jueves, 6 de enero de 2022

[Chapter I] Kingdom of Rain {Dannthur}

 

Chapter I: the boy in the tower

 

            El cielo estaba cubierto con nubes oscuras que amenazaban con lluvia y tormenta en cualquier momento. Desde la mañana, se había ido cubriendo poco a poco, provocando que la escasa luz que entraba por la única ventana de aquella habitación se fuera volviendo más y más tenue, oscureciendo el lugar y haciendo que Arthur tuviera que encender algunas velas para poder seguir leyendo aquel libro que tantas veces había leído ya, pero del que nunca se cansaría. Aquel libro que hablaba de reinos antiguos, de reinos prósperos, de reinos caídos, de batallas por el honor y la justicia, de la magia de la naturaleza, de seres más antiguos que los propios hombres que habitaban los bosques y de artefactos mágicos que habían ayudado a los reinos a ser invencibles. A pesar de ser el libro que más había leído de todos los que tenía en el lugar, algo que podía ser juzgado a simple vista por el desgaste del cuero ennegrecido con el que estaba encuadernado, Arthur no dejaba de emocionarse por los pasajes que leía, como si fuera la primera vez que lo hacía.

 

            Unos golpes en la puerta provocaron que Arthur se sobresaltara y que alzara la cabeza, descubriendo el rostro de JaHan a través de los barrotes de hierro que cerraban el único hueco de la pesada madera al mirar en dirección a la puerta. Debía ser la hora del almuerzo. Arthur despejó la mesa bajo la ventana de libros y pergaminos mientras JaHan introducía la enorme llave en la cerradura que lo separaba del mundo exterior. Muchas veces había deseado coger aquella llave y abrir la puerta para escapar, para sentir la hierba bajo sus pies, para observar el cielo sobre su cabeza, para correr y saltar colina abajo, meterse en el río para sentir su agua fresca en su piel… pero ni una de aquellas veces se había atrevido a hacerlo. No lo hizo cuando su madre murió. No lo hizo cuando la vieja Jill era aún quien lo visitaba. Y no lo había hecho en todos aquellos años en los que JaHan había tomado el relevo. No lo había hecho porque era un cobarde. No lo había hecho porque no había querido causarles problemas ni a la vieja Jill ni a JaHan.

 

            ¿Cómo se encuentra hoy? —preguntó JaHan entrando a la habitación con una bandeja en la que portaba un par de cuencos de comida y pan.

 

            Arthur no respondió a la pregunta. No acostumbraba a hacerlo, pero JaHan siempre le preguntaba cómo se encontraba, por los escasos días en los que le contestaba algo.

 

            —Hoy he traído directamente los platos de la cocina, antes de que los sirvieran a la mesa principal —contó, acercándose a él y dejando la bandeja sobre la superficie de madera, donde había hecho hueco Arthur—. No creo que se den cuenta de que faltan un par de raciones del banquete que se está celebrando allí abajo.

            —¿Banquete? —no pudo evitar preguntarle, curioso.

 

            No era tan común que en el castillo se celebraran banquetes. El Reino de la Lluvia no era más que una pequeña región que poseía algunos terrenos de cultivo. No era un reino rico como sí lo eran sus vecinos del norte en el Reino de las Nieves o sus vecinos del sur en el Reino del Sol. Oro y piedras preciosas no se podían encontrar en el reino, aunque gracias a las abundantes precipitaciones en sus tierras, el alimento y los bosques prosperaban allí. Arthur había leído sobre aquellos reinos vecinos y también había tenido visiones sobre ellos, cada vez que alguno decidía querer invadir sus tierras.

 

            —Sí —respondió JaHan—. El otro día salió el rey de caza con algunos de los nobles de la corte y la mayoría de la carne la han destinado a esto.

 

            Un escalofrío recorrió el cuerpo de Arthur, desde el principio de su columna vertebral hasta la punta de los dedos de sus pies. Él había visto en sus sueños la caza, de la misma forma que había visto a las gentes del reino morir de hambre. Había avisado al rey de ello. De ambas cosas. Pero este había decidido hacer caso omiso a sus palabras. Había decidido repartir la comida entre los nobles, entre aquellos que no la necesitaban. Arthur observó los platos de comida que JaHan acababa de llevarle y no pudo evitar el suspiro que escapó de sus labios.

