martes, 1 de febrero de 2022

[One Shot] Dirty little secrets: This storm howls sweet {2Sung}

Título: This storm howls sweet

Autora: Riz Aino

Pareja: 2Sung (Love + Rie) (OnlyOneOf)

Clasificación: NC–17

Géneros: AU, romance, fluff, smut, pwp

Número de palabras: 4.056 palabras

Resumen: JiSung decide llevarse a casa de sus padres a su novio en Año Nuevo y su madre decide enseñarle a SungHo a cocinar porque su hijo está demasiado delgado.

Advertencias: relaciones sexuales explícitas.

Notas: tuve esta idea hace MESES, antes de verano incluso, pero decidí reservarla para Año Nuevo. ¡Feliz Año Nuevo!

Comentario de autora: creo que soy la única persona en este mundo que shippea a estos dos, pero me da igual porque son adorables y los quiero mucho, mogollón, por eso escribo de ellos cada vez que puedo. Espero que os guste.

 

This storm howls sweet

 

            —Eres guapísimo —fue lo primero que le dijo la madre de JiSung en el momento en el que puso un pie en el piso de la familia esas vacaciones por año nuevo—. Mi niño tiene buen gusto, seguro que eres un encanto también, tienes cara de ser buena gente, ven aquí, ven aquí que te dé un abrazo.

 

            SungHo sintió un poco de pánico ante la efusiva bienvenida, pero cuando miró a JiSung en busca de ayuda, éste tenía una sonrisa preciosa en su rostro, una sonrisa que calmó un poco sus nervios y que hizo que se decidiera a dar un paso hacia la mujer y dejarse abrazar por ella con mucha fuerza. Todavía le temblaban las manos y un poco las rodillas a pesar de que se había tratado de mentalizar durante todo el viaje en coche desde Seúl hasta Pohang de que iba a conocer a sus suegros, pero al menos era bienvenido en aquella casa y eso lo había relajado un poco, no mucho, pero lo suficiente para devolverle el abrazo a la madre de JiSung y después estrecharle la mano a su padre cuando la mujer lo dejó libre.

 

            —Es un gusto conocerlos —murmuró.

            —El placer es nuestro, cariño —respondió la mujer y después se giró hacia su hijo, llevando las manos a su rostro y mirándolo con infinita dulzura—. Cada vez que vienes estás más delgado, mi niño —le dijo—. ¿No comes bien?

            —Para nada, mamá —replicó JiSung, dedicándole una mirada rápida a SungHo antes de agregar—. SungHo prepara cosas muy ricas, pero también me hace hacer un montón de ejercicio todas las noches.

 

            SungHo se atragantó con su propia saliva cuando lo escuchó decir aquello y tuvo que toser para no morirse allí mismo. No podía creerse lo que acababa de decir JiSung y, sobre todo, no podía creerse que lo hubiera dicho con aquel tono que indicaba que había algo más por debajo de lo que había contado. Si no se hubiera atragantado y eso hubiera desviado la atención de los padres de JiSung, estaba seguro de que éstos le habrían preguntado qué era lo que había querido decir. Ni siquiera sabía por qué su novio quería ponerlo en evidencia delante de sus padres la primera vez que se veían hablando de sus cosas de cama, no tenía que hacerlo, de hecho, si lo que quería era que éstos lo aceptaran… pero allí estaba, como siempre, prefiriendo soltar algunos chascarrillos que igual podían costarle bastante caros.

 

            —No te mueras —le dijo dándole unas palmaditas en la espalda—. Solo acabas de conocer a mis padres, aún te queda media familia.

            —Tenemos que ir luego a por tu hermana a casa de tus abuelos —dijo la madre de JiSung, sin quitarle el ojo de encima a SungHo como si quisiera asegurarse que no se iba a morir en la entrada de su piso—. Iremos en unas horas, pero antes, SungHo, cariño, te voy a dar las recetas de varias comidas para que mi niño coma todavía mejor.

