jueves, 20 de enero de 2022

[Chapter II] Kingdom of Rain {Dannthur}

Chapter II: night air

 

            —¿De verdad está bien, Arthur? —preguntó JaHan a su lado.

 

            Arthur había estado perdido en sus propios pensamientos, con la mirada perdida en el infinito y tardó unos momentos en darse cuenta de la pregunta, pero cuando lo hizo, se giró hacia el chico y le dedicó una sonrisa cansada, asintiendo a ella. Le dolía la garganta por todo el humo que había tragado y los ojos todavía los sentía arder, de la misma forma que podía sentir las manos del rey tocando su cuerpo y sujetando sus muñecas. Le daban escalofríos solo de pensar en lo que había pasado en la torre antes de que JaHan hubiera subido con el guerrero de sus sueños a rescatarlo.

 

            —Mi señor —murmuró JaHan, sacándolo de sus pensamientos de nuevo y devolviéndolo al presente—. Está temblando… voy a traerle una manta más.

 

            Realmente Arthur no tenía frío, a pesar de que estaba semi desnudo y era una noche fresca, pero aceptó la manta que JaHan le llevó. La primavera apenas acababa de llegar al Reino de la Lluvia y las noches seguían siendo frías, casi invernales, pero sus temblores no se debían al frío, porque Arthur todavía podía sentir el calor de las llamas en la torre, acechando su piel, a punto de quemarlo… no, sus temblores no se debían al frío de la noche, sino a sus recuerdos, los recuerdos de lo que había sucedido, todavía demasiado presente. El ataque había comenzado justo cuando JaHan le había llevado su comida y ambos habían estado observando el desarrollo de esta desde lo alto de la torre, Arthur sintiendo una gran expectación porque por fin se estaba cumpliendo lo que había soñado semanas antes, feliz de que el pueblo del reino pudiera ser liberado del yugo al que estaba sometido. No obstante, cuando la noche cayó y la batalla estaba decantándose a favor de los invasores, la puerta de su habitación en la torre se abrió de golpe y el rey había entrado, increpándolo porque no le había hablado de aquel sueño, de aquella batalla. Había echado a JaHan a patadas y había cerrado la puerta diciéndole a Arthur que prefería morir a ser destronado y que morirían juntos en aquella torre, quemados hasta que no quedaran más que sus huesos y obteniendo lo que siempre había querido de él. Arthur había intentado escapar, había pedido ayuda, pero el rey era mucho más fuerte y corpulento que él, curtido en el fragor de la batalla y no había tenido oportunidad de hacer nada contra él mientras lo tiraba sobre la cama y le arrancaba sus ropas.

 

            —JaHan —llamó cuando éste volvió y le echó la manta por los hombros, arropándolo—. ¿Crees que podrías abrazarme?

 

            El chico pareció confundido por su petición, pero una vez el asombro se fue, asintió y se sentó de nuevo a su lado, pegándose a su cuerpo y echándole un brazo por sus hombros para atraerlo hacia sí y abrazarlo con fuerza. Arthur suspiró profundamente y se dejó envolver en ese abrazo cálido y reconfortante. Hacía demasiado tiempo que alguien lo abrazaba, desde que la vieja Jill había dejado de subir a la torre para llevarle la comida o hacerle compañía mientras cosía porque allí arriba tenía mucha más luz y veía mejor. El abrazo de JaHan le recordaba al de su abuela, aunque llevaba sin verla mucho tiempo porque no había podido volver a subir las escaleras a la torre desde que se había caído por ellas y de eso habían pasado ya varios años.

 

            —¿Sabes cómo está tu abuela? —le preguntó, queriendo saber si el chico la había podido ver para ver cómo se encontraba tras el ataque.

 

            Cuando habían salido de la torre, todo era caos. La batalla en el patio de armas había acabado, pero los invasores estaban todavía haciendo prisioneros entre aquellos que se resistían y llevándolos a las mazmorras del castillo, así que, guiado por el guerrero que lo había salvado del rey, Arthur había sido alejado de aquel tumulto y llevado al campamento que habían montado tras el risco, cerca del río. JaHan se había quedado en el castillo un rato más para ayudar y para encontrar a los sirvientes escondidos, para animarlos a salir y no oponer resistencia, ya que todo aquel que se presentaba ante el pequeño ejército que había llegado al castillo sin intención de enfrentarlos no eran represaliados. Arthur había acabado sentado delante de una pequeña hoguera, junto con un guardia que lo vigilaba imaginaba que porque no se fiaban de él y alguien le había tendido una manta para que se tapase sus ropas rasgadas. JaHan no había vuelto hasta mucho después a su lado.