 

            Su cometido en aquel lugar era ayudar al rey y al reino con sus sueños, los sueños que se volvían realidad o no dependiendo de la toma de decisiones del rey. Desde que tenía memoria, su madre lo había ido guiando cada vez que tenía uno de sus sueños para que supiera qué era lo que debía hacer, cuál era el mejor camino que aseguraba la prosperidad del reino. El rey había acudido a él para que le contara sus sueños y lo mantenía encerrado en aquella torre desde que había nacido simple y llanamente con aquel propósito: cambiar el destino del reino y convertirlo en un lugar mejor. No obstante, el rey siempre había sido obstinado y testarudo, autoritario y violento. Arthur lo había ayudado a ganar batallas con sus sueños y había evitado la masacre del pueblo, lo había ayudado a seguir en el poder con la esperanza de que aquello evitara un mal mayor… pero si las gentes del Reino de la Lluvia perecían por el hambre, no quedaría nadie en el reino a quién proteger.

 

            Como profeta, Arthur no podía dejar que aquello sucediera.

 

            —¿Crees que algún día podré salir de aquí? —le preguntó a JaHan.

 

            El chico se sorprendió por su pregunta. Arthur vio cómo la expresión le cambiaba completamente. Su tez siempre había estado tostada por las horas y horas que trabajaba en el patio del castillo y los viajes que daba a los pueblos vecinos para recoger encargos o dibujarle paisajes de los lugares a los que iba, pero en aquellos momentos se había vueltos blanca. Sus ojos, generalmente pequeños, se habían agrandado y eran en esos momentos el doble de lo que era normal en él. Arthur sabía que él tenía una de las llaves que lo encerraban en aquella torre y que, si hubiera podido, habría hecho lo posible por abrirle la puerta para que pudiera salir de allí. No obstante, bajo pena de muerte, el chico tenía que hacer lo que le habían asignado, tenía que llevarle la comida dos veces al día, hacerle compañía cuando sus otras tareas se lo permitieran y cerrar al salir con llave para que nadie más pudiera entrar o salir del lugar. Dos guardias en la entrada de la torre se encargaban de que solo JaHan y el rey pudieran atravesar las puertas y salir al patio.

 

            —Lo siento —murmuró—. Sabes que no te reprocho nada… al menos no a ti —añadió para tranquilizarlo.

            —Lo siento mucho, Arthur —dijo en voz baja el chico—. Mañana volveré a recoger los platos, me tienen que estar buscando abajo.

            —Puedes irte.

 

            JaHan hizo una pequeña reverencia, moviendo su cabeza y un poco el torso y Arthur le dedicó una sonrisa. El chico se retiró entonces, caminando hacia la puerta, cerrando tras él con llave y bajando las escaleras, perdiéndose de su vista. Arthur observó durante unos momentos aquella puerta de madera que lo mantenía alejado del resto del mundo, aquella puerta que nunca podría abrir, aquella puerta que lo separaba de la realidad del pueblo que intentaba proteger con sus sueños, aquella puerta que un día esperaba que se abriera ante él y nunca se cerrara, dejándolo por fin salir de esa torre de la que siempre había sido preso. Arthur miró después hacia los platos que había ante él, en la mesa, rebosantes de comida con un aspecto y olor deliciosos y una parte de él se sintió culpable por tener acceso a ese manjar cuando la mayoría del pueblo del Reino de la Lluvia apenas tenía nada que llevarse a la boca; pero otra parte de él, la cual ganó en la batalla de su mente, simplemente le decía que él también tenía que comer, para seguir fuerte, para seguir vivo, para poder seguir soñando con un futuro mejor para todos.

 