 

            La mujer lo cogió del brazo y tiró de él hasta la cocina sin que pudiera hacer absolutamente nada por evitarlo, bajo la atenta mirada de JiSung, quien se había quedado con las bolsas de las cosas que habían llevado para sus padres para no presentarse allí con las manos vacías y los abrigos. Su chico no hizo por ayudarlo a salvarlo de pasar el resto de la tarde con su suegra, a la que acababa de conocer, en la cocina. Y no es que no le gustase su suegra, la mujer era un encanto y lo había aceptado con los brazos abiertos desde el segundo uno, pero no se sentía todavía lo suficientemente cómodo como para pasarse el rato con ella mientras ésta lo observaba fijamente y medía sus habilidades culinarias, tratando de enseñarle sus propias recetas para que su hijo no echara de menos la comida de su casa. No obstante, JiSung no movió ni un solo dedo para ayudarlo en ese momento y tampoco lo movió más tarde, cuando SungHo estaba a punto de tirarse de los pelos por todas las instrucciones que la madre de su chico le daba.

 

            —No se te da mal la cocina —le decía ella de tanto en tanto—. Pero esto se hace de esta forma y queda muchísimo más rico, pruébalo.

 

            La mujer tenía décadas de experiencia en la cocina y sabía muchísimos truquitos que hacían que la comida supiera mucho mejor, él solo había aprendido a cocinar durante sus años en la universidad y muchas veces le había echado más cara que nada a las recetas, improvisando con lo que tenía por el frigorífico y las pocas conservas o cosas congeladas que su madre le mandaba. Había perfeccionado un poco sus habilidades en los últimos tiempos, aprendiendo con vídeos de internet, pero obviamente no era el mejor de los dos. Trató de apuntar en su cabeza y en las notas de su móvil todo lo que la madre de JiSung le decía y trato de no mostrarse cansado o hastiado por los comentarios críticos que sabía que eran con buena fe y con el afán de ayudarlo. No obstante, estaba cansado del viaje de demasiadas horas en coche y lo último que le apetecía era seguir en la cocina durante más horas.

 

            —Cariño —dijo tras un par de horas el padre de JiSung, asomando la cabeza por la cocina—. Se nos va a hacer tarde para recoger a la niña y el móvil dice que va a llover fuerte en un rato, ¿salimos ahora para que no nos pille la lluvia?

 

            La mujer miró entonces a su marido, la hora en el reloj de la cocina, los dulces que estaban terminando de hacer para la cena y a SungHo, mordiéndose el labio inferior, dudando. SungHo conocía muy bien aquella expresión porque JiSung solía ponerla también cuando pensaba demasiado y no llegaba a una conclusión satisfactoria. Su chico se parecía muchísimo a su madre, había heredado de ella prácticamente todos sus rasgos, por eso era tan guapo, y también parecía haber heredado sus expresiones.

 

            —Puedo terminar los dulces yo —le propuso—. Me ha dejado antes la receta, así que, puedo seguir sus pasos y terminarlos sin problema —la mujer lo miró a los ojos, como si estuviera tratando de descifrar si podía dejarle a él al mando de su cocina para terminar aquel trabajo—. Para que no se les haga tarde ni los pille la lluvia —añadió.

 

            Ella dudó. Dudó bastante, pero al final asintió y acabó saliendo de la cocina siguiendo a su marido. SungHo suspiró profundamente y siguió con su tarea de terminar los dulces que había comenzado con la madre de JiSung. Fuera del lugar escuchó el traqueteo del ir y venir de la familia, los perros ladrando también —incluso escuchó a la madre de JiSung recetarle todo lo que tenía que hacer antes de que volviesen con su hermana— antes de que todo se quedara en completo silencio en el momento en el que la puerta del piso se cerró. SungHo acabó relajándose por completo en ese mismo instante, su cuerpo quedándose completamente laxo como si todas las fuerzas lo hubieran abandonado. Sabía que había estado muy tenso durante todo el viaje y durante las dos horas que se había pasado con la madre de JiSung en la cocina, pero jamás se había imaginado que estaba tan tenso. Unas manos demasiado conocidas se posaron en ese momento en su cintura y un cuerpo que reconocería en cualquier lugar del mundo se pegó a su espalda. SungHo no se había esperado el contacto, por lo que dio un pequeño salto antes de relajarse contra el pecho de JiSung, dejando que éste lo envolviera en un cálido abrazo.