 

            —Mi abuela tiene aguante para rato —contestó el muchacho—. Estaba tranquilamente en las cocinas comiendo, ajena a todo el barullo y diciéndole a todo el servicio que no tenían por qué preocuparse porque, mi señor Arthur no dejaría que sucediera nada malo.

 

            Una sonrisa se extendió por su rostro sin que pudiera evitarlo. La vieja Jill siempre había sido muy compuesta y calmada y siempre había tenido fe ciega en él. Sus habilidades no eran conocidas por mucha gente, pero una de las personas que lo habían sabido todo desde el principio había sido ella y, cuando era pequeño, entre su madre y la mujer lo habían ayudado a verle el sentido a sus sueños cuando él no sabía cómo hacerlo. No solían ser claros, nunca tenía sueños en los que todo fuera una sucesión de eventos tras otros, veía imágenes, colores y debía obtener una imagen completa de todo con los retazos que aparecían en su mente. La vieja Jill siempre lo había ayudado y apoyado y había estado para él cuando la había necesitado, sobre todo, tras la muerte de su madre y ahora que por fin podía estar al aire libre, fuera de esa maldita torre que había sido todo el mundo que había conocido siempre, quería volver a encontrarse con ella.

 

            —Me gustaría volver a verla —murmuró.

            —Espero poder llevarlo con ella cuando todo esto se calme un poco —dijo JaHan en respuesta—. Mi abuela también estará deseando verlo.

 

            Arthur asintió. La realidad era que en aquel momento no era el mejor para poder ver a la mujer porque todo estaba revuelto y las cosas tenían que calmarse un poco y que todo volviera a la normalidad, o al menos para que se pudiera volver a la rutina en el castillo, aunque para Arthur todo sería muy diferente a partir de aquel momento… o al menos eso era lo que esperaba.

 

            Arthur había salido por fin de la torre, algo que llevaba queriendo hacer demasiado tiempo, y todavía no se lo terminaba de creer porque le parecía un sueño. Sentir la hierba bajo sus pies descalzos era una sensación totalmente nueva y poder ver a tantísimas personas era algo a lo que todavía no se podía acostumbrar porque desde la torre solo los veía como pequeñas hormigas que se movían por el patio de armas y que no tenían un rostro definido, pero ahora podía ver demasiadas personas, con muchos rasgos diferentes y muy cerca de él. Era extraño y a la vez excitante estar allí fuera, en el mundo exterior, pero también tenía miedo porque no sabía qué era lo que podía esperar ahora que estaba allí, ahora que era libre, ahora que no había una pesada puerta de madera con unos barrotes ni unas escaleras sin fin que lo mantenían alejado del resto del mundo. Arthur estaba asustado porque no sabía qué sería de él, no sabía si debía ocultar sus sueños, su papel como profeta o contarlo, no sabía qué era lo que pasaría porque no lo había visto, solo había visto cómo la invasión traería prosperidad al reino si no se luchaba contra ella y nada más.

 

            Un movimiento captó su atención y lo trajo de nuevo al mundo real, lejos de sus pensamientos. Arthur pudo ver cómo un hombre, todavía ataviado con su armadura, se acercó a aquel que lo estaba vigilando desde el otro lado de la hoguera y le decía algo en un tono de voz tan bajo que el chico no llegó a escuchar nada de lo que decía, pero por la mirada que le dedicaron ambos cuando el recién llegado terminó de hablar, supuso que era de él de quien estaban hablando. Arthur comenzó a moverse en el abrazo de JaHan y éste lo dejó de apretar fuertemente contra su cuerpo para que se pudiera alejar de él y sentarse mejor sobre el suelo, sin quitarle la vista de encima a ninguno de los dos hombres frente a él. Solo un momento más tarde parecieron alcanzar algún tipo de acuerdo y el que había llegado se fue de allí, mientras que aquel que lo había estado vigilando todo el tiempo se levantaba y se acercaba a él hasta quedarse a un par de pasos, tendiéndole la mano para levantarlo.

