecían un trato decente a pesar de su cautiverio.

 

            Tras su visita a aquel lugar, Dann cruzó el patio de armas, viendo como el cielo se cubría más y más de nubes cada vez más oscuras, anunciando lluvia y tormenta. Por la hora que era, las personas que estaban en el campamento deberían de estar llegando poco a poco al castillo, después de desmantelarlo, para instalarse allí. Observó el cielo tan solo unos momentos y se dirigió hacia el lugar en el que se encontraba la torre más alta del castillo, hacia la habitación en la que Arthur había estado encerrado. El fuego había sido extinguido una vez habían sacado al chico del lugar para poder sacar el cuerpo del antiguo rey también de allí y le habían comentado que la mayor parte de la habitación no había sufrido demasiados daños puesto que el incendio se había pillado a tiempo y solo la zona de la cama era la que había sufrido la peor parte. El tejado estaba un poco inestable, por lo que quería entrar allí antes de que lloviera y la lluvia provocara que la estructura del tejado se viniera abajo. Quería ver si podía encontrar alguna pista sobre el chico en aquel lugar, porque después de haber estado allí toda su vida, en la habitación de la torre debía de encontrarse todo su mundo y toda la información sobre él, además de objetos que le pertenecieran.

 

            Subió las empinadas escaleras con cuidado, agarrándose a la piedra de la pared, al contrario de cómo había subido la primera vez la noche anterior, corriendo, porque los peldaños de piedra estaban todavía húmedos por el agua con la que habían apagado el incendio. Llegó a la habitación que se encontraba en lo más alto de la torre en tan solo unos minutos y empujó suavemente la puerta de madera ennegrecida para entrar en su interior. El lugar olía todavía a quemado y las paredes de piedra estaban negras del humo y el fuego, pero solo la parte donde se encontraba la cama estaba en un pésimo estado, la parte junto a la ventana, donde había unos cuantos pergaminos y varios libros no había sufrido mucho daño. Dann se acercó a aquella zona, sin dedicarle ni una mirada más a la zona de la cama porque lo único que veía al hacerlo era la espalda del antiguo rey sobre Arthur, queriendo forzarlo, enfocándose por ello en la mesa de madera recia sobre la cual se encontraba todo lo que el muchacho parecía atesorar. Varios pergaminos con dibujos a carboncillo y algunos escritos con diferentes cosas que no tenían especial sentido, unos pocos libros con el cuero desgastado, probablemente de las muchas veces que el chico los había leído y releído. No había mucho, pero Dann sintió que a Arthur le gustaría tener todo aquello porque era realmente lo único que tenía, así que, mandaría a alguien más tarde para recogerlo y llevarlo hasta la nueva habitación en la que el chico se quedaría.

 

            —Mi señor Dann —la voz de Jack lo sobresaltó y se dio la vuelta para encarar al recién llegado, que entraba por la puerta de la habitación—. Aquí está. Llevo buscándolo un rato.

            —¿Ha sucedido algo en el campamento? —preguntó, con el corazón en un puño.

            —No, todo está bien —respondió el otro—. Están moviéndose poco a poco hasta el castillo, desmantelándolo todo como estaba previsto —Dann asintió, aliviado—. Es sobre la tarea que me encargó de buscar a la sirvienta vieja —le dijo—. La he encontrado por fin y le he dicho que lo espere en una de las salas del castillo para que pueda hablar con usted. La mujer parecía encantada con poder hacerlo.

            —Has hecho un gran trabajo, Jack, gracias —comentó, llevando su mano a su hombro y dándole un apretón—. Llévame donde está.

            —Sígame —murmuró su segundo al mando.

 

            Dann lo siguió fuera de la habitación y bajaron las escaleras, cruzando luego el patio de armas de vuelta al edificio principal del castillo, donde Jack lo guio por diferentes pasillos hasta que llegaron ante una pesada puerta de metal y madera que éste empujó para darles paso a una pequeña habitación con una mesa y un par de sillas, repleta de estanterías llenas de pergaminos y con un algunos cofres cerrados desperdigados por el suelo. Una señora muy mayor, arrugada como una pasa, su pelo largo y canoso y un bastón en sus manos, pero con un brillo intenso en su mirada, se encontraba sentada en una de las sillas, esperándolo, y Dann supuso que sería la vieja Jill de la que Arthur le había hablado la noche anterior.