            Había habido ocasiones en las que había dejado de comer, ocasiones en las que había querido el dulce abrazo de la muerte, porque solo la muerte lo liberaría de aquella prisión en la que se encontraba, de aquella vida monótona, fría y sin sentido que vivía… no obstante, sus sueños lo habían obligado a seguir adelante, unos sueños en los que la pesada puerta de madera finalmente se abría para él y alguien lo invitaba a escapar de ese lugar. Arthur seguía adelante solo por aquellos sueños que mantenían viva una pequeña llama de esperanza en su interior, casi extinta por el dolor que su corazón, su cuerpo y su mente soportaban a diario. Nunca le había hablado a nadie de aquellos sueños. No tenía tampoco muchas personas a las que contárselos, pero Arthur ni siquiera lo había escrito, como sí hacía con la mayoría de sus sueños, para no olvidarlos, porque los detalles siempre eran claves para que se convirtieran en realidad y para que todo saliera como debía. Nunca los había apuntado porque siempre eran claros, nítidos, sin ninguna imagen confusa como el resto de sus sueños. En los sueños en los que finalmente escapaba de la torre la habitación estaba iluminada por tonos rojizos y anaranjados, como los del atardecer, sombras danzaban sobre contra los muros de piedra de ésta y la puerta se abría con el sonido metálico de la llave en la cerradura y chirriaba al ser abierta. En aquellos sueños, una mano con un guante de cuero oscuro aparecía en el umbral y le invitaba a cogerla. El Arthur de su sueño titubeaba, confuso, asustado, pero al final tomaba aquella mano y atravesaba aquella puerta que siempre lo había mantenido preso.

 

            Arthur comió y dejó los platos vacíos sobre la misma bandeja en la mesa para cuando JaHan volviese a por ellos. Apagó entonces todas las velas y se dirigió hacia su cama a ciegas, conociendo perfectamente cada centímetro de la habitación, tumbándose sobre el blando colchón de lana y paja, preparándose para dormir, enfadado por la incompetencia del rey que gobernaba aquel reino, que solo pensaba en acumular poder y riquezas para él mismo o los nobles que siempre lo acompañaban y adulaban y deseando soñar que finalmente era libre.

 

            El sueño de esa noche, no obstante, fue completamente diferente a lo que Arthur había deseado al irse a dormir.

 

            En el sueño de esa noche, todo fue demasiado confuso. Las sombras se cernían sobre el reino, oscuras y amenazantes, los paisajes que JaHan le dibujaba eran engullidos por las llamas de una guerra que se acercaba y, al final, una luz brillante lo envolvió todo, tan brillante, tan esperanzadora, que Arthur se despertó sobresaltado, sintiendo todavía aquella intensa luz tras sus párpados cada vez que cerraba sus ojos. Se incorporó en la cama y parpadeó varias veces seguidas, rápidamente, para tratar de quitarse del todo el sueño y despertarse. En su mente se repetían una y otra vez las escenas que acababa de ver y trató de buscarle coherencia durante unos momentos antes de levantarse del colchón precipitadamente y buscar un pergamino en el que escribir y garabatearlo. Ni siquiera se dio tiempo para coger la tinta y la pluma, solo agarró un carboncillo y se centró en su tarea. Una tenue luz entraba por la ventana, anunciando que el amanecer estaba cerca de comenzar, pero al sol todavía le quedaba bastante para aparecer, y con aquella leve claridad se tuvo que conformar hasta que terminó.

 

            Una guerra se avecinaba… una invasión, más bien, muerte y destrucción se darían durante el proceso si se luchaba en contra de lo que se avecinaba. Arthur tragó saliva, su garganta se había quedado repentinamente seca. La destrucción del Reino de la Lluvia se avecinaba y la única forma de que ésta no sucediera era dejar que éste fuera invadido sin oponer resistencia. Durante unos momentos, Arthur no hizo más que mirar el pergamino que había garabateado, planteándose una y otra vez que otra cosa podía interpretar con aquellos retazos que habían aparecido en su sueño… pero por más que lo intentó, aquel destello deslumbrante al final de éste lo había llenado de calidez, de tranquilidad y de paz y eso solo podía significar que la amenaza realmente no era una amenaza si no se luchaba contra ella. Solo se debía dejar que se internara hasta el corazón del reino para que éste fuera salvado.

 

            Arthur se mordió el labio inferior. Tenía una decisión muy importante que tomar, probablemente la decisión más importante de toda su vida.

 

            Él estaba allí, encerrado en aquella torre, como consejero del rey, como ayudante para que el reino prosperara. Sus sueños actuaban como profecías. Él era un profeta que vaticinaba el futuro interpretando sus sueños y sus decisiones en cómo narrárselos al rey siempre determinaban cómo éste actuaba ante ellos, aunque había algunas ocasiones en las que el rey decidía cosas completamente diferentes a las que Arthur le había aconsejado y, por lo tanto, todo acababa repercutiendo en el bienestar del reino. Como aquella última ocasión. Él lo había avisado sobre la abundante caza en los márgenes occidentales de la comarca y le había dicho que era suficiente para que el pueblo no pasara hambre. Su intención había sido que el monarca tomara la decisión de dejar que las gentes del pueblo cazaran allí, pero éste había ido de caza solo con los nobles para darse un festín la noche anterior. Aquello todavía le revolvía las tripas a Arthur, porque su intención había sido completamente modificada a través de la toma de decisiones del rey y aquello traería consecuencias negativas.