 

            —Mi señor ha pedido que se reúna con él en la laguna —le dijo—. Debo de llevarlo hasta allí.

 

            JaHan se tensó a su lado, pero Arthur asintió a lo que el guerrero había dicho y se levantó del suelo, dejando una de las mantas allí, sin tomar la mano del otro. JaHan se levantó inmediatamente tras él y cogió la manta del suelo, siguiéndolos en cuanto comenzaron a andar, alejándose lentamente del campamento. Arthur nunca había caminado por los alrededores del castillo, pero el muchacho que lo acompañaba sí que lo había hecho y le había llevado dibujos de la zona a la vez que le había explicado lo que podía encontrar fuera de los muros del palacio, por ese motivo, sabía que había una pequeña laguna cerca de donde habían instalado aquel campamento y también sabía que era un lugar apartado y privado, por lo que, si el señor que comandaba ese ejército había pedido verlo allí, era porque necesitaba hablar con él en un sitio privado, donde nadie pudiera escucharlos y hacerle muchas preguntas. Seguramente, el guerrero que lo había sacado de la torre, aquel que había visto desde hacía mucho tiempo en sus sueños, le habría hablado de él, del chico en la torre que el rey mantenía preso.

 

            No tardaron mucho en llegar, pero cuando lo hicieron, lo único que los recibió fue la laguna, un lugar de aguas poco profundas y cristalinas en el que se reflejaba la luz de la luna. Los dibujos que le había llevado JaHan del lugar no le hacían justicia a su belleza, aunque éstos eran increíblemente exactos. Arthur se acercó a la superficie del agua y metió los pies en esta, sintiendo que el frescor del líquido era una especie de bálsamo contra su piel. Sin detenerse a pensarlo, tiró la manta que todavía llevaba sobre sus hombros tras él y terminó de quitarse su rasgada ropa, desnudándose bajo la luz de la luna y metiéndose poco a poco en el agua, caminando por el barro del fondo de la laguna hasta que su cuerpo quedó cubierto hasta su cintura. Las tranquilas aguas se removieron con su entrada, pero volvieron a quedarse estáticas unos momentos más tarde y Arthur se relajó en ellas. Nunca había estado rodeado de tanta agua ni había nadado antes, pero no sentía miedo, se sentía tranquilo y en paz, además de refrescado, así que, comenzó a frotarse para quitarse la tizne del fuego, a pesar de las protestas de JaHan, que le pedía que saliera del agua.

 

            —Mi señor —le decía—. Se va a helar ahí dentro, salga del agua.

            —Estoy bien —respondió él en una de las ocasiones, dedicándole una sonrisa que esperó que fuera tranquilizadora—. No tienes por qué preocuparte.

 

            JaHan no pareció especialmente convencido con lo que le había dicho, pero después de aquello dejó de pedirle que saliera del agua, así que, por lo menos, lo había convencido lo suficiente… o eso era lo que Arthur pensaba que había pasado, pero la realidad había sido otra, se percató de ello cuando las aguas a su alrededor comenzaron a moverse sin que él hubiera hecho ningún movimiento. Arthur se giró en ese momento, pensando que JaHan igual había entrado con él al agua, pero a quien se encontró ante él, completamente desnudo, entrando en la laguna con él, a el guerrero que había matado al rey y lo había sacado de la torre. Arthur contuvo la respiración, su corazón comenzó a latir rápidamente dentro de su pecho y sus ojos no pudieron apartar la mirada del cuerpo de quien tenía delante hasta que no estuvo hundido en el agua hasta el pecho, como él, solo entonces, pareció salir de su ensoñación y darse cuenta de que lo que acababa de hacer había sido demasiado irrespetuoso, por lo que apartó los ojos del otro, cerrando sus ojos, tratando de quitarse de la cabeza lo que acababa de ver.

 

            —No me presenté antes —le dijo—. Soy Dann, el señor del ejército que ha entrado esta noche en el castillo —Arthur asintió a su presentación y se atrevió a abrir los ojos un poco de nuevo, tratando de mantener su mirada en el rostro del otro—. Si no recuerdo haber escuchado mal, tu nombre era Arthur, ¿verdad? —el chico asintió otra vez, no encontrando las palabras para hacerlo de otra forma—. Bien… tengo algunas palabras para ti, Arthur —dijo—. No sé si es el mejor momento para hacerlas, pero no tengo demasiado tiempo para perder… ¿quién eres?