 

            —Siento haberte dejado a tu suerte —le dijo éste, contra su oreja, dejando un beso en su cabeza, cariñoso, mimoso—. Cuando a mi madre se le mete algo entre ceja y ceja, no hay nada que la pueda detener.

            —Me he dado cuenta —murmuró en respuesta—. Pero eres un traidor, me has dejado solo con ella cuando sabías perfectamente el pánico que tenía con esto de conocer a tus padres.

            —Lo sé, lo siento de verdad —susurró, dejando otro beso en su cabeza—. Sé que no tengo perdón alguno, pero si te ayudo a terminar los dulces… ¿me darías una oportunidad más?

 

            La pregunta la había hecho tratando de apelar a él siendo adorable y SungHo acabó cediendo a sus encantos, como siempre.

 

            —Está bien, está bien —le dijo—. Me ayudas con esto y después no me vuelves a dejar solo con tu madre en la cocina nunca más.

 

            JiSung asintió enérgicamente a ello y después se separó de su cuerpo, preparándose para hacer todo lo que SungHo le pidiera. A aquellos dulces de arroz no les quedaba mucho, así que, apenas tardaron una hora en terminarlos entre los dos, a pesar de que SungHo tuvo que estar pendiente de lo que él hacía y de lo que JiSung hacía para que no metiera la pata. A su novio no se le daba especialmente bien la cocina a pesar de lo muchísimo que le gustaba comer, pero al menos le ponía interés y ganas. Cuando terminaron de preparar los dulces, SungHo puso a JiSung a fregar los platos mientras él terminaba de recoger todo lo que se había puesto por medio en la cocina… y fue en ese momento cuando desde el cielo pareció haberse desencadenado el fin del mundo. Lluvia intensa cayendo contra los cristales, un viento fortísimo y rayos que rajaban el cielo iluminándolo a pesar de la oscuridad que reinaba.

 

            —Está cayendo una buena —no pudo evitar comentar al asomarse a la ventana de la cocina—. ¿Tus padres habrán salido ya de casa de tus abuelos? —preguntó a JiSung—. No creo que sea buena idea salir con el coche con esto que está cayendo.

            —Voy a preguntarles.

 

            JiSung dejó los platos y fue a por su teléfono para llamar a sus padres y SungHo siguió con la tarea que éste había dejado a mitad para contactar con sus padres y terminó de fregar los platos para cuando su chico volvió a la cocina, guardando su teléfono de nuevo y contándole la situación.

 

            —No han salido aún —le dijo, apoyándose en el marco de la puerta—. Iban a hacerlo, pero al ver cómo se ha puesto la tarde han decidido esperar un poco a que pase la tormenta antes de volver porque tienen un buen rato de camino, así que, vamos a estar aquí solitos mientras.

            —Bueno, no estamos solos —respondió—. Tus perros siguen aquí, ¿no? No me los has presentado, por cierto.

            —No, no están —contestó su chico, acercándose a él y pasándole las manos por la cintura—. Se los han llevado antes mis padres —explicó—. De todas formas, primero tienen que hacerse a la idea de que hay una persona con la que paso mucho más tiempo que con ellos… Galbi y Jjim son un poco celosos, ya sabes.

            —¿Por eso no han aparecido a saludar cuando hemos llegado?

            —Estaban encerrados en el salón —dijo—. Me han estado olisqueando antes y Galbi me ha gruñido y todo, así que, no creo que estén especialmente contentos.

            —Se ve que solo me adoran los gatos —no pudo evitar murmurar.