 

            Todavía seguía dándole vueltas al asunto cuando escuchó cómo la puerta se abría al girar la llave dentro de la cerradura y rápidamente alzó su cabeza del pergamino y lo escondió bajo otros. Para cuando la puerta se hubo abierto por completo, dejando paso al rey, Arthur había conseguido aparentar completa normalidad, calmando su corazón y mente para que éste no pudiera ver su inquietud y acabara sonsacándole qué era lo que había visto en su último sueño.

 

            —Majestad —murmuró, a modo de saludo.

 

            El rey, un hombre de mediana edad, pelo entrecano y porte regio, solo realizó un pequeño asentimiento con su cabeza, reconociendo aquel saludo y devolviéndolo de esa forma. Arthur esperó a que éste avanzara por la habitación y se colocara a tan solo unos pasos de él para indicarle que podía sentarse, si quería, en la silla que él había estado ocupando hasta hacía unos momentos. El rey lo rechazó y simplemente comenzó a hablar, yendo al grano, como siempre hacía. Nunca le preguntaba cómo se encontraba, qué necesitaba o si estaba bien en aquel lugar… pero la misma pregunta salía de sus labios una y otra vez cada vez que iba a visitarlo.

 

            —¿Has tenido algún sueño estos días, chico?

 

            “Chico”. Ni una vez lo había llamado por su nombre. No lo había hecho cuando era pequeño y su madre todavía vivía allí con él y tampoco lo había hecho después de que ésta muriera. Arthur se había acostumbrado a aquel trato porque era el único que recibía por parte del monarca, pero había ocasiones en las que sentía que necesitaba algo más. Sabía que aquel hombre era el rey y que tampoco podía tratarlo como a un igual, porque no lo era, Arthur era el profeta del reino, pero también era su prisionero y no tenía derecho tampoco a que el rey lo tratase de otra forma. Aquel día, no obstante, aquel desdén en el tono de voz del hombre, aquel casi hastío por tener que estar allí y aquella mirada penetrante que no se despegaba de su cuerpo, apenas cubierto, provocaron que Arthur sintiera que quizás merecía algo más que aquello. Algo que no iba a conseguir del rey jamás… pero que sí conseguiría de otra forma, así que, por primera vez en toda su vida, mintió. Omitió por completo el sueño que había tenido aquella noche y su significado porque aquel rey que solo buscaba el poder y la riqueza propia, pero despreciaba a su pueblo no merecía seguir ostentando aquel cargo.

 

            —No… majestad… —respondió, tratando que no le temblara la voz—. No he tenido ningún sueño en los últimos días.

 

            El hombre lo miro a los ojos fijamente, como si tratara de discernir si estaba diciéndole la verdad o no, pero Arthur le mantuvo la mirada, firme. No iba a conseguir de él la verdad y no iba a conseguir que lo avisara de lo que estaba por venir.

 

            —Está bien —dijo el rey—. Si tienes algún sueño, dale un mensaje al chico que viene a traerte la comida para que me lo entregue y vendré.

            —Claro, majestad.

 

            El rey pareció satisfecho con aquello y después se retiró de aquella habitación en lo alto de la torre más alta del castillo, cerrando la puerta a sus espaldas con la llave. Arthur solo se permitió respirar profundamente cuando el eco de sus pisadas bajando las escaleras dejó de resonar y ser audible allí arriba y entonces buscó entre sus pergaminos aquel en el que había garabateado momentos antes apuntes y dibujos sobre las escenas que había visto en su sueño esa noche. Lo miró durante unos momentos más y sintió que había hecho lo correcto no contándole al rey sobre ello. Arthur simplemente encendió una vela y comenzó a quemar el pergamino con cuidado, no queriendo dejar ni un solo rastro de él en el lugar, esperando que, con aquella acción, el Reino de la Lluvia y él mismo, pudieran comenzar una nueva era.