 

            Arthur tragó saliva. Había esperado que esa pregunta fuera una de las que le hicieran, pero no estaba preparado para responderla, menos cuando no estaba seguro de si podía confiar en la persona a la que acababa de entregar el reino. Lo había hecho porque era la mejor opción en sus sueños y porque no quería que el pueblo del Reino de la Lluvia sufriera con una encarnizada guerra que no iba a traer más que muerte y desgracia, pero no sabía si debía poner o no su poder al servicio de aquel joven que se encontraba ante él.

 

            —Soy Arthur —acabó respondiendo—. No sé más de mí mismo que mi nombre y que he vivido desde que nací en esa torre de la cual me sacasteis hace tan solo unas horas —Dann ante él alzo una de sus cejas, probablemente sin creerse lo que le había dicho, pero Arthur le aguantó la mirada y no dejó que viera a través de ella con aquellos ojos oscuros y levemente rasgados que parecían querer meterse en lo más profundo de su alma—. Nací y crecí en la torre, esta noche también pensé que moriría en ella, como lo hizo mi madre cuando yo era todavía pequeño —continuó—. Mi única compañía desde que mi madre murió han sido los libros, la vieja Jill cuando todavía podía subir las escaleras para cuidarme y JaHan, que ha sido quien me ha traído la comida en los últimos años.

            —¿Y el rey? —preguntó el otro, inquisitivamente.

            —Subía de vez en cuando, me miraba fijamente unos momentos y luego se volvía a ir, la mayoría de las veces sin dirigirme la palabra, otras veces me llamaba “chico” despectivamente y me hacía alguna pregunta sin sentido —dijo en respuesta.

 

            Dann asintió ante aquello y no dijo nada más durante unos momentos, pensativo, pero Arthur sabía a la perfección que sus preguntas no habían acabado y que solo debía de estar pensando cómo abordar el tema para así obtener respuestas más concretas. El antiguo rey ponía una expresión similar cuando pensaba que Arthur no le estaba contando lo que había visto en sus sueños. No había tenido mucho contacto con el mundo exterior ni con muchas personas a lo largo de su vida, pero su madre y la vieja Jill lo habían ayudado a leer las expresiones de los demás y, sobre todo, las expresiones del rey para que pudiera adelantarse a él y a sus emociones, sabiendo si estaba de humor o enfadado. No habían sido muchas las ocasiones en las que le había puesto la mano encima y le había pegado, pero en esas ocasiones, Arthur había aprendido mucho sobre lo que debía o no debía de hacer y decir en su presencia dependiendo del humor que reflejara su rostro.

             

            —¿No sabes el motivo por el cual estabas allí encerrado? —le preguntó después de unos momentos y Arthur negó con la cabeza antes de contestarle.

            —Nunca me lo dijo nadie.

 

            Arthur nunca había sabido el motivo real por el que había sido encerrado en la torre, siempre había hecho suposiciones y se había imaginado que era por su condición como profeta. Si alguien hubiera sabido sobre sus sueños y que éstos se hacían o no realidad según la toma de decisiones del rey, seguro que había llevado una guerra a las puertas del castillo y hubiera habido una masacre, un derramamiento de sangre tan solo porque alguien se quisiera apoderar de él y de sus sueños. No obstante, aquello no se lo dijo a Dann.

 

            —Es extraño… —murmuró en ese momento el otro—. Me parece muy extraño tener a alguien encerrado en una torre durante… ¿qué tienes? ¿diecisiete años?

            —Creo que veinte —lo cortó—. No estoy totalmente seguro, pero diría que son veinte.

            —Veinte… —murmuró por lo bajo Dann, dedicándole una mirada mucho más fija a su rostro, a su cuerpo bajo el agua, pero pareció volver en si unos momentos después—. Es demasiado extraño.

 

            No obstante, después de decir aquello, éste no dijo absolutamente nada más y Arthur sintió que podía respirar tranquilamente, aunque fuera tan solo por unos momentos porque Dann no parecía que tuviera ninguna pregunta más para él, perdido demasiado en sus pensamientos. Debía de seguir teniendo algo de cuidado porque en cualquier momento volvería a tratar de conocer las respuestas a todas las preguntas que le había hecho aquella noche y que solo había respondido a medias tintas, pero sobre todo debía de estar atento a él, a cómo se comportaba en los siguientes días con él, con la gente del castillo y la gente de las aldeas cercanas, para saber si podía confiar plenamente en él y podía contarle lo único que sabía de sí mismo.