            —Yo soy un perro y te adoro también —replicó JiSung, dejando un beso sobre su frente, aprovechando la diferencia de altura entre ambos.

            —Sí, sí que eres un perro —le dijo, separándose de él un poco y mirándolo a los ojos fijamente—. ¿Cómo se te ocurre antes insinuar delante de tus padres que no engordas porque nos acostamos todos las noches? —JiSung tuvo la desfachatez de reírse—. Encima te ríes —SungHo se cruzó de brazos, tratando de parecer indignado.

            —Mmmm… ¿lo siento? —preguntó JiSung—. Aunque solo he dicho la verdad, todas las noches me dejas seco —SungHo le dio un pequeño tortazo en el pecho—. Vale, vale, vale —dijo—. Lo siento, de verdad lo siento, no voy a mencionarlo más.

            —Eso espero —murmuró, recibiendo otro beso de JiSung en la frente que lo hizo sonreír a pesar de que estaba tratando de parecer indignado—. ¿Quieres ganarte mi perdón con besos?

            —En realidad… ¿y si me lo gano dándote buen sexo antes de que vuelva mi familia? —le propuso, con una sonrisa pícara en su rostro.

            —¿Qué…?

 

            SungHo no tuvo tiempo para decir ni cuestionar nada más porque antes de que pudiera hacerlo, JiSung ha lo había cogido por debajo del trasero y lo estaba cargando por todo el piso, llevándolo hasta su habitación inmediatamente y cerrando la puerta a sus espaldas con el pie, pero cuando se vio sentado en la estrecha cama de JiSung, con su chico a sus pies, gateando hacia él, recobró el habla de nuevo.

 

            —No, ¿qué haces? —le preguntó—. Tus padres llegarán en cualquier momento, no quiero que nos encuentren desnudos en tu cama cuando vuelvan.

            —No van a llegar pronto —le dijo éste—. La tormenta todavía no ha parado y tienen cerca de media hora de camino, un polvo rápido no nos va a matar —explicó, colocando sus brazos a cada lado de su cuerpo, su rostro muy cerca del suyo—. Además… te tengo muchas ganas hoy…

 

            SungHo puso los ojos en blanco y trató una vez más de negarse a aquello, pero en cuanto los labios de JiSung se encontraron con los suyos, no pudo hacer absolutamente nada más que dejarse llevar. Era extraño para ellos no acostarse prácticamente todos los días, ya fuera de una forma o de otra, siempre acababan dándose placer el uno al otro porque sus trabajos eran bastante estresantes y extenuantes y era la única forma en la que ambos podían desquitarse de todo aquel estrés, pero habían pasado los últimos días con turnos en los que no habían coincidido debido a la cercanía de las fiestas, echando horas extra incluso y no habían tenido ni un solo momento para ellos, así que, SungHo necesitaba aquello, aunque estuvieran en casa de sus suegros y aunque éstos pudieran volver en cualquier momento. JiSung no había necesitado más que un beso para que absolutamente todas las protestas que pudiera tener murieran en sus labios y no llegaran a buen término… porque la boca de JiSung obraba maravillas en él, daba igual el lugar en el que la usara. Su chico solía darle besos por todas partes y a todas horas, como lo había hecho en la cocina, para salirse con la suya en todo, además de para ser cariñoso.

 

            —Sabes dulce —comentó su chico, contra su boca—. Me gusta como sabes hoy.

 

            SungHo imaginó que, después de haber estado probando la masa de los dulces y haber cogido uno para ver si habían salido tan buenos como debían había provocado que se le hubiera quedado un sabor dulce en la boca, así que, aprovechó aquello para abrir su boca y enredar su lengua con la de JiSung completamente, hasta dejarlos a ambos sin respiración y con aquel sabor dulce en la punta de la lengua. Los labios de JiSung pronto abandonaron los suyos y comenzó un camino descendente de besos por su mentón y su cuello, hasta allí donde el jersey de cuello vuelto que llevaba SungHo lo dejó. Cuando el cuello le estorbó, sus manos inmediatamente se le metieron por debajo de la ropa para quitársela y SungHo lo ayudó, levantando los brazos y después abriendo sus piernas para que el mayor se encajara entre ellas con comodidad. Los besos siguieron su curso, haciendo que allí por donde los labios de JiSung pasaran, su piel ardiera, calentándolo incluso más de lo que lo calentaba usualmente, pero no dejando de ser besos suaves, cariñosos.