 

            —Puedes dejarnos —le dijo a Jack. Éste asintió a su orden y se dispuso a irse, pero antes de que saliera por la puerta, Dann recordó las cosas de la habitación en la torre y la inminente lluvia y añadió—: espera, antes de irte, manda a alguien a recoger todo lo que no haya sido dañado por el fuego de la habitación de la torre y que lo lleven hasta la habitación que me hayáis buscado.

            —Sí, mi señor Dann.

 

            Jack hizo una pequeña reverencia y después salió de la habitación, dejándolo solo con la vieja sirvienta, que no le quitaba la vista de encima. Dann caminó por la estancia, dándole la vuelta a la mesa y sentándose en la silla frente a la mujer, pensando en cómo sería la mejor manera de abordar la importante conversación; sin embargo, ésta le ahorró tiempo, comenzándola ella.

 

            —Así que es usted el famoso guerrero que nos ha salvado de la tiranía y los excesos del antiguo rey —le dijo—. No lo veo bien porque la edad ha hecho estragos con mi vista, pero siento que es usted un joven muy apuesto y de buen corazón, sino, mi señor Arthur no lo habría dejado entrar en este castillo.

            —¿No me habría dejado entrar? —preguntó sin poder evitarlo, confuso, sin saber a lo que la mujer se podía referir con aquello porque el muchacho había estado en la torre en todo momento y nadie les había abierto las puertas del castillo—. ¿Tiene Arthur algo que ver en esto?

            —El joven que lo ha traído hasta aquí me ha comentado que me buscaba porque quería saber sobre mi señor Arthur —respondió ella—. ¿Tiene tiempo para escuchar una historia que comenzó mucho tiempo atrás, incluso antes de que yo naciera?

            —Sí —contestó—. Cuénteme todo lo que sepa.

 

            La mujer asintió con un lento movimiento de su cabeza y después comenzó a hablar, a contarle cómo por la sangre de los reyes del Reino de la Lluvia corría una magia muy antigua que les permitía soñar con el futuro para poder evadirlo, enfrentarse a él o simplemente dejar que sucediera. Una magia muy poderosa y muy codiciada que no solía manifestarse en todas las generaciones, sino solo cuando el reino más lo necesitaba. La mujer le contó cómo el rey que hasta la noche anterior había ocupado el trono no era más que un usurpador, alguien que había aprovechado la repentina e inexplicable muerte en una cacería de su hermano mayor, que había sido un rey bueno, bondadoso y preocupado por su pueblo, para instalarse en el trono sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Igualmente le habló de cómo la reina embarazada había comenzado a tener sueños premonitorios y eso fue lo que hizo que el usurpador la encerrase en la torre más alta del castillo, engañando a todo el mundo, diciéndoles que había vuelto a su reino con su familia para pasar el duelo de la muerte de su marido, esperando a que diera a luz. Y por último le contó cómo ella había sido la encargada de cuidar de la reina embarazada, de atender su parto, de ayudarla con su bebé y a criar a su hijo, su hijo, el legítimo heredero al trono, por cuyas venas corría una magia tan antigua como la misma tierra, que había vivido toda su vida encerrado en aquella torre.

 

            —Hace muchos años que no veo a mi señor Arthur —dijo la mujer—. Desde que caí por las escaleras de la torre ha sido mi nieto JaHan el que se ha encargado de él, debe de ser ya un hombrecito hecho y derecho.

 

            Dann escuchó toda la historia sin atreverse a interrumpir a la mujer y cuando ésta terminó de hablar, se quedó sumido en sus propios pensamientos porque tenía muchas cosas que tratar de analizar poco a poco. Había recibido demasiada información en tan solo unos minutos y tenía que separar cada hecho para formar el relato en su cabeza de la manera adecuada. Según lo que la mujer le había dicho, el rey que la misma noche anterior había atravesado con su espada había usurpado aquel trono a la muerte de su hermano mayor, una muerte extraña, que por la forma en la que la vieja sirvienta había expresado aquello, dudaba que hubiera sido accidental. Usurpando el trono, alejando a la reina embarazada y encerrándola en la torre para que el legítimo heredero no pudiera acceder nunca al trono.