 

🗡 👑

 

            Dann no dejaba de darle vueltas a lo que había conseguido que Arthur le contara mientras se terminaba de secar distraídamente con una toalla que le había tendido Mark, el joven que había puesto a vigilar al misterioso chico de la torre. No podía dejar de pensar que éste no le había contado todo y que había muchísimo más, un secreto que quizás no debía de ser revelado, pero que Dann sentía la necesidad de revelarlo, la curiosidad siendo uno de los motores para ello, pero no siendo el único. No podía dejar de pensar que a pesar de que Arthur no se lo había contado todo, sí que parecía haber sido sincero en la respuesta que le había dado cuando le había preguntado por qué se encontraba encerrado en la torre. Su respuesta parecía genuina cuando le había dicho que no lo sabía y, aunque no podía fiarse de lo que le dijera, una parte de él sentía que debía de creerlo y confiar en él, su parte irracional, aquella que se sentía completamente fascinado por aquel muchacho. Tampoco podía dejar de observarlo mientras éste se secaba, ayudado por su sirviente, aquel que lo había llevado hasta la torre en llamas para que lo sacara de allí. Allí, bajo la luz de la luna, su cuerpo desnudo parecía brillar, como si fuera un hada, su rostro era hermoso, enmarcado por su pelo castaño, que caía hasta sus hombros y sus ojos grandes, verdosos y dorados, eran demasiado preciosos.

 

La leve brisa nocturna que se levantó en aquellos momentos, hizo a Dann temblar y lo sacó de sus pensamientos. No debía dejarse dominar por aquella parte que había despertado de repente en él y que encontraba hermoso al muchacho, debía de seguir lo que la razón le decía y, sobre todo, debía de averiguar quién era ese chico y la importancia que tenía en aquel reino para que el rey hubiera decidido morir en la torre con él. Mientras intentaba que el castillo y el Reino de la Lluvia volviera a la normalidad en los siguientes días, no dejaría de hacer preguntas sobre él para tratar de averiguar lo máximo posible sobre él y determinar si era o no una amenaza que debía de eliminar. Mientras tanto, no le quitaría el ojo de encima.

 

—Mark —llamó al chico que se encontraba con ellos mientras se terminaba de vestir tras haberse secado. El muchacho rápidamente se acercó a él.

—¿Sí, mi señor? —preguntó.

—¿Tienes la cuerda que te pedí que cogieras antes? —éste asintió con un rápido movimiento de cabeza—. Átale las manos a Arthur, firme para que no pueda soltarse, pero sin hacerle daño.

 

Mark asintió de nuevo y después se dirigió hasta el otro muchacho, pidiéndole que le tendiera los brazos para poder atarlo por las muñecas. Arthur miró más allá de Mark, sus ojos encontrándose con los de Dann, la confusión bastante clara en ellos, pero tras un suspiro profundo, se dejó hacer y sus manos fueron atadas. Su sirviente le echó una manta por encima de los hombros porque sus vestiduras estaban rasgadas y su cuerpo desnudo podía verse a través de ellas. Debía de ser incómodo para el chico estar de aquella forma, así que, Dann pediría que le llevasen ropa nueva para que se vistiera a la mañana siguiente porque esa noche ya era demasiado tarde y debería de descansar un poco. El asalto al castillo lo había cansado y sus músculos, aunque se habían destensado un poco en el agua, todavía protestaban un poco, necesitando descanso.

 

—¿Dónde lo llevo, mi señor? —le preguntó Mark una vez ató al chico.

—Yo lo llevaré hasta mi tienda —respondió—. Lleva al sirviente con los demás y que le den una cama para esta noche.

 

Mark pareció confundido por su respuesta, pero aún así, acató sus órdenes y se llevó a JaHan del lugar, tendiéndole el extremo de la cuerda para que lo guiara hasta su tienda. Dann echó a andar entonces, seguido de Arthur, de vuelta al campamento, en el que las velas y antorchas se comenzaban a apagar después de una larga noche. No se dedicaron ni una sola palabra durante el camino, solo sus pies sobre la hierba rompiendo el silencio nocturno que los envolvía hasta que se acercaron al campamento un poco más y distintas voces podían escucharse en la distancia. La tienda de Dann estaba en el extremo del campamento más cercano al río, así que, no tuvieron que adentrarse en éste ni caminar entre las demás para llegar hasta ella. Dann alzó la tela para que Arthur pudiera pasar tras él y la dejó caer de nuevo cuando estuvieron ambos dentro. En ese momento, llevó al muchacho hasta el centro de la tienda, atando el extremo que llevaba en sus manos al poste central de ésta y después dejándose caer sobre el lecho de mantas que le servía como cama, cansado.