 

            SungHo no tardó en comenzar a gemir levemente cuando las manos de JiSung se le metieron por los calzoncillos y comenzaron a tocar su miembro una y otra vez, sus testículos también, moviéndose hacia su trasero, agarrando sus glúteos, tanteando su ano para introducirse en él en una especie de juego para calentarlo aún más de lo que ya estaba. La sangre se le estaba acumulando en su miembro, volviéndolo erecto y, además, no podía parar de jadear porque el placer que sentía por aquellas caricias no lo dejaba respirar con normalidad. Su piel siempre había sido sensible, pero bajo los besos y los toques de JiSung, ésta se volvía el triple de sensible y era algo que nunca dejaba de impresionarlo.

 

            Al final, SungHo acabó completamente desnudo sobre la cama de JiSung, en su habitación en la casa de sus padres y JiSung no se había quitado nada de ropa, absolutamente nada. Seguía con aquel jersey grisáceo oscuro y sus vaqueros negros, con las mejillas encendidas y con un bulto en su entrepierna que le indicaba perfectamente lo caliente que estaba, pero SungHo quería verlo desnudo y quería tocarlo, así que, antes de que éste decidiera que tenia que meterse dentro de él con la mayor brevedad posible, SungHo cambió las tornas de sus cuerpos y acabó sobre JiSung, empezando a desnudarlo, con mucha más rapidez que cuidado, besando aquí y allá su piel blanca, mordiendo en algún lugar que otro, dejando un par de marcas que serian invisibles bajo todas las capas de ropa que luego se pusiera otra vez, hundiendo sus dedos en su piel, agarrándolo con fuerza mientras no podía parar de frotarse contra sus vaqueros, rozando sus entrepiernas, la textura de la prenda en la piel desnuda, caliente y sensible de su miembro era completamente increíble. No obstante, las manos de JiSung en sus caderas detuvieron todos sus movimientos de golpe, no dejando que siguiera frotándose contra él.

 

            —Entiendo que estás más caliente que el palo de un churrero, porque yo también lo estoy —le dijo—, pero si sigues rozándote así al final te vas a correr y cómo le digo yo a mi madre que la mancha que hay en los pantalones que ha cogido sin mi permiso para lavar es de tu semen.

 

            Aquello lo dejó completamente estático porque no se le había ocurrido, de hecho, no había pensado en absolutamente nada más que no fuera en el placer que aquello le provocaba, así que, ni siquiera le había dedicado un segundo a pensar en eso. Agradeció infinitamente que JiSung lo hubiese detenido, de la misma forma que agradeció que éste se quitara finalmente los pantalones y se quedara desnudo en toda su gloria ante él, con su miembro levemente erecto, pero al que todavía le quedaba mucho para estar en todo su esplendor.

 

            —Condones tengo en la cartera —comentó JiSung, fuera de la cama, mientras les pegaba patadas a sus calzoncillos para terminar de sacárselos por los pies—, pero no sé si tengo lubricante aquí o lo gasté cuando vine a visitar a mis padres en Chuseok.

            —¿Tanto me echaste de menos que te acabaste metiendo los dedos? —no pudo evitar preguntarle, alzando una ceja.

            —Sí —replicó JiSung, inclinándose sobre él para dejar un fugaz beso sobre sus labios, antes de darle la espalda y meterse prácticamente dentro del armario, buscando—. Te eché tanto de menos que tuve que salir a comprar lubricante a la tienda 24h de la esquina de la calle para poder masturbarme y pensar que eras tú el que me estaba haciendo eso.