 

🗡 👑

 

            —Dann, mi señor —dijo Jack, uno de sus mejores guerreros al llegar hasta él, colocando su caballo en paralelo al suyo—. No hemos encontrado ninguna resistencia en el camino a la capital del reino, los aldeanos solo se esconden en sus casas y nadie se enfrenta a nosotros.

 

            Dann asintió, moviendo su cabeza levemente para darle a entender al otro que lo había escuchado, pero no respondió de otra forma. Jack le hizo una leve reverencia y después ordenó a su caballo alejarse de él, volviendo a la avanzadilla de aquel pequeño ejército del cual era el segundo al mando. Las noticias que había llevado hasta Dann eran casi idénticas a las que éste había estado recibiendo los anteriores días, desde que habían cruzado la frontera oeste del Reino de la Lluvia. Se habían encontrado en su camino con varias aldeas y ciudades un poco más grandes, pero en ninguna de ellas habían obtenido resistencia. Nadie les había salido al paso para luchar contra ellos y aquellos que se habían atrevido a acercarse a su ejército, lo habían hecho con la intención de unirse a ellos, algo que a Dann le había sorprendido y también encantado a partes iguales porque cuando había escuchado noticias sobre el Reino de la Lluvia y la situación en la que se encontraba mientras vagaba por el Reino de las Nubes, nunca se había imaginado que fuera tan terrible.

 

            La gente de los pueblos que se les habían unido, haciendo que su pequeña partida formada por los pocos hombres que le eran leales se convirtiera en un pequeño ejército con el que se podrían enfrentar a las fuerzas que tuviera el rey en la capital, hablaban, contaban muchas cosas y Dann estaba encantado de escucharlos hablar porque así se hacía una mejor idea de lo que podría encontrarse en su camino más adelante. La población pasaba hambre a pesar de que el Reino de la Lluvia siempre había sido próspero porque las lluvias favorecían las cosechas; sin embargo, muchas de ellas se habían echado a perder porque del cielo habían caído granizos en vez de agua y la caza en los bosques no estaba permitida si el noble que dirigía cada región en nombre del rey no lo permitía, pero éstos habían estado usando los bosques como zona de recreo para ellos mismos y muchos acababan pasando meses en la capital, en el castillo junto al rey, para ganarse su favor porque éste aún no tenía descendencia y no había nadie que pudiera heredar el trono. El pueblo había perdido la fe en su monarca, un monarca que jamás había movido un dedo por ellos y que dejaba que pasasen hambre mientras los ahogaba en impuestos mientras él y su corte de nobles vivían rodeados de lujo y tirando la comida que sobraba. Se sentían abandonados a su suerte y habían rezado a Dios para que alguien los salvara, así que, cuando había aparecido Dann en sus tierras, no habían querido hacerle frente. Le temían porque era una fuerza extranjera, pero creían que él podía salvarlos de aquel rey tiránico que llevaba veinte años gobernándolos.

 

            Dann había sentido un nuevo peso en su espada al saber la fe que el pueblo del Reino de la Lluvia tenía puesta en él, un peso que en ocasiones le quitaba el aliento, pero que en otras lo hacía avanzar con paso firme, queriendo demostrar que él era mucho mejor de lo que todos habían pensado siempre.

 

            No hacía más que un par de años que había sido exiliado por su padre, que lo había creído incapaz de gobernar su reino, prefiriendo a su hermano menor como heredero al trono y, desde entonces, había vagado sin rumbo por los reinos cercanos junto con un pequeño grupo de nobles, caballeros y algún que otro campesino y sirviente que le eran leales. Dann había descubierto grandes maravillas en el Reino de la Nieve, todo parecía relucir en aquel lugar, con brillo, con fuerza, pero sus gentes eran oscuras, lúgubres, desconfiadas, mostrando una doble cara que desde el principio le había puesto los pelos de punta; mientras que en el Reino del Sol había sido al contrario, el desierto los había recibido fuerte, implacable, pero sus gentes habían sido amables y cálidas con ellos, las riquezas procedían no solo del interior de la tierra, sino del corazón de aquellos que vivían allí. Habían pasado brevemente por el Reino de las flores de cerezo, solo bordeando su frontera, sin querer perturbar la paz de éste, de la misma forma que lo habían hecho con el Reino de las Nubes antes de cruzar al Reino de la Lluvia, porque Dann no había querido entrar en guerra con ninguno de los dos reinos, que podían haberlo considerado una amenaza.