 

            —Dentro o fuera de la torre —comenzó Arthur, llamando su atención—. No soy más que un prisionero.

 

            Algo se removió dentro de su pecho por la tristeza en la voz de Arthur y Dann tuvo que inspirar hondo y calmarse antes de responderle, porque si lo hubiera hecho antes, probablemente le habría dicho que lo liberaba inmediatamente. No sabía por qué había sentido ese dolor en su pecho al escucharlo de aquella forma, tampoco quería pensar en ello porque ya tenía demasiadas cosas en la cabeza y no necesitaba nada más.

 

            —Ahora mismo no puedo confiar en ti —dijo—. Creo que eres lo suficientemente listo como para saber el por qué no puedo hacerlo y necesito tenerte atado hasta saber quién eres y clarificar si eres alguien que supone una amenaza o no —Arthur asintió con un leve movimiento de cabeza—. En el momento en el que sepa algo más sobre ti y tu situación, no dudaré en liberarte… —y añadió, sin saber por qué lo hizo—: algún día serás libre, Arthur.

 

Los ojos del chico brillaron de ilusión en ese momento y algo volvió a removerse dentro de su pecho. Se aclaró la garganta y desvió su mirada a otro lado, tratando de cambiar de tema porque no creía que fuera capaz de dejar de prometerle cosas que no sabía si iba a poder cumplir luego… nunca le había importado romper alguna que otra promesa, a pesar de que siempre había tratado de cumplir su palabra, pero sentía que si rompía aquella promesa que le acababa de hacer al chico ante él, no iba a descansar en paz. Era extraño, pero así lo sentía. Al desviar su mirada de Arthur unos momentos antes, se dio cuenta de que sobre las mantas sobre las que dormía, se encontraba un pequeño recipiente de cerámica con algo verde en su interior y no pudo evitar sonreír porque Christopher, quien lo había acompañado en sus viajes desde el principio, le había dejado un ungüento para las heridas. Aquel hombre siempre había tenido buena mano con las hierbas, las conocía todas y sabía cómo debía de usarlas para cualquier tipo de dolencia o herida.

 

            Dann tomó el recipiente en sus manos y hundió los dedos en aquella especie de líquido viscoso, para untarse el ungüento en las heridas que tenía en sus brazos y piernas para que no se le infectaran. Tenía también alguna que otra quemadura en la piel y supuso que aquellas hierbas no le harían mal en ellas, por lo que también se untó una fina capa sobre éstas. El agua en la laguna le había refrescado las heridas y las quemaduras, así que, en aquellos momentos, apenas le dolían, pero el ungüento tuvo un efecto calmante inmediato. Cuando alzó su mirada de su cuerpo, se dio cuenta de que Arthur lo estaba observando fijamente y sintió su boca seca al instante ante la fuerza de aquella mirada, penetrante, como si quisiera llegar hasta el fondo de su alma, solo desvió su mirada cuando los ojos de Dann se encontraron con los suyos. Dann tuvo que tragar saliva para poder hablar de nuevo.

 

            —Déjame que trate tus quemaduras —le dijo al chico.

            —No es necesario —respondió este, pero Dann se levantó de las mantas y fue hasta él.

            —Insisto.

 

            Sus ojos se encontraron de nuevo y, en aquella ocasión, Arthur no desvió su mirada, como si lo estuviera evaluando. No fueron más que unos segundos los que se miraron fijamente, pero para Dann fueron más que suficientes para que en su interior algo se removiera de nuevo. Arthur acabó asintiendo al final, con un suspiro profundo, y dejó caer la manta que lo cubría al suelo, mostrando su cuerpo semidesnudo ante él. Dann tragó saliva sin poder evitarlo, pero trató de dedicarse a lo que se suponía iba a hacer, tratando de parecer imperturbable, llevando sus dedos de nuevo al recipiente de cerámica, hundiéndolos en él y tomando un poco de aquel ungüento, observando el cuerpo de Arthur solo porque debía de ver dónde tenía las heridas y quemaduras. El chico se encogió ante su toque cuando Dann rozó una de aquellas quemaduras en su brazo derecho y eso provocó que tuviera muchísimo más cuidado con el resto.