 

            Aquel que había estado toda su vida encerrado en la torre.

 

            El legítimo heredero. Arthur.

 

            Dann no pudo evitar suspirar profundamente, tratando de aclararse la mente porque no podía creerse que aquel chico que había rescatado de la torre fuera aquel al que le pertenecía el trono del Reino de la Lluvia legítimamente. El chico le había parecido sincero al contarle su historia y su historia cuadraba con aquella que la vieja Jill le había contado. Había nacido en la torre, su madre y la sirvienta lo habían criado hasta que su madre había muerto y entonces la mujer lo había seguido cuidando hasta que ésta no había podido volver a subir a la torre y desde entonces había sido relevada por el chico que ahora se encontraba con Arthur, su nieto, al parecer, JaHan. Todo aquello era una locura y, obviamente, no podía confiar completamente en la palabra de aquella mujer; sin embargo, había algo en su interior que lo empujaba a creer porque desde el primer instante en el que había visto a aquel muchacho, desde el primer instante en el que sus ojos se habían encontrado con aquellos ojos prácticamente dorados había sentido algo en su interior, algo diferente, algo casi mágico. Quería creer… pero tenía muchísimas preguntas que la mujer debía de resolverle, así que, no dudó en hacérselas.

 

            —¿Alguien más sabe sobre esto? —le preguntó y añadió al ver que la mujer no le contestaba porque no había sido claro con su pregunta—: Sobre quién es Arthur.

            —El antiguo rey me encomendó la tarea de cuidar a la reina y a su hijo, pero me hizo jurar por la vida de mi familia que jamás diría una palabra sobre quien se encontraba encerrado en la torre —le contestó—. Todo el mundo en el castillo sabe que había una persona allí encerrada, pero ninguno sabe quién es… siempre han circulado muchos rumores por aquí, pero ninguno de ellos cierto —y añadió—: ni siquiera mi nieto sabe de quién está cuidando.

            —¿Y sobre la historia de la sangre mágica de los reyes? —cuestionó.

            —Es una leyenda en este reino, muchas historias circulan sobre ello y se han escrito muchos libros —respondió—. Pero no muchos creen en esa leyenda, de hecho, mi señor Arthur ni siquiera sabe que es el heredero, el rey siempre le contó que era un profeta y su madre decidió omitir aquella información hasta que no fuera un poco más mayor y pudiera manejarla bien… fue una lástima que muriera tan joven de aquellas fiebres… —la mujer suspiró profundamente—. Yo nunca tuve la oportunidad de contarle quién era tampoco porque no podía arriesgar la vida de mi familia.

 

            Dann asintió y después le pidió a la mujer que siguiera guardando aquel secreto hasta que él pudiera hablar con Arthur y tratar de averiguar más cosas sobre todo aquello antes de decir nada porque esa información podía poner en peligro la vida del chico. La vieja sirvienta accedió a su petición. Dando la conversación por terminada, por el momento, ambos se levantaron, la mujer ayudándose con su bastón, apoyándolo con firmeza en el suelo. Dann le abrió la pesada puerta para que pudiera salir del lugar y después observó cómo se alejaba lentamente por el pasillo, los golpes que daba en la losa con su bastón, resonando con eco en las paredes, hasta que se perdió de vista. Tras aquello, se dio la vuelta y caminó en la dirección contraria a la que la mujer había tomado, dirigiéndose al patio, todavía dándole vueltas a lo que acababa de escuchar, sintiendo cómo la cabeza le dolía de tanto pensar.

 

            Tenía que averiguar si lo que la vieja Jill le había contado era la verdad, por lo que trataría de encontrar a personas que supieran lo que había pasado en el reino cuando el último rey subió al trono. Debía de haber también registros sobre el reino e imaginaba que se encontraban en aquella sala llena de pergaminos en la que había hablado con la vieja sirvienta. También debía de hablar de nuevo con Arthur, tratar que confiara en él para que le contase sobre su magia, aquella magia antigua con la que parecía haber estado guiando al Reino de la Lluvia en los últimos tiempos porque Dann no recordaba ninguna derrota acontecida en las últimas dos décadas de este reino a pesar de sus escaramuzas constantes con los reinos vecinos, aquella magia antigua con la que parecía haberlo guiado a él hasta su victoria.

 

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