 

            Sin embargo, el joven que un día había sido el príncipe heredero al trono de su padre, creía que ya había llegado el momento de asentarse y el Reino de la Lluvia le estaba brindando aquella oportunidad en bandeja.

 

            Realmente habían entrado a aquel reino sin mucha esperanza, solo con la intención de tentar un poco su suerte, pero no solo la suerte les había sonreído, Dann estaba seguro de que había algo mucho más allá, mucho más profundo y místico que estaba haciendo que su camino fuera tan fácil, como si caminara por un hermoso jardín lleno de rosas. Él siempre había sido alguien de fe, siempre había creído que Dios estaba allí para guardarlos y protegerlos y que, si de alguna forma, ocurría algo malo, era porque Dios le estaba probando y le tenía un destino mucho más glorioso después de las calamidades. Aquello era lo que lo había hecho seguir adelante después de su exilio y aquello era lo que lo seguía haciendo avanzar hacia la capital, sin prisa, pero sin pausa, con la certeza de que Dios estaba guiando su camino, haciendo que éste fuera más fácil de recorrer, sin ninguna piedra que pudiera cruzarse en medio, frenando y entorpeciendo su avance; no obstante, aunque Dios estuviera de su parte y la suerte le sonriera, Dann no podía dejar de andar con pies de plomo porque en cualquier momento, podía aparecer alguna amenaza inesperada que lo cambiara todo y su pequeña incursión en el Reino de la Lluvia podía acabar convirtiéndose en un baño de sangre. El hermoso jardín de rosas era un buen paralelismo por ello, era agradable, era precioso, pero si por algún motivo te descuidabas, las espinas podían rasgar tu piel y hacerte heridas.

 

            Para Dann no dejaba de ser curioso y extraño, a pesar de la situación en la que el reino se encontraba, pero él seguiría avanzando hasta el final, hasta que llegase a la capital. No les quedaba mucho camino, habían entrado en la comarca el día anterior, por lo que, marchando durante todo el día, debían de llegar a las afueras del castillo. Según los aldeanos que los acompañaban, podrían montar su campamento en el lado norte del río, escondidos tras un promontorio en el que se abría un pequeño valle, donde no los podrían ver desde el castillo y allí descansarían hasta que entraran en batalla.

 

~

 

            —Todavía no saben que estamos aquí —comentó Dann—, pero no podemos retrasar más nuestro ataque porque tarde o temprano llegará a oídos del rey nuestra llegada, que todavía no lo haya hecho es casi un milagro, así que, tenemos que hacerlo ya, atacarlos antes de que estén preparados.

            —Las murallas del castillo están todavía resentidas después del ataque que sufrieron la primavera pasada del Reino de la Nieve —dijo Jack—. Sus puertas tampoco fueron reparadas debidamente y creo que con una mínima presión se podrían abrir si las cerraran, pero durante el día las mantienen abiertas, si nos acercamos al castillo sin que nos vean hasta el último momento podríamos tener aún más ventaja —les explicó a él y a los pocos nobles que habían seguido a Dann desde su exilio—. No somos los suficientes para un asedio largo, pero ellos podrían aguantar un tiempo dentro del castillo y al final hacernos caer, es mejor llegar por sorpresa, atacar rápido y asegurar el control del castillo en unas pocas horas.

            —¿Qué sugieres? —le preguntó Dann, después de todo, Jack había sido uno de los que había estado rondando el castillo en los anteriores días, buscando sus puntos débiles y averiguando los horarios del castillo junto con algunos de los campesinos.

            —Podemos ocultarnos entre las sombras del atardecer, antes de que cierren las puertas y asaltarlos mientras se preparan para la cena —respondió éste—. No creo que tardemos demasiado en hacerlos caer, por muchos que se encuentren en el castillo, entre nobleza y guerreros, si no tienen sus armas a mano porque no tienen noticias de ninguna amenaza, no pueden detenernos.

 

            Dann escuchó después las opiniones del resto del grupo que se había reunido en su tienda para trazar su estrategia y fueron añadiendo detalles a lo que Jack había propuesto hasta que decidieron la mejor forma de atacar aquel castillo y salir victoriosos. No era un plan complejo, más bien era rápido, pero contaba con el factor sorpresa de que nadie los esperaba allí, por lo que debían llevarlo a cabo con la mayor brevedad posible.