 

            —Lo siento —murmuró—. No quería hacerte daño.

            —No… no es eso… —respondió Arthur.

 

            Dann quiso preguntar de qué se trataba, pero cuando trató de hablar de nuevo, no encontró la forma de hacerlo y simplemente lo dejó correr, siguiendo con su tarea de tratar las quemaduras y heridas de Arthur, rozando levemente su piel, sin hacer la más mínima presión en esta al untar el ungüento sobre éstas hasta que acabó. Dejó entonces el pequeño cueco a un lado y volvió a cubrir su cuerpo con la manta, aleándose de él, inmediatamente, sin atreverse a estar mucho más tiempo junto a el chico. Ya era bastante tarde, no deberían de quedar muchas horas para que el sol comenzara su ascenso en el cielo, así que, apagó las velas y el candil que mantenían iluminada la tienda, echándose inmediatamente sobre las mantas para dormir, dándole la espalda a Arthur antes de hacer algo de lo que se pudiera arrepentir profundamente, aunque no sabía siquiera qué sería capaz de hacer. Tardó en conciliar el sueño, sintiendo en su nuca la mirada fija del muchacho que seguía atado al poste de la tienta, pero una vez el cansancio de la batalla lo venció, Dann se quedó profundamente dormido.

 

~

 

Cuando Dann despertó, el sol ya debía de estar muy alto en el cielo porque la luz que se filtraba a través de la tela de la tienda era bastante fuerte. Se removió un poco sobre las mantas, sintiendo todo su cuerpo pesado por no haber dormido ni descansado lo suficiente; no obstante, no tardó en incorporarse y prepararse para un nuevo día en el que debía de hacer demasiadas cosas. Mientras se vestía no pudo apartar la mirada de Arthur, que se encontraba profundamente dormido, sobre la hierba, temblando de vez en cuando debido a que ésta debía estar fría. Durante el rato que tardó en arreglarse, Dann le dio vueltas a lo que el muchacho le había contado la noche anterior en la laguna y, sin poder evitarlo, sintió un poco de compasión por él, a pesar de que seguía sin confiar en el chico ni un ápice. Con mucho cuidado, tratando de no despertarlo, Dann desató el nudo con el que aquella noche lo había atado al poste central que sostenía su tienda y después pasó los brazos por debajo del cuerpo de Arthur, pegando su cuerpo contra su pecho y alzándolo. El chico se removió un poco, pero no despertó, así que, Dann lo dejó sobre las mantas en las que había estado durmiendo hasta hacía unos momentos, esperando que éstas no hubieran perdido del todo el calor y lo tapó, atando el extremo de la cuerda a otro poste.

 

Una vez se cercioró de que todo estaba en orden, salió de la tienda, encaminándose hacia el centro del campamento, donde debería encontrarse con su gente, aquellos que lo habían seguido desde el principio, porque tenía que hablar con ellos de demasiadas cosas. Debía de ver qué era lo que había sucedido en el castillo una vez había abandonado la batalla, aunque sabía que si hubiera sucedido algo grave o que no estuviera en los planes habrían ido a buscarlo, también debía encontrar la forma de tener a Arthur vigilado y debía de ver qué era lo que podía averiguar sobre él, además de comenzar a organizar las cosas ahora que era el nuevo señor del castillo. Había demasiadas cosas que hacer y no podía dejarlas a un lado porque debía de encargarse de todas ellas para que saliera todo bien y no hubiera ninguna masacre, bastantes vidas se habían perdido la noche anterior.

 

            —Jack —llamó a su segundo al mando en cuanto lo vio y éste se detuvo para que llegara a su lado—. Cuéntame qué ha ocurrido en mi ausencia —le pidió.