            —¿Quieres que lo haga realidad esta vez también? —le cuestionó.

            —No —replicó su chico, con la cabeza todavía metida dentro del armario y sin girarse hacia él—. Si haces eso estaré cojeando el resto de los días que estemos aquí y si no quieres que se enteren de que aprovechamos el rato que se fueron para follar, es una malísima idea.

 

            SungHo tuvo que claudicar con eso mientras escuchaba a su chico decir un “oh, aquí estabas” al encontrar el bote de lubricante que buscaba. No era la costumbre que SungHo se introdujera en su cuerpo y, por lo tanto, a pesar de que usaban lubricante para dar y regalar cuando lo hacían, JiSung solía sentir incomodidades en los siguientes días a la penetración, por lo que solo dejaban aquello para cuando podían permitirse estar unos días en casa sin tener que salir o cuando el mayor estaba tan excitado y lo quería tanto dentro que no le importaba cojear un par de días y que todo el mundo lo viera. Por eso, SungHo acabó abriéndose de piernas cuando JiSung volvió a la cama, abriendo el bote de lubricante y echándose sobre los dedos abundantemente. Éste ni siquiera tuvo que esforzarse demasiado en prepararlo. Un dedo siempre entraba con comodidad y lo hacía gemir, dos a veces eran un poco molestos, pero SungHo se sentía al borde del abismo en el instante en el que JiSung llegaba hasta su próstata con aquellos dedos largos y mágicos que tenía, así que, en apenas unos minutos, estaba completamente listo para que el mayor se internase en él y éste no se lo pensó dos veces tampoco.

 

            JiSung se puso el condón y después comenzó a internarse lentamente en él, empujando suavemente su interior, abriéndose paso a través de su recto. Ambos gimieron en el proceso, gimieron alto y al final tuvieron que buscar los labios del otro para dejar de gemir para que los vecinos no los escucharan, mientas JiSung embestía en su interior, poco a poco y con mucho tino, rozando contra su próstata una y otra vez debido a la postura, inclinado sobre él y con las piernas de SungHo enredadas en su cintura. Poco a poco los besos se fueron descoordinando, a la vez que lo hicieron las embestidas de JiSung, volviéndose erráticas, sin ningún ritmo, simplemente dejándose llevar por el placer, una y otra vez hasta que finalmente ambos acabaron llegando al orgasmo casi uno detrás del otro, SungHo corriéndose entre sus cuerpos, manchándolos, y JiSung dentro del condón. Cuando JiSung se separó de él, todavía jadeaba, tratando de recuperarse de aquella increíble sensación, con todos los músculos de su cuerpo debilitados, pero se sentía sucio y pegajoso y lo único que quería era limpiarse.

 

            —Toma —le dijo JiSung, dándole un pañuelo para que lo hiciera.

 

            Llevaban tantos años juntos que su chico sabía perfectamente qué era lo que se le estaba pasando por la cabeza siempre y qué era lo que solía querer, por lo que SungHo le agradeció con un simple beso en la mano el gesto y se limpió todo el semen que se le había quedado pegado al estómago con éste, viendo cómo JiSung hacía lo mismo y cómo comenzaba a buscar su ropa para volvérsela a poner y adecentar la habitación. Afuera ya no se escuchaba la lluvia caer profusamente ni pegar contra los cristales, la tormenta debía de haber acabado hacía un rato, así que, la familia de su chico no debería de tardar en llegar a la casa. SungHo también se visitó lo más rápidamente que pudo y ambos trataron de enmascarar el olor a sexo de la habitación y esconder absolutamente todos los indicios de que hubieran hecho nada en el lugar y para cuando los padres de JiSung, junto con su hermana y sus dos perros llegaron al piso, los dos se encontraban en el sofá, acurrucados, viendo una película rancia que estaban echando en la tele, como si nada hubiera pasado… aunque todo había pasado y SungHo estaba seguro de que recordaría durante mucho tiempo aquella dulce tarde de tormenta.

 

 

 

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