 

            —Atacaremos esta noche —dijo Dann, tomando la decisión final tras la discusión—. Avisad en el campamento para que todo el mundo esté preparado.

 

            Sus hombres asintieron y salieron de su tienda para comenzar con los preparativos para el ataque, hablando con todos los que se encontraban en el campamento, explicando los detalles, terminando de conseguir todo tipo de armas. No todos podían permitirse espadas o arcos, pero abundaban las hachas, azadones, guadañas, hoces, horcas o rastrillos entre los campesinos y con aquellas herramientas podían hacer bastante daño e incluso matar. Habían tenido un pequeño entrenamiento en los días que habían estado simplemente esperando en el campamento y muchos de ellos habían aprendido a manejarse bien en el cuerpo a cuerpo y podrían presentar batalla incluso a un guerrero experimentado. Dann se había querido asegurar de que estuvieran preparados para perder al menor número de hombres posible en el ataque y no tenía nada por lo que preocuparse, todo acabaría saliendo bien incluso con algunas bajas.

 

            El día se pasó rápido y lento a la vez, la expectación creciendo a medida que las horas pasaban en aquel pequeño ejército y Dann mismo porque hacía tiempo que no entraba en batalla y que no luchaba por su vida, pero su cuerpo no había olvidado lo que era y estaba completamente preparado para tomar aquel castillo y liberar al pueblo del Reino de la Lluvia de aquel gobernante que solo los oprimía. Cuando finalmente la hora llegó, el sol empezando a perderse en el horizonte, creando sombras en el terreno, justo antes de que las puertas fueran cerradas, el pequeño ejército de Dann avanzó hasta el castillo, rápido, en silencio, llevando a cabo su plan, pillándolos desprevenidos. Para cuando la gente en el castillo se dio cuenta de lo que pasaba, ellos ya estaban entrando por la puerta sin ninguna resistencia.

 

            Gritos, órdenes, el ruido del metal contra metal. El choque fue fuerte y brutal a pesar de que habían llegado por sorpresa y no estaban preparados ni prevenidos en el castillo. Dann blandió su espada contra su oponente, con fuerza, con precisión, cortando su carne y provocando que la sangre manara de su herida, salpicando su rostro. El hombre ante él cayó al suelo exhalando su último aliento y Dann pasó sobre él, sin siquiera dedicarle una mirada, solo avanzando entre el caos que se encontraba ante él. Sangre y muerte, humo y fuego, aullidos de dolor y silencio. Todos los que se cruzaron en su camino acabaron pereciendo bajo el filo de su espada y no fueron muchos los que se atrevieron a combatir contra él. Su figura ni de lejos la más imponente, pero vestido de negro, su cuerpo envuelto por el grueso cuero y el metal de su armadura, su espada larga y su manejo del arma, asesinando incluso desde la distancia, provocaba que todos tratasen de evitarlo lo máximo posible.

 

            La noche caía, las antorchas se encendían, el campo de batalla se extendía desde el patio de armas interno del castillo hasta el interior de éste, en sus pasillos… y el fuego no solo se encontraba en las antorchas, la torre más alta del castillo también ardía. Dann alzó su vista durante un segundo al lugar y le pareció ver una silueta en una de las ventanas, pero se volvió a centrar en lo que se extendía ante él, los pocos combatientes que todavía quedaban en pie y que seguían luchando contra ellos, agarrando la empuñadura de su espada con su enguantada mano con fuerza. Muchos habían caído, muertos o heridos de gravedad, otros habían sido capturados y apartados, mientras sus hombres mermaban la resistencia.

 

            El cuerpo de un chico se colocó ante él y Dann blandió su espada en su dirección, pero se detuvo antes de tocar su cuerpo. El muchacho no llevaba armas y había abierto sus brazos en cruz, con una mirada en sus ojos color café completamente desesperada, así que, Dann bajó su espada y dejó que el chico se le acercara.

 

            —Hay alguien en la torre que necesita ayuda —le dijo, la urgencia tiñendo su voz grave—. El rey lo está intentando quemar vivo. ¡Necesitamos sacarlo de ahí!

            —¿El rey? —preguntó, confuso.