 

            Su segundo al mando asintió, comenzando a relatarle cómo habían terminado de asegurar el castillo después de que él hubiera vuelto al campamento y cómo todos los nobles y lores habían sido llevados a los calabozos que se encontraban en los sótanos bajo las dependencias militares del lugar, estando vigilados en todo momento para tratar de aquella forma que no hubiera una conspiración en contra del nuevo poder. Aquello era una buena noticia porque de esa forma tendrían algo menos de lo que preocuparse por el momento. No podrían tener a toda la nobleza en los calabozos del castillo durante el resto de sus vidas, pero sí podrían hacerlo durante un buen tiempo para tratar de minar todos sus posibles intentos de revueltas de la misma forma que minarían su ánimo.

 

—En cuanto a los muertos —continuó Jack—. He mandado a algunos a cavar tumbas y han ido a buscar a un cura a la aldea más cercana para darles un entierro lo más digno posible a todos y que puedan descansar en los brazos de Dios.

 

            No había habido demasiadas bajas, pero ambos bandos habían perdido algunos hombres, así que, un entierro digno era una buena forma de honrar a los muertos y ganarse el respeto de los vivos. En las batallas, la muerte era irremediable y honrar a los muertos siempre era el deber de aquellos que quedaban en pie.

 

            —¿Qué va a hacer con el chico que sacó de la torre, mi señor? —le preguntó el otro y Dann suspiró.

 

            Había pensado muchas cosas sobre lo que podía hacer con él, pero ninguna de ellas terminaba de convencerlo porque no encontraba el equilibrio entre que el chico estuviera bien, a salvo, atendido y vigilado para saber ante qué se enfrentaba. No sabía nada de él aparte de lo poco que le había contado y lo que había visto al entrar en su habitación en la torre. Arthur, como mínimo, debía de ser una persona importante para el rey, un prisionero que había sido encerrado desde antes incluso de su nacimiento no era algo banal.

 

            —Quiero tenerlo vigilado hasta saber quién es —respondió—, por el momento no puedo decidir qué más hacer con él, solo podré tomar una decisión buena cuando tenga la máxima información posible sobre él.

            —¿Quiere que pregunte entre la gente del castillo? —cuestionó Jack—. Estoy seguro de que alguien debería de saber algo —Dann asintió a aquella propuesta.

            —Pregunta por una sirvienta —le pidió, recordando una de las partes de la conversación que había mantenido con Arthur la noche anterior—. Debe de ser una señora algo mayor… Jill, se llama, si no recuerdo mal. El chico me contó que ella lo había criado, así que, como mínimo, algo de información debe de tener sobre él, aunque no sepa los motivos por los que el chico estuviera encerrado en la torre porque es una mera sirvienta.

 

            Jack asintió a su petición y continuó contándole más cosas que habían sucedido en las últimas horas y preguntando por las soluciones que debían de darle a diversos problemas que habían surgido o que pudieran surgir en los siguientes días para que el lugar no se convirtiera en un absoluto caos. Aquellos en los que confiaba para la toma de decisiones lo habían hecho bastante bien en las horas en las que él no había estado al mando, así que, realmente no tenía por qué preocuparse demasiado porque siempre habría alguien capaz entre los suyos de asumir la responsabilidad ante algún momento crucial, tomando la mejor decisión posible para todo el mundo. Dann siempre se había enorgullecido de sus compañeros de viaje, pero en momentos como aquellos, se daba cuenta de que eran los mejores compañeros que podía haber tenido jamás.

 

            —La gente del reino que nos ha acompañado en las últimas semanas dicen que hoy lloverá —acabó diciendo Jack—, así que, he dado orden hace un rato de que el campamento se mueva al castillo, ahora está prácticamente vacío y no podemos permitirnos el lujo de que algún reino vecino se entere pronto de que el rey ha caído y no haya nadie para defenderlo… las noticias como esta viajan rápido y el Reino de la Lluvia siempre ha tenido escaramuzas con el Reino del Sol y el Reino de la Nieve.

            —Perfecto —respondió—. No podemos dejar el castillo vacío, no, y hace demasiado tiempo que no dormimos en unas camas decentes, ¿verdad? —bromeó.

 

            Jack rio ante aquello y le dio la razón. Después de aquello, ambos se despidieron y, mientras Jack seguía con aquello que había dejado a medias para ponerlo al día con todo lo sucedido en las últimas horas, Dann decidió buscar al sirviente de Arthur para encargarle nuevas tareas con respecto al muchacho, esperando que de aquella forma hubiera un poco de equilibrio en la vida del chico y, aunque siguiera siendo su prisionero, tuviera algún tipo de libertad.

 

 


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