            —Por favor… por favor, ayúdame… ayuda a Arthur… —le pidió el chico, con lágrimas apareciendo en sus ojos.

 

            Dann no supo el por qué, pero a pesar de que sabía que no debía de fiarse de nadie en aquel lugar por si le estaban tendiendo una emboscada, no pudo evitar asentir y seguir al muchacho a través del patio de armas hasta la torre que ardía. No sabía si había sido porque el chico parecía simplemente un sirviente, con su ropa harapienta y manchada, preocupado por alguien a quien debía lealtad o porque la mención del rey lo había tentado lo suficiente, porque si él mataba al rey, el resto dejaría de luchar y podría acceder de una forma mucho más fácil al trono, asentándose en aquel reino. Quizás fuera demasiado fácil, quizás fuera una trampa, no podía estar seguro de ello, pero tenía que intentarlo al menos.

 

            La puerta de la torre estaba abierta y el humo bajaba por las escaleras. El muchacho le señalizó que arriba se encontraba a quien debían de salvar y después comenzó a correr escaleras arriba, con Dann tras él, guardando su espada en su funda. Las escaleras eran empinadas, de piedra, resbaladizas, apenas podía ver por el humo, que se iba espesando con cada tramo que subía, pero Dann no dejó de correr, ni dejó de subir, hasta que finalmente llegó hasta arriba, chocándose contra el cuerpo del chico que lo había llevado allí, que se había detenido y trataba de abrir la enorme y puerta de madera con una llave, pero las manos le temblaban. En el interior, a través de los barrotes que había en la parte superior de la puerta, Dann pudo ver cómo el fuego lo estaba consumiendo todo y cómo en este se vislumbraban las figuras de dos personas que forcejeaban.

 

            —¡AYUDA! —un grito desesperado desde el interior que tensó el cuerpo del muchacho que se encontraba ante él, tratando de abrir la puerta.

            —¡Arthur! —gritó en respuesta.

            —¡JaHan! ¡Ayúdame, por favor! —gritó la persona en la habitación al reconocer la voz.

 

            El muchacho que había sido llamado JaHan finalmente encajó la llave en la cerradura y cuando la puerta se abrió Dann entró en la habitación. El humo era muchísimo más denso allí y lo hizo toser, además de picarle en los ojos, pero no perdió más tiempo y simplemente avanzó por el lugar, hacia las dos figuras que forcejeaban en la cama. Un hombre bastante corpulento estaba sobre un muchacho, reteniéndole las manos por encima de su cabeza mientras intentaba forzarlo a pesar de que el muchacho se resistía. Dann apretó sus dientes y no tardó ni un solo segundo en sacar su espada y atravesar el cuerpo del hombre por la espalda. Éste gritó de dolor y se retorció, expulsando sangre por su boca, sobre el muchacho y sobre la cama, soltando finalmente su agarre del chico, quién lo empujó y se lo quitó de encima con rapidez, levantándose de la cama, trastabillando, tratando de tapar al máximo su cuerpo desnudo con sus ropas rasgadas. Cuando alzó su mirada hacia él, sus ojos casi dorados lo observaron con gratitud y algo más que Dann no pudo identificar en aquellos momentos, porque su mente no funcionaba como debía de hacerlo. Su corazón latía rápidamente dentro de su pecho, por la adrenalina de la batalla y por esa mirada clara que lo acababa de desarmar por completo, aquella mirada clara que no podía dejar de observar porque sus ojos estaban fijos en los suyos y lo hacían sentir algo que no había sentido jamás.

 

Algo cayó del techo y el muchacho gritó, provocando que volviera en sí. Dann sacó su espada del cuerpo de aquel hombre, que imaginaba que sería el rey, y éste cayó inerte sobre el colchón. No sabía quién sería aquel chico, en el momento ni siquiera le interesaba, solo debía de ser alguien lo suficientemente importante como para que estuviera allí encerrado en esa torre y el monarca del Reino de la Lluvia prefiriera morir con él, mientras lo forzaba, antes de que lo matase un invasor. Guardó su espada de nuevo y después le tendió su mano enguantada al muchacho, que la tomó sin dudar, tirando de él, para sacarlo de la torre en llamas antes de que ésta se derrumbara por el fuego. Ya tendría el tiempo suficiente para hacer las pertinentes preguntas, en aquel momento, era mucho más importante salir de allí vivos.

